"En aquellos días, los apóstoles y los hermanos de Judea se enteraron de que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. Cuando Pedro subió a Jerusalén, los de la circuncisión le le dijeron en son de reproche:
«Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos».
Los celos y el apetito de poder han sido causa de dolor desde siempre, como lo vemos en este relato de los Hechos de los apóstoles: los judíos convertidos no querían que los gentiles para ser cristianos no tuvieran que ser primero judíos, querían sólo para ellos la Gracia de la conversión. Pero ese no era el Plan de Dios.
Y ¿por qué sucede esto? Porque nos creemos dueños de juzgar a todo el mundo, conociendo o no conociendo los hechos. Es una particularidad del hombre juzgar, discernir, pero cuando eso se hace sobre las personas y se hace sin caridad y misericordia, ya no es un juicio, sino que es un pre-juicio y caemos en el pecado de creernos mejores que los demás: vanidad y soberbia.
Por eso, Pedro se detuvo a explicarles cómo había sido todo el proceso, el por qué había entrada en casa de gentiles y por qué les había permitido ingresar en la comunidad de los cristianos. Pero ¿tendría Pedro que haberlo explicado? Por caridad Pedro lo explicó, pero cuando uno, como Pedro, se deja conducir por el Espíritu Santo sabe que no tiene por qué dar explicaciones a hombres que no quieren entender.
Por Gracia de Dios, esa comunidad comprendió el por qué. Pero, muchas veces, nos encontramos en nuestra familia, en nuestras comunidades, con gente que no quiere comprender y se queda sentada sobre sus propios juicios y se vuelve un escándalo para la comunidad, porque al negarse a aceptar la Voluntad de Dios, se transforma en instrumento de desunión, de división en la familia, en la comunidad.
"Pero la voz del cielo habló de nuevo: “Lo que Dios ha purificado, tú no lo consideres profano”. Esto sucedió hasta tres veces, y de un tirón lo subieron todo de nuevo al cielo.
En aquel preciso momento llegaron a la casa donde estábamos tres hombres enviados desde Cesarea en busca mía. Entonces el Espíritu me dijo que me fuera con ellos sin dudar".
Cuando estamos libres de nosotros mismo y de nuestros pre-juicios, y libres de nuestro apetito de poder, podemos llegar a ser grandes instrumentos en las manos de Dios, dejándonos llevar por el Espíritu por dónde el Padre quiera. Pero cuando el pecado se apodera de nosotros, nos volvemos tan tercos que terminamos no obedeciendo la Voluntad de Dios, para hacer lo que a nosotros nos interesa, y así no construimos el Reino de los Cielos en la tierra, porque somos nosotros quienes juzgamos a los que tienen que ser salvados, y no lo dejamos a Dios actuar para la salvación de los Hombres, incluso en la mía propia.
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