De los Comentarios de san Ambrosio, obispo, sobre los salmos.
En todo momento tu corazón y tu boca deben meditar la sabiduría, y tu lengua proclamar
la justicia, siempre debes llevar en el corazón la ley de tu Dios. Por esto te
dice la Escritura: Hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado
y levantado. Hablemos, pues, del Señor Jesús, porque él es la sabiduría, él es
la palabra, y Palabra de Dios.
Porque también está escrito: Abre tu boca a la palabra de Dios. Por él anhela
quien repite sus palabras y las medita en su interior. Hablemos siempre de él.
Si hablamos de sabiduría, él es la sabiduría; si de virtud, él es la virtud; si
de justicia, él es la justicia; si de paz, él es la paz; si de la verdad, de la
vida, de la redención, él es todo esto.
Está escrito: Abre tu boca a la palabra de Dios. Tú ábrela, que él habla.
En este sentido dijo el salmista: Voy a escuchar lo que dice el Señor, y el
mismo Hijo de Dios dice: Abre tu boca y yo la saciaré. Pero no todos pueden
percibir la sabiduría en toda su perfección, como Salomón o Daniel; a todos sin embargo
se les infunde, según su capacidad, el espíritu de sabiduría, con tal de que tengan fe.
Si crees, posees el espíritu de sabiduría.
Por esto, medita y habla siempre las cosas de Dios, estando en casa. Por la
palabra casa podemos entender la iglesia o, también, nuestro interior, de modo
que hablemos en nuestro interior con nosotros mismos. Habla con prudencia, para
evitar el pecado, no sea que caigas por tu mucho hablar. Habla en tu interior
contigo mismo como quien juzga. Habla cuando vayas de camino, para que nunca
dejes de hacerlo. Hablas por el camino si hablas en Cristo, porque Cristo es el
camino. Por el camino, háblate a ti mismo, habla a Cristo. Atiende cómo tienes
que hablarle: Quiero -dice- que los hombres oren en todo lugar levantando al
cielo las manos purificadas, limpias de ira y de altercados. Habla, oh hombre,
cuando te acuestes, no sea que te sorprenda el sueño de la muerte. Atiende cómo
debes hablar al acostarte: No daré sueño a mis ojos, ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor, una morada para el Fuerte de Jacob.
Cuando te levantes, habla también de él, y cumplirás así lo que se te manda. Fíjate
cómo te despierta Cristo. Tu alma dice: Oigo a mi amado que me llama, y Cristo
responde: Ábreme, amada mía. Ahora ve cómo despiertas tú a Cristo. El alma dice:
¡Muchachas de Jerusalén, os conjuro a que no vayáis a molestar, a que no despertéis
al amor! El amor es Cristo.
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