Cuando comenzó la predicación y la conversión de los gentiles (gente que no era del pueblo judío) comenzó, también, la discusión entre los apóstoles acerca de si había que circuncidar a los gentiles para que primero sean judíos y después puedan ser cristianos. Todo ese relato lleva al primer concilio en Jerusalén para poder ver a la luz del Espíritu qué es lo que quería Dios. En todos esos discursos me gusta este párrafo de San Pedro:
"¿Por qué, pues ahora intentáis tentar a Dios, queriendo poner sobre el cuello de esos discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar? No; creemos que lo mismo ellos que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús".
¿Por qué me gusta o por qué me ha llamado más la atención?
Porque aún quedan esos restos de autoritarismo dentro de la iglesia, (y, creo, también, dentro de la sociedad) querer que a otros les cueste la vida ingresar en la iglesia o formar parte de un grupo o de una comunidad. Ponemos, muchas veces, demasiadas exigencias para que alguien pueda compartir con nosotros la vida de Dios que, finalmente, terminan dejando aquello que habían encontrado.
O, por otro lado, no aceptamos los cambios o modificaciones que Dios inspira a los nuevos integrantes de un grupo o comunidad, porque siempre seguimos instalados en lo que nos conviene o en lo que hemos "hecho toda la vida", y, por eso, también, hacemos el vacío o le hacemos notar a "los nuevos" que sus ideas no sirven o no se pueden realizar.
No somos o no estamos abiertos, demasiadas veces, a lo que el Espíritu pueda suscitar entre la gente a la que Él llama para renovar nuestras comunidades, y así seguimos con métodos y formas que se van haciendo viejas y rancias.
Por eso, como lo hicieron los apóstoles, aunque al principio no estaban de acuerdo, pero abrieron sus corazones al Espíritu Santo y pudieron comprender cuál era el camino y cuál era la disposición de cada uno para poder ver que Dios no sólo llamaba a unos sino que llamaba a todos a formar parte de Su Reino. Pues el que llama no somos los hombres, sino que el que llama es Dios, pues es Él Quien tiene el poder y la gracia para convertir los corazones y darnos la Vida. Y ese es un pequeño detalle que nos olvidamos y, por eso, creemos que somos nosotros quienes llamamos y damos vida, y no, no somos dioses, sólo somos instrumentos que se tienen que dejar llevar por el Espíritu.
jueves, 2 de mayo de 2024
Solo somos instrumentos
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