jueves, 30 de abril de 2020

Los milagros del Espíritu

"El Espíritu dijo a Felipe:
«Acércate y pégate a la carroza».
Felipe se acercó corriendo..."
Estas son las "cosas" que suceden cuando nos dejamos llevar por el Espíritu Santo: Él sabe dónde tenemos que estar en qué momento y, además, es Quien, también, sabe lo que tenemos que decir y cómo decirlo. Por eso, la misión de los apóstoles fue tan grande: porque se dejaron conducir por el Espíritu Santo, y, aunque los hombres quisieron callarlos de las mil maneras, no lograron conseguirlo, ni en aquél momento, ni en estos días.
Por eso, aunque no podamos, en estos días, recibir los sacramentos, especialmente la Eucaristía, si dejamos que en el silencio de cada día el Espíritu Santo nos hable, vamos a ver qué grandes cosas podemos llegar a hacer.
Claro está que no serán las grandes cosas que nosotros pensamos, pero serán las Grandes Cosas que Dios quiere que hagamos. Porque hoy no tendremos la posibilidad (quizás, salvo que Dios así lo quiera) de hacer grandes milagros o dejarnos arrebatar por el Espíritu y entrar en éxtasis o levitaciones; pero sí podremos ser instrumentos para llevar paz, para dar alegría, para sostener en la esperanza, para mantener la verdad y la justicia. ¡Hay tantos milagros que podemos llegar a hacer en nuestro día a día!
Y son esas pequeñas cosas las que hacen maravillosa nuestra vida, son esos pequeños milagros los que manifiestan el espíritu de Dios en la vida cotidiana.
«Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice?».
Mandó parar la carroza, bajaron los dos al agua, Felipe y el eunuco y lo bautizó. Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco no volvió a verlo, y siguió su camino lleno de alegría".
Este final es el importante, como decía la Madre Teresa de Calcuta: que nadie se vaya de tu lado sin haber experimentado la alegría. Y ese es el mayor de los milagros que podemos hacer: ayudar a mantener la alegría de ser hijos de Dios, de vivir el gozo pascual, de sabernos salvados por Nuestro Señor Jesucristo, de mantener viva la esperanza de un nuevo día y de un nuevo mundo.

miércoles, 29 de abril de 2020

Gusté y ví

Del Diálogo de santa Catalina de Siena, virgen, Sobre la divina providencia

    ¡Oh Divinidad eterna, oh eterna Trinidad, que por la unión con tu divina naturaleza hiciste de tan gran precio la sangre de tu Hijo unigénito! Tú, Trinidad eterna, eres como un mar profundo, en el que cuanto más busco más encuentro, y cuanto más encuentro más te busco. Tú sacias el alma de una manera en cierto modo insaciable, ya que siempre queda con hambre y apetito, deseando con avidez que tu luz nos haga ver la luz, que eres tú misma.
    Gusté y vi con la luz de mi inteligencia, ilustrada con tu luz, tu profundidad insondable, Trinidad eterna, y la belleza de tus creaturas: por esto, introduciéndome en ti, ví que era imagen tuya, y esto por un don que tú me has hecho, Padre eterno, don que procede de tu poder y de tu sabiduría, sabiduría que es atribuida por apropiación a tu Unigénito. y el Espíritu Santo, que procede de ti, Padre, y de tu Hijo, me dio una voluntad capaz de amar.
    Porque tú, Trinidad eterna, eres el hacedor, y yo la hechura: por esto he conocido con la luz que tú me has dado, al contemplar cómo me has creado de nuevo por la sangre del Hijo único, que estás enamorado de la belleza de tu hechura.
    ¡Oh abismo, oh Trinidad eterna, oh Divinidad, oh mar profundo!: ¿qué don más grande podías otorgarme que el de ti mismo? Tú eres el fuego que arde constantemente sin consumirse; tú eres quien consumes con tu calor todo amor del alma a sí misma. Tú eres, además, el fuego que aleja toda frialdad, e iluminas las mentes con tu luz, esta luz con la que me has dado a conocer tu verdad.
    En esta luz, como en un espejo, te veo reflejado u ti, sumo bien, bien sobre todo bien, bien dichoso, bien in. comprensible, bien inestimable, belleza sobre toda belleza, sabiduría sobre toda sabiduría: porque tú eres la misma sabiduría, tú el manjar de los ángeles, que por tu gran amor te has comunicado a los hombres.
    Tú eres la vestidura que cubre mi desnudez, tú sacias nuestra hambre con tu dulzura, porque eres dulce sin mezcla de amargor, ¡oh Trinidad eterna!

martes, 28 de abril de 2020

Reistir al Espíritu Santo

"En aquellos días, dijo Esteban al pueblo y a los ancianos y escribas:
«¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! vosotros siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres..."
Aquellas palabras de Esteban también resuenan en nuestros oídos, y no porque matamos a Jesús, sino porque, muchas veces, nos resistimos al Espíritu Santo.
¿Cómo? ¿Qué estás diciendo? Sí, muchas veces nos resistimos al Espíritu Santo. ¿Cuándo? Cuando no buscamos, o cuando no hacemos la Voluntad de Dios en nuestras vidas.
Los Sumos Sacerdotes del Pueblo de Israel se resistieron al Espíritu Santo, pero, sin querer permitieron que se cumpliera el Plan de Salvación de Dios para los Hombres, pues mataron al Unigénito. Pero esa no es la forma que me gustaría, a mí, que me recordaran en la historia de la salvación: por haber matada a Jesús.
Ya Dios no quiere muertes cruentas para entrar en la historia de la salvación, sino que quiere la muerte incruenta de nuestro YO. Muerte incruenta porque no hay derramiento de sangre, como lo hubo en la Cruz. Pero sí hay dolor, el dolor del YO que renuncia a sí mismo, y ese dolor es compensando con la Gracia para poder hacer frente al poder de este mundo y vivir en Dios.
Y, así como hay pecados de omisión y de acción, también podemos hablar de una resistencia por omisión y otra por acción, al Espíritu Santo. Resistencia por omisión es cuando sabiendo que tenemos que escucharlo para saber cuál es la Voluntad de Dios, no lo hacemos, no lo invocamos, no le dejamos espacio en el silencio de nuestro corazón, y, otras veces no sabemos (o no sabíamos, porque ahora te lo estoy diciendo) que debemos invocarlo para que su Luz nos ayude a descubrir y a discernir cuál es la Voluntad del Padre para mi vida, y una vez descubierta tener la fortaleza para aceptarla y vivirla.
Y, ahí es cuando viene la resistencia en acción, porque sabiendo qué es lo que el Padre quiere de mí, cómo debo actuar, a qué cosas debo renunciar, y qué camino debo seguir, no le pido al Espíritu Santo que me de la fortaleza y sus Dones para poder acetar y comenzar a recorrer el Camino, la Vocación a la que me llama el Padre. Entonces, libremente, me resisto a ese impulso interior que me está dando el Espíritu Santo y reniego de Él, y de la voluntad de Dios.
Pero así, estaré toda la vida luchando interiormente con el Espíritu Santo, hasta que un día llegue a renunciar a mi fe, simplemente porque no acepté la Luz del Espíritu que me indicaba el Camino a recorrer. Y a diferencia de San Pablo que decía: alcancé la meta, no perdí mi fe; nosotros diremos perdimos nuestra fe por no querer llegar a la meta.

lunes, 27 de abril de 2020

La celebración de la Eucaristía

De la Apología primera de san Justino, mártir, en favor de los cristianos
Sólo pueden participar de la eucaristía los que admiten como verdaderas nuestras enseñanzas, han sido lavados en el baño de regeneración y del perdón de los pecados y viven tal como Cristo nos enseñó.
Porque el pan y la bebida que tomamos no los recibimos como pan y bebida corrientes, sino que así como Jesucristo, nuestro salvador, se encarnó por la acción del Verbo de Dios y tuvo carne y sangre por nuestra salvación así también se nos ha enseñado que aquel alimento sobre el cual se ha pronunciado la acción de gracias, usando de la plegaria que contiene sus mismas palabras, y del cual, después de transformado, se nutre nuestra sangre y nuestra carne es la carne y la sangre de Jesús, el Hijo de Dios encarnado.
Los apóstoles, en efecto, en sus comentarios llamados Evangelios, nos enseñan que así lo mandó Jesús, ya que tomando pan y habiendo pronunciado la acción de gracias, dijo: Haced esto en memoria mía; éste es mi cuerpo; del mismo modo, tomando el cáliz y habiendo pronunciado la acción de gracias, dijo: Ésta es mi sangre y se lo entregó a ellos solos. A partir de entonces, nosotros celebramos siempre el recuerdo de estas cosas; y, además, los que tenemos alguna posesión socorremos a todos los necesitados, y así estamos siempre unidos. Y por todas éstas cosas de las cuales nos alimentamos alabamos al Creador de todo, por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.
Y, el día llamado del sol, nos reunimos en un mismo lugar, tanto los que habitamos en las ciudades como en los campos, y se leen los comentarios de los apóstoles o los escritos de los profetas, en la medida que el tiempo lo permite.
Después, cuando ha acabado el lector, el que preside exhorta y amonesta con sus palabras a la imitación de tan preclaros ejemplos.
Luego nos ponemos todos' de pie y elevamos nuestras preces; y, como ya hemos dicho, cuando hemos terminado las preces, se trae pan, vino yagua; entonces el que preside eleva, fervientemente, oraciones y acciones de gracias, y el pueblo aclama: Amén. Seguidamente tiene lugar la distribución y comunicación, a cada uno de los presentes, de los dones sobre los cuales se ha pronunciado la acción de gracias, y los diáconos los llevan a los ausentes.
Los que poseen bienes en abundancia, y desean ayudar a los demás, dan, según su voluntad, lo que les parece bien, y lo que se recoge se pone a disposición del que preside, para que socorra a los huérfanos y a las viudas y a todos los que, por enfermedad u otra causa cualquiera, se hallan en necesidad, como también a los que están encarcelados y a los viajeros de paso entre nosotros: en una palabra, se ocupa de atender a todos los necesitados.
Nos reunimos precisamente el día del sol, porque éste es el primer día de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia, y también porque es el día en que Jesucristo, nuestro salvador, resucitó de entre los muertos. Lo crucificaron, en efecto, la vigilia del día de Saturno, y a la mañana siguiente de ese día, es decir, en el día del sol, fue visto por sus apóstoles y discípulos, a quienes enseñó estas mismas cosas que hemos puesto a vuestra consideración.

