Quisiera pensar un poco más en estas frases de san Pablo:
"Yo he muerto a la ley por medio de la ley, con el fin de vivir para Dios".
"He muerto a la ley", no quiere decir que no sea fiel a los mandamientos de Dios, sino que ya no vive sólo para "cumplir" con los mandamientos, sino que ahora "vive" para Dios. Porque, muchas veces, sólo nos quedamos con el cumplir con la letra de ley, y eso no lo que Dios ha querido con los mandamientos, sino que ellos son el mínimo a cumplir, y, lo que, nosotros, los cristianos, estamos llamados es a vivir en el espíritu de la Ley. Por eso Jesús, cuando le dijeron que quería abolir la Ley y los Porfetas, Él respondió: "no he venido a abolir, sino a dar plenitud", y nos fue desgranando los mandamientos dándole a cada uno una vuelta más de "tuerca", haciéndonos ver cuál es el espíritu de la Ley, que, en definitiva el los llevó a la plenitud del Amor: "un mandamiento nuevo os doy: 'amáos unos a otros como Yo os he amado'.
Por esa razón, Pablo ya no vive de acuerdo a la Ley, sino que vive de acuerdo al Espíritu, y así, comenzó un nuevo camino junto a Cristo, haciendo de su vida una vida en Cristo:
"Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí".
Aceptó el desafío que Cristo nos planteó antes de llamarnos a ser sus discípulos: "quien quiera venir en pos de mí niéguese a sí mismo, cargue su cruz de cada día y sígame". Un camino que, para muchos es despersonalizante, y para otros es imposible, para Pablo fue el Camino mejor encontrado, y lo siguió hasta llegar a la meta. Claro que, ese Camino, lo tuvo que "luchar" cada día, porque tenía muy en claro sus propias debilidades, pero sabía así que desde esas debilidades se manifestaría el poder de Dios, que era lo que Él tenía que llevar a todos los hombres: el poder y el Amor de Dios. Y así, crucificó su carne en favor del espíritu, para que no sea su carne la que dominara en su vida, sino que el Espíritu fuese su guía y fortaleza.
"Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí".
La fidelidad en el amor, es lo que movió a Pablo a aceptar, cada día, los sufrimientos que le ocasionaba ser apóstol de Jesús. Y no sólo los sufrimientos que le provocaban aquellos que lo querían hacer callar, sino los propios sufrimientos para combatir su propio pecado. Pero no aceptaba los sufrimientos con dolor sino con el gozo de saber que todos ellos tenían un fin salvador: "Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne, lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia".
No es sufrir por sufrir, sino que es vivir en Cristo y vivir con Cristo lo que nos hace cristianos, por eso, al unir nuestra vida a Cristo, como el sarmiento a la Vid, nuestra vida cobra un nuevo sentido y un nuevo valor.
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