De las Disertaciones de san Sofronio, obispo
Corramos todos a su encuentro, los que con fe celebramos y
veneramos su misterio, vayamos todos con el alma bien dispuesta. Nadie deje de
participar en este encuentro, nadie deje de llevar su luz.
Llevamos en nuestras manos cirios encendidos, ya para
significar el resplandor divino de aquel que viene a nosotros -el cual hace que
todo resplandezca y, expulsando las negras tinieblas, lo ilumina todo con la
abundancia de la luz eterna-, ya, sobre todo, para manifestar el resplandor con
que nuestras almas han de salir al encuentro de Cristo.
En efecto, del mismo modo que la Virgen Madre de Dios tomó en
sus brazos la luz verdadera y la comunicó a los que yacían en tinieblas, así
también nosotros, iluminados por él y llevando en nuestras manos una luz
visible para todos, apresurémonos a salir al encuentro de aquel que es la luz
verdadera.
Sí, ciertamente, porque la luz ha venido al mundo, para librarlo de las
tinieblas en que estaba envuelto y llenarlo de resplandor, y nos ha visitado el
sol que nace de lo alto, llenando de su luz a los que vivían en tinieblas: esto
es lo que nosotros queremos significar. Por esto avanzamos en procesión con
cirios en las manos, por esto acudimos llevando luces, queriendo representar la
luz que ha brillado para nosotros, así como el futuro resplandor que, procedente
de ella, ha de inundarnos. Por tanto, corramos todos a una, salgamos al
encuentro de Dios.
Ha llegado ya aquella luz verdadera que viniendo a este mundo ilumina a todo
hombre. Dejemos, hermanos, que esta luz nos penetre y nos transforme.
Ninguno de nosotros ponga obstáculos a esta luz y se resigne a permanecer en la
noche; al contrario, avancemos todos llenos de resplandor; todos juntos salgamos
a su encuentro llenos de su luz y, con el anciano Simeón, acojamos aquella luz
clara y eterna; imitemos la alegría de Simeón y, como él, cantemos un himno de
acción de gracias al Engendrador y Padre de la luz, que ha arrojado de
nosotros las tinieblas y nos ha hecho partícipes de la luz verdadera.
También nosotros, representados por Simeón, hemos visto la salvación de Dios,
que él ha presentado ante todos los pueblos y que ha manifestado para gloria de
nosotros, los que formamos el nuevo Israel; y, así como Simeón, al ver a
Cristo, quedó libre de las ataduras de la vida presente, así también nosotros
hemos sido liberados del antiguo y tenebroso pecado.
También nosotros, acogiendo en los brazos de nuestra fe a Cristo, que viene
desde Belén hasta nosotros, nos hemos convertido de gentiles en pueblo de Dios
(Cristo es, en efecto, la salvación de Dios Padre) y hemos visto con nuestros
ojos al Dios hecho hombre; y de este modo, habiendo visto la presencia de Dios
y habiéndola aceptado, por decirlo así, en los brazos de nuestra mente, somos
llamados el nuevo Israel. Esto es lo que vamos celebrando, año tras año, porque
no queremos olvidarlo.
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