Del Breviloquio de san Buenaventura, obispo
El origen de la sagrada Escritura no hay que buscarlo en la investigación humana,
sino en la revelación divina, que procede del Creador de los astros, de quien
procede toda familia en los cielos y en la tierra, de quien por su Hijo Jesucristo
se derrama sobre nosotros el Espíritu Santo, y por el Espíritu Santo, que reparte
y distribuye a cada uno sus dones como quiere, se nos da la fe, y por la fe habita
Cristo en nuestros corazones. En esto consiste el conocimiento de Jesucristo,
conocimiento que es la fuente de la que dimana la firmeza y la comprensión de toda
la sagrada Escritura. Por esto es imposible penetrar en el conocimiento de las
Escrituras, si no se tiene previamente infundida en sí la fe en Cristo, la cual es
como la luz, la puerta y el fundamento de toda la Escritura. En efecto, mientras
vivimos en el destierro lejos del Señor, la fe es el fundamento estable, la luz
directora y la puerta de entrada de toda iluminación sobrenatural; ella ha de ser
la medida de la sabiduría que se nos da de lo alto, para que nadie quiera saber
más
de lo que es justo, sino que abriguemos sentimientos de justa moderación, cada uno
en la medida de la fe que Dios le ha dado.
La finalidad o fruto de la sagrada Escritura no es cosa de poca importancia, pues
tiene como objeto la plenitud de la felicidad eterna. Porque la Escritura contiene
palabras de vida eterna, puesto que se ha escrito no sólo para que creamos, sino
también para que alcancemos la vida eterna, aquella vida en la cual veremos,
amaremos y serán saciados todos nuestros deseos; y, una vez éstos saciados,
entonces conoceremos verdaderamente el amor de Cristo, que excede todo conocimiento,
y así quedaremos colmados hasta poseer toda la plenitud de Dios. En esta plenitud,
de que nos habla el apóstol, la sagrada Escritura se esfuerza por introducirnos.
Ésta es la finalidad, ésta es la intención que ha de guiarnos al estudiar,
enseñar y escuchar la sagrada Escritura.
Y, para llegar directamente a este resultado, a través del recto camino de las
Escrituras, hay que empezar por el principio, es decir, debemos acercarnos, sin
otro bagaje que la fe, al Creador de los astros, doblando las rodillas de
nuestro corazón, para que él, por su Hijo, en el Espíritu Santo, nos dé el
verdadero conocimiento de Jesucristo y, con el conocimiento, el amor, para que
así, conociéndolo y amándolo, fundamentados en la fe y arraigados en la caridad,
podamos conocer la anchura y la longitud, la altura y la profundidad de la
sagrada Escritura y, por este conocimiento, llegar al conocimiento pleno y al
amor extático de la santísima Trinidad; a ello tienden los anhelos de los
santos, en ello consiste la plenitud y la perfección de todo lo bueno y
verdadero.
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