sábado, 29 de junio de 2019

Predicamos a Cristo

Pablo VI
Homilía pronunciada en Manila 29 noviembre 1970
¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! Para esto me ha enviado el mismo Cristo. Yo soy apóstol y testigo. Cuanto más lejana está la meta, cuanto más difícil es el mandato, con tanta mayor vehemencia nos apremia el amor.Debo predicar su nombre: Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo; él es quien nos ha revelado al Dios invisible, él es el primogénito de toda criatura, y todo se mantiene en él. Él es también el maestro y redentor de los hombres; él nació, murió y resucitó por nosotros.
Él es el centro de la historia y del universo; él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza; él, ciertamente, vendrá de nuevo y será finalmente nuestro juez y también, como esperamos, nuestra plenitud de vida y nuestra felicidad.
Yo nunca me cansaría de hablar de él; él es la luz, la verdad, más aún, el camino, y la verdad, y la vida; él es el pan y la fuente de agua viva, que satisface nuestra hambre y nuestra sed; él es nuestro pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano. Él, como nosotros y más que nosotros, fue pequeño, pobre, humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente. Por nosotros habló, obró milagros, instituyó el nuevo reino en el que los pobres son bienaventurados, en el que la paz es el principio de la convivencia, en el que los limpios de corazón y los que lloran son ensalzados y consolados, en el que los que tienen hambre de justicia son saciados, en el que los pecadores pueden alcanzar el perdón, en el que todos son hermanos.
Éste es Jesucristo, de quien ya habéis oído hablar, al cual muchos de vosotros ya pertenecéis, por vuestra condición de cristianos. A vosotros, pues, cristianos, os repito su nombre, a todos lo anuncio: Cristo Jesús es el principio y el fin, el alfa y la omega, el rey del nuevo mundo, la arcana y suprema razón de la historia humana y de nuestro destino; él es el mediador, a manera de puente, entre la tierra y el cielo; él es el Hijo del hombre por antonomasia, porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito, y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres, su madre según la carne; nuestra madre por la comunión con el Espíritu del cuerpo místico.
¡Jesucristo! Recordadlo: él es el objeto perenne de nuestra predicación; nuestro anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la tierra y por los siglos de los siglos.

jueves, 27 de junio de 2019

Vivir sin condenar

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el reino de cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos".
Creemos, muchas veces, que por guardar los mandamientos y cumplir con las prescripciones litúrgicas, ya tenemos ganado el cielo y eso nos hace pararnos como mejores frente a los demás. Sin embargo, el Señor nos quiere que sólo cumplamos sino que vayamos un poco más lejos en nuestro vivir: hacer la Voluntad del Padre, una Voluntad del Padre que no está sólo en la letra de la Ley y las leyes canónicas, sino que está en el saber escuchar y discernir lo que desde esas leyes nos quiere decir el Espíritu del Señor, y, sobre todo, iluminar desde la Ley del Amor.
El sólo cumplimiento de las leyes quizás nos haga mejores, pero no nos ayuda a crecer y madurar en el Amor perfecto, como el Padre, que se demostró en el Hijo: "amaos unos a otros como Yo os he amado". Y eso lo vemos cuando, a pesar de cumplir con los mandamientos y otras leyes, levantamos nuestro dedo acusar hacia aquél que comete "a nuestros ojos" pecados y errores que nosotros no cometemos. Y ese ya es nuestro error: erigirnos en jueces de nuestros hermanos, y condenarlos sin haberles dado lugar a un juicio justo.
Pero ¿tienen que ir a juicio aquellos que no viven como yo vivo? ¿Tengo yo que erigirme en juez de mis hermanos sin antes haber discernido en mi vida la Voluntad de Dios?
Siempre tenemos cosillas que "acomodar" en nuestra vida, siempre nos quedarán vigas en nuestros ojos que aún no hemos quitado, siempre habrá pecados y tropiezos que no hemos sabido sanar en nuestros corazones, y son esas cosas las que nos tienen que ayudar a mirar a los demás con un poco más de misericordia, pues "misericordia quiero y no holocaustos de carneros", dice el Señor. Y son esos holocaustos los que muchas veces hacemos cuando enviamos a nuestros hermanos a la hoguera de nuestros juicios porque no son como nosotros pensamos que tienen que ser.
En estos casos ¿cuál es la Voluntad de Dios? ¿Debe juzgar o no debo juzgar? ¿Debe hacer lo mismo que ellos o no? Seguramente deberé sanar mi corazón de la vanidad y el orgullo que me ha llevado a pararme en un escalón por encima de los demás y mirar, desde el Corazón de Dios, cuál es su Voluntad para mí. Ocuparme de ser Fiel a la Voluntad de Dios me ayudará a no estar con la mirada puesta, continuamente en lo que hace mi hermano, o mejor dicho, no me dará tiempo para juzgar a mi hermano, pues estaré ocupado en amarlo, porque esa, también, es mi misión como bautizado y enviado.

miércoles, 26 de junio de 2019

La amistad verdadera

Del Tratado del beato Elredo, abad, Sobre la amistad espiritual.

    Jonatán, aquel excelente joven, sin atender a su estirpe regia y a su futura sucesión en el trono, hizo un pacto con David y, equiparando el siervo al señor, precisamente cuando huía de su padre, cuando estaba escondido en el desierto, cuando estaba condenado a muerte, destinado a la ejecución, lo antepuso a sí mismo, atajándose a sí mismo y ensalzándolo a él: -le dice- serás el rey, y yo seré tu segundo.
    ¡Oh preclarísimo espejo de amistad verdadera! ¡Cosa admirable! El rey estaba enfurecido con su siervo y con citaba contra él a todo el país, como a un rival de su reino; asesina a los sacerdotes, basándose en la sola sospecha de traición; inspecciona los bosques, busca por los valles, asedia con su ejército los montes y peñascos, todos se comprometen a vengar la indignación regia; sólo Jonatán, el único que podía tener algún motivo de envidia, juzgó que tenía que oponerse a su padre y ayudar a su amigo, aconsejarlo en tan gran adversidad y, prefiriendo la amistad al reino, le dice: Tú serás el rey, y yo seré tu segundo. Y fíjate cómo el padre de este adolescente lo provocaba a envidia contra su amigo, agobiándolo con reproches, atemorizándolo con amenazas, recordándole que se vería despojado del reino y privado de los honores.
    Y, habiendo pronunciado Saúl sentencia de muerte contra David, Jonatán no traicionó a su amigo. ¿Por qué ha de morir David? ¿Qué ha hecho? Él puso su vida en peligro, mató al filisteo, y tú te alegraste. ¿Por qué ha de morir? El rey, fuera de sí al oír estas palabras, intenta clavar a Jonatán en la pared con su lanza, llenándolo además de improperios: ¡Hijo perverso y contumaz! -le dice-; sé muy bien que lo amas, para vergüenza tuya y vergüenza de la desnudez de tu madre. Y, a continuación, vomita todo el veneno que' llevaba dentro, intentando salpicar con él el pecho del joven, añadiendo aquellas palabras capaces de incitar su ambición, de fomentar su envidia, de provocar su emulación y su amargor: Mientras viva sobre el suelo el hijo de Jesé, no estarás a salvo ni tú ni tu realeza.
    ¿A quién no hubieran impresionado estas palabras? ¿A quién no le hubiesen provocado a envidia? Dichas a cualquier otro, estas palabras hubiesen corrompido, disminuido y hecho olvidar el amor, la benevolencia y la amistad. Pero aquel joven, lleno de amor, no cejó en su amistad, y permaneció fuerte ante las amenazas, paciente ante las injurias, despreciando, por su amistad, el reino, olvidándose de los honores, pero no de su benevolencia. -dice- serás el rey, y yo seré tu segundo.
    Ésta es la verdadera, la perfecta, la estable y constante amistad: la que no se deja corromper por la envidia; la :que no se enfría por las sospechas; la que no se disuelve por la ambición; la que, puesta a prueba de esta manera, no cede; la que, a pesar de tantos golpes, no cae; la que, batida por tantas injurias, se muestra inflexible; la que, provocada por tantos ultrajes, permanece inmóvil. Ve, pues, y haz tú lo mismo.

