"Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros,
y vuestra alegría llegue a plenitud.
Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado".
“Que mi alegría esté en vosotros”, nos dice Jesús. ¿Cuál es la alegría de Jesús? ¿Dónde nace esa alegría? Porque, si nos ponemos a pensar, su vida no terminó de la mejor manera, sino que tuvo que sufrir mucho para alcanzar la plenitud, para llegar a la resurrección. Sin embargo, nos dice que quiere que su alegría esté en nosotros. Claro que, cuando pensamos en la alegría, pensamos en que no nos pase nada, que todo nos vaya bien, que siempre tengamos motivos para reírnos y disfrutar de la vida. Pero ese no es el concepto de la alegría que tiene Jesús.
La alegría de Jesús nace del deseo de vivir en la Voluntad de Su Padre, pues en ese camino se encuentre la paz del alma, la paz del ser y la plenitud del ser que el Padre nos ha dado. Y ahí radica la verdadera alegría: en la plenitud de vivir como el Padre nos ha soñado. Por eso, Jesús, nos fue enseñando con su vida cómo alcanzar esa alegría, cómo alcanzar la Vida misma, y no la vida pequeña que nos enseña el mundo.
Cada paso que Él dio buscando y viviendo la voluntad de Dios, son los pasos que nos enseñan a vivir en Dios, y así, a pesar de las lágrimas del Huerto y del dolor de la Cruz, alcanzaremos la plenitud de la verdadera alegría, pues nuestra vida, configurada con Cristo, será plena, será llena de Gracia y el Espíritu nos irá transformando para alcanzar lo que nuestro ser desea, y no sólo lo que queremos.
Y ahí radica la diferencia. Muchas veces queremos muchas cosas, y cosas que nunca llegamos a conquistar, sueños que no se hacen realidad y son los que nos llenan de tristeza y, a veces, de desesperanza por no poder conquistar esos sueños que tenemos. Pero si nos dejamos conducir por el Espíritu, pues el Espíritu sabe mejor que nosotros los que nos hace falta y lo que necesitamos para alcanzar la plenitud de nuestra vida, descubriremos que es eso lo que más alegría nos da, pues los sueños e ideales que el Padre ha sembrado en nuestro corazón, sólo se hacen realidad si nos dejamos conducir por Él.
Así como Jesús se dejó conducir por el Espíritu y el Amor al Padre, obedeciendo hasta la muerte en Cruz, así nuestra vida, caminando con y como Él, alcanzaremos la plenitud de la alegría, pues será la plenitud de la vida divina que el Padre sembró en nuestro corazón el día de nuestro bautismo.
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