domingo, 25 de febrero de 2018

Abrahán modelo de confianza y fidelidad

¡Qué difícil es pensar que Dios nos pueda pedir un sacrificio tan grande como sacrificar al propio hijo! ¿Seríamos capaces de responder como Abrahán? No, no creo que podamos responder como Abrahán al pedido de Dios, porque tampoco somos capaces, muchas veces, de sacrificar nuestro propio yo en función de lo que Dios nos pide.
Pero miremos más allá. Nosotros como Pueblo de Dios somos, también, hijos de la Fe de Abrahán, pues todo comenzó allí, en ese pedido de Dios y en esa respuesta de Abrahán, pero desde la primera respusta cuando Dios le pidió salir de su pueblo, dejar todo para ir a una tierra nueva.
Abrahán después confió en la promesa del Señor de que tendría un hijo a pesar de su vejez, con su propia esposa que también era vieja. Y de ahí nació Isaac, ese hijo único al que Dios ahora le pedía sacrificarlo. Y Abrahán confió, cada vez en las palabras y en las promesas del Señor, su corazón estaba totalmente confiado en el Señor, su Dios.
Es lo que llamamos, muchas veces, una fe abrahamica porque tiene la fortaleza y la confianza suficiente para confiar en la Divina Providencia del Señor.
Y ese sacrificio del hijo de Abrahán era un signo de lo que sería el sacrificio del Hijo Único de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, que por obediencia de Amor se ofreció a sí mismo como Víctima propiciatoria para el perdón de nuestros pecados y para devolvernos la filiación divina.
Por eso, si pensamos lo que puede haber signficado para Abrahán llegar hasta el monte para sacrificar a su hijo único. Si pensamos cuántos nos constaría a nosotros que Dios nos pidiera semejante sacrificio, ahí podríamos entender cuánto le costó a Jesús y al Padre, y a María, el Sacrificio de la Cruz. Y así podríamos valorar un poco más lo que cada día celebraos sobre el altar. Podríamos valorar en gran medida lo que hemos recibido, y, como dice San Pablo ¡a qué precio!, la filiación divina, el ser cristianos.
Así como Abrahán fue elegido para comenzar el Pueblo de Dios, el Pueblo de la Alianza; así también Jesús eligió a sus apóstoles para inciar un Nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia y les dió a ellos la visión de lo que sería el Hijo de Dios en toda su gloria. La visión de la transfiguración era para fortalecer su fe, su fe en aquél que en unos días iba a ser entregado en manos de los sumos sacerdotes, escribas y doctores de la Ley para entregar su vida en la Cruz.
Y así también nos ha elegido a nosotros, a cada uno, para que seamos parte de este Nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, porque Él mismo nos ha dicho: "no sois vosotros quienes me habéis elegido, sino que Yo os elegí del mundo para que vayaís y deis fruto en abundancia". Y en esa elección está nuestra respuesta, pues hemos respondido que sí a esa llamada del Señor, por eso nos llamamos cristianos.
Pues para poder seguirlo fielmente necesitamos tener, como Pedro, Juan y Santiago, ese mismo encuentro en la cima del Monte, un encuentro en donde nos revele la belleza del Don que se nos ha otorgado y eso nos anime, cada día, a poder ofrecerle al Señor nuestra vida, negándonos a nosotros mismos, cargando nuestra cruz de cada día, y siguiendo fielmente los pasos de Jesús, esos pasos que Él dejó bien señalados para que alcancemos lo que el Padre nos ha prometido.

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