domingo, 26 de abril de 2020

Liberados de la conducta inútil

"Queridos hermanos:
Puesto que podéis llamar Padre al que juzga imparcialmente según las obras de cada uno, comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación, pues ya sabéis que fuisteis liberados de vuestra conducta inútil.."
"Comprtaron con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación". ¿En serio hay que vivir con miedo? No, no hay que vivir con miedo, bueno no con el miedo de que en algún momento me vaya a pasar algo, sino con el "santo temor de Dios", que no es el miedo de que Él me castigue, como habitualmente creemos o nos hacen creer, sino con el temor de perder el Amor de Dios.
Cuando descubrimos que nuestra nueva vida como hijos de Dios proviene del Amor de Dios por nosotros, entonces, querremos vivir siempre en ese Amor, pues no hay Amor más grande que el Amor de Dios. Y, por eso, si somos conscientes de ese Amor, nuestra vida siempre estará edificada y fortalecida por actos que nos hagan vivir, cada día, más arraigados en Su Amor.
Por eso mismo, San Pedro, nos dice: "ppues ya sabéis que fuisteis liberados de vuestra conducta inútil...", y ¿cuál es esa conducta inútil? La conducta que nos va separando, poco a poco, del Amor de Dios. La conducta que vamos incorporando a nuestra vida, casi sin preguntarnos, pero que es una conducta que no sirve para hacer crecer ese Amor en nosotros. Es decir, todo aquello que no sea útil para ayudarnos a crecer en la santidad, es inútil, no sirve para nuestra vida.
Hoy por hoy, vamos incorporando, como decía, actitudes, valores, forma de hablar, etc., que no son propias de un hijo de Dios; sino que nos vamos amoldando a las conductas del mundo, a los valores del mundo, y, en lugar de crecer en santidad, nos vamos pareciendo, cada día más, al hombre terreno y mundano, sin identificarnos con las actitudes, valores, forma de hablar y de vivir de Cristo. Y, por eso, hay mucha conducta inútil, que no sirve para nuestra edificación, ni tan siquiera para la construcción del Reino de Dios en la tierra.
Porque no sólo nos vamos identificando con Cristo para ganar el Cielo, sino que, como cristianos, hemos sido enviados a cambiar el mundo, a construir el Reino de los Cielos en la Tierra, porque lo que continuamente rezamos: venga a nosotros Tu Reino, no es algo que vendrá como si Harry Potter sacudiera la varita mágica, sino que eso implica nuestro esfuerzo constante de vivir (como seguimos rezando) "haciendo Tú Voluntad en la tierra como en el Cielo".
Es en esa parte del Padre Nuestro donde tenemos que cotejar nuestra conducta: si no intentamos hacer la Voluntad de Dios aquí en la Tierra como en el Cielo, entonces nuestra conducta es inutil: no sirve ni para mi santidad, ni para la construcción del Reino de Dios en la tierra.

sábado, 25 de abril de 2020

Revistíos de humildad

"Queridos hermanos:
Revestíos todos de humildad en el trato mutuo, porque Dios resiste a los soberbios, mas da su gracia a los humildes. Así pues, sed humildes bajo la poderosa mano de Dios, para que él os ensalce en su momento. Descargad en él todo vuestro agobio, porque él cuida de vosotros.
Sed sobrios, velad. Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistidle, firmes en la fe, sabiendo que vuestra comunidad fraternal en el mundo entero está pasando por los mismos sufrimientos".
Ayer en el evangelio veíamos que Jesús "sabiendo que la gente lo quería proclamar como rey, se retiró, otra vez, a la montaña, él solo", porque sabía que ese no era su lugar, que esa no era su misión. Humanamente uno podría decir: qué mejor que ser rey, ¿quién no quiere tener tanto poder? Incluso, si os acordáis, cuando la madre de los hijos de Zebedeo vino a pedirle a Jesús: "quiero que cuando estés un tu reino mis hijos estén uno a tu derecha y el otro a tu izquierda", es decir, si ellos no llegan a ser reyes, por lo menos que compartan tu poder. Porque en este mundo lo que todos queremos es tener poder. Y lo peor es que, a veces, algunos nos creemos que lo tenemos y nos hacemos los poderosos queriendo que todo el mundo nos haga caso y nos demuestre su obediencia...
Sin embargo, el Señor, no "vino para ser servido sino para servir", porque el mayor poder no es el poder, sino el servicio en el amor, y la mayor fortaleza es la humildad en Dios. Por eso, hoy, el Señor nos lo dice: "revestíos todos de humildad". Claro es que no es la falsa humildad del que se dice que no sirve para nada, pero es solo porque no quiere hacer nada, pero le gusta mandar a todos a hacer algo.
No, la verdadera humildad es la que nos ayuda a descubrir que nuestra vida es de Dios, que Él nos ha dado unos valores, unos talentos, y con su Gracia, nos ayuda a ponerlos en práctica para el bien de los Hombres, y de su Plan de Salvación.
Como diría alguien, humildad es verdad más justicia, no sólo con los demás, sino con uno mismo: reconocer verdaderamente quién soy, con todas sus implicancias, y llevar a cabo la Voluntad de Dios en mi vida, para, así, alcanzar la verdadera perfección y santidad.
Y nos sigue diciendo: "sed sobrios, velad... porque Dios resiste a los soberbios... sed humildes bajo la podersos mano de Dios... porque el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar". La soberbia no es furto del Espíritu Santo, sino que es fruto del pecado y que, para el Dablo, es el mejor de los pecados, porque nos aleja, paulatinamente del Plan de Dios, haciéndonos creer que somos los salvadores del mundo. Y, no! Sólo tenemos un Salvador que es Jesucristo Nuestro Señor.

viernes, 24 de abril de 2020

Contentos de sufrir por Cristo

"Le dieron la razón y, habiendo llamado a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre. Ningún día dejaban de enseñar, en el templo y por las casas, anunciando la buena noticia acerca del Mesías Jesús".
"Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre (de Jesús)"
Sufrir por el Nombre de Jesús, sufrir por ser cristiano, sufrir por ser Fiel a la Vida que el Señor nos ha dado.
No, eso no es propio de este tiempo. No podemos sufrir por ser cristianos, porque ser cristianos es no sufrir, es tener a Dios de nuestra parte y saber que con Él nada puede pasarnos.
Me acuerdo, ahora, en los primeros bautismos que hacía, cuando le preguntaba a los padres (como dice el rito del bautismo) "¿qué han venido a pedir para su hijo?", la mayoría respondía: "que sea sanito", "que no le pase nada", "que tenga suerte", "que no se enferme"... pero ninguno pedía el bautismo, la fe o algo parecido.
Porque, para muchos, ser cristiano, creer en Dios, significa tener un escudo protector que no deja pasar las cosas duras, las difíciles, las enfermedades, las muertes, etc... Por eso, cuando llega un día el dolor de la enfermedad, de la cruz o la muerte, nos desgarramos las vestiduras, porque "¿por qué a mí?". Y ¿por qué no a tí?
Si la enfermedad o la muerte misma, es, lamenteblemente, propio del ser humano. Todos los que estamos vivos padeceremos alguna o más veces de esos dolores, de esas angustias, de esos temores. Si hasta el mismo Dios Hijo, padeció lo mismo que nosotros, menos el pecado. Y, sí, también Él le pidió al Padre que le quitara ese Caliz que iba a beber, pero no perdió la fe, sino que aceptó Su Voluntad.
Por eso, la fe no es no sufrir, sino es aprender a sufrir y saber entregar todo por nuestra propia salvación y la salvación del mundo entero. Pues es eso lo que nos enseñó Jesús con su vida: "porque siendo hijo aprendió, por medio del sufrimiento a obedecer" y "obedecer hasta la muerte y muerte en Cruz".
Sin embargo, nosotros que nos llamamos cristianos, ante la más mínima duda de tener que sufrir por ser cristianos, nos alejamos y cambiamos de parecer. Pero no digo sufrir castigos y represalias, sino, sólo partir de la negación a nosotros mismos para poder decir tal cosa no la hago o tal acto no es propio de un cristiano. Pero no, muchas veces, dejo que lo que hace la mayoría, aunque vaya en contra de la moral cristiana, yo también lo hago, porque "si lo hace la mayoría ¿por qué no voy a hacerlo yo?"
Y en esos detalles, que no son menores, nos damos cuenta que nuestra fe cristiana es sólo un escudo ¿para que?

