"En aquellos días, dijo Esteban al pueblo y a los ancianos y escribas:
«¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! vosotros siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres..."
Aquellas palabras de Esteban también resuenan en nuestros oídos, y no porque matamos a Jesús, sino porque, muchas veces, nos resistimos al Espíritu Santo.
¿Cómo? ¿Qué estás diciendo? Sí, muchas veces nos resistimos al Espíritu Santo. ¿Cuándo? Cuando no buscamos, o cuando no hacemos la Voluntad de Dios en nuestras vidas.
Los Sumos Sacerdotes del Pueblo de Israel se resistieron al Espíritu Santo, pero, sin querer permitieron que se cumpliera el Plan de Salvación de Dios para los Hombres, pues mataron al Unigénito. Pero esa no es la forma que me gustaría, a mí, que me recordaran en la historia de la salvación: por haber matada a Jesús.
Ya Dios no quiere muertes cruentas para entrar en la historia de la salvación, sino que quiere la muerte incruenta de nuestro YO. Muerte incruenta porque no hay derramiento de sangre, como lo hubo en la Cruz. Pero sí hay dolor, el dolor del YO que renuncia a sí mismo, y ese dolor es compensando con la Gracia para poder hacer frente al poder de este mundo y vivir en Dios.
Y, así como hay pecados de omisión y de acción, también podemos hablar de una resistencia por omisión y otra por acción, al Espíritu Santo. Resistencia por omisión es cuando sabiendo que tenemos que escucharlo para saber cuál es la Voluntad de Dios, no lo hacemos, no lo invocamos, no le dejamos espacio en el silencio de nuestro corazón, y, otras veces no sabemos (o no sabíamos, porque ahora te lo estoy diciendo) que debemos invocarlo para que su Luz nos ayude a descubrir y a discernir cuál es la Voluntad del Padre para mi vida, y una vez descubierta tener la fortaleza para aceptarla y vivirla.
Y, ahí es cuando viene la resistencia en acción, porque sabiendo qué es lo que el Padre quiere de mí, cómo debo actuar, a qué cosas debo renunciar, y qué camino debo seguir, no le pido al Espíritu Santo que me de la fortaleza y sus Dones para poder acetar y comenzar a recorrer el Camino, la Vocación a la que me llama el Padre. Entonces, libremente, me resisto a ese impulso interior que me está dando el Espíritu Santo y reniego de Él, y de la voluntad de Dios.
Pero así, estaré toda la vida luchando interiormente con el Espíritu Santo, hasta que un día llegue a renunciar a mi fe, simplemente porque no acepté la Luz del Espíritu que me indicaba el Camino a recorrer. Y a diferencia de San Pablo que decía: alcancé la meta, no perdí mi fe; nosotros diremos perdimos nuestra fe por no querer llegar a la meta.
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