lunes, 10 de junio de 2024

Los pobres en el espíritu

"En aquel tiempo al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos".
Hoy que ya hemos terminado con las elecciones europeas, me da para pensar que el programa de Jesús no fue nunca un programa político ni tan siquiera se acercó a lo que se podría hacer desde la política, ni tan siquiera desde un programa humano como lo pensamos en estos tiempos.
Hoy en día no podríamos pensar que las Bienaventuranzas puedan ser atractivas a nivel humano, porque no nos hablan de lo que todos anhelamos sino de lo que todos debemos hacer. Por eso, no hay que mirar o leer las Bienaventuranzas desde el ideal humano, sino desde el ideal divino, sobrenatural y descubriremos el valor que tienen para todos.
Por eso, la primera de la bienaventuranzas es la que le da sentido a todas las demás, pues sin la primera no se entiende el resto: bienaventurados los pobres en el espíritu. La pobreza espiritual (que no es la misma que la material aunque se asemeja) es la que nos mantiene con los pies en el suelo, sabiendo que lo que buscamos no es la riqueza del espíritu que nos lleva a la soberbia y a la vanidad, sino que nos hace ser conscientes de nuestra necesidad del Padre. Se podría decir que la pobreza espiritual va muy unida a la infancia espiritual, al sentirnos niños frente a Dios, sabiendo que no lo sabemos todo, que no podemos todo, que no tenemos todo solucionado y que necesitamos del Padre para poder alcanzar lo que Él ha suscitado en nuestros corazones.
A partir del sentirnos pobres en el espíritu vamos a poder descubrir que Él nos lo da todo sin pedir, porque, como escribe san Pablo: "no sabemos pedir como conviene", pero, si dejamos al Espíritu que habita en nosotros, Él pedirá lo que realmente necesitamos y el Padre nos lo concederá.
Por otro lado, la pobreza espiritual nos hace sentirnos, siempre, cercanos a los demás, nos ayuda a madurar en la verdadera humildad de saber que no somos más que nadie ni estamos más arriba que nadie, sino que nos ayuda a ocupar nuestro lugar, no sólo en la familia, sino en la sociedad y en la comunidad. Y que cualquier cargo o responsabilidad que el Padre nos pida vivir la podremos hacer sin caer en la soberbia o el mal orgullo de querer oprimir al otro o ningunearlo por haber conseguido algo que otros no puedan lograr.
Por eso, y por mas cosas, el espíritu de pobres nos ayuda a reconocernos necesitados de los hermanos y de Dios, sobre todo, y a no caer en la autosuficiencia de que yo puedo con todo, sino que necesito de los demás, ya sea en el llanto, en el desconsuelo y hasta para ser fuerte cuando llegue la hora de defender mi fe.

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