"Esto dice el Señor:
«Encontró mi favor en el desierto el pueblo que escapó de la espada. Israel camina a su descanso.
El Señor se le apareció de lejos.
Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia para contigo".
Dios por medio de Jeremías quiere darle esperanzas a un Pueblo que está cansando, agotado, agobiado. Palabras de consuelo que fortalecen el caminar, que ayudan a seguir andando hacia la meta esperada y prometida. Por eso el Señor vuelve a recordarle al Pueblo su amor, su misericordia, porque a pesar del sufrimiento por el que ha tenido que pasar, por sus infidelidades, aún el amor sigue presente en el Corazón de Dios, y ese Amor es el que le prodiga constantemente, aunque, por amor, también, debe hacerle pagar el precio de sus infidelidades, por amor le recuerda sus defectos y quiere que llegue a la perfección.
"Porque esto dice el Señor:
«Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por la flor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: ¡El Señor ha salvado a su pueblo, ha salvado al resto de Israel!»
Esos gritos de júbilo y alegría se producen cuando reconocemos su presencia en medio nuestro, cuando vemos, a pesar de la oscuridad del camino, la Mano amorosa y fuerte del Señor que sigue sosteniéndonos en todo momento, y nos conduce "por verdes praderas y repara nuestras fuerzas".
Es esa Mano la que buscaba la mujer del evangelio:
"Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
«Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo».
Una Mano que no era para ella, sino para su hija; ella no pretendía nada para sí misma sino que buscaba el consuelo para su niña, buscaba la misericordia de Dios aunque ella no era del Pueblo del Israel. Y, como siempre, nos parece una respuesta dura la de Jesús, una respuesta falta de compasión:
"Él les contestó:
«Sólo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel».
Sólo cuando nos vemos con el agua al cuello podemos llegar a cruzar los límites de nuestra incredulidad o de nuestas diferencias e ir a buscar lo que necesitamos a quin nos lo puede dar. En esos momentos rechazamos nuestro orgullo y vanidad y somos capaces de aceptar cualquier cosa para conseguir lo deseado.
Jesús no quería humillar a la mujer, sólo quería que naciera en ella el Don de la Fe verdadera, una fe que no todos tenían porque no todos comprendían la verdadera misión de Jesús.
"Él le contestó:
«No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
Pero ella repuso:
«Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».
Jesús le respondió:
«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».
Son esos momentos en los que creemos que estamos al límite de nuestras fuerzas en donde el Señor nos hace más fuertes, porque en la humildad y pequeñez del necesitado es cuando el Señor más nos brinda, pues sabe que sólo el corazón pobre es quien mejor responde a su llamado.
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