domingo, 29 de septiembre de 2019

El muerto ya resucitó

«¡Ay de los que se sienten seguros en Sión, y confiados en la montaña de Samaría!
Se acuestan en lechos de marfil; se arrellanan en sus divanes, comen corderos de rebaño y terneras del establo; tartamudean como insensatos e inventan como David instrumentos musicales; beben el vino en elegantes copas, se ungen con el mejor de los aceites pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José".
La riqueza de la que acusa el Antiguo Testamento como Jesús en la parábola, no es la riqueza del dinero material, sino la riqueza de la seguridad interior que me hace insensible al otro, que no me permite conmoverme por el dolor de mi prójimo. Esa es la riqueza de la que Jesús acusa el hombre de la parábola, que teniendo tanto no tuvo "tiempo" de fijarse en la necesidad del que estaba tirado a su puerta. Vivimos tan ensimismados, preocupados por el mañana que no vamos insensibilizando ante el dolor del prójimo, o, simplemente, hemos dejado que nuestro corazón sea insensible "porque a mí nadie me ha ayudado".
Hay muchas manera de volver insensible el corazón, sin embargo, el Señor pudo conmoverse ante el dolor de nuestro pecado y, por eso, se entregó por obediencia hasta la muerte y muerte de Cruz, dándonos así una Nueva Vida que nace del Amor de Dios.
Y es esa Vida la que Él quiere que viviamos aquí en la Tierra como en el Cielo, por eso le decía al rico de la parábola: tienen a Moisés y los profetas que los escuchen. Pero cuando estamos tan centrados en nosotros mismos no somos capaces de escuchar lo que otros me dicen, y menos si lo que me dicen va "en contra" de mis propios planes, proyectos o quiere hacerme salir de zona de confort.
Dios nos ha ido dando muestras, a lo largo de la historia, de cuánto se preocupa por la salvación del Hombre, por mi salvación, pero escucharlo signficaría tener que convertir mi corazón y aceptar su Palabra y su Voluntad, lo cual sería tener que renunciar a mí mismo y seguirlo. Pero eso iría en contra de mis planes y de lo "bueno" que me muestra el mundo para vivir. Por eso mismo, aunque digo que soy hijo de Dios no me detengo a escuchar a mi Padre, pues lo que Él me está diciendo no va por el mismo camino que quiero recorrer, junto al mundo.
Hoy es un día para tomar una decisión en mi vida: o soy del mundo o soy de Dios, o vivo como el mundo o vivo como Dios, porque El Muerto ya resucitó ¿seré capaz de escuchar lo que me dice y aceptar lo que me pide?

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