martes, 25 de junio de 2019

Mqnifetemos a Cristo en nuestra vida

Del Tratado de san Gregorio de Nisa, obispo, Sobre el perfecto modelo del cristiano

    Hay tres cosas que manifiestan y distinguen la vida del cristiano: la acción, la manera de hablar y el pensamiento. De ellas, ocupa el primer lugar el pensamiento; viene en segundo lugar la manera de hablar, que descubre y expresa con palabras el interior de nuestro pensamiento; en este orden de cosas, al pensamiento y a la manera de hablar sigue la acción, con la cual se pone por obra lo que antes se ha pensado. Siempre, pues, que nos sintamos impulsados a obrar, a pensar o a hablar, debemos procurar que todas nuestras palabras, obras y pensamientos tiendan a conformarse con la norma divina del conocimiento de Cristo, de manera que no pensemos, digamos ni hagamos cosa alguna que se aparte de esta regla suprema.
    Todo aquel que tiene el honor de llevar el nombre de Cristo debe necesariamente examinar con diligencia sus pensamientos, palabras y obras, y ver si tienden hacia Cristo o se apartan de él. Este discernimiento puede hacerse de muchas maneras. Por ejemplo, toda obra, pensamiento o palabra que vayan mezclados con alguna perturbación no están, de ningún modo, de acuerdo con Cristo, sino que llevan la impronta del adversario, el cual se esfuerza en mezclar con las perlas el cieno de la perturbación, con el fin de afear y destruir el brillo de la piedra preciosa.
    Por el contrario, todo aquello que está limpio y libre de toda turbia afección tiene por objeto al autor y príncipe de la tranquilidad, que es Cristo; él es la fuente pura e incorrupta, de manera que el que bebe y recibe de él sus impulsos y afectos internos ofrece una semejanza con su principio y origen, como la que tiene el agua nítida del ánfora con la fuente de la que procede.
    En efecto, es la misma y única nitidez la que hay en Cristo y en nuestras almas. Pero con la diferencia de que Cristo es la fuente de donde nace esta nitidez, y nosotros la tenemos derivada de esta fuente. Es Cristo quien nos comunica el adorable conocimiento de sí mismo, para que el hombre, tanto en lo interno como en lo externo, se ajuste y adapte, por la moderación y rectitud de su vida, a este conocimiento que proviene del Señor, dejándose guiar y mover por él. En esto consiste (a mi parecer) la perfección de la vida cristiana: en que, hechos partícipes del nombre de Cristo por nuestro apelativo de cristianos, pongamos de manifiesto, con nuestros sentimientos, con la oración y con nuestro género de vida, la virtualidad de este nombre.

domingo, 23 de junio de 2019

Banquete precioso y admirable

De las Obras de santo Tomás de Aquino, presbítero

    El Hijo único de Dios, queriendo hacemos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres.
    Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que. fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados.
    Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida.
    ¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, de más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?
    No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales.
    Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos.
    Finalmente, nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su pasión.
    Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando después de celebrar la Pascua con sus discípulos iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia.

sábado, 22 de junio de 2019

Orar no sólo con palabras

Del Tratado de san Cipriano, obispo y mártir, Sobre la oración del Señor.

    No es de extrañar, queridos hermanos, que la oración que nos enseñó Dios con su magisterio resuma todas nuestras peticiones en tan breves y saludables palabras. Esto ya había sido predicho anticipadamente por el profeta Isaías; cuando, lleno de Espíritu Santo, habló de la piedad y la majestad de Dios, diciendo: Palabra que acaba y abrevia en justicia, porque Dios abreviará su palabra en todo el orbe de la tierra. Cuando vino aquel que es la Palabra de Dios en persona, nuestro Señor Jesucristo, para reunir a todos, sabios e ignorantes, y para enseñar a todos, sin distinción de sexo o edad, el camino de salvación, quiso resumir en un sublime compendio todas sus enseñanzas, para no sobrecargar la memoria de los que aprendían su doctrina celestial y para que aprendiesen con facilidad, lo elemental de la fe cristiana.
    Y así, al enseñar en qué consiste la vida eterna, nos resumió el misterio de esta vida en estas palabras tan breves y llenas de divina grandiosidad: Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo. Asimismo, al discernir los primeros y más importantes mandamientos de la ley y los profetas, dice: Escucha, Israel; el Señor, Dios nuestro, es el único Señor; y: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Este es el primero. El segundo, parecido a éste, es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos son el fundamento de toda la ley y los profetas. Y también: Todo cuanto queréis que os hagan los demás, hacédselo igualmente vosotros. A esto se reducen la ley y los profetas.
    Además, Dios nos enseñó a orar no sólo con palabras, sino también con hechos, ya que él oraba con frecuencia, mostrando, con el testimonio de su ejemplo, cuál ha de ser nuestra conducta en este aspecto; leemos, en efecto: Jesús se retiraba a parajes solitarios, para entregarse a la oración; y también: Se retiró a la montaña para orar, y pasó toda la noche haciendo oración a Dios. El Señor, cuando oraba, no pedía por sí mismo -¿qué podía pedir por sí mismo, si él era inocente?-, sino por nuestros pecados, como lo declara con aquellas palabras que dirige a Pedro: Satanás os busca para zarandearos como el trigo en la criba; pero yo he rogado por ti, para que no se apague tu fe. Y luego ruega al Padre por todos, diciendo: Yo te ruego no sólo por éstos, sino por todos los que, gracias a su palabra, han de creer en mí, para que todos sean uno; para que, así como tú, Padre, estás en mí y yo estoy en ti, sean ellos una cosa en nosotros. Gran benignidad y bondad la de Dios para nuestra salvación: no contento con redimirnos con su sangre, ruega también por nosotros. Pero atendamos cuál es el deseo de Cristo, expresado en su oración: que así como el Padre y el Hijo son una misma cosa, así también nosotros imitemos esta unidad.
 

