miércoles, 25 de septiembre de 2019

Reconstruir el templo de Dios

"Porque somos esclavos, pero nuestro Dios no nos ha abandonado en nuestra esclavitud, sino que nos ha otorgado el favor de los reyes de Persia, nos ha dado y respiro para reconstruir el el templo de nuestro Dios y restaurar sus ruinas y nos ha proporcionado un refugio seguro en Judá y Jerusalén".
Hace unos días, en el Congreso Nacional de Misiones, se realizó una vigilia por los migrantes, de modo especial por aquellos que son traídos a Europa (o a cualquier parte) y son vendidos como esclavos: la trata de personas. Aún hoy, en este siglo XXI, sin querer somos cómplices de la esclavitud más vergonzosa del hombre ¿por qué? Porque somos conscientes de lo que significa ser libre y de lo que significa ser esclavo, porque somos conscientes de que lo que hacemos o no hacemos va en contra de la dignidad del ser humano, del hombre, del varón y de la mujer.
Pero no hablemos sólo de la trata de personas, que ya es lo más grave que puede hacer un hombre, sino de la esclavitu que, muchas veces, vivimos y de la que Jesús vino a liberarnos: el pecado. Sí, es la peor de las esclavitudes que trae o nos lleva a la concreción de muchas otras mayores, y nace, simplemente, del no reconocernos pecadores, de no darnos cuenta que no siempre nuestras actitudes o palabras son realizadas o dichas para ayudar a crecer a nuestros hermanos.
En la lectura del libro de Esdras nos habla de que Dios tuvo compasión de su pueblo y les dio un respiro para poder reconstruir el Templo de Jerusalen que se había destruído, y eso era un gozo para el pueblo porque tendrían dónde poder adorar a su Dios y Señor. Jesús, con su muerte y resurrección, destruyó el pecado y la muerte y nos hizo capaces de reconstruir el templo vivo de Dios: nuestro propio cuerpo, nuestro propio ser humano, dándonos una Vida Nueva por medio del bautismo, de modo que, desde ese día, somos Templos Vivos del Espíritu Santo, y piedras Vivas del Templo Santo de Dios.
Y así podemos ver que no sólo el hombre tiene derecho a su dignidad por ser simplemente hombre, sino que, como bautizados, tenemos el derecho de cuidar y respetar el Templo Santo de Dios. Por eso mismo, cuando el Señor nos habla del juicio final nos hace pensar que seremos juzgados en el amor al prójimo, y, dentro de ese prójimo, están todos aquellos que han sido llamados por Dios a la vida, y a la Vida.
Todo esto me ha hecho pensar que no sólo tenemos que pedir por aquellos que son vendidos como esclavos en la trata de personas, sino que tenemos que cuidar a quien tenemos a nuestro lado para que no caiga en las redes de nuestras habladurías, de nuestras críticas, de nuestro prejuicios, y liberarlos y liberarnos de las ataduras del pecado, ya sea de obra o de omisión, porque, muchas veces, no liberamos a nuestros hermanos de las ataduras que otros hacen de su dignidad, y nos sumamos con la palabra o el silencio a los que abusan de su poder, de sus críticas, de sus rencores, odios o, simplemente, son cantamañanas que se dejan llevar por la lengua de otros.

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