"Pero a mí no me importa la vida, sino completar mi carrera y consumar el ministerio que recibí del Señor Jesús: ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios".
Estas palabras de San Pablo a los presbíteros de Éfeso son como su testamento espiritual, ya va camino de sus últimos días, pues está encadenado. Aunque no son las cadenas de los hombres las que le molestan, sino que Él están conforme con las cadenas del Espíritu Santo que es quien le lleva por donde el Padre quiere, y le va dando "testimonio de que me aguardan cadenas y tribulaciones". Pero no teme a lo que tenga que sufrir por el Evangelio, porque "ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí", y porque ha puesto toda su confianza en el Señor, ya no teme nada, sino que "sigue combatiendo el buen combate de la fe sin perder la fe".
Para mí, su vida, es un referente claro de cómo hemos de vivir nuestra vida en Cristo, sin mirar a lo que los hombres quieran o digan, sino poner nuestra mirada en Cristo y dejarnos llevar por el Espíritu Santo, porque hemos sido elegido por Él para dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios, y por eso, esa misión no es misión humana, no la podemos hacer sólo con nuestras fuerzas y posibilidades, sino sólo con la ayuda y la fortaleza que viene de Dios.
Y es lo que Jesús, en la Última Cena, intenta comunicarnos y hacernos saber:
"He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado.
Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos. Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti".
Estamos en el mundo, pero no somos del mundo, no tenemos ninguna deuda con el mundo como para poner nuestras vidas en sus manos. Pero sí tenemos una deuda con el Señor porque Él dio su Vida por nosotros, y nos unió a Él de un modo extraordinario, y nos invitó a seguirlo para que tuviéramos Vida y Vida en abundancia. Y así esa Vida será testimonio claro y real de lo que Él nos entregó y de lo que Él ha realizado en nosotros y por nosotros.
Por eso Jesús tampoco reza por el mundo, sino por los que Él ha elegido para que vayan al mundo y le lleven la Buena Noticia de la Salvación.
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