jueves, 27 de junio de 2019

Vivir sin condenar

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el reino de cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos".
Creemos, muchas veces, que por guardar los mandamientos y cumplir con las prescripciones litúrgicas, ya tenemos ganado el cielo y eso nos hace pararnos como mejores frente a los demás. Sin embargo, el Señor nos quiere que sólo cumplamos sino que vayamos un poco más lejos en nuestro vivir: hacer la Voluntad del Padre, una Voluntad del Padre que no está sólo en la letra de la Ley y las leyes canónicas, sino que está en el saber escuchar y discernir lo que desde esas leyes nos quiere decir el Espíritu del Señor, y, sobre todo, iluminar desde la Ley del Amor.
El sólo cumplimiento de las leyes quizás nos haga mejores, pero no nos ayuda a crecer y madurar en el Amor perfecto, como el Padre, que se demostró en el Hijo: "amaos unos a otros como Yo os he amado". Y eso lo vemos cuando, a pesar de cumplir con los mandamientos y otras leyes, levantamos nuestro dedo acusar hacia aquél que comete "a nuestros ojos" pecados y errores que nosotros no cometemos. Y ese ya es nuestro error: erigirnos en jueces de nuestros hermanos, y condenarlos sin haberles dado lugar a un juicio justo.
Pero ¿tienen que ir a juicio aquellos que no viven como yo vivo? ¿Tengo yo que erigirme en juez de mis hermanos sin antes haber discernido en mi vida la Voluntad de Dios?
Siempre tenemos cosillas que "acomodar" en nuestra vida, siempre nos quedarán vigas en nuestros ojos que aún no hemos quitado, siempre habrá pecados y tropiezos que no hemos sabido sanar en nuestros corazones, y son esas cosas las que nos tienen que ayudar a mirar a los demás con un poco más de misericordia, pues "misericordia quiero y no holocaustos de carneros", dice el Señor. Y son esos holocaustos los que muchas veces hacemos cuando enviamos a nuestros hermanos a la hoguera de nuestros juicios porque no son como nosotros pensamos que tienen que ser.
En estos casos ¿cuál es la Voluntad de Dios? ¿Debe juzgar o no debo juzgar? ¿Debe hacer lo mismo que ellos o no? Seguramente deberé sanar mi corazón de la vanidad y el orgullo que me ha llevado a pararme en un escalón por encima de los demás y mirar, desde el Corazón de Dios, cuál es su Voluntad para mí. Ocuparme de ser Fiel a la Voluntad de Dios me ayudará a no estar con la mirada puesta, continuamente en lo que hace mi hermano, o mejor dicho, no me dará tiempo para juzgar a mi hermano, pues estaré ocupado en amarlo, porque esa, también, es mi misión como bautizado y enviado.

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