viernes, 21 de junio de 2019

Hizo grandes cosas

Realmente, me encanta san Pablo cuando habla con tanta fuerza y verdad, porque lo que dice, para muchos, parecerá soberbia, pero en realidad es humildad, porque la humildad no es no reconocer lo que uno es, sino reconocer con claridad lo que Dios ha hecho con uno, y lo que Dios le ha dado a vivir a cada uno. Por eso dice:
"Puesto que muchos se glorían de títulos humanos, también yo voy a gloriarme.
A lo que alguien se atreva - lo digo disparatando -, también me atrevo yo".
¿Por qué no hemos de gloriarnos en lo que Dios nos ha regalado y nos ha permitido vivir en nuestra vida? ¿Por qué no dar gracias continuamente por lo que Dios ha logrado en nosotros y por lo que hemos dejado hacer a Dios en nuestras vidas? ¿Por qué no poder reconocer cuánto ha costado seguir el Camino del Señor y descubrir que en ese Camino hemos sufrido penas, dolores, angustias, pero también alegrías y gozos, y todo eso ha regalado madurez y sabiduría?
San Pablo hace una narración de lo vivido, aunque no creo que haya contado todo, pero en cada una de sus cartas se puede descubrir trazos de su vida, sus penas y alegrías, sus luchas y conquistas, pero sobre todo la verdad con que dice las cosas destacando, siempre, y en cada momento, que todo lo vivido es por Gracia de Dios y descubriendo así que el Padre ha trabajado mucho desde su pequeñez, desde su debilidad, por eso:
"Si hay que gloriarse, me gloriaré de lo que muestra mi debilidad".
Porque en la debilidad es donde puede trabajar, mejor, nuestro Padre Dios. Cuando nos creemos todopoderosos y superhombres, o superapóstoles, entonces Dios no puede hacer nada con nosotros, porque creemos que lo sabemos todo y no damos lugar a que Él pueda guiarnos y modelar nuestras vidas de acuerdo a su Plan de Salvación. Pero cuando, reconociendo quiénes somos y lo poco que tenemos le damos lugar al Padre para modelarnos, entonces Él puede hacer con nosotros grandes cosas, así comenzó la Obra con la Pequeñez de María y la seguirá realizando con los más pequeños de sus hijos.
Y así, en María y en san Pablo, descubrimos que la humildad no es callarnos los progresos que ha realizado en Padre en nuestras vidas, sino reconociendo nuestra pequeñez y debilidad, dejarlo a Él seguir realizando su Obra en nosotros, de la cual tenemos que estar orgullosos y complacidos de lo que nos ha permitido y nos permitirá vivir.

jueves, 20 de junio de 2019

Sobre el Padrenuewtro

San Cipriano

Continuamos la oración y decimos: El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Esto puede entenderse en sentido espiritual o literal, pues de ambas maneras aprovecha a nuestra salvación. En efecto, el pan de vida es Cristo, y este pan no es sólo de todos en general, sino también nuestro en particular. Porque, del mismo modo que decimos: Padre nuestro, en cuanto que es Padre de los que lo conocen y creen en él, de la misma manera decimos: El pan nuestro, ya que Cristo es el pan de los que entramos en contacto con su cuerpo.
Pedimos que se nos dé cada día este pan, a fin de que los que vivimos en Cristo y recibimos cada día su eucaristía como alimento saludable no nos veamos privados, por alguna falta grave, de la comunión del pan celestial y quedemos separados del cuerpo de Cristo, ya que él mismo nos enseña: Yo soy el pan que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
Por lo tanto, si él afirma que los que coman de este pan vivirán para siempre, es evidente que los que entran en contacto con su cuerpo y participan rectamente de la eucaristía poseen la vida; por el contrario, es de temer, y hay que rogar que no suceda así, que aquellos que se privan de la unión con el cuerpo de Cristo queden también privados de la salvación, pues el mismo Señor nos conmina con estas palabras: Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Por eso, pedimos que nos sea dado cada día nuestro pan, es decir, Cristo, para que todos los que vivimos y permanecemos en Cristo no nos apartemos de su cuerpo que nos santifica.
Después de esto, pedimos también por nuestros pecados, diciendo: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Después del alimento, pedimos el perdón de los pecados.
Esta petición nos es muy conveniente y provechosa, porque ella nos recuerda que somos pecadores, ya que, al exhortarnos el Señor a pedir el perdón de los pecados, despierta con ello nuestra conciencia. Al mandarnos que pidamos cada día el perdón de nuestros pecados, nos enseña que cada día pecamos, y así nadie puede vanagloriarse de su inocencia ni sucumbir al orgullo.
Es lo mismo que nos advierte Juan en su carta, cuando dice: Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados. Dos cosas nos enseña en esta carta: que hemos de pedir el perdón de nuestros pecados, y que esta oración nos alcanza el perdón. Por esto, dice que el Señor es fiel, porque él nos ha prometido el perdón de los pecados y no puede faltar a su palabra, ya que, al enseñarnos a pedir que sean perdonadas nuestras ofensas y pecados, nos ha prometido su misericordia paternal y, en consecuencia, su perdón.

miércoles, 19 de junio de 2019

Gracias!

"Hermanos:
El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra abundantemente, abundantemente cosechará.
Cada uno dé como le dicte su corazón: no a disgusto ni a la fuerza, pues Dios ama “al que da con alegría”.
En esta carta de san Pablo a los Corintios, yo le agregaría algo más, porque no sólo quien da lo debe hacer con alegría, siino también quien recibe que lo haga con alegría. Porque ¿no le has pasado no recibir con alegría cuando nos llegan cosas buenas? Muchas veces estamos esperando grandes cosas, pero cuando recibimos pequeñas cosas, somos como los chiquillos que en el día de su cumpleaños sólo esperan juguetes, y cuando traen de regalo algo de ropa ponen cara de "y bueno..."
Es que no sabemos apreciar los regalos que nos hace el Padre, siempre estamos esperando más y más... y no vemos lo que hay en cada uno de nosotros, con palabras del mismo Pablo, se podría decir que no apreciamos el tesoro que llevamos dentro, por eso siempre estamos esperando que nos den algo más para agrandar el tesoro, o buscamos otro tesoro, porque el nuestro no es tan valioso.
Si valoráramos más lo que se nos ha confiado, lo que se nos ha regalado, tendríamos la capacidad de ser más generosos, podríamos regalar mucho más a los demás no porque nos sobre, sino porque estamos agradecidos de tener.
Es cierto que, también, cuando damos o cuando recibimos no sentimos el agradecimiento del que recibe, pero, tampoco somos muy agradecidos cuando recibimos. Pero eso es arreglable porque podemos encontrar el modo de comenzar a dar la Gracias en todo momento, y no sólo a Dios, sino también a nuestros hermanos. Pareciera que la palabra Gracias no existiera ya en el vocabulario, porque no siempre se dice, ni se expresa.
Claro que, como dice el evangelio, no tenemos que ir tocando las trompetas cada vez que hacemos algo por los demás, pero sí, es bueno que los demás sepan agradecer, por lo menos a Dios, por lo que van recibiendo, sabiendo que el ser agradecido agrada al Señor, y cuando más agradecido se es, más gracias se reciben.

martes, 18 de junio de 2019

No es fácil

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Hay pequeños párrafos del evangelio que no necesitan aclaración, ni tan siquiera explicación, porque por sí solos ya nos dicen no sólo que debemos saber sino, también, lo que no queremos saber. Y este es uno de esos casos, porque al hablar Jesús de que "no vine a abolir la ley y los profetas, sino a darle plenitud", se refiere a esto que acaba de decirnos: no quiere que sólo cumplamos la letra de la ley (no robo ni mato) sino que entendamos el núcleo esencial de la vida en Cristo.
Sí, es cierto que no es fácil. Siempre lo decimos y eso no nos exceptúa de intentar vivir. Claro que creemos que por decir que no es fácil, la mayoría, intenta no vivir el evangelio y hacer una vida cristiana a la medida de sus posibilidades o a la medida de mis instintos o a la medida de lo que el mundo me dice. Pero así no seremos nunca ni sal, ni luz, ni fermento en el mundo. Sólo seremos una sal insípida que no tiene no sirve ni para dar sabor ni para evitar que se pudra algo. Tampoco iluminaremos el camino, sino más bien confundiremos a quienes buscan el Camino para llegar a Dios. Y ni hablar de fermento, lo único que haremos será seguir ayudando al Príncipe de este mundo que quiere destruir la fe en Dios Nuestro Padre y en Jesucristo el Señor.
Por eso no debemos quedarnos con la facilidad de decir "no es fácil, entonces no lo vivo", sino recordar aquello que le dijo el Ángel Gabriel a María: "pero para Dios no es imposible". Lo que nosotros vemos imposible no lo es si estamos con Dios, si estamos constantemente buscando al Señor: si oramos, si reflexionamos su Palabra, si nos acercamos a los Sacramentos, si examinamos nuestra vida a la luz de Su Palabra y de Su Voluntad... porque todo nos ayuda a mantener la disponibilidad del corazón "para hacer su Voluntad aquí en la Tierra como en el Cielo".

