En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En verdad, en verdad os digo, vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría".
"Vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre". El mundo se alegra cuando piensa que ha podido matar a Aquél que le estorbaba para seguir mientiendo, para seguir viviendo de acuerdo a sus propios planes. El mundo, al que se refiere Jesús, es a los que se dejaron tentar por el Príncipe de este mundo y quisieron darle muerte en la Cruz pensando que, así, ya nunca oirían Su Nombre. Y, por esa misma razón, los apóstoles y los discípulos, como dice Jesús, lloraron y se lamentaron, porque veían morir sus esperanzas, veían morir a Aquél en quien habían puesto su esperanza, que era el sentido de sus vida.
Pero, sobre todo, se pusieron tristes, o la tristeza invadió sus corazones porque no recordaron las palabras de Jesús en las que ya les había anunciado no sólo su muerte, sino también su resurrección. Por que lo que daba esperanza a la Cruz es la Resurrección, lo que da sentido a la Cruz es la Resurrección. Así lo dice san Pablo: si Cristo no hubiese resucitado vana sería nuestra fe. Porque lo que Jesús vino a traer al mundo no es la muerte sino la Vida, y la Vida vino con su resurrección.
"Pero vuestra trsiteza se convertirá en alegría". El día que Jesús resucitado estuvo junto a ellos no podían hablar del asombro y la alegría, porque ese día volvió todo a la vida, no sólo Jesús resucitó, sino que también resucitó la esperanza, la alegría y la confianza en las Promesas del Padre, y de Jesús.
"También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada".
Esos días cuando lo vieron resucitado no tuvieron preguntas para hacrese ni para hacerles, porque su presencia llenaba todo de respuestas y de alegría.
Así nos pasa, también, a nosotros, en los días que estamos bien o no sucede nada, nunca le preguntamos nada a Dios, ni tan siquiera ¿cual es tu Voluntad para mi vida? (bueno, esa pregunta nunca se la hacemos, en realidad) Pero el día en que Dios nos pide llevar la Cruz, o suscede algo cerca de nuestra vida, ese día sí, levantamos nuestra voz al Cielo y le preguntamos ¿por qué a mí Señor? Pero... ¿no tendría que ser diferente, pregunarle todos los días al Señor cuál es Su Voluntad, y poder, con la Gracia del Espíritu, recordar siempre sus palabras y sus promesas, para que nuestra alegría siempre sea perfecta?
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