De las obras oratorias de Bossuet, obispo de Meaux, sobre la bienaventurada Virgen María
La santa Virgen María es la verdadera Eva, la verdadera madre
de todos los vivientes. Vivid, vivid, y María será vuestra madre. Pero vivid de
Jesucristo y por Jesucristo, porque incluso María tiene vida únicamente de
Jesucristo y por Jesucristo.
La maternidad de la santa Virgen es una realidad innegable.
Por otra parte, que María sea madre de los cristianos es algo que no puede ser
más oportuno; éste fue también el designio de Dios, revelado ya desde el
paraíso. Pero para que esta realidad penetre más profundamente en vuestros
corazones, debéis admirar el modo como este designio de Dios llegó a
cumplimiento en el Evangelio de nuestro Salvador, contemplando cómo Jesús quiso
asociar a sí a la santa Virgen al engendramos por medio del alumbramiento de su
sangre, que siempre tan fértil, produjo frutos agradables al Padre.
En aquella ocasión, san Juan representaba la universalidad de
los fieles. Entended mi raciocinio: todos los demás discípulos del Salvador
abandonaron a Jesús. Dios permitió que esto sucediera así para que
comprendiéramos que son pocos los que siguen a Jesús hasta su cruz.
Así, pues, habiéndose dispersado todos los demás discípulos, la providencia
quiso que, junto al Dios que moría, no permaneciera sino Juan, el discípulo
amado. Él fue el único, él, el verdadero fiel; porque únicamente es verdadero
fiel de Jesús el que le sigue hasta la cruz. Y fue así como este único fiel
representó a todos los fieles. Por consiguiente, cuando Jesucristo, hablando a
su Madre, le dice que Juan es su hijo, no penséis que considera a san Juan como
un hombre particular: en la persona de Juan entrega a María todos sus
discípulos, todos sus fieles, todos los herederos de la nueva alianza, todos los
hijos de su cruz.
Por esto, precisamente, llama a María «Mujer»; con esta
expresión quería significar «Mujer por excelencia, Mujer elegida singularmente
para ser la madre del pueblo elegido». «Oh Mujer. oh nueva Eva -le dice-, ahí
tienes a tu hijo; por tanto, Juan y todos los fieles a quienes él representa son
tus hijos. Juan es mi discípulo, mi discípulo amado; recibe, pues, en su persona
a todos los cristianos, porque aquí Juan los representa a todos, ya que todos
ellos son, como lo es Juan, mis discípulos, mis discípulos amados.» Esto es lo
que el Salvador quería significar a su santa Madre.
Y lo que más importante se me antoja en este hecho es que
Jesús dirija estas palabras a María desde la cruz. Porque en la cruz es donde el
Hijo de Dios nos dio la vida y nos engendró a la gracia por la fuerza de su
sangre derramada por nosotros. Y es precisamente desde la cruz desde donde
significa a la purísima virgen María que ella es madre de Juan y madre de todos
los fieles. Mujer, ahí tienes a tu hijo, le dice. En estas palabras contemplo al
nuevo Adán que, al engendramos por su muerte, asocia a la nueva Eva, su santa
Madre, en la generación, casta y misteriosa, de los hijos del nuevo Testamento.
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