lunes, 17 de junio de 2019

No hay mucho que agregar

Tanto Jesús, en el evangelio, como san Pablo, en su carta, nos muestran el estilo de vida que tenemos que llevar los que hemos elegido el Camino de Cristo, es decir, los que hemos decidido ser cristianos:
«Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente".
Pero os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra;
al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto;
a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos;
a quien te pide, dale,
y al que te pide prestado, no lo rehuyas».

"Nunca damos a nadie motivo de escándalo, para no poner en ridículo nuestro ministerio; antes bien, nos acreditamos en todo como ministros de Dios
con mucha paciencia en tribulaciones, infortunios, apuros; en golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer; procedemos con limpieza, ciencia, paciencia y amabilidad;
con el Espíritu Santo y con amor sincero; con palabras verdaderas y la fuerza de Dios;
con las armas de la justicia, a derecha e izquierda;
a través de honra y afrenta, de mala y buena fama;
como impostores que dicen la verdad,
desconocidos, siendo conocidos de sobra,
moribundos que vivimos,
sentenciados nunca ajusticiados;
como afligidos pero siempre alegres,
como pobres, pero que enriquecen a muchos,
como necesitados, pero poseyéndolo todo".

"Llevamos un tesoro en vasijas de barro" y es ese tesoro, justamente, el que nos da fuerzas, nos sostiene, nos mantiene alertas ante las amenazas del maligno, ante las tentaciones y, sobre todo, nos comunica lo que tenemos que vivir y hacer. Es el Espíritu Santo quien nos muestra el Camino, y nos ayuda a recorrer el Camino, solamente requiere de nosotros la disposición para viviir como el Señor nos ha enseñado, lo demás vendrá por añadidura.

domingo, 16 de junio de 2019

Somos parte de la Comunidad del Amor

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena".
Si bien esto se lo dijo Jesús a sus discípulos hace mas de 2000 años, hoy nosotros tampoco podemos saber todo lo que respecta a los Misterios de la Fe, porque aún no tenemos la capacidad para poder adentrarnos en el Corazón del Padre y conocer todos sus secretos. Y no es por que no seamos tan inteligentes, sino porque sino supiéramos todo y tuviéramos certeza de todo ¿para qué el Don de la FE? El Espíritu Santo ilumina nuestro caminar hacia la verdad plena, pero esa verdad la conoceremos sólo cuando estemos cara a cara con el Padre, pues lo veremos tal cual es y ya no tendremos necesidad de esperar conocer nada porque estaremos con Él.
Mientras caminamos aquí, en este valle terrenal, sólo tenemos la Fe que nos alienta en cada momento para poder seguir caminando aunque no veamos, y seguir levantándonos aunque no tengamos fuerzas, porque será el Espíritu quien nos aliente, quien nos fortalezca, quien nos renueve la esperanza que no defrauda que es la Esperanza en Cristo, en mantenernos unidos a Él, así cómo Él está unido al Padre y al Espíritu, formando una Comunidad de Amor, así también nosotros con Ellos para poder vivir la misma comunión aquí en la tierra como en el Cielo.
Hay muchos tratados de teología que hablan de la Santísima Trinidad, pero cuando hemos conocido el Amor de Dios y descubrimos el Amor del Hijo por nosotros, por tí y por mí, no nos hace falta saber tanto, porque la Santisíma Trinidad nos habla al corazón y nos va mostrando su Amor, el Amor que se derramó en nuestros corazones el día de nuestro bautismo, por el Espíritu Santo que nos fue dado. Y sabemos, por la Fe, que donde está el Espíritu también vive el Padre y el Hijo, y así como somos un miembro del Cuerpo Místico de Cristo, también formamos parte de esa Hermosa y Misteriosa Comunidad que se llama "Santísima Trinidad".
Si miramos nuestra vida desde ese ángulo tan misterioso como magnífico y extraordinarios, vamos a darnos cuenta de lo maravilloso que es ser cristiano y de la gran responsabilidad que tenemos como hijos de Dios. Sí, porque somos parte de una intensa comunidad de Amor, y debemos mostrar al mundo esa brillante Unidad en el Amor, un Amor que sólo lo podremos mostrar cuando vivamos, en este mundo, amando como Jesús nos ha amado, amando como el Padre ama al Hijo, como los dos desprenden hacia nosotros el Amor Divino que es el Espíritu Santo.
Sí, nos parece imposible que haya tanto amor en nuestros corazones, pero para Dios nada es imposible, por eso nos hizo a su imagen y semejanza, y nos redimió y nos santificó para que fuésemos, aquí en la tierra, el reflejo de su divinidad, una divinidad que se muestra en el Amor Entregado.

sábado, 15 de junio de 2019

Cantar salmos con el espíritu y la mente

De los Comentarios de san Ambrosio, obispo, sobre los salmos.
 
    ¿Qué cosa hay más agradable que los salmos? Como dice bellamente el mismo salmista: Alabad al Señor, que los salmos son buenos, nuestro Dios merece una alabanza armoniosa. Y con razón: los salmos, en efecto, son la bendición del pueblo, la alabanza de Dios, el elogio de los fieles, el aplauso de todos, el lenguaje universal, la voz de la Iglesia, la profesión armoniosa de nuestra fe, la expresión de nuestra entrega total, el gozo de nuestra libertad, el clamor de nuestra alegría desbordante. Ellos calman nuestra ira, rechazan nuestras preocupaciones, nos consuelan en nuestras tristezas. De noche son un arma, de día una enseñanza; en el peligro son nuestra defensa, en las festividades nuestra alegría; ellos expresan la tranquilidad de nuestro espíritu, son prenda de paz y de concordia, son como la cítara que aúna en un solo canto las voces más diversas y dispares. Con los salmos celebramos el nacimiento del día, y con los salmos cantamos a su ocaso.
    En los salmos rivalizan la belleza y la doctrina; son a la vez un canto que deleita y un texto que instruye. Cualquier sentimiento encuentra su eco en el libro de los salmos. Leo en ellos: Cántico para el amado, y me inflamo en santos deseos de amor; en ellos voy meditando el don de la revelación, el anuncio profético de la resurrección, los bienes prometidos; en ellos aprendo a evitar el pecado y a sentir arrepentimiento y vergüenza de los delitos cometidos.
    ¿Qué otra cosa es el salterio sino el instrumento espiritual con que el hombre inspirado hace resonar en la tierra la dulzura de las melodías celestiales, como quien pulsa la lira del Espíritu Santo? Unido a este Espíritu, el salmista hace subir a lo alto, de diversas maneras, el canto de la alabanza divina, con liras e instrumentos de cuerda, esto es, con los despojos muertos de otras diversas voces; porque nos enseña que primero debemos morir al pecado y luego, no antes, poner de manifiesto en este cuerpo las obras de las diversas virtudes, con las cuales pueda llegar hasta el Señor el obsequio de nuestra devoción.
    Nos enseña, pues, el salmista que nuestro canto, nuestra salmodia, debe ser interior, como lo hacía Pablo, que dice: Orar con el espíritu, pero orar también con la mente; cantar salmos con el espíritu, pero cantarlos también con la mente; con estas palabras nos advierte que debemos orientar nuestra vida y nuestros actos a las cosas de arriba, para que así el deleite de lo agradable no excite las pasiones corporales, las cuales no liberan nuestra alma, sino que la aprisionan más aún; el salmista nos recuerda que en la salmodia encuentra el alma su redención: Tocaré para ti la cítara, Santo de Israel; te aclamarán mis labios, Señor, mi alma, que tú redimiste.

viernes, 14 de junio de 2019

Cual es nuestro tesoro?

