De las Catequesis de san Cirilo de Jerusalén, obispo.
Si hay aquí alguno que esté esclavizado por el pecado, que se
disponga por la fe a la regeneración que nos hace hijos adoptivos y
libres; y así, libertado de la pésima esclavitud del pecado y sometido a
la dichosa esclavitud del Señor, será digno de poseer la herencia
celestial. Despojaos, por la confesión de vuestros pecados, del hombre
viejo, viciado por las concupiscencias engañosas, y vestíos del hombre
nuevo que se va renovando según el conocimiento de su creador.
Adquirid, mediante vuestra fe, las arras del Espíritu Santo, para que
podáis ser recibidos en la mansión eterna. Acercaos a recibir el sello
sacramental, para que podáis ser reconocidos favorablemente por
aquel que es vuestro dueño. Agregaos al santo y racional rebaño de
Cristo, para que un día, separados a su derecha, poseáis en herencia la
vida
que os está preparada.
Porque los que conserven adherida la
aspereza del pecado, a manera de una piel velluda, serán colocados a la
izquierda, por no haberse querido beneficiar de la gracia de Dios, que
se obtiene por
Cristo a través del baño de regeneración. Me refiero no a una
regeneración corporal, sino al nuevo nacimiento del alma. Los cuerpos,
en efecto, son engendrados por nuestros padres terrenos, pero las almas
son
regeneradas por la fe, porque el Espíritu sopla donde quiere. Y
así entonces, si te has hecho digno de ello, podrás escuchar aquella
voz: Bien, siervo bueno y fiel, a saber, si tu conciencia es hallada
limpia y sin
falsedad.
Pues si alguno de los aquí presentes tiene la
pretensión de poner a prueba la gracia de Dios, se engaña a sí mismo e
ignora la realidad de las cosas. Procura, oh hombre, tener un alma
sincera y sin
engaño, porque Dios penetra el interior del hombre.
El
tiempo presente es tiempo de reconocer nuestros pecados. Reconoce el mal
que has hecho, de palabra o de obra, de día o de noche. Reconócelo
ahora que es el
tiempo propicio, y en el día de la salvación recibirás el tesoro
celeste.
Limpia tu recipiente, para que sea capaz de una gracia
más abundante, porque el perdón de los pecados se da a todos por igual,
pero el don del Espíritu Santo se concede a proporción de la fe de
cada uno. Si te esfuerzas poco, recibirás poco, si trabajas mucho,
mucha será tu recompensa. Corres en provecho propio; mira, pues, tu
conveniencia.
Si
tienes algo contra alguien, perdónalo. Vienes para alcanzar el
perdón de los pecados: es necesario que tú también perdones al que te ha
ofendido.
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