viernes, 20 de septiembre de 2019

Vanidad intelectual

"Querido hermano:
Esto es lo que tienes que enseñar y recomendar.
Si alguno enseña otra doctrina y no se aviene a las palabras sanas de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que es conforme a la piedad, es un orgulloso y un ignorante, que padece la enfermedad de plantear cuestiones y discusiones sobre palabras; de ahí salen envidias, polémicas, blasfemias, malévolas suspicacias, altercado interminables de hombres corrompidos en la mente y privados de la verdad, que piensan que la piedad es un medio de lucro".
Sigue enseñando san Pablo a Timoteo y nos abre a una cuestión que se da mucho entre nosotros: creernos más sabios que Dios o que Jesús, y por eso le hacemos decir, muchas veces, a la Palabra de Dios, cosas que no dice. Los hombres (los estudiosos) creemos que porque hemos leído muchos libros y obtenido muchos títulos, podemos ser más sabios que el Señor y así hacerle decir cosas que nunca ha querido decir. Incluso hacemos planteos a los demás que, como decía el mismo Jesús: "no somos capaces de ayudar a llevar las cargas que ponemos sobre los hombros de los demás".
Somos muy especiales los que nos creemos más que los demás, porque hemos dejado entrar la espina de la vanidad a nuestra vida y nos hemos convertido en los "doctores" de la Palabra de Dios y así tenemos, o creemos tener, autoridad para decir lo que nos parece y no lo que Dios quiere que digamos. En definitiva, como los hombres del mundo, nos creemos más que Dios y por eso podemos decir, de parte de Dios (claro está) cosas que Él mismo no diría.
Es ahí cunado, como dice san Pablo, "salen envidias, polémicas, blasfemias, malévolas suspicacias, altercados interminables de hombres corrompidos en la mente y privados de la verdad". Las divisiones que se producen en las comunidades cristianas, ya sean laicales, socerdotales o de consagrados, porque nos "alineamos" detrás de una ideología de tal o cual "doctor de la ley", y no nos ponemos a pensar si eso es Voluntad de Dios o no. Así las divisiones entre hermanos comienzan a surgir y lo que Jesús nos había pedido vivir no llegamos, a veces, ni siquiera a intentarlo: "por esto conoceran que sois mis testigos: en la medida en que se amen unos a otros".

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