"Llevamos el tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros".
Pero ¿cuál es el tesoro que llevamos dentro de nuestra vasija? Porque "donde esté tu tesoro ahí estará tu corazón", entonces tenemos que saber bien dónde está nuestro tesoro y, sobre todo, qué consideramos tesoro en nuestra vida.
¿Cuál es el tesoro al que se refiere san Pablo? ¿Es el mismo que suponemos nosotros que llevamos en nuestra vasija?
Puede ser que san Pablo se refiera al Don de la Fe, a la Vida Nueva que nos dio Jesús con su Resurrección, al Espíritu Santo que habita en nosotros desde nuestro bautismo, o simplemente al Don de la Vida que nos ha sido otorgado.
Pero, en realidad, somos nosotros mismos quienes tenemos que definir cuál es el tesoro que queremos conservar, cuál es el tesoro que tenemos que hacer crecer, y, sobre todo, que ese tesoro de a nuestra vida un brillo particular, especial.
"Atribulados en todo, más no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados , mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo".
Es la vida de Jesús la que está en nuestras vasijas, y esa es la vida que hace irradiar a nuestra vida un brillo diferente, porque es la Vida en el Espíritu. Y, será ese Espíritu, quien nos acompañe y nos aliente en cada paso de nuestra vida. Será ese tesoro quien nos haga levtarnos ante cada caída, quien nos permita seguir luchando en cada combate, seguir caminando luego de cada tropiezo, y así, paso a paso alcanzar la meta sin perder la fe, sino todo lo contrario, nuestra fe irá madurando y llenando nuestra vida de más Vida aún.
"Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él.
Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios".
Cuanto más valoremos el tesoro que llevamos oculto en nuestro corazón, más Gracia tendremos para hacerlo fructificar, más Gracia tendremos para continuar siendo Fieles a la Vida que se nos ha llamado a vivir.

jueves, 13 de junio de 2019

Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote

Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, lo es porque Él mismo se ofreció como víctima expiatoria por los pecados del mundo, es el único Mediador entre el Padre y nosotros, que entró de una vez para siempre en el Santuario Eterno. Pero, a la vez que entró en el Santuario Eterno quiso, en la Última Cena no sólo dejar su testamento de amor a los hombres, sino que al instituir la Eucaristía, también instituyó el sacerdocio ministerial, para que varones imperfectos ocupasen su lugar entre los hombres. Así los sacerdotes, in persona christi, ofrecen a los que siguen a Cristo un Pan Vivo y Verdadero, Su Cuerpo y Su Sangre, así como Él lo ofreció a sus discípulos en la Última Cena.
Pero, el sacerdocio de Jesús no sólo quedó en el sacerdocio ministerial, sino que, también, está en cada uno de los bautizados el sacerdocio real de Cristo. Es decir, cada uno al recibir el Espíritu Santo en el bautismo comenzamos a ser mediadores entre Dios y los hombres, y así como Jesús se ofreció como Vícitima Propiciatoria por los pecados del mundo, también los cristianos nos ofrecemos al Padre como ofrenda diaria para la salvación del mundo. Y de este modo ha sido definida la Iglesia de Cristo, en el Concilio Vaticano II, como sacramento de salvación, pues lleva a todos los hombres de todos los tiempos el mensaje de Salvación de Jesús, y, como dice en los Hechos de los Apóstoles: "Dios enviaba a esas comunidades a los que habían de salvarse".
Por eso es tan importante que entendamos que todos formamos parte del Sacerdocio de Cristo, cada uno de acuerdo a la vocación recibida, pero todos somos responsables del testimonio que damos con nuestra vida, porque los hombres conocerán el Camino hacia el Padre viendo nuestras buenas obras. Y la única y esencial forma de manifestar el Camino, es como Jesús nos lo muestra en la Última Cena:
"No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
Yo le he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí."
Una Unidad que no sólo se vive por tener la misma fe, sino que se hace real cuando se tiene un mismo Amor.

miércoles, 12 de junio de 2019

Una Ley que mata

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud".
El orgullo y la vanidad, a veces, no nos dejan ver o discernir que lo que el otro está haciendo no lo hace para hacerme quedar mal a mí, sino que lo hace lo mejor que puede y, en algún momento, será algo mejor que lo mío. Pero como siempre estoy pendiente si me quieren quitar mi puesto o quieren hacerme quedar mal, entonces quiero que lo que hace el otro sea condenado.
Así le pasó a Jesús, creían que quería abolir la Ley y los Profetas porque, simplemente, quería hacer la Voluntad de Dios, venía a dar cumplimiento a lo que ya estaba escrito, pero no desde la única letra de la ley, sino desde el Espíritu que Dios había querido darle a la Ley y los Profetas.
Pero, claro, muchas veces es mejor "cumplir" con la ley que encontrar el sentido del espíritu de la Ley, porque una vez que he cumplido con la letra ya no me pueden exigir nada más ¡he cumplido! ¡listo!
Por eso, muchas veces, en el confesionario decimos: no he matado ni robado, no tengo pecado. Sin embargo me olvido de la Ley del Amor y no me examino en el amor al otro, si lo hiciera podría ver cuánto he pecado por obra y cuánto por omisión. Pero nos hemos acostumbrado a la letra de la ley y no al espíritu, y así vamos quedando, simples caretas de haber cumplido pero no hemos vivido.
Es por eso que San Pablo dice:
"...nuestra capacidad nos viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una alianza nueva: no de la letra sino del Espíritu; pues la letra mata, mientras que el Espíritu da vida.
Pues si el ministerio de la muerte, grabado en letras sobre piedra, se realizó con tanta gloria que los hijos de Israel no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, por el resplandor de su cara, pese a ser un resplandor pasajero, ¡cuánto más glorioso no será el ministerio del Espíritu!".
La letra de la Ley mata, porque no da vida, sino que es el Espíritu lo que da vida, y vida en abundancia. Que es más fácil cumplir la letra ¡seguro! pero que sólo "cumpliendo" no tendrás más vida que nadie, sino que sólo te quedarás satisfecho por que has cumplido, pero no alcanzarás la Vida de los que han vivido la Voluntad del Padre.
Cuando sólo nos dedicamos a cumplir siempre nos creemos mejores que los demás, porque en el cumpli-miento tengo un 10, pero si me examino más detenidamente en el orden del Espíritu, y en el orden de la Ley del Amor... Será ahí cuando, a pesar de que no alcanzo la perfección, podre ser más misericordioso con mis juicios hacia los demás, y podré así seguir creciendo en el Amor que es lo que da Vida, pues el Amor viene del Espíritu que es el Amor entre el Padre y el Hijo.