jueves, 23 de abril de 2020

Venimos de lo alto

"El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio".
¿De qué cosas hablamos? O, mejor dicho ¿transmitimos lo que hemos visto y escuchado? Eso seguro que transmitimos lo que ¿hemos visto? y escuchado. Sí, porque el hablar de lo que no hemos visto y de lo que hemos escuchado, es algo que hacemos diariamente. Los comentarios (chusmeríos o cotilleos, como quieran llamarlos) es lo que habitualmente hacemos. Nos gusta hablar de lo que hemos escuchado que nos han dicho que han dicho...
Es ahí cuando nos damos cuenta que somos muy humanos, que nos manejamos con comentarios muy banales y, muchas veces, muy llenos de envidia, rencor, venganza, y, si podríamos analizarlos mejor, hasta nos daría vergüenza comentar ciertas cosas o hablar de ciertas cosas.
Y ¿cuántas veces hablamos de nuestra fe? ¿Cuántas vecesdamos testimonio de lo que creemos? ¿Cuántas veces invitamos a alguien a rezar? ¿Cuántas veces ayudamos a alguien a encontrar la voluntad de Dios para sus vidas?
Por eso Jesús nos dice: "el que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra". Nosotros ¿de dónde venimos? Sí, venimos de la tierra, pero se nos ha dado el Espíritu que viene de lo alto, por lo tanto, hemos vuelto a nacer de lo alto, hemos nacido de Dios, y, por eso, "no solo nos llamamos sino que somos hijos de Dios". Y eso se tiene que notar, eso tiene que hacer diferencia de cómo hablamos, de lo que hacemos, de cómo lo hacemos, de cómo vivimos.
"Pedro y los apóstoles replicaron:
«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen».
Cuando obedecemos a Dios, cuando"buscamos el Reino de Dios y su justicia" lo demás viene por añadidura, dice el Señor, y gracias a la obediencia, el Señor nos el Espíritu Santo para fortalecernos, para ayudarnos a seguir siendo fieles para dar testimonio de lo que hemos visto y creído.

miércoles, 22 de abril de 2020

Cristo vive en su Iglesia

De los Sermones de san León Magno, papa

No hay duda, amadísimos hermanos, que el Hijo de Dios, habiendo tomado la naturaleza humana. se unió a ella tan íntimamente, que no sólo en aquel hombre que es el primogénito de toda creatura, sino también en todos sus santos, no hay más que un solo y único Cristo; y, del mismo modo que no puede separarse la cabeza de los miembros, así tampoco los miembros pueden separarse de la cabeza.
Aunque no pertenece a la vida presente, sino a la eterna, el que Dios sea todo en todos, sin embargo, ya ahora, él habita de manera inseparable en su templo, que es la Iglesia, tal como prometió él mismo con estas palabras: Mirad, yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo.
Por tanto, todo lo que el Hijo de Dios hizo y enseñó con miras a la reconciliación del mundo no sólo lo conocemos por el relato de sus hechos pretéritos, sino que también lo experimentamos por la eficacia de sus obras presentes.
Él mismo, nacido de la Virgen Madre por obra del Espíritu Santo; es quien fecunda con el mismo Espíritu a su Iglesia incontaminada, para que, mediante la regeneración bautismal, una multitud Innumerable de hijos sea engendrada para Dios, de los cuales se afirma que traen su origen no de la sangre ni del deseo carnal ni de la voluntad del hombre, sino del mismo Dios.
Es en él mismo en quien es bendecida la posteridad de Abraham por la adopción del mundo entero, y en quien el patriarca se convierte en padre de las naciones, cuando los hijos de la promesa nacen no de la carne, sino de la fe.
Él mismo es quien, sin exceptuar pueblo alguno, constituye, de cuantas naciones hay bajo el cielo, un solo rebaño de ovejas santas, cumpliendo así día tras día lo que antes había prometido: Tengo otras ovejas que no son de este redil; es necesario que las recoja. y oirán mi voz, para que se forme un solo rebaño y un solo pastor.
Aunque dijo a Pedro, en su calidad de jefe: Apacienta mis ovejas, en realidad es él solo, el Señor, quien dirige a todos los pastores en su ministerio; y a los que se acercan a la piedra espiritual él los alimenta con un pasto tan abundante y jugoso, que un número incontable de ovejas, fortalecidas por la abundancia de su amor, están dispuestas a morir por el nombre de su pastor, como él, el buen Pastor, se dignó dar la propia vida por sus ovejas.
y no sólo la gloriosa fortaleza de los mártires, sino también la fe de todos los que renacen en el bautismo, por el. hecho mismo de su regeneración, participan en sus sufrimientos.
Así es como celebramos de manera adecuada la Pascua del Señor, con ázimos de pureza y de verdad: cuando, rechazando la antigua levadura de maldad, la nueva creatura se embriaga y se alimenta del Señor en persona. .
La participación del cuerpo y de la sangre del Señor, en efecto, nos convierte en lo mismo que tomamos y hace que llevemos siempre en nosotros, en el espíritu y en la carne, a aquel junto con el cual hemos muerto, bajado al sepulcro y resucitado.

martes, 21 de abril de 2020

Nacer en el Espíritu

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu».
Anoche lo comentaba en la homilía: nacer de nuevo, no sólo quiere significar nacer de las aguas del bautismo, sino que, cada día, tenemos que nacer de nuevo. Sí, cada día. Porque cada día se nos van "pegando" cosas del mundo y nos van "afeando" la belleza del Hombre Nuevo que nos dio la Vida de Jesús Resucitado.
Nacer del Espíritu es morir a nuestro yo humano y buscar, como decimos en el Padre Nuestro: "hágase tu Voluntad así en el tierra como en el Cielo". Y, para buscar la Voluntad de Dios, tenemos que dejar de lado nuestra voluntad, nuestros deseos, nuestros intereses, nuestros proyectos. Por eso: "quien quiera venir detrás de mí niéguese a sí mismo", dejar de lado nuestro YO para ajustar nuestra vida a Su Voluntad.
Y ese nacer de nuevo implica que no sé lo que tengo que hacer, por eso mismo, nos dice el Señor: dejarnos llevar por el impulso del Espíritu Santo. Claro es que no sabemos cómo dejarnos llevar por el Espíritu Santo si nunca hemos "tomado contacto" con Él, porque nuestra oración no es muy profunda, porque nuestra oración es en algún momento del día, porque no tenemos tiempo antes de comenzar el día para ponernos en oración y dejar que el Señor me ilumine.
¿Cómo dejarnos impulsar por el Espíritu Santo si no lo llamamos? ¿Cómo dejarnos conducir por Él si no le abrimos el corazón? ¿Cómo confiar en Él si no lo conocemos?
Sí, porque nuestra relación espiritual no es con el Espíritu Sante. En parte porque nunca nos hablaron de Él o, mejor dicho, sí lo hemos sentido nombrar, pero no estamos acostumbrados a rezar con Él. Tampoco conocemos sus Dones o su función en esta vida, sino que Él está y se mueve como puede entre nosotros...
¡Ven Espíritu Santo! Son las únicas palabras que necesitamos para que Él llegue a nosotros y nos ayude a ver, a comprender, a aceptar, a fortalecernos para ser fieles y obedientes, por el amor, a la Voluntad de Dios. No nos obligará a hacer nada, no nos quitará nuestra libertad de renegar de la Voluntad de Dios, sino que nos ayudará a comprender, aceptarla y vivirla, por que Él "que nos conoce más que nosotros mismos" y conoce cuál es la Voluntad de Dios para nuestras vidas, sabe que ese Camino es el que nos conviene. Por eso nos dará sus Dones para poder recorrerlo.
Así nacer de nuevo según el Espíritu es poder volver a ser niño para confiar en el Padre, para saber que el Amor del Padre siempre buscará lo mejor para sus hijos, y que, desde la confianza, alcanzaremos el verdadero Amor para ser, como el Hijo, fieles y obedientes en el amor, para construcción del Reino aquí en la tierra como en el Cielo.

lunes, 20 de abril de 2020

La Pascua espiritual

De una Homilía pascual de un autor antiguo

La Pascua que hemos celebrado es el origen de la salvación de todos, comenzando por el primer hombre, que continúa viviendo en sus descendientes.
Primero fue establecida toda aquella serie de instituciones antiguas, limitadas a un tiempo, como tipo e imagen de las cosas eternas, para anunciar de un modo velado la realidad que ahora sale a plena luz; pero, al hacerse presente esta realidad, lo que era tipo e imagen no tiene ya vigencia; cuando llega el rey, nadie lo deja de lado para seguir venerando su imagen.
Queda, pues, muy claro en qué alto grado la realidad excede a la figura, ya que ésta celebraba la momentánea preservación de la muerte de los primogénitos israelitas, pero la realidad celebra la vida perpetua de todos los hombres.
No es gran cosa verse libre de la muerte por breve tiempo si se ha de morir poco después, pero sí lo es verse libre de la muerte de un modo definitivo; y esto es lo que nos ha sucedido a nosotros, ya que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.
Ya el mismo nombre de la fiesta encierra en sí una gran excelencia, si comprendemos lo que realmente significa. La palabra Pascua, en efecto, significa -paso», refiriéndose al hecho de que el ángel exterminador que mataba a los primogénitos pasó de largo ante las casas de los hebreos. Verdaderamente el ángel exterminador ha pasado de largo ante nosotros, dejándonos intactos y resucitados por Cristo para la vida eterna.
¿Qué significa, si buscamos su sentido verdadero, el hecho de que aquel tiempo en que se celebraba la Pascua y la salvación de los primogénitos fuera establecido como el inicio del año? Que también para nosotros el sacrificio de la Pascua verdadera es el inicio de la vida eterna.
El año, en efecto, es como un símbolo de la eternidad, ya que, una vez terminado su curso, vuelve siempre a recomenzar su ciclo. Y Cristo, el padre sempiterno, se ha ofrecido por nosotros en sacrificio y, considerando como si nuestra vida anterior no hubiera pasado en el tiempo, nos da el principio de una segunda vida, mediante el baño de regeneración, imagen de su muerte y resurrección.
Y, así, todo el que reconoce que la Pascua ha sido inmolada para él, tenga como principio de vida la inmolación de Cristo en su favor. Cada uno de nosotros nos apropiamos esta Inmolación cuando reconocemos el don y entendemos que este sacrificio es el origen de nuestra vida. El que ha llegado a este conocimiento que se esfuerce en recibir este principio de vida nueva y que no retorne ya más a la vida anterior, cuyo fin se aproxima.
Pues, una vez que hemos muerto al pecado -dice el Apóstol-, ¿cómo continuar viviendo en él?

