"Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron:
«¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación».
Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo:
«Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera».
Último día de la Cuaresma y la liturgia nos hace pensar en como se fue gestando el plan para acabar con Jesús: desde el silencio, con la envidia y la mentira, se fueron confabulando para hacer realidad el Plan de Dios.
Sí, ellos sin saberlo, creyendo que pondrían fin a la locura de este nazareno, con su muerte, fueron instrumentos de Dios para alcanzar la Salvación a los hombres que la quisieran.
Y aquí es donde me surge aquél refrán: Dios escribe derecho con renglones torcidos, pues siempre Él saca el bien para aquellos que confían en su misericordia.
Sí, los hombres que viven llenos de rencor, de envidia y de egoísmo, no pueden dejar de ver a los demás como contrarios, como enemigos propios y por eso, llenos del mal de este mundo, planean cómo acabar con ellos, incluso, llamándose "muy cristianos" viven despellejando a aquellos que ellos creen en su contra.
Pero Dios siempre saca lo mejor de aquellos que son perseguidos injustamente, por eso, el Señor sabiendo lo que le esperaba, en el momento oportuno, llegada Su Hora, dejó que ellos obrasen según el Plan de Dios, y simplemente se entregó, no a los hombres, sino a la Voluntad de Dios.
"Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos".
No, no se escondía Jesús. Él no escapaba a la muerte, sino que aún no había llegado Su Hora, la Hora que el Padre había preparado, no sólo para su muerte, sino para su resurrección y la salvación de todos los Hombres.
Ahí Jesús nos muestra que siendo obedientes a la Voluntad del Padre, nada ocurre sin que Él lo quiera o lo permita. Y cuando todo parezca derrumbarse y destruirse, Dios vuelve a sacar la Vida desde la muerte, y nos hace levantar de nuestras caídas, dándonos su Espíritu para que siempre tengamos Vida verdadera. Así no es posible temer a lo que los hombres planean sobre nuestras vidas, sino hay que estar muy unidos al Padre para que sea Él quien nos libere de las ataduras y nos lleve a la meta final, sin perder la fe.
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