martes, 11 de junio de 2019

Vosotros sois la sal del mundo

De los Tratados de san Cromacio, obispo, sobre el evangelio de san Mateo

    Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto del monte; ni se enciende una lámpara para meterla bajo el celemín, sino para ponerla sobre el candelero, así alumbra a todos los que están en la casa. El Señor dijo a sus discípulos que eran la sal de la tierra, porque ellos, por medio de la sabiduría celestial, condimentaron los corazones de los hombres que, por obra del demonio, habían perdido su sabor. Ahora añade también que son la luz del mundo, ya que, iluminados por él mismo, que es la luz verdadera y eterna. se convirtieron ellos también en luz que disipó las tinieblas.
    Puesto que él era el sol de justicia, con razón llama a sus discípulos luz del mundo, ya que ellos fueron como los rayos a través de los cuales derramó sobre el mundo la luz de su conocimiento; ellos, en efecto, ahuyentaron del corazón de los hombres las tinieblas del error, dándoles a conocer la luz de la verdad.
    También nosotros, iluminados por ellos, nos hemos convertido de tinieblas en luz, tal como dice el Apóstol: Un tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz. Y también: Todos sois hijos de la luz e hijos del día. No somos de la noche ni de las tinieblas.
    En este mismo sentido habla san Juan en su carta, cuando dice: Dios es luz, y el que permanece en Dios está en la luz, como él también está en la luz. Por lo tanto, ya que tenemos la dicha de haber sido liberados de las tinieblas del error, debemos caminar siempre en la luz, como hijos que somos de la luz. Por esto dice el Apóstol: Aparecéis como antorchas en el mundo, presentándole la palabra de vida.
    Si así no lo hacemos, es como si, con nuestra infidelidad, pusiéramos un velo que tapa y oscurece esta luz tan útil y necesaria, en perjuicio nuestro y de los demás. Por esto también incurrió en castigo aquel siervo que prefirió esconder el talento, que había recibido para negociar un lucro celestial, antes que ponerlo en el banco, como sabemos por el Evangelio.
    Así, pues, aquella lámpara resplandeciente, encendida para nuestra salvación, debe brillar siempre en nosotros. Poseemos, en efecto, la lámpara de los mandatos celestiales y de la gracia espiritual, acerca de la cual afirma el salmista: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. De ella dice también Salomón: El consejo de la ley es lámpara.
    Por consiguiente, nuestro deber es no ocultar esta lámpara de la ley y de la fe, sino ponerla siempre en alto en la Iglesia, como en un candelero, para la salvación de todos, para que así nos beneficiemos nosotros de la luz de su verdad y para que ilumine a todos los creyentes.

lunes, 10 de junio de 2019

María, Madre de la Igleisa

De las obras oratorias de Bossuet, obispo de Meaux, sobre la bienaventurada Virgen María

    La santa Virgen María es la verdadera Eva, la verdadera madre de todos los vivientes. Vivid, vivid, y María será vuestra madre. Pero vivid de Jesucristo y por Jesucristo, porque incluso María tiene vida únicamente de Jesucristo y por Jesucristo.
    La maternidad de la santa Virgen es una realidad innegable. Por otra parte, que María sea madre de los cristianos es algo que no puede ser más oportuno; éste fue también el designio de Dios, revelado ya desde el paraíso. Pero para que esta realidad penetre más profundamente en vuestros corazones, debéis admirar el modo como este designio de Dios llegó a cumplimiento en el Evangelio de nuestro Salvador, contemplando cómo Jesús quiso asociar a sí a la santa Virgen al engendramos por medio del alumbramiento de su sangre, que siempre tan fértil, produjo frutos agradables al Padre.
    En aquella ocasión, san Juan representaba la universalidad de los fieles. Entended mi raciocinio: todos los demás discípulos del Salvador abandonaron a Jesús. Dios permitió que esto sucediera así para que comprendiéramos que son pocos los que siguen a Jesús hasta su cruz.
Así, pues, habiéndose dispersado todos los demás discípulos, la providencia quiso que, junto al Dios que moría, no permaneciera sino Juan, el discípulo amado. Él fue el único, él, el verdadero fiel; porque únicamente es verdadero fiel de Jesús el que le sigue hasta la cruz. Y fue así como este único fiel representó a todos los fieles. Por consiguiente, cuando Jesucristo, hablando a su Madre, le dice que Juan es su hijo, no penséis que considera a san Juan como un hombre particular: en la persona de Juan entrega a María todos sus discípulos, todos sus fieles, todos los herederos de la nueva alianza, todos los hijos de su cruz.
    Por esto, precisamente, llama a María «Mujer»; con esta expresión quería significar «Mujer por excelencia, Mujer elegida singularmente para ser la madre del pueblo elegido». «Oh Mujer. oh nueva Eva -le dice-, ahí tienes a tu hijo; por tanto, Juan y todos los fieles a quienes él representa son tus hijos. Juan es mi discípulo, mi discípulo amado; recibe, pues, en su persona a todos los cristianos, porque aquí Juan los representa a todos, ya que todos ellos son, como lo es Juan, mis discípulos, mis discípulos amados.» Esto es lo que el Salvador quería significar a su santa Madre.
    Y lo que más importante se me antoja en este hecho es que Jesús dirija estas palabras a María desde la cruz. Porque en la cruz es donde el Hijo de Dios nos dio la vida y nos engendró a la gracia por la fuerza de su sangre derramada por nosotros. Y es precisamente desde la cruz desde donde significa a la purísima virgen María que ella es madre de Juan y madre de todos los fieles. Mujer, ahí tienes a tu hijo, le dice. En estas palabras contemplo al nuevo Adán que, al engendramos por su muerte, asocia a la nueva Eva, su santa Madre, en la generación, casta y misteriosa, de los hijos del nuevo Testamento.

domingo, 9 de junio de 2019

Ven Espíritu Santo

¡VEN, ESPÍRITU SANTO Y ENVÍA UN RAYO DE TU LUZ!
¡VEN, PADRE DE LOS POBRES, VEN A DARNOS TUS DONES, ¡VEN A DARNOS TU LUZ!
Esta oración al Espíritu Santo, se llama “Secuencia del Espíritu Santo”, que se reza antes del Evangelio en la Fiesta de Pentecostés, es una oración que, para mí, es importante en la vida de todo cristiano, porque siempre necesitaremos del Espíritu que venga en nuestra ayuda, que nos encienda con el Fuego de su Amor, que nos ilumine con sus 7 Dones, que queme nuestros pecados y que encienda nuestra frialdad.
Es que son tantas las cosas que se nos van “pegando” a nuestra alma durante el día a día, que siempre necesitamos del “asistente divino” para que nos ayude a quitárnoslas de encima, y nos vuelva a purificar como el día de nuestro bautismo.
Nuestra vida, que fuera santificada el día de nuestro bautismo, por el Espíritu Santo, necesita, cada día, volver a tener el mismo fuego, el mismo valor, la misma fortaleza que tuvieron los apóstoles el día de Pentecostés. Necesitamos, hoy más que nunca, esa fortaleza para poder testimoniar fiel y verdaderamente la Buena Noticia de la Salvación.
Por eso, también, necesitamos la ayuda del Espíritu para que, como dice San Pablo, nos ayude a pedir lo que verdaderamente necesitamos, porque nadie nos conoce mejor que el Espíritu que habita en nosotros. Y nadie conoce mejor lo que el Padre quiere de nosotros que el Espíritu que Él nos concedió. Así, cuando dejamos que el Espíritu ore en nosotros y por nosotros, tendremos la seguridad que todo lo que Él pida por nosotros El Padre nos lo concederá.
Este fin de semana, también nos ha pedido el Santo Padre, que hagamos un minuto de oración por la Paz en el Mundo. En ese minuto recemos al Espíritu Santo para que el mundo no esté tan alejado de nuestras vidas, sino que sepamos que el mundo comienza cambiando en mi corazón. Por eso necesitamos que el Espíritu Santo invada nuestros corazones y nos transforme en instrumentos de la Paz de Dios para todos los hombres.

