jueves, 12 de septiembre de 2019

Santos y amados

"Hermanos:
Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad consumada.
Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo.
Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.
Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.
Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él".
No podía resumir la palabra de san Pablo de hoy, porque es un decálogo para nuestra vida cristiana. Decálogo que no se entiende si le quitamos las primeras palabras: "como elegidos de Dios, santos y amados". A partir de esta afirmación de san Pablo es que tenemos que comprender la exigencia del evangelio: elegidos de Dios, santos y amados.
"No sois vosotros los que elegisteis sino que yo os he elegí", "Dios nos elegió desde antes de la creación del mundo para que seamos santos e irreprochables en su presencia por el amor", "Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna".
Esa es la razón por la que, en nuestra vida, tengamos que ser muy exigentes a la hora de vivir los valores del evangelio, a la hora de madurar en nuestra fe, y, sobre todo, cuando nos examinamos frente a Dios y a nosotros mismos. Porque no sólo debemos ser buenas personas, sino que estamos llamados y elegidos para ser santos, para ser Luz, Sal y Fermento en el mundo, para dar testimonio claro y concreto de un estilo de vida que Jesús vivió primero y que nos eligió a nosotros para que lo mostremos al mundo.
Y no nos quedemos en la tonta frase de decir: "es muy difícil lo que Dios nos pide", porque mucho más le pidió a su Hijo, a María, y sin embargo, dejándo de lado sus miedos y vacilaciones se entregaron de lleno a la vivencia de la Voluntad de Dios. Nosotros también contamos con el mismo Espíritu que nos ilumina y fortalece, y la Gracia que Jesús nos regaló desde la Cruz y la Resurrección para poder alcanzar la verdadera santidad que el Padre sueña para nosotros.

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