viernes, 15 de enero de 2016

Volver a elegirlo como Rey de mi vida

"El Señor dijo a Samuel:
-«Escucha la voz del pueblo en todo cuanto te digan. No es a ti a quien rechazan, sino a mí, para que no reine sobre ellos.»
Siempre encontramos una excusa lógica para que el Señor no reine en nuestras vidas, y más en los tiempos de tinieblas en los que (como dice un refrán) "todos los gatos son pardos", nos da lo mismo quién reine, porque de todos modos hacemos lo que queremos.
Por eso Dios le dijo al pueblo, por medio de Samuel, cuáles iban a ser las consecuencias de tal elección, pero ya el pueblo estaba decidido a no querer tener a Dios por Rey, sino que querían uno de su misma gente. El corazón del pueblo se había cerrado, y no lograron comprender lo que Dios le quería decir, pues no hay nadie como Él para conocer las necesidades de sus hijos, no hay nadie como el padre para saber qué necesitan los hijos. Pero muchas veces los hijos no queremos escuchar el parecer de los padres, pues ya nos creemos demasiados capaces para decidir por nosotros mismos, y los creemos a nuestros padres demasiado mayores para hacerles caso.
Y así, por no saber escuchar la voz de la  Sabiduría vamos muchas veces a los tumbos por la vida, descubriendo que nos hemos equivocado pero no lo queremos reconocer, pues pareciera que reconocer los errores es perder fortaleza, dignidad, cuando, en realidad, es todo lo contrario. Cuando aprendo a reconocer los errores y a pedir perdón, es cuando más me fortalezco porque significa que voy madurando, que voy aceptando que no siempre tengo la razón y, sobre todo, que hay alguien que por la experiencia de vida tiene más sabiduría que yo.
Así vemos lo lindo que es el evangelio de hoy. Porque es bueno reconocer que necesitamos que alguien nos ayude para alcanzar los objetivos que soñamos, que necesitamos dejarnos conducir hacia nuestros ideales, porque, más de una y dos veces, no podemos llegar por nuestros propios medios. Y más cuando nos sentimos sin fuerzas o dolidos por tantos contratiempos de la vida. No es que Dios no quiera darnos una mano, sino que necesitamos reconocer que nos tienen que ayudar a llegar a Él, que, aunque no creamos, hay quienes nos ayudan a creer y a alcanzar los milagros que me ayudan a caminar, a levantarme de mi postración y descubrir el gozo de la Mano del Señor sobre mi vida.
Son los más cercanos, quienes abrazando mi vida la elevan y la acercan a la Gracia para que me sane, para que me fortalezca y me ayude a ponerme en pie, y, sobre todo, que me ayuden a reconocer la grandeza de Aquél que me ha dado todo y que quiere seguir siendo el Rey de mi vida, pues Él es el Señor que vino a mí para darme Vida y Vida en abundancia.

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