De los Tratados de Balduino de Cantorbery, obispo.
El Señor conoce, sin duda alguna, todos los pensamientos y sentimientos de
nuestro corazón; en cuanto a nosotros, sólo podemos discernirlos en la medida en
que el Señor nos lo concede. En efecto, el espíritu que está dentro del hombre
no conoce todo lo que hay en el hombre, y en cuanto a sus pensamientos,
voluntarios o no, no siempre juzga rectamente. Y, aunque los tiene ante los ojos
de su mente, tiene la vista interior demasiado nublada para poder discernirlos
con precisión.
Sucede, en efecto, muchas veces, que nuestro propio criterio u otra persona o el
tentador nos hacen ver como bueno lo que Dios no juzga como tal. Hay algunas
cosas que tienen una falsa apariencia de virtud, o también de vicio, que engañan
a los ojos del corazón y vienen a ser como una impostura que embota la agudeza
de la mente, hasta hacerle ver lo malo como bueno y viceversa; ello forma parte
de nuestra miseria e ignorancia, muy lamentable y muy temible.
Está escrito: Cree uno que su camino es recto, y va a parar a la muerte. Para
evitar este peligro nos advierte san Juan: Examinad los espíritus si provienen
de Dios. Pero ¿quién será capaz de examinar si los espíritus provienen de Dios,
si Dios no le da el discernimiento de espíritus, con el que pueda examinar con
agudeza y rectitud sus pensamientos, afectos e intenciones? Este discernimiento
es la madre de todas las virtudes, y a todos es necesario, ya sea para la
dirección espiritual de los demás, ya sea para corregir y ordenar la propia
vida.
La decisión en el obrar es recta cuando se rige por el beneplácito divino, la
intención es buena cuando tiende a Dios sin doblez. De este modo, todo el cuerpo
de nuestra vida y de cada una de nuestras acciones será luminoso, si nuestro ojo
está sano. Y el ojo sano es ojo y está sano cuando ve con claridad lo que hay
que hacer y cuando, con recta intención, hace con sencillez lo que
no hay que hacer con doblez. La recta decisión es incompatible con el error; la
buena intención excluye la ficción. En esto consiste el verdadero
discernimiento: en la unión de la recta decisión y de la buena intención.
Todo, por consiguiente, debemos hacerlo guiados por la luz del discernimiento,
pensando que obramos en Dios y ante su presencia.
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