domingo, 19 de abril de 2020

Reconciliación y Unidad

«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
La misericordia del Señor se manifiesta en el Perdón de los Pecados, pues su Amor ha sido derramado de tal manera que tuvo a bien dejar, en manos de sus apóstoles, el mayor de los tesoros para la salvación de los hombres: la capacidad de perdonar los pecados en nombre de Dios.
Porque la misericordia brota de un corazón amante, que sabe que para amar verdaderamente también hay que saber perdonar, o, mejor dicho, para poder perdonar hay que amar, amar sin medida. Por eso, ya desde la Cruz el Señor nos mostró cuánto amaba al hombre, no sólo por que entregó su vida en la Cruz, sino porque le dijo al Padre: "perdónales, porque no saben lo que hacen".
Claro que cuando recurrimos al sacramento del Perdón (la confesión) vamos porque sabemos lo que hemos hecho, y sabemos por qué lo hemos hecho, por eso, reconociendo nuestro pecado recurrimos al Señor para que nos perdone y purifique, y así poder volver a recuperar la Gracia que el pecado nos quitó, o que perdimos con el pecado.
Pero, es que tenemos que recordar, siempre, que el pecado es la causa mayor de desunión en nuestras vidas, son sólo con nuestros hermanos, sino, también, con nosotros mismos, porque vamos perdiendo la Gracia que quiere actuar en nosotros a favor de nuestra santidad y salvación.
Por eso necesitamos, cada día más, estar en verdadera unión con el Señor y con los hermanos, porque en la vida comunitaria es donde se manifiesta nuestra vida interior. Por eso, el Señor nos dejó como mandamiento y, como expresión de nuestra pertenencia a Él, ser UNO como Él y el Padre son Uno, que también, nosotros, como comunidad seamos Uno. Es decir, vivir en unidad, y no porque seamos todos iguales y pensemos igual, sino porque todos intentamos vivir en la Gracia buscando la Voluntad de Dios.
Porque cuando cada uno busca su propia voluntad, ahí comienza a divirse la comunidad, pues la Unidad nos la da la decisión de tener a Dios como centro de nuestras vidas, y Su Voluntad el alimento de nuestro caminar diario.
"Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y eran bien vistos de todo el pueblo; y día tras día el Señor iba agregando a los que se iban salvando".
De este modo viviendo en comunidad y creciendo en santidad, seremos instrumentos de Dios para todos aquellos que buscan salvarse. Pero cuando no vivimos de acuerdo a Él y nos dividimos comunitariamente, entonces somos lo contrario: instrumento de condenación para muchos.
Es ahí cuando hemos de buscar la Gracia de la reconciliación a través del Sacramento de la Reconciliación, con Dios, con los hermanos, y con uno mismo.

sábado, 18 de abril de 2020

A quién obedezco?

"Y habiéndolos llamado, les prohibieron severamente predicar y enseñar en nombre de Jesús. Pero Pedro y Juan les replicaron diciendo:
«¿Es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a él? Juzgadlo vosotros. Por nuestra parte no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído».
¿A quién obedecer? Esa es la cuestión, diría un poeta. Pero, realmente, esa es la cuestión de nuestras vidas ¿a quién obedezco? ¿A mí mismo, a mis instintos, a mis gustos, a mis ganas? ¿Le obedezco a Dios? ¿A los ídolos? ¿Al mundo?
Nos guste o no, siempre estamos obedeciendo, aunque creamos que somos libres, y es cierto, somos libres, y por eso optamos, en cada momento, a qué o a quién obedecemos. Nuestra vida tiene que tener un sentido y por eso obedecemos de acuerdo al sentido que le damos a nuestras vidas.
Los apóstoles, después del llamado de Jesús eligieron seguirlo y obedecerle, y por eso se entregaron por completo a la Voluntad de Dios, como se lo había demostrado Jesús quien, como dice el escritor de la carta a los Hebreos, "siendo hijo,a prendió, por el sufrimiento, a obedecer", y Él mismo lo decía: "no hago otra cosa que lo que he visto hacer a mi Padre", "mi alimento es hacer la Voluntad del que me envió".
Pero nosotros hemos nacido en un tiempo en donde la libertad es lo primero que aprendemos a pedir y que queremos vivir. Pero tampoco sabemos bien qué es ser libre o para qué sirve ser libre. También es cierto que no queremos ser esclavos porque esa palabra es muy dura y no es propia del siglo XXI. Pero ¿no somos esclavos de algo o alguien? Nos esclaviza el trabajo, el tener, las pasiones, las ideologías... y sin embargo nos llamamos libres de todo.
Claro es que, lo importante es saber elegir qué esclavitud quiero vivir, o poder discernir si lo que estoy viviendo es lo que realmente me está haciendo pleno o no.
María, nuestra Madre, nos ha demostrado que la esclavitud a la Voluntad de Dios es lo que la hizo la "Bienaventurada por generaciones", y vivió plenamente su libertad haciendo la Voluntad del Padre, y alcanzó la plenitud de su ser mujer y ser el modelo de la Humanidad.
Por eso, lo más importante es saber discernir cuál es el Camino que quiero seguir, es decir, poder darle a mi vida el sentido que realmente quiero o, en nuestro caso, el sentido que Dios quiere que tenga, pues para eso hemos elegido ser cristianos, y el cristiano sólo tiene una sentido: ser Fiel a la Vida que el Padre ha soñado para su hijo, y nos la ha mostrado en el Hijo.
Así, nuestra pregunta sería ¿he discernido mi vocación? ¿he sabido escuchar al Señor que me llama? y ¿a quién quiero seguir y ser obediente? Según eso orientar nuestra vida, libre y conscientemente, para no tener que culpar a nadie de las elecciones que diariamente hago y realizo.

viernes, 17 de abril de 2020

La unción del Espíritu Santo

De las Catequesis de Jerusalén

Bautizados en Cristo y habiéndoos revestido de Cristo, habéis adquirido una condición semejante a la del Hijo de Dios. Pues Dios, que nos predestinó a la adopción de hijos suyos, nos hizo conformes al cuerpo glorioso de Cristo. Por esto, hechos partícipes de Cristo (que significa Ungido), no sin razón sois llamados ungidos; y es refiriéndose a vosotros que dijo el Señor: No toquéis a mis ungidos.
Fuisteis hechos cristos (o ungidos) cuando recibisteis el signo del Espíritu Santo; todo se realizó en vosotros en imagen, ya que sois imagen de Cristo. Él, en efecto, al ser bautizado en el río Jordán, salió del agua, después de haberle comunicado a ella el efluvio fragante de su divinidad, y entonces bajó sobre él el Espíritu Santo en persona, y se posó sobre él como sobre su semejante.
De manera similar vosotros, después que subisteis de la piscina bautismal, recibisteis el crisma, símbolo del Espíritu Santo con que fue ungido Cristo. Respecto a lo cual, Isaías, en una profecía relativa a sí mismo, pero en cuanto que representaba al Señor, dice: El Espíritu del Señor está sobre mi, porque el Señor me ha ungido; me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres.
Cristo no fue ungido por los hombres con aceite o ungüento material, sino que el Padre, al señalarlo como salvador de todo el mundo, lo ungió con el Espíritu Santo. Como dice Pedro: Dios ungió a Jesús de Nazaret con poder del Espíritu Santo; y en los salmos de David hallamos estas palabras: Tu trono, ¡oh Dios!, permanece para siempre; cetro de rectitud es tu cetro real; has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.
El Señor fue ungido con un aceite de júbilo espiritual, esto es, con el Espíritu Santo, el cual es llamado aceite de júbilo porque es el autor del júbilo espiritual; pero vosotros, al ser ungidos materialmente, habéis sido hechos partícipes de la naturaleza de Cristo.
Por lo demás. no pienses que es éste un ungüento común y corriente. Pues, del mismo modo que el pan eucarístico, después de la invocación del Espíritu Santo, no es pan corriente, sino el cuerpo de Cristo, así también este santo ungüento, después de la invocación, ya no es un ungüento simple o común, sino el don de Cristo y del Espíritu Santo, ya que realiza, por la presencia de la divinidad, aquello que significa. Tu frente y los sentidos de tu cuerpo son ungidos simbólicamente y, por esta unción visible de tu cuerpo, el alma es santificada por el Espíritu Santo, dador de vida.

jueves, 16 de abril de 2020

Testigos veraces y creíbles

"Y les dijo:
«Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí».
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.
«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».
Sí, muchas veces nos cuesta entender lo que Dios va permitiendo en la historia y en nuestra historia personal. Por eso necesitamos ese contacto personal y real con Jesús Resucitado, como lo tuvieron los apóstoles, para que Él con su Espíritu nos abra el entendimiento y podamos comprender, o, por lo menos, aceptar lo que nos está sucediendo.
Nuestras realidades personales y la historia, en general, tienen esos puntos o partes oscuras que no siempre llegamos a aceptar, y, en muchos casos, a comprender, porque siempre creemos que Dios no puede permitir esto o lo otro, y por eso siempre el primer culpable es Dios y no el hombre que, con su libertad, hace lo que quiere sin mirar los daños que provoca.
Sin embargo Dios va creando resultados maravillosos de los errores humanos y, aunque, los hombres crean que van destruyendo el plan de Dios, se va construyendo algo mejor que lo que destruye.
Como le decía Pedro a los israelitas:
"Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello.
Ahora bien, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, al igual que vuestras autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer".
Ellos creían que matando a Jesús todo quedaría en la nada, sin embargo Dios lo resucitó y nosotros somos testigos de ello, y la Palabra que el Señor dejó para los Hombres, sigue siendo una Palabra Viva y Verdadera, que da vida y santifica y salva. Pero es una Palabra que tiene que ser transmitida por aquellos que creyeron en Su Nombre, por aquellos que fueron y son testigos de la Resurrección y de la Salvación. Y esos testigos somos nosotros, sí tú y yo, cada uno de nosotros, los que hemos recibido el Don de la Fe, y hemos creído en Jesús, Señor y Salvador, somos los testigos que llevamos al mundo el mensaje de la Salvación.
Y hoy, más que nunca, tenemos que ser testigos creíbles de un mensaje de Vida, de un mensaje de Esperanza, de un mensaje que restaura y renueva la vida, porque sabe en Quién ha puesto su Esperanza y sabe que, a pesar de caminar por Valles Oscuros, nada nos pasará por que el Señor está con nosotros.

