viernes, 7 de junio de 2019

Qué mandais hacer de mí?

«¿Me quieres?» y le contestó:
«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice:
«Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras».
La obediencia que el Señor nos pide vivir no es una obediencia autoritaria, sin razón, sino que es una obediencia en el Amor, un Amor de entrega no de concupiscencia, un Amor que se da sin pedir nada a cambio porque ya lo ha recibido todo de quien a Amado en plenitud.
Todavía nos queda mucho por comprender y aceptar de esta frase que no sólo es para Pedro, sino para cada uno de nosotros que ha decidido amar a Jesús. Porque, en definitiva, ser cristiano es amar a Jesús y seguir sus huellas. Una huellas que nos hablan de un amor incondicional al Padre y una obediencia absoluta a su Voluntad, sabiendo que el Padre, también, ama a su Hijo y a sus hijos: "Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo Único para que tengan vida y vida en abundancia".
En ese Camino de la Obediencia por Amor, san Pablo nos demuestra que en todo momento, ese Amor nos "obliga" a dar testimonio con la vida: ya sea en libertad, ya sea en la cárcel; ya sea en condiciones favorables o desfavorables; con sufrimientos o sin ellos; en el gozo o en la alegría. Nos hace ver, san Pablo, que cuando somos obedientes y nos dejamos conducir por el Espíritu Santo podremos "combatir el buen combate y no perder la fe", porque será Él quien nos sostenga en cada paso, en cada lugar, en cada cruz.
Será el Espíritu quien nos diga lo que hemos de decir y nos ayude a discernir hacia dónde y cuándo ir. Como escribía Santa Teresa de Ávila:
Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mi?
Y no es una situación de conformismo con lo que vivimos, sino un estar disponible para que el Espíritu Santo sea quien oriente nuestra vida según la Voluntad de Dios, porque, muchas veces, estamos acostumbrados que si la situación no es la que yo pienso, si el lugar no es el que me imagino, entonces no estoy alegre, me deprimo, me desespero... y, finalmente, no doy el testimonio vital que el Señor quiere de mí para que el mundo crea en Él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.