jueves, 14 de enero de 2016

Saber pedir perdón para saber perdonar

"En aquel tiempo, se acerca a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
-«Si quieres, puedes limpiarme.»
Compadecido, extendió la mano y lo tocó, diciendo:
-«Quiero: queda limpio.»
Siguiendo un hilo conductor en las lecturas de este comienzo de año, la liturgia nos presenta un nuevo capítulo en nuestra vida espiritual: reconocer nuestra necesidad de purificarnos.
Así como sabemos cuándo nuestra ropa o nuestra casa está sucia y necesita de una buena limpieza, también sabemos cuándo nuestra alma necesita de la Gracia para re-encontrarse con el Señor, en plena Luz.
Exigimos muchas veces muchas cosas de parte de Dios, de parte del Señor. Exigimos muchos milagros y signos para poder ver o realizar algo que nos gusta o que queremos. Pero no siempre pedimos al Señor la Gracia de poder no sólo limpiarnos, sino de poder discernir lo bueno de lo malo, el pecado de la gracia, el defecto de la virtud.
Hoy no siempre descubrimos cuándo hemos dejado de vivir en la Gracia de Dios, pues al estar inmersos en las tinieblas del mundo, no nos damos cuenta de que no estamos viviendo en la Voluntad de Dios, sino en la obediencia a las leyes del  mundo que no son de Dios.
Por eso, cuando la Luz del Señor llega a nosotros, y cuanto más nos acercamos a Su Amor, más vamos descubriendo nuestra debilidad y nuestro error. Por eso Él nos vuelve a recordar su misericordia frente a nuestra debilidad, su fortaleza frente a nuestras tentaciones, su Gracia frente a nuestro pecado.
No ha de ser para nosotros un motivo de escándalo o alejamiento de Dios es reconocernos débiles y pecadores, sino todo lo contrario, como el leproso del Evangelio es una oportunidad más para poder llegar hasta el Señor a suplicar su ayuda para perdonarnos y poder pedir perdón.
Perdonarnos porque debemos reconocernos débiles, reconocernos con nuestros errores y amarnos, así como nos Ama el Señor, pues, como dice San Pablo, en mis debilidades se manifiesta su grandeza. Y gracias a nuestras debilidades recurrimos a su Poder y Gracia.
Y gracias al perdón podemos encontrar la fuerza para poder pedir perdón a quienes hemos dañado con nuestras palabras, con nuestras obras o con nuestras omisiones. Y así volver a la Unión Mística con el Amor, Amor a nuestro Dios y Señor, amor a nuestros hermanos.
Y no tener vergüenza de reconocernos así, porque así podemos experimentar siempre el amor del perdón y podremos, también, nosotros perdonar de corazón a quienes nos ofenden, pues en la medida en que perdonamos a nuestros hermanos el Señor nos perdona a nosotros, y en la medida en que amamos a nuestros hermanos así el Señor nos Ama a nosotros.
Por eso el camino de nuestra santidad es un camino en el que siempre habrá o necesitaremos un tiempo de reflexión, de reconocimiento de nuestras debilidades y fortalezas, y un tiempo de perdón y reconciliación, con el Señor y con nuestros hermanos.

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