“¿No
es éste el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice
ahora que ha bajado del cielo?”.
En
el mundo que vivimos, y en la época en que estamos, gracias a tantos programas
rosas y de cotilleos, creemos que todos podemos saber todo y que todos podemos
juzgar a todos, nos metemos dentro de sus vidas íntimas y nos damos el lujo de
anunciar lo que van a hacer, lo que van a decir, y juzgamos lo que han hecho y
cómo lo hacen. No somos diferentes a los hombres que escuchando a Jesús lo
juzgaban y por que sabían cuál era su familia, entonces creían saberlo todo
sobre él. Y se equivocaron.
En
esta época en que vivimos, donde la información está al alcance de un click
(para quien sepa navegar por internet o tener el mando de su televisor), y
donde se nos ha hecho creer que todo lo que vemos y pensamos es cierto, nos
hemos vuelto un poco tontos por creer que somos dueños de la verdad. Pero, en
realidad, somos dueños de una parte de la verdad, pues no podemos, muchas
veces, ver más allá de nuestros ojos y, en muchos casos, sólo hemos escuchado
una versión de alguien que dijo que le dijeron.
Por
eso Jesús le decía a su gente: “No critiquéis”, pues la crítica es la moneda de
cambio el tema central de todas nuestras conversaciones en cualquier lugar,
pues no hace falta un lugar especial para ponernos a criticar. Y no nos damos
cuenta de que en esas críticas faltamos a la verdad, y no porque queramos
mentir, sino porque no nos hemos puesto a pensar si lo que estoy diciendo, o lo
que me dijeron, es verdad. Me vuelvo, simplemente, un mensajero de dichos de
otros y voy sembrando, consciente o inconscientemente, cizaña en lugar de
verdad.
¿Puedo
juzgar o criticar según lo que ven mis ojos? Poder, podemos, pero ¿no
deberíamos primero ponernos a pensar o reflexionar más allá de lo que
primeramente me surja? Miremos la escena que nos presenta el evangelio, pues si
miramos a los que juzgaron a Jesús vamos a descubrir que en ellos Jesús no era
nadie, y así no pudieron recibir de Él la Gracia que Él quería darles. Porque
cuando juzgamos de ese modo ya no nos interesa lo que le otro nos dice o nos
quiere decir, hemos cerrado con un juicio falso nuestro corazón al mensaje que
el otro me quería transmitir.
Por
otro lado, a pesar de lo que decían sobre Él, Él seguía instruyendo, sigue
ayudando a que comprendamos aquello que no podemos ver, pero que, cuando lo
descubrimos se vuelve esencial en nuestras vidas: el Don de la Fe, y el Pan de
la Vida.
“Nadie
puede venir a mi si no lo atrae el Padre”, es el Padre quien otorga el don de
la Fe a quién tiene el corazón dispuesto a creer: “a quien tiene se le dará más
todavía”, es por eso que necesitamos abrir nos a la Verdad Revelado, no
necesitamos entender sino aceptar que los misterios de la Fe no son
comprensibles a la razón humana, sino que son aceptados en aquél que tiene
necesidad de creer, porque, como dice el refrán: “no hay peor sordo que el que
no quiere oír”, y así cuando alguien no quiere creer siempre va a encontrar
excusas para renegar de la fe.
“Todo
el que escucha al Padre y aprende, viene a mí”, dice el Señor. Y es así, cuando
nos encontramos en necesidad, como lo estaban los paganos, los pecadores, los
pobres de corazón, ellos podían escuchar en Jesús la Voz del Padre y por eso lo
seguían, no sólo por el pan y los milagros, sino porque “nunca habían escuchado
a alguien que hablara como él, como quien tiene autoridad”. Pues la Palabra de
Jesús es la Voz del Padre, y cuando llega a nuestro corazón se transforma en lo
que necesitamos: consuelo, paz, fortaleza, luz, esperanza, alegría, templanza…
y sobre todo nos enciende en el deseo de seguirle, de estar junto a Él, de que
nos de siempre de esa Agua Viva y de ese Pan de Vida que es Él mismo en la
Eucaristía, en Su Palabra.
Por
que cuando nuestro corazón se abre al Gran Misterio del Amor de Dios no puede
ya descansar sino en Él, buscamos en muchos lados y no encontramos, pero cuando
lo encontramos no queremos más separarnos de su lado, porque sólo el Pan vivo
que ha bajado del Cielo colma nuestra alma y nos enciende y fortalece, como a
Elías, para que todos los días nos levantemos y sigamos recorriendo el Camino
de la Vida, de la Santidad, pues sabemos
que sólo en ese Camino encontramos la Vida que anhelamos, y sin saberlo la Luz
de la Verdadera Vida se nos hace presente a nuestros ojos, y seguimos, aunque
no siempre tengamos todo claro, seguimos marchando, pues nuestros ojos están
fijos en las Manos de nuestro Amado, por que sólo Él es quien nos da la Vida
Eterna.