miércoles, 15 de abril de 2020

Los milagros de todos los días

"Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo:
«Míranos».
Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pero Pedro le dijo:
«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda».
Hoy me sorprendió esta frase de los Hechos de los apóstoles y, sobre todo, la valentía de Pedro para intentar hacer un milagro. Pero, sobre todo, me quedó dando vueltas una pregunta que esta escena suscitó: ¿qué tengo yo para dar? ¿Tendría el valor de Pedro para dar mi fe de ese modo? ¿Podría yo hacer milagros con mi fe?
Claro que podría, como dice el Señor: "si tuvieras fe como el grano de mostaza, le dirías a esa montaña que se arroje al mar y lo haría". Y, entonces, ¿no es suficiente mi fe? ¿No tengo suficiente?
Creo lo que no tenemos es el valor y la fortaleza que tenía Pedro y Juan, y los apóstoles, para poder dar de lo que tenían: confianza en el poder de la fe. Claro está que no haremos los milagros que ellos hacen, pero podemos hacer otros milagros que son distribuir los frutos del Espíritu Santo que habita en nosotros: podemos sanar corazones dañados, poder sembrar la esperanza en momentos de tinieblas, dar Luz en los caminos oscuros e iluminar los errores del mundo para que la gente no se equivoque, alegrar las vidas de los que están tristes, ayudar a encontrar un sentido a los que vagan buscando un Camino... y tantos otros milagros que, día a día, podemos ir haciendo si reconociéramos que hemos sido llamados a transformar la realidad en que vivimos con el Espíritu del Señor Resucitado.
Por supuesto que, para eso, tenemos que comenzar con nuestra vida creyendo, como lo hicieron los apóstoles que el Señor nos ha dado su Espíritu para que salgamos de nuestro "escondite" y llevemos el mensaje del evangelio por donde Él nos envíe.
Para ello necesitamos que el Señor venga a nuestra casa y se siente a nuestra mesa: "mira que estoy a tu puerta y llamo, si me abres, entraré en tu casa y cenaremos juntos", como los sucedió a los discípulos de Emaús:
"Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Dejemos entrar al Señor para que el fuego de su Espíritu haga arder el Amor en nosotros para poder, así, encender con ese fuego al mundo entero.

martes, 14 de abril de 2020

Anunciar con alegría

En este martes de pascua vemos dos personajes muy similares: Pedro y María Magdalena, similares porque los dos tienen que hacer un anuncio: la resurrección del Señor. Un anuncio que no es fácil decir porque parte de la fe, y de la confianza que se tiene al que hace el anuncio. Pero, sobre todo, quien es llamado para anunciar tiene que estar convencido de lo que va a decir, de lo que va a anunciar, porque si no está convencido de lo que anuncia el anuncio no llega al corazón del otro, sino que se queda sólo en la mente.
Por eso, en el relato de los Hechos de los apóstoles dice:
"Al oír esto, se les traspaso el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles:
«¿Qué tenemos que hacer, hermanos?"
Las palabras de Pedro traspasaron el corazón porque estaban llenas del Espíritu de Dios, ese Espíritu que descendió sobre él y los apóstoles el día de Pentecostés.
Es claro que, en el caso de Maria Magdalena, no había descendido el Espíritu Santo aún, pero igualmente el haber visto al Señor, y el haber escuchado su nombre de sus propios labios, hizo que la alegría desbordase, también, su alma, y por eso llegó su anuncio a los apóstoles, y estos, salieron presurosos al sepulcro, y así, viendo lo que María les había dicho ellos también creyeron.
Nosotros, a diferencia de ellos no hemos visto la tumba vacía, ni hemos escuchado nuestros nombres de labios del Señor. Pero sí hemos recibido el Espíritu Santo en nuestros corazones y el anuncio llegó a nosotros, por eso, como ellos, también somos enviados a anunciar lo que creemos, y, por eso, tenemos que pensar cómo anunciamos lo que creemos: ¿estamos convencidos de lo que creemos? ¿la Palabra de Dios ha traspasado nuestro corazón para poder anunciar con fervor lo que creemos? Y, sobre todo, ¿estamos dispuestos a anunciar lo que creemos sin miedo y con alegría de haber sido llamados para anunciar este mensaje?
Porque, si pensamos en los apóstoles, antes de Pentecostés ellos no anunciaron nada, estaban llenos de miedo y por eso encerrados para no tener que sufrir lo mismo que el Maestro. Pero cuando llegó el Espíritu Santo que los llenó de sus dones, entonces perdieron el miedo y salieron a anunciar el mensaje, y no dudaron en ningún momento de lo que tenían que hacer.
A veces, nos puede suceder, que nos da vergüenza o nos da miedo tener que hablar de lo que creemos, no tenemos la seguridad de lo que vamos a decir o, en algunos, casos lo que comunicamos no lo hacemos con la alegría de haber sido llamados y salvados.
Por eso tenemos que pedirle al Señor que la alegría pascual inunde nuestras almas para que nos quite el miedo y la vergüenza, para poder anunciar con seguridad y firmeza lo que creemos, para que ese anuncie siga llegando a los corazones de aquellos que desean salvarse.

lunes, 13 de abril de 2020

El Mesías debía padecer

De las Disertaciones de san Anastasio de Antioquía, obispo


Después que Cristo se había mostrado, a través de sus palabras y sus obras, como Dios verdadero y Señor del universo, decía a sus discípulos, a punto ya de subir a Jerusalén: Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los gentiles y a los sumos sacerdotes y a los escribas, para que lo azoten, hagan burla de él y lo crucifiquen. Esto que decía estaba de acuerdo con las predicciones de los profetas, que habían anunciado de antemano la muerte que había de padecer en Jerusalén. Las sagradas Escrituras habían profetizado desde el principio la muerte de Cristo y lodo lo que sufriría antes de su muerte; como también lo que había de suceder con su cuerpo, después de muerto; con ello predecían que este Dios, al que tales cosas acontecieron, era impasible e inmortal; y no podríamos tenerlo por Dios, si, al contemplar la realidad de su encarnación, no descubriésemos en ella el motivo justo y verdadero para profesar nuestra fe en ambos extremos, a saber, en su pasión y en su impasibilidad; tomó también el motivo por el cual el Verbo de Dios, por lo demás impasible, quiso sufrir la pasión: porque era el único modo como podía ser salvado el hombre. Cosas, todas éstas, que sólo las conoce él y aquellos a quienes él se las revela; él, en efecto, conoce todo lo que atañe al Padre, de la misma manera que el Espíritu penetra la profundidad de los misterios divinos.
El Mesías, pues, tenía que padecer, y su pasión era totalmente necesaria, como él mismo lo afirmó cuando calificó de hombres sin inteligencia y cortos de entendimiento a aquellos discípulos que ignoraban que el Mesías tenía que padecer para entrar en su gloria. Porque él, en verdad, vino para salvar a su pueblo, dejando aquella gloria que tenía junto al Padre antes que el mundo existiese; y esta salvación es aquella perfección que había de obtenerse por medio de la pasión, y que había de ser atribuida al que nos guiaba a la salvación, como nos enseña la carta a los Hebreos, cuando dice que él es el que nos guía a la salvación, perfeccionado por medio del sufrimiento.
Y vemos, en cierto modo, cómo aquella gloria que poseía como Unigénito, y a la que por nosotros había renunciado por un breve tiempo, le es restituida a través de la cruz en la misma carne que había asumido; dice, en efecto, san Juan, en su evangelio, al explicar en qué consiste aquella agua que dijo el Salvador que brotaría como un torrente del seno del que crea en él: Esto lo dijo del Espíritu Santo, que habían de recibir los que a él se unieran por la fe, pues aún no había sido dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado; aquí el evangelista identifica la gloria con la muerte en cruz. Por esto el Señor, en la oración que dirige al Padre antes de su pasión, le pide que lo glorifique con aquella gloria que tenía junto a él, antes que el mundo existiese.

domingo, 12 de abril de 2020

Ha resucitado!!

