"No hubo otro como Ajab que, instigado por su mujer Jezabel, se vendiera para hacer el mal a los ojos del Señor. Actuó del modo más abominable, yendo tras los ídolos, procediendo en todo como los amorreos a quienes el Señor había expulsado frente a los hijos de Israel".
La historia que nos cuenta el libro de los Reyes sobre Ajab y su mujer Jezabel parece algo muy duro, pero, si lo miramos a los ojos de lo que ocurre con el apetito de poder, y con el saberse más poderoso unos que otros, podemos llegar a ver que todavía sigue pasando lo mismo en nuestros días. Hay quienes se sienten tan poderosos que creen que pueden hacer cualquier cosa con tal de tener lo que anhelan, de conseguir lo que quieren sin tener consideración de nada ni de nadie, y, por eso mismo se creen mejores que los demás.
El pecado original ha dejado tan dañado el corazón del hombre que, cuando no se concentra en madurar una sana relación con Dios y una búsqueda constante de conversión, cae en situaciones de pecado que no se solucionan fácilmente.
Además, lo que más le cuesta al hombre moderno es la conversión y el pedir perdón por sus actos, aunque, muchas veces sabe que se ha equivocado y que debería pedir perdón, el orgullo es más fuerte que él y la vanidad le cierra el corazón hasta tal punto que pierde relaciones familiares, amistades y muchas otras cosas más, por no reconocer sus errores y pedir, humildemente, perdón.
Frente a esta realidad dolorosa del hombre el Señor nos pone un ideal muy alto, un ideal de vida que, para muchos, es difícil de vivir, pero no imposible si estamos llenos de Dios:
«Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
La perfección en el amor que es el camino de la santidad, es el ideal de vida que nos presenta Jesús, un Camino que Él recorrió primero y nos enseñó que, a pesar del dolor que produce, es el único Camino que nos lleva a la Vida Verdadera, y a la plenitud del alma, del ser, pues somos hijos del Padre Celestial y hemos de alcanzar, con su Gracia, la vida plena del amor, para que, como Jesús nos lo dijo en la Última Cena: seamos uno en el amor para que el mundo crea.
martes, 18 de junio de 2024
El camino de la conversión
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.