sábado, 8 de junio de 2019

A tí qué? Tú sígueme

En aquel tiempo, Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?».
Al verlo, Pedro dice a Jesús:
«Señor, y éste ¿qué?».
Jesús le contesta:
«Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme».
No son pocas las veces que nos gusta saber qué pasara con fulano o con mengano, pero no lo hacemos para saber cómo acompañar o cómo ayudar al otro, lo hacemos por simple cotilleo o chusmerío, porque nos interesa saber y poder ir por ahí diciendo "¡yo lo sé antes que vosotros!", porque creemos eso nos hace mejores, o "más eficientes" en el orden de enterarnos de las cosas. Por eso mismo Jesús le responde a Pedro: "si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a tí qué? Tú sígueme".
Es decir, no te interesa lo que él haga o deje de hacer, o lo que yo le pida a él o no le pide, tú te tienes que ocupar de lo que Dios te pide a tí, no de lo que Dios le pide a los demás o de lo que los demás puedan hacer o dejar de hacer. Si realmente te interesa la vida de tu hermano, entonces ocúpate de acompañarlo y de ayudarlo a ser fiel, pero no te ocupes de la vida de tu hermano para satisfacer, simplemente, tu curiosidad o tu afán de protagonismo frente a los demás.
Por eso dice el mismo evangelista:
"Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?».
Porque cuando sólo nos interesamos de lo que hacen los demás por la mera curiosidad, entonces comenzamos a lanzar "noticias" al aire que no sabemos cómo van a terminar. Nos convertimos, o creemos convertirnos, en difusores de grandes noticias, cuando en realidad no hemos sabido controlar nuestro afán de cotillear o chusmear sobre la vida de los demás.
Y, lo que es más pecaminoso es que por andar golismeando por ahí sobre los demás no nos ocupamos de lo que Dios nos pide a nosotros mismos, y a eso se le llama pecado de omisión, porque dejo de hacer lo que Dios a mí me está pidiendo. Es mejor aprovechar el tiempo en ser Fiel a la Voluntad de Dios en mi vida que en buscar "grandes noticias" que no se procesar y lanzar grandes titulares que no ayudan para nada a la vida de los demás, sino que, en muchos casos, ayudan a los demás a cometer el mismo pecado de chusmerío y omisión que yo estoy realizando.
Aprovechemos el tiempo en discernir lo que Dios me está pidiendo a mí, y así poder transmitir verdaderos valores y testimonio de vida a mis hermanos.

viernes, 7 de junio de 2019

Qué mandais hacer de mí?

«¿Me quieres?» y le contestó:
«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice:
«Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras».
La obediencia que el Señor nos pide vivir no es una obediencia autoritaria, sin razón, sino que es una obediencia en el Amor, un Amor de entrega no de concupiscencia, un Amor que se da sin pedir nada a cambio porque ya lo ha recibido todo de quien a Amado en plenitud.
Todavía nos queda mucho por comprender y aceptar de esta frase que no sólo es para Pedro, sino para cada uno de nosotros que ha decidido amar a Jesús. Porque, en definitiva, ser cristiano es amar a Jesús y seguir sus huellas. Una huellas que nos hablan de un amor incondicional al Padre y una obediencia absoluta a su Voluntad, sabiendo que el Padre, también, ama a su Hijo y a sus hijos: "Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo Único para que tengan vida y vida en abundancia".
En ese Camino de la Obediencia por Amor, san Pablo nos demuestra que en todo momento, ese Amor nos "obliga" a dar testimonio con la vida: ya sea en libertad, ya sea en la cárcel; ya sea en condiciones favorables o desfavorables; con sufrimientos o sin ellos; en el gozo o en la alegría. Nos hace ver, san Pablo, que cuando somos obedientes y nos dejamos conducir por el Espíritu Santo podremos "combatir el buen combate y no perder la fe", porque será Él quien nos sostenga en cada paso, en cada lugar, en cada cruz.
Será el Espíritu quien nos diga lo que hemos de decir y nos ayude a discernir hacia dónde y cuándo ir. Como escribía Santa Teresa de Ávila:
Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mi?
Y no es una situación de conformismo con lo que vivimos, sino un estar disponible para que el Espíritu Santo sea quien oriente nuestra vida según la Voluntad de Dios, porque, muchas veces, estamos acostumbrados que si la situación no es la que yo pienso, si el lugar no es el que me imagino, entonces no estoy alegre, me deprimo, me desespero... y, finalmente, no doy el testimonio vital que el Señor quiere de mí para que el mundo crea en Él.

jueves, 6 de junio de 2019

Ser Uno para que el mundo crea

"Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí".
El Señor nos llamó y nos eligió y nos evió con una misión, pero no sólo una misión de anunciar al mundo la Buena Noticia sólo de palabra. Esa misión de hablar mucho y de memoria la Palabra de Dios, no es, creo, lo que el Señor quería, sino con grabar un CD con la Palabra de Dios y repetirla por la radio, ya estaría. Sino que a la misión del envío va unida una condición, y de esto creo estar seguro, sin la cual la misión no tiene efecto: "para que sean uno, como nosotros somos uno... de modo que el mundo sepa que tú me has enviado".
La Unidad de los miembros de la Iglesia es un rasgo impresciendible e indispensable, digamos esencial, para la vida de todos. Y la Unidad no se logra con el amontamiento de gente diciendo Amén a lo que dice un Papa o los obispos. Sino que la Unidad que Jesús nos pide que vivamos es al Unidad en el Amor, pero en el verdadero Amor: somos (o debemos serlo) un Reino de Personas que se aman, porque todos (decimos) que somos hijos de Dios, y Dios es Amor, y el mandamiento nuevo que nos dejó Jesús es el mandamiento del Amor.
Una Unidad que tiene que tener su centro en el Señorío del Señor, y no en el señorío de los señores que nos creemos los mejores del mundo y que creemos que somos los únicos que tenemos la verdad, y no lo digo sólo por los curas, sino por todos los que no somos capaces de reconocer nuestra soberbia y egoísmo y nos ponemos por sobre los demás para intentar que prevalezcan nuestras opiniones y voluntades. Porque la Unidad cuando está basada en el Señorío del Señor, busca siempre la Voluntad de Dios y no la voluntad de los hombes: "maldito el hombre que confía en el hombre", dice la Palabra.
Nos hemos dejado llevar por la primera parte de las palabras de Jesús: "yo les he dado la gloria que tú me diste", y, muchos, buscan por derecha y por izquierda lo efímero de la gloria humana y no se preocupan de la Voluntad de Dios, no se ocupan de la Fidelidad a la Palabra para poder vivir en Unidad con Padre y con los hermanos. Los humos de la gloria del mundo enceguecen y oscurecen el Verdadero Camino y muestran así una iglesia que no es comunidad, sino amontanamiento de gente que no sabe a dónde y por qué va, un iglesia que cada vez más va en declive, simplemente por que no va buscando la Voluntad del Padre, sino que se ha dejado conmover por la gloria delmundo, y va perdiendo la Unidad que el Señor nos ha pedido vivir.