De la Homilía de Melitón de Sardes, obispo, Sobre la Pascua

Entendedlo, queridos hermanos: el misterio pascual es algo a la vez nuevo y antiguo, eterno y temporal, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal.
Antiguo según la ley, pero nuevo según la Palabra encarnada; temporal en la figura, eterno en la gracia; corruptible en cuanto a la inmolación del cordero, incorruptible en la vida del Señor; mortal por su sepultura bajo tierra, inmortal por su resurrección de entre los muertos.
La ley, en efecto, es antigua, pero la Palabra es nueva; la figura es temporal, la gracia es eterna; el cordero es corruptible, pero incorruptible es el Señor, que fue inmolado como un cordero y resucitó como Dios.
Dice la Escritura: Era como cordero llevado al matadero, y sin embargo no era ningún cordero; era como oveja muda, y sin embargo no era ninguna oveja. La figura ha pasado y ha llegado la realidad: en lugar del cordero está Dios, y en lugar de la oveja está un hombre, y en este hombre está Cristo, que lo abarca todo.
Por tanto, la inmolación del cordero, la celebración de la Pascua y el texto de la ley tenían como objetivo final a Cristo Jesús, pues todo cuanto acontecía en la antigua ley se realizaba en vistas a él, y mucho más en la nueva ley.
La ley, en efecto, se ha convertido en Palabra, y de antigua se ha convertido en nueva (y una y otra han salido de Sión y de Jerusalén); el precepto se ha convertido en gracia, la figura en realidad, el cordero en el Hijo, la oveja en un hombre y este hombre en Dios.
El Señor, siendo Dios, se revistió de naturaleza humana, sufrió por nosotros, que estábamos sujetos al dolor, fue atado por nosotros, que estábamos cautivos, fue condenado por nosotros, que éramos culpables, fue sepultado por nosotros, que estábamos bajo el poder del sepulcro, resucitó de entre los muertos y clamó con voz potente: «¿Quién me condenará? Que se me acerque. Yo he librado a los que estaban condenados, he dado la vida a los que estaban muertos, he resucitado a los que estaban en el sepulcro. ¿Quién pleiteará contra mí? Yo soy Cristo -dice-, el que he destruido la muerte, el que he triunfado del enemigo, el que he pisoteado el infierno, el que he atado al fuerte y he arrebatado al hombre hasta lo más alto de los cielos: yo, que soy el mismo Cristo.
Venid, pues, los hombres de todas las naciones, que os habéis hecho iguales en el pecado, y recibid el perdón de los pecados. Yo soy vuestro perdón, yo la Pascua de salvación, yo el cordero inmolado por vosotros, yo vuestra purificación, yo vuestra vida, yo vuestra resurrección, yo vuestra luz, yo vuestra salvación, yo vuestro rey. Yo soy quien os hago subir hasta lo alto de los cielos, yo soy quien os resucitaré y os mostraré el Padre que está en los cielos, yo soy quien os resucitaré con el poder de mi diestra.»

sábado, 11 de abril de 2020

El descenso del Señor a la región de los muertos

De una antigua Homilía sobre el santo y grandioso Sábado

¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa Y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido Y ha despertado a los que dormían desde hace siglos. El Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en movimiento a la región de los muertos.
En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida. Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su Hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.
El Señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor está con todos vosotros.» Y responde Cristo a Adán: «y con tu espíritu.» Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, Y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo.
Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas: "Salid", y a los que estaban en tinieblas: "Sed iluminados", Y a los que estaban adormilados: "Levantaos."
Yo te lo mando: Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, mi efigie, tú que has sido creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí; porque tú en mí y yo en ti somos una sola cosa.
Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo; por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aun bajo tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco, fui entregado a los judíos en un huerto y sepultado en un huerto.
Mira los salivazos de mi rostro, que recibí, por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorada. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido.
Me dormí en la cruz, y la lanza penetró en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra ti.
Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del simbólico árbol de la vida; mas he aquí que yo, que soy la vida, estoy unido a ti. Puse a los ángeles a tu servicio, para que te guardaran; ahora hago que te adoren en calidad de Dios.
Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y preparado desde toda la eternidad el reino de los cielos.»

viernes, 10 de abril de 2020

Deseas conocer el valor de la sangre de Cristo?

De las Catequesis de san Juan Crisóstomo, obispo

¿Deseas conocer el valor de la sangre de Cristo? Remontémonos a las figuras que la profetizaron y recordemos los antiguos relatos de Egipto.
Inmolad -dice Moisés- un cordero de un año; tomad su sangre y rociad las dos jambas y el dintel de la casa. «¿Qué dices, Moisés? La sangre de un cordero irracional ¿puede salvar a los hombres dotados de razón?» «Sin duda -responde Moisés-: no porque se trate de sangre, sino porque en esta sangre se contiene una profecía de la sangre del Señor.»
Si hoy, pues, el enemigo, en lugar de ver las puertas rociadas con sangre simbólica, ve brillar en los labios de los fieles, puertas de los templos de Cristo, la sangre del verdadero Cordero, huirá todavía más lejos.
¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre? Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Señor. Pues muerto ya el Señor, dice el Evangelio, uno de los soldados se acercó con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre: agua, como símbolo del bautismo; sangre, como figura de la eucaristía. El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo, y yo encuentro el tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada. Esto fue lo que ocurrió con el cordero: los judíos sacrificaron el cordero, y yo recibo el fruto del sacrificio.
Del costado salió sangre y agua. No quiero, amado oyente, que pases con indiferencia ante tan gran misterio, pues me falta explicarte aún otra interpretación mística. He dicho que esta agua y esta sangre eran símbolos del bautismo y de la eucaristía. Pues bien, con estos dos sacramentos se edifica la Iglesia: cón el agua de la regeneración y con la renovación del Espíritu Santo, es decir, con el bautismo y la eucaristía, que han brotado, ambos, del costado. Del costado de Jesús se formó, pues, la Iglesia, como del costado de Adán fue formada Eva.
Por esta misma razón, afirma san Pablo: Somos miembros de su cuerpo, formados de sus huesos, aludiendo con ello al costado de Cristo. Pues del mismo modo que Dios formó a la mujer del costado de Adán, de igual manera Jesucristo nos dio el agua y la sangre salidas de su costado, para edificar la Iglesia. Y de la misma manera que entonces Dios tomó la costilla de Adán, mientras éste dormía, así también nos dio el agua y la sangre después que Cristo hubo muerto.
Mirad de qué manera Cristo se ha unido a su esposa, considerad con qué alimento la nutre. Con un mismo alimento hemos nacido y nos alimentamos. De la misma manera que la mujer se siente impulsada por su misma naturaleza a alimentar con su propia sangre y con su leche a aquel a quien ha dado a luz, así también Cristo alimenta siempre con su sangre a aquellos a quienes él mismo ha hecho renacer.

jueves, 9 de abril de 2020

Pensó en tí y en mí

"Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin".
Hoy es el día en que me gusta pensar que Jesús nos tuvo más presentes a tí y a mí. ¿Por qué? Porque no sólo obedeció al Padre hasta la muerte y muerte en Cruz, sino que en todo momento, y más en la Última Cena, pensó en cada uno de nosotros, los que algún día íbamos a conocer su vida y querríamos seguir su Camino.
Por eso, porque pensó en tí y en mí, y miró nuestro corazón y vio que era tan débil como el de cualquier humano, entonces, se dijo: no podemos dejarlos solos, tengo que quedarme con ellos, y alimentarlos con lo mejor que tengo: mi propia vida. Y así fue como instituyó la Eucaristía: el Pan de la Vida, "el alimento que nos da la Vida", "el Pan bajado del Cielo".
Nos amó hasta el fin, seguramente en la Cruz es el mayor acto de amor por nosotros, el entregarnos a María como Madre, ha sido otro inmenso acto de Amor, pero, también, el quedarse en un pequeño trozo de pan y un poco de vino, para que nosotros siempre lo tuviéramos no sólo cerca nuestro, sino en nosotros, así como lo tuvo María en su vientre ¡eso si que es pensar en nuestra debilidad y en nuestra vida!
"Sin mí no podéis hacer nada", nos dijo un día. Y por eso mismo creo la Eucaristía, y, para que siempre tuviéramos la oportunidad de acercarnos a recibirla, creo el sacerdocio ministerial. Dejó en los apóstoles la capacidad de, con sus propias manos, instituir nuevos sacerdotes que pudieran llevar su Cuerpo a todos el mundo que quiera recibirlo.
Sí, hoy es una noche en donde tenemos que estar cerca de Jesús, porque amor con amor se paga, fidelidad por fidelidad, es nuestra deuda con el Señor. Aunque Él no quiere que le paguemos el Amor que nos tiene, sino que amemos con el mismo Amor con que Él nos amó. ¡Si, seguro que es imposible amar con ese Amor! Y, por eso, siempre me acuerdo de Edith Stein, cuando ella pensando, también, en ese Amor, se dio cuenta que es imposible amar como Dios, porque Él es Amor, su Amor es infinito, y nosotros no somos así, pero sí podemos amar a la medida de Jesús: "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin", dándonos todo lo que tenía, no dejándose nada para sí mismo, sino que todo nos lo dio a nosotros.
Y, aquí podíamos decir con Santa Teresita de Lisieux: se presentó ante Dios con las manos vacías. Sí, se presentó ante el Padre con las manos vacías porque por Amor dejó todo para que nosotros podamos tener todo. Por eso, nosotros, tenemos que dejar todo en Sus Manos para poder tener todo lo que necesitamos para ser Fieles a la Vida que, en una noche como esta, Él quiso dejarnos como herencia.

miércoles, 8 de abril de 2020

La plenitud del Amor

De los Tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan

El Señor, hermanos muy amados, quiso dejar bien claro en qué consiste aquella plenitud del amor con que debemos amarnos mutuamente, cuando dijo: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Consecuencia de ello es lo que nos dice el mismo evangelista Juan en su carta: Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos, amándonos mutuamente como él nos amó, que dio su vida por nosotros.
Es la misma idea que encontramos en el libro de los Proverbios: Si te sientas a comer en la mesa de un señor, mira con atención lo que te ponen delante, y pon la mano en ello pensando que luego tendrás que preparar tú algo semejante. Esta mesa de tal señor no es otra que aquella de la cual tomamos el cuerpo y la sangre de aquel que dio su vida por nosotros. Sentarse a ella significa acercarse a la misma con humildad. Mirar con atención lo que nos ponen delante equivale a tomar conciencia de la grandeza de este don. Y poner la mano en ello, pensando que luego tendremos que preparar algo semejante, significa lo que ya he dicho antes: que así como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos. Como dice el apóstol Pedro: Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Esto significa preparar algo semejante. Esto es lo que hicieron los mártires, llevados por un amor ardiente; si no queremos celebrar en vano su recuerdo, y si nos acercamos a la mesa del Señor para participar del banquete en que ellos se saciaron, es necesario que, tal como ellos hicieron, preparemos luego nosotros algo semejante.
Por esto, al reunirnos junto a la mesa del Señor, no los recordamos del mismo modo que a los demás que descansan en paz, para rogar por ellos, sino más bien para que ellos rueguen por nosotros, a fin de que sigamos su ejemplo, ya que ellos pusieron en práctica aquel amor del que dice .el Señor que no hay otro más grande. Ellos mostraron a sus hermanos la manera como hay que preparar algo semejante a lo que también ellos habían tomado de la mesa del Señor.
Lo que hemos dicho no hay que entenderlo como si nosotros pudiéramos igualamos al Señor, aun en el caso de que lleguemos por él hasta el testimonio de nuestra sangre. Él era libre para dar su vida y libre para volverla a tomar, nosotros no vivimos todo el tiempo que queremos y morimos aunque no queramos; él, en el momento de morir, mató en sí mismo a la muerte, nosotros somos librados de la muerte por su muerte; su carne no experimentó la corrupción, la nuestra ha de pasar por la corrupción, hasta que al final de este mundo seamos revestidos por él de la incorruptibilidad; él no necesitó de nosotros para salvamos, nosotros sin él nada podemos hacer; él, a nosotros, sus sarmientos, se nos dio como vid, nosotros, separados de él, no podemos tener vida.
Finalmente, aunque los hermanos mueran por sus hermanos, ningún mártir derrama su sangre para el perdón de los pecados de sus hermanos, como hizo él por nosotros, ya que en esto no nos dio un ejemplo que imitar, sino un motivo para congratulamos. Los mártires, al derramar su sangre por sus hermanos, no hicieron sino mostrar lo que habían tomado de la mesa del Señor. Amémonos, pues, los unos a los otros, como Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros.

