De la Vida eslava de Constantino
Constantino Cirilo, sobrecargado de trabajo, cayó enfermo y,
cuando hacía ya muchos días que soportaba su enfermedad, tuvo en cierta ocasión
una visión divina y se puso a cantar estas palabras:
«Qué alegría para mi espíritu y qué gozo para mi corazón cuando me
dijeron: «Entraremos en la casa del Señor.» Después. permaneció así
todo el día, lleno de alegría y diciendo:
«Desde ahora soy siervo, no ya del emperador ni de otro hombre alguno,
sino tan sólo del Dios todopoderoso. Antes no existía, pero ahora existo y existiré
para siempre. Amén.»
Al día siguiente vistió el santo hábito monástico y, como
quien añade más luz a la luz, tomó el nombre de Cirilo. Con este hábito
permaneció durante cincuenta días.
Al acercarse ya la hora de recibir el descanso y de
trasladarse a las moradas eternas, elevando sus manos hacia Dios, rogaba con
lágrimas en sus ojos, pronunciando estas palabras:
«Señor, Dios mío, tú que creaste las diversas categorías de
ángeles y todas las fuerzas incorpóreas, que extendiste el cielo, diste solidez
a la tierra y sacaste de la nada todo lo que existe, tú que escuchas siempre a
los que cumplen tu voluntad, te respetan y observan tus preceptos, escucha mi
oración y guarda a la grey de tus fieles, al frente de la cual me pusiste a mí,
tu siervo inepto e indigno.
Líbralos de la malicia de los impíos y paganos que blasfeman
de ti, haz crecer en número a tu Iglesia y mantenla siempre en la unidad. Haz
que tu pueblo se distinga por su concordia en la fe verdadera y por la recta
profesión de la misma, e inspira en sus corazones la palabra de tu doctrina:
porque es don tuyo el que nos hayas aceptado como predicadores del Evangelio. de
tu Ungido, incitándonos a que practicáramos las buenas obras que te son
agradables. Te devuelvo los que me confiaste, porque son tuyos; gobiérnalos con
tu diestra poderosa y cúbrelos con la sombra de tus alas, para que todos alaben
y glorifiquen tu nombre, el del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.»
Besó a todos con el ósculo santo y dijo:
«Bendito el Señor, que no nos entregó como presa a los
dientes de nuestros adversarios invisibles, sino que rompió su red y nos libró
del mal que tramaban contra nosotros.»
Y así se durmió en el Señor, a la edad de cuarenta y dos años.
El papa mandó que todos los griegos que se encontraban en Roma,
así como los romanos, se reuniesen, con cirios en las manos, para cantar en sus
exequias, que quiso que se celebraran como si se tratase del mismo papa; y así
se hizo.
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