miércoles, 5 de junio de 2019

La nave de la Iglesia

De las Cartas de san Bonifacio, obispo y mártir

    La Iglesia, que como una gran nave surca los mares de este mundo, y que es azotada por las olas de las diversas pruebas de esta vida, no ha de ser abandonada a sí misma, sino gobernada.
    De ello nos dan ejemplo nuestros primeros padres Clemente y Cornelio y muchos otros en la ciudad de Roma, Cipriano en Cartago, Atanasio en Alejandría, los cuales, bajo el reinado de los emperadores paganos, gobernaban la nave de Cristo, su amada esposa, que es la Iglesia, con sus enseñanzas, con su protección, con sus trabajos y sufrimientos hasta derramar su sangre.
    Al pensar en éstos y otros semejantes, me estremezco y me asalta el temor y el terror, me cubre el espanto por mis pecados, y de buena gana abandonaría el gobierno de la Iglesia que me ha sido confiado, si para ello encontrara apoyo en el ejemplo de los Padres o en la sagrada Escritura.
    Mas, puesto que las cosas son así y la verdad puede ser impugnada, pero no vencida ni engañada, nuestra mente fatigada se refugia en aquellas palabras de Salomón: Confía en el Señor con toda el alma, no te fíes de tu propia inteligencia; en todos tus caminos piensa en él, y él allanará tus sendas. Y en otro lugar: Torre fortísima es el nombre del Señor, en él espera el justo y es socorrido. Mantengámonos en la justicia y preparemos nuestras almas para la prueba; sepamos aguantar hasta el tiempo que Dios quiera y digámosle: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
    Tengamos confianza en él, que es quien nos ha impuesto esta carga. Lo que no podamos llevar por nosotros mismos, llevémoslo con la fuerza de aquel que es todopoderoso y que ha dicho: Mi yugo es suave y mi carga ligera. Mantengámonos firmes en la lucha en el día del Señor, ya que han venido sobre nosotros días de angustia y aflicción. Muramos, si así lo quiere Dios, por las santas leyes de nuestros padres, para que merezcamos como ellos conseguir la herencia eterna.
    No seamos perros mudos, no seamos centinelas silenciosos, no seamos mercenarios que huyen del lobo, sino pastores solícitos que vigilan sobre el rebaño de Cristo, anunciando el designio de Dios a los grandes y a los pequeños, a los ricos y a los pobres, a los hombres de toda condición y de toda edad, en la medida en que Dios nos dé fuerzas, y a tiempo y a destiempo, tal como lo escribió san Gregorio en su libro a los pastores de la Iglesia.

martes, 4 de junio de 2019

No me importa la vida

"Pero a mí no me importa la vida, sino completar mi carrera y consumar el ministerio que recibí del Señor Jesús: ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios".
Estas palabras de San Pablo a los presbíteros de Éfeso son como su testamento espiritual, ya va camino de sus últimos días, pues está encadenado. Aunque no son las cadenas de los hombres las que le molestan, sino que Él están conforme con las cadenas del Espíritu Santo que es quien le lleva por donde el Padre quiere, y le va dando "testimonio de que me aguardan cadenas y tribulaciones". Pero no teme a lo que tenga que sufrir por el Evangelio, porque "ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí", y porque ha puesto toda su confianza en el Señor, ya no teme nada, sino que "sigue combatiendo el buen combate de la fe sin perder la fe".
Para mí, su vida, es un referente claro de cómo hemos de vivir nuestra vida en Cristo, sin mirar a lo que los hombres quieran o digan, sino poner nuestra mirada en Cristo y dejarnos llevar por el Espíritu Santo, porque hemos sido elegido por Él para dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios, y por eso, esa misión no es misión humana, no la podemos hacer sólo con nuestras fuerzas y posibilidades, sino sólo con la ayuda y la fortaleza que viene de Dios.
Y es lo que Jesús, en la Última Cena, intenta comunicarnos y hacernos saber:
"He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado.
Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos. Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti".
Estamos en el mundo, pero no somos del mundo, no tenemos ninguna deuda con el mundo como para poner nuestras vidas en sus manos. Pero sí tenemos una deuda con el Señor porque Él dio su Vida por nosotros, y nos unió a Él de un modo extraordinario, y nos invitó a seguirlo para que tuviéramos Vida y Vida en abundancia. Y así esa Vida será testimonio claro y real de lo que Él nos entregó y de lo que Él ha realizado en nosotros y por nosotros.
Por eso Jesús tampoco reza por el mundo, sino por los que Él ha elegido para que vayan al mundo y le lleven la Buena Noticia de la Salvación.

lunes, 3 de junio de 2019

La gloria de los mártires

De la Homilía del papa Pablo sexto, en la canonización de los mártires de Uganda

    Estos mártires africanos añaden una nueva página a aquella lista de vencedores llamada Martirologio, página que contiene unos hechos a la vez siniestros y magníficos; página digna de formar parte de aquellas ilustres narraciones de la antigua África, que nosotros, los que vivimos en esta época, pensábamos, como hombres de poca fe, que nunca tendrían una continuación adecuada.
    ¿Quién hubiera podido sospechar, por ejemplo, que aquellas actas, tan conmovedoras, de los mártires escilitanos, de los mártires cartagineses, de los mártires de la «blanca multitud» de Útica, recordados por san Agustín y Prudencia, de los mártires de Egipto, ampliamente ensalzados en los escritos de Juan Crisóstomo, de los mártires de la persecución de los vándalos, se verían enriquecidas en nuestro tiempo con nuevas historias, en las que se narrarían unas hazañas no inferiores en fortaleza y en brillantez?
    ¿Quién hubiera podido imaginar que a aquellos ilustres mártires y confesores africanos, tan conocidos y recordados, como Cipriano, Felicidad y Perpetua, y Agustín, aquel gran hombre, añadiríamos un día los nombres tan queridos de Carlos Lwanga, de Matías Mulumba Kalemba y de sus veinte compañeros? Sin olvidar aquellos otros, de confesión anglicana, que sufrieron la muerte por el nombre de Cristo.
    Estos mártires africanos significan, en verdad, el inicio de una nueva era. No permita Dios que el pensamiento de los hombres retorne a las persecuciones y conflictos de orden religioso, sino que tiendan a una renovación cristiana y civil.
    África, regada con la sangre de estos mártires, los primeros de esta nueva era (y quiera Dios que los últimos, tratándose de un holocausto tan grande y de tanto precio), África renace libre y dueña de sí misma.
    Aquel crimen, del que ellos fueron víctima, es tan abominable y tan significativo, que proporciona un motivo claro y suficiente para que este nuevo pueblo adquiera una formación moral, para que prevalezcan nuevas costumbres espirituales y sean transmitidas a los descendientes, para que sea como un símbolo eficaz del paso de un estado de vida simple y primitivo, en el que no faltaban unos valores humanos dignos de consideración, pero que era también corrompido y débil y como esclavo de sí mismo, a una cultura más civilizada, que tienda a unas más elevadas expresiones de la mente humana y a unas superiores condiciones de vida social.