domingo, 12 de mayo de 2024

Nos envía

Ellos se fueron a predicar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Antes de ascender, Jesús al Cielo, les dejó un mandato a los apóstoles y a los discípulos: “id al mundo entero y anunciad el evangelio”. Un mandato que los apóstoles, y todos los que les sucedieron, han ido cumpliendo a lo largo de los siglos.
Pero, claro, no es un mandato sólo para los apóstoles, sino también para todos los discípulos, es decir, para todos los que somos cristianos y hemos recibido el Espíritu Santo en nuestro bautismo. Porque a todos se nos ha ungido con el mismo Espíritu y se nos ha dado la misma misión: ser apóstoles de Jesús en medio del mundo en el que vivimos.
Sí, cada uno de nosotros, desde que tomamos consciencia de nuestro ser cristiano tenemos una misión que no es dispensable: transmitir el Evangelio recibido. Lo cual no quiere decir que todos tenemos que ser expertos en el Evangelio, la biblia, los tratados teológicos y etc. Sino que tenemos que crecer y madurar en la fe de tal manera que nuestra vida hable de lo que creemos, hable de la alegría de haber sido redimidos por Cristo y de pertenecer al Reino de Dios, un reino de amor, de justicia, de paz, de fraternidad. Un reino donde brilla la alegría de haber recibido el Don del Espíritu que nos hace hijo de Dios, ¡y lo somos en realidad!
Un Don del Espíritu que nos santifica desde el día de nuestro bautismo y que tenemos que ir renovando, cada día, mediante la oración, la reflexión de la Palabra y la vida sacramental, para que nuestra vida se vaya identificando cada vez más con Cristo, para que, así como llamamos a los discípulos en Antioquía, también nos llamen a nosotros: cristianos, no porque hablamos de Cristo, sino porque vivimos como Cristo.
Por eso no nos tenemos que preocupar por lo que vamos a decir o cómo vamos a argumentar la fe que tenemos o la vida cristiana que llevamos, sino que tenemos que ocuparnos en seguir siendo fieles a la Voluntad de Dios, profundizar en la oración y en Su Palabra, para que todo lo que recibamos de Él se haga vida en nosotros.
Por la misma razón, los ángeles le dijeron a los discípulos que no sigan mirando al Cielo, sino que vuelvan a sus lugares, a sus casa y a sus trabajos, porque, ahí en sus lugares, con sus vidas anunciarían la alegría del Evangelio, la alegría de la Salvación.

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