Cuando Jesús comienza su predicación evangélica, dice el Evangelio, comienza con esta exhortación:
"Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos".
A veces nos parece muy cansador hablar siempre de lo mismo: la conversión, porque es un tema que no nos gusta demasiado, pues parece que siempre estemos viviendo mal y en pecado. Por un lado es verdad que es cansador escuchar siempre lo mismo, pero también es cierto que nuestra vida, día a día, va retomando caminos ya vividos y, cometiendo los mismos errores una y otra vez.
Pero, por otro lado, en la vida misma, hacemos cosas una y otra vez por las mismas causas: la rutina diaria es algo que nos resulta cansador y, más de una vez, agobiante. Y ¿qué vamos a hacer: cambiar la rutina? No, no tenemos por qué cambiar una rutina, salvo que la rutina sea mala y nos lleve al pecado o al error, pero si la rutina es buena ¿por qué cambiarla? Hay que ponerle vida a la rutina.
Por esta razón San Juan en su carta nos recomienda algo:
"Queridos míos: no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo".
¿Como saber si un espíritu viene de Dios? San Pablo nos lo muestra: "El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí".
Y mirad, sólo ese hecho de mirar si lo que estoy haciendo procede del Espíritu Santo, sólo ese hecho ya es un comienzo de conversión constante. Lo cual no quiere decir que esté pecando o haciendo mal las cosas, sino que vivo sabiendo que puedo equivocarme o no vivir en el Espíritu.
Sí, nuestra vida es un camino de santidad, y por eso mismo es un camino de conversión constante porque "estamos en el mundo, pero no somos del mundo", y el mundo nos presenta, siempre, su propio espíritu para vivir, y como el espíritu del mundo es producido por el padre de la mentira, el perfecto seductor, sus cosas nos seducen, nos invaden, nos tientan constantemente, pero sus frutos no son los mismos que los del Espíritu Santo.
Así, no es que debemos hacer cada día una rutina de vida diferente para no agobiarnos, sino que a la rutina que Dios nos pide vivir la vivimos desde su Espíritu y así es Él mismo quien le da Vida a lo que diariamente hacemos.
Ese camino constante de conversión es un camino que constantemente da buenos frutos, para mí y para aquellos que lo necesiten, pues todo lo que le ofrezco al Padre como entrega diaria Él nos lo devuelve en Gracia sobre Gracia.
Sí, es cansador hablar siempre de conversión, pero es gratificante saber que en este camino, día a día, no sólo crezco en gracia y santidad, sino que también puedo ofrecer lo que diariamente hago para la conversión de otros y para la salvación de muchos, pues todo puesto en las Manos de Dios se transforma en regalos de Gracias.
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