martes, 7 de abril de 2020

Curiosidad y pecado

Ayer, lunes santo, el evangelio nos relataba la última cena que Jesús tuvo en casa de Lázaro, María y Marta. Y hoy es parte de la Última Cena con los apóstoles, en donde se dan muchas situaciones que nos pueden ayudar a nuestra vida cotidiana. Y no son las revelaciones de Jesús las que nos ayudarán, sino las actitudes de los apóstoles en ese momento.
Frente a la revelación de Jesús de que alguien lo iba a entregar, enseguida, por supuesto, comienzan las suposiciones de ¿quién será? Cada uno de ellos comienza a investigar en su corazón y en la vida de los demás.
Claro que es siempre lo que pasa, cuando surge alguna duda sobre algo, se comienza una investigación, porque la curiosidad es algo que tenemos que nos permite seguir investigando y buscando. Una búsqueda que puede ser buena y beneficiosa o una búsqueda que puede ser hacia el mal y pecadora.
«En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar».
Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía.
Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía".
La curiosidad es lo que hace que Pedro instigue a Juan para que averigüe quién es. Pero ¿para qué quiero saber quién es? 
Primero, seguramente, para quitarse ya la espinilla de saber que él puede no ser quien lo vaya a entregar. Pero no estaba seguro si sería él. Pero tampoco le da el valor para hacer él mismo la pregunta, por eso le pide a aquél que tiene más confianza con el Señor que haga la pregunta.
Y, cuando me entero de lo que sucede, en este caso de quién será el que lo va a entregar ¿qué hago ahora que sé la respuesta?
Ni Pedro, ni Juan, que sabían la respuesta hicieron algo para que eso no sucediera. En primer lugar, porque todo tenía que ser así, según las Escrituras; pero, es cierto, que tampoco tenía intención de frenar a Judas para que no hiciera lo que tenía que hacer.
Y, así nos sucede también a nosotros ¿qué hacemos cuando nos enteramos de algo? ¿Si sabemos que alguien está actuando mal vamos y lo ayudamos a que actúe bien o lo dejaos seguir en su error? ¿Para qué quiero enterarme o hacer correr una noticia si no voy a hacer nada para ayudar o, al contrario, con contar las cosas ya estoy haciendo daño a la persona?
Cuando se une la curiosidad con el pecado es una mala unión, porque me lleva a, no sólo pecar de falta de misericordia o de verdad, sino que peco de omisión porque sabiendo y pudiendo hacer algo no hice nada a favor de mi hermano.

lunes, 6 de abril de 2020

Gloriémonos en la Cruz del Señor

De los Sermones de san Agustín, obispo


La pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es origen de nuestra esperanza en la gloria y nos enseña a sufrir. En efecto, ¿qué hay que no puedan esperar de la bondad divina los corazones de los fieles, si por ellos el Hijo único de Dios, eterno como el Padre, tuvo en poco el hacerse hombre, naciendo del linaje humano, y quiso además morir de manos de los hombres, que él había creado?
Mucho es lo que Dios nos promete; pero es mucho más lo que recordamos que ha hecho ya por nosotros.
¿Dónde estábamos o qué éramos, cuando Cristo murió por nosotros, pecadores? ¿Quién dudará que el Señor ha de dar la vida a sus santos, siendo así que les dio su misma muerte? ¿Por qué vacila la fragilidad humana en creer que los hombres vivirán con Dios en el futuro?
Mucho más increíble es lo que ha sido ya realizado:que Dios ha muerto por los hombres.
¿Quién es, en efecto, Cristo, sino aquella Palabra que existía al comienzo de las cosas, que estaba con Dios y que era Dios? Esta Palabra de Dios se hizo carne y puso su morada entre nosotros. Es que, si no hubiese tomado de nosotros carne mortal, no hubiera podido morir por nosotros. De este modo el que era inmortal pudo morir, de este modo quiso damos la vida a nosotros, los mortales; y ello para hacemos partícipes de su ser, después de haberse hecho él partícipe del nuestro. Pues, del mismo modo que no había en nosotros principio de vida, así no había en él principio de muerte. Admirable intercambio, pues, el que realizó con esta recíproca participación: de nosotros asumió la mortalidad, de él recibimos la vida.
Por tanto, no sólo no debemos avergonzamos de la muerte del Señor, nuestro Dios, sino, al contrario, debemos poner en ella toda nuestra confianza y toda nuestra gloria, ya que al tomar de nosotros la mortalidad, cual la encontró en nosotros, nos ofreció la máxima garantía de que nos daría la vida, que no podemos tener por nosotros mismos. Pues quien tanto nos amó, hasta el grado de sufrir el castigo que merecían nuestros pecados, siendo él mismo inocente, ¿cómo va ahora a negarnos, él, que nos ha justificado, lo que con esa justificación nos ha merecido? ¿Cómo no va a dar el que es veraz en sus promesas el premio a sus santos, él, que, sin culpa alguna, soportó el castigo de los pecadores?
Así pues, hermanos, reconozcamos animosamente, mejor aún, proclamemos que Cristo fue crucificado por nosotros; digámoslo no con temor sino con gozo, no con vergüenza sino con orgullo.
El apóstol Pablo se dio cuenta de este título de gloria y lo hizo prevalecer. Él, que podía mencionar muchas cosas grandes y divinas de Cristo, no dijo que se gloriaba en estas grandezas de Cristo -por ejemplo, en que es Dios junto con el Padre, en que creó el mundo, en que, incluso siendo hombre como nosotros, manifestó su dominio sobre el mundo-, sino: En cuanto a mí -dice-, líbreme Dios de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

domingo, 5 de abril de 2020

Se anonadó por obediencia

Poco podemos agregar a la lectura de la Pasión del Señor. Y digo poco porque en ella se resumen el Camino que el Señor eligió para salvarnos: aceptar la Voluntad del Padre, por Amor a Él y a nosotros, en una obediencia hasta la muerte y muerte de Cruz.
Creo que lo podemos sintetizar en la carta de Pablo a los Filipenses:
"Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de si mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre".
El anonadamiento de Jesús, por Amor. No es solo rebajarse ante los hombres, sino elegir el camino de la humildad para poder obedecer en todo momento, algo que nosotros aún no hemos aprendido, porque no nos gusta vivir la humildad, sino que, antes bien, nos crecemos en la soberbia y la vanidad.
Una actitud que no siempre reconocemos, sino que intentamos hacerla pasar por humildad. Sí, cuando alguien nos llama la atención sobre nuestras actitudes soberbias o vanidosas nos enfadamos y, hasta muchas veces, dejamos de hablarle a quien quiere guiarnos por el buen camino.
Jesús aceptó el camino del anonadamiento desde el momento de su concepción, pues siendo Dios se hizo hombre, "siendo rico se hizo pobre". Lo cual no quiere decir que no podía hacer frente a la mentira, a la hipocresía, sino que, en todo momento, siendo fiel "a lo que había visto y escuchado de su Padre", tenía que mostrar el Camino de la Verdad, de la justicia, de la misericordia, debía mostrar el verdadero rostro del Padre.
Pero, llegado el momento, se sometió "como manso cordero llevado al matadero", a la mentira de los hombres, porque ese era el Plan del Padre para salvarnos. Por eso, nunca respondió a las preguntas mentirosas de los hombres, porque ya nada podía hacer por ellos, porque ya no querían oír la Verdad de Dios, sino que querían seguir escuchando sus propias mentiras, nacidas de la envidia, de la soberbia y la vanidad.
Y comenzar en un tiempo tan raro, como es la Cuarentena que estamos viviendo, es aceptar el silencio de Dios para poder llevar al corazón cada uno de los pasos que dio el Señor por nosotros. Acompañarlo desde la soledad de nuestras casas, y del silencio de nuestros hogares, para que la Palabra y el ejemplo lleguen y nos transformen en lo que el Padre ha pensado para cada uno de nosotros: ser verdadera imagen del Hijo, ser verdaderos cristianos que viven y siguen los pasos de Jesús, para mostrar a los hombres el Camino que lleva a la Vida.

sábado, 4 de abril de 2020

No se escondía, esperaba

"Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron:
«¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación».
Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo:
«Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera».
Último día de la Cuaresma y la liturgia nos hace pensar en como se fue gestando el plan para acabar con Jesús: desde el silencio, con la envidia y la mentira, se fueron confabulando para hacer realidad el Plan de Dios.
Sí, ellos sin saberlo, creyendo que pondrían fin a la locura de este nazareno, con su muerte, fueron instrumentos de Dios para alcanzar la Salvación a los hombres que la quisieran.
Y aquí es donde me surge aquél refrán: Dios escribe derecho con renglones torcidos, pues siempre Él saca el bien para aquellos que confían en su misericordia.
Sí, los hombres que viven llenos de rencor, de envidia y de egoísmo, no pueden dejar de ver a los demás como contrarios, como enemigos propios y por eso, llenos del mal de este mundo, planean cómo acabar con ellos, incluso, llamándose "muy cristianos" viven despellejando a aquellos que ellos creen en su contra.
Pero Dios siempre saca lo mejor de aquellos que son perseguidos injustamente, por eso, el Señor sabiendo lo que le esperaba, en el momento oportuno, llegada Su Hora, dejó que ellos obrasen según el Plan de Dios, y simplemente se entregó, no a los hombres, sino a la Voluntad de Dios.
"Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos".
No, no se escondía Jesús. Él no escapaba a la muerte, sino que aún no había llegado Su Hora, la Hora que el Padre había preparado, no sólo para su muerte, sino para su resurrección y la salvación de todos los Hombres.
Ahí Jesús nos muestra que siendo obedientes a la Voluntad del Padre, nada ocurre sin que Él lo quiera o lo permita. Y cuando todo parezca derrumbarse y destruirse, Dios vuelve a sacar la Vida desde la muerte, y nos hace levantar de nuestras caídas, dándonos su Espíritu para que siempre tengamos Vida verdadera. Así no es posible temer a lo que los hombres planean sobre nuestras vidas, sino hay que estar muy unidos al Padre para que sea Él quien nos libere de las ataduras y nos lleve a la meta final, sin perder la fe.

viernes, 3 de abril de 2020

El dolor en el silencio

Hoy viernes, antes del Domingo de Ramos, es conocido como "Viernes de Dolores", pero no de los dolores de Jesús, porque estamos por comenzar la Semana Santa, sino los Dolores de María, Su Madre. Una tradición que está muy arraigada entre la devoción popular.
Hoy será un Viernes de Dolores muy particular, así como lo será la Semana Santa, pues no habrá misa con público, ni procesión. Y nos ayudará a poder estar más unidos a María, porque su Dolor fue vivido en el silencio de su corazón, y en la más profunda relación con el Padre de los Cielos.
En estos tiempos tan mediáticos que vivimos no sabemos vivir en el silencio, ni tan siquiera no hacer públicos nuestros problemas, aunque sean los más íntimos. Así nos lo ha enseñado "la caja tonta", como algunos la llaman, que es la televisión. Con tantos programas que se meten en la vida íntima, verdadera o inventada, de los personas públicos o no. Hemos creído que esa era la nueva forma de vivir: exponiendo al público todo lo que vivimos, sin tener pudor ni intimidad, ni tan siquiera vergüenza por lo que hacemos o dejamos de hacer. Aunque si lo que muestran no me gusta me enfado y digo barbaridades.
Así hemos llegado a, muchas veces, creer que la mentira es verdad, y que el pecado es virtud. Pero no son cosas que, en algunas personas, importe mucho. Lo que importa es tener fama o "libertad" para decir las cosas que pienso.
Y el profeta Jeremías nos enseña a cómo vivir en esas situaciones:
"Oía la acusación de la gente:
«Pavor-en-torno; delatadlo, vamos a delatarlo».
Mis amigos acechaban mi traspié:
«A ver si, engañado, lo sometemos y podemos vengaremos de él».
Pero el Señor es mi fuerte defensor: me persiguen, pero tropiezan impotentes.
Acabarán avergonzados de su fracaso, con sonrojo eterno que no se olvidará".
Y si lo unimos al Dolor de María, vamos a descubrir cómo hay que vivir nuestra vida en Dios y con Dios. No importa lo que el mundo y los demás digan o planeen sobre mi vida. Lo que me tiene que importar y ocupar es la Fidelidad a la Voluntad de Dios, pues sólo Él puede salvarme y darme la Vida Verdadera. Y, aunque el dolor y la oscuridad sean fuertes y profundas, no temeré porque se en Quien he puesto mi confianza.
María, Nuestra Madre, en ningún momento dudó del Señor, y en ningún momento rechazó el camino que le pidió recorrer el Padre Dios, sino que "en silencio de su corazón conservó y meditó todas esas cosas".
Así será este día, desde el silencio acompañar a María para comenzar a vivir estos días, en los cuales unidos a Ella, podremos acompañar al Hijo que se entrega por Amor y Obediencia al Padre, a la muerte y muerte de Cruz.

jueves, 2 de abril de 2020

Jesús ora por y en nosotros

De los Comentarios de san Agustín, obispo, sobre los salmos

El mayor don que Dios podía conceder a los hombres es hacer que su Palabra, por quien creó todas las cosas, fuera la cabeza de ellos, y unirlos a ella como miembros suyos, de manera que el Hijo de Dios fuera también hijo de los hombres, un solo Dios con el Padre, un solo hombre con los hombres; y así, cuando hablamos con Dios en la oración, el Hijo está unido a nosotros, y, cuando ruega el cuerpo del Hijo, lo hace unido a su cabeza; de este modo, el único Salvador de su cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ora por nosotros, ora en nosotros, y al mismo tiempo es a él a quien dirigimos nuestra oración.
Ora por nosotros, como sacerdote nuestro; ora en nosotros, como cabeza nuestra; recibe nuestra oración, como nuestro Dios.
Reconozcamos, pues, nuestra propia voz en él y su propia voz en nosotros. Y, cuando hallemos alguna afirmación referente al Señor Jesucristo, sobre todo en las profecías, que nos parezca contener algo humillante e indigno de Dios, no tengamos reparo alguno en atribuírsela, pues él no tuvo reparo en hacerse uno de nosotros.
A él sirve toda creatura, porque por él fue hecha toda creatura, y, por esto, contemplamos su sublimidad y divinidad cuando escuchamos: Ya al comienzo de las cosas existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios; ya al principio estaba ella con Dios; por ella empezaron a existir todas las cosas, y ninguna de las que existen empezó a ser sino por ella. Pero los que contemplamos esta divinidad del Hijo de Dios, que supera y trasciende de modo absoluto a toda creatura, por sublime que sea, lo oímos también, en otros lugares de la Escritura, gimiendo y suplicando, como si se reconociera reo de algo.
Y dudamos en atribuirle estas expresiones por el hecho de que nuestra mente, que acaba de contemplarlo en su divinidad, se resiste a descender hasta su abajamiento, y le parece que le hace injuria al admitir unas expresiones humanas en aquel a quien acaba de dirigir su oración como Dios; y, así, duda muchas veces y se esfuerza en cambiar el sentido de las palabras; y lo único que encuentra en la Escritura es el recurso a él, para no errar acerca de él.
Por tanto, que nuestra fe esté despierta y vigilante; y démonos cuenta de que aquel mismo que contemplábamos poco antes en su condición de Dios tomó la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte; y, clavado en la cruz, quiso hacer suyas las palabras del salmo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Por tanto, oramos a él por su condición de Dios, ora él por su condición de siervo; por su condición divina es creador, por su condición de siervo es creado, habiendo asumido él, inmutable, a la creatura mudable, y haciéndonos a nosotros con él un solo hombre, cabeza y cuerpo. Así, pues, oramos a él, por él y en él; hablamos con él y él habla en nosotros.

miércoles, 1 de abril de 2020

Confianza en Dios o al mundo?

"Sidrac, Misac y Abdénago contestaron al rey Nabucodonosor:
«A eso no tenemos por qué responder. Si nuestro Dios a quien veneramos puede librarnos del horno encendido, nos librará, oh rey, de tus manos. Y aunque no lo hiciera, que te conste, majestad, que no veneramos a tus dioses ni adoramos la estatua de oro que has erigido».
La confianza en Dios no significa que siempre hará Él lo que nosotros queremos o esperamos, sino que nosotros haremos lo que Él nos ha mandado o espera de nosotros. Así, Sidrac, Misac y Abdénago, sabían que no debían adorar otros dioses más que el Dios de sus padres, y por eso no se rindieron a las exigencias de Nabucodonosor, incluso sabiendo que Dios podía no librarlos de la muerte que les esperaba. Y ahí está el sentido de la confianza: saber que si hacemos lo que Dios nos pide Él siempre nos librará, no de la muerte física, sino de la muerte eterna, porque sabemos qué es lo que esperamos y sabemos en Quién tenemos puesta nuestra confianza.
Esa confianza debe ir madurando con el paso de los años. Madurando porque voy conociendo más el actuar de mi Padre del Cielo, voy conociendo y comprendiendo su Palabra y su Amor por mí, por eso, intento, cada día, ser Fiel a Su Palabra para que Él me siga fortaleciendo con su Espíritu para ser fuerte en el momento de la prueba.
Claro que no es que Dios me pruebe en mi fe, sino que los hombres y el Príncipe de este mundo me irá probando en mi fe, porque me pondrán obstáculos que tendré que ir sorteando y venciendo cada día. Pruebas de fe que irán fortaleciendo mi confianza y mi Amor en el Señor, para poder, como los tres muchachos ser liberados por el Señor.
¿Por qué, muchas veces, sentimos que nuestra confianza y nuestra fe no es tan robusta como la que Dios nos exige y nos pide cada día? Jesús se lo dice así a sus discípulos:
«En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque mi palabra no cala en vosotros. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre».
No dejamos que la Palabra "cale" en nuestras vidas, es decir, no dejamos que la Palabra se haga vida en nosotros, porque no terminamos de creer que esa Palabra sea Vida para nosotros y, por eso, dejamos que la moda del mundo se vaya metiendo en nuestras vidas, y transformamos la vida del hijo de Dios en hijo del mundo, pues somos más obedientes a la moda del mundo que a la Palabra de Dios.