domingo, 7 de abril de 2024

Dichosos los que crean

Contestó Tomás: - «¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo: - «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».

Hace mucho tiempo atrás, un profesor mío, de la facultad, nos decía que si reflexionáramos mejor nuestro Credo no tendríamos necesidad de creer en nada más, porque en el Credo están contenidas todas las verdades de nuestra Fe para que tengamos un itinerario de vida que nos llene de Esperanza, de Fe, y, sobre todo de amor al prójimo, a Dios, y a uno mismo. Un Camino que nos conduzca por el hilo de la historia sin tener que preocuparnos de andar buscando el sentido en los horóscopos, en las cartas astrales, en las cartas de tarot y en tantas otras ideas que vamos viendo que, muchos cristianos, creen en estos días.
Tomás necesito que el Señor se le apareciera y le hiciera tocar sus heridas para creer, y eso sirvió para que nos dejara no sólo una enseñanza, sino una hermosa bienaventuranza: ¡Dichos los que crean sin haber visto! Porque han confiado en la palabra y el testimonio que han recibido. Y eso es un gran regalo para nuestras vidas, pero es un gran regalo que no siempre lo sabemos valorar, o son pocos los que de verdad lo valoran.
Y aquí me acuerdo de un episodio con un chiquillo amigo a quien en el día de su cumpleaños su abuela le llevó de regalo algo de ropa (que le hacía falta) pero que al recibir el regalo, como era un paquete blando (no era duro como un juguete) se entristeció porque no era lo que él quería. Y así nos pasa con la Fe: no es lo que buscamos, porque Jesús nos pide demasiadas cosas para seguirlo, y eso no estamos dispuestos a hacerlo. Por eso incorporamos a las Verdades de Nuestra Fe, otras verdades mundanas o de otras religiones, y dejamos de lado la confianza en la Providencia Divina, dejamos de lado la fortaleza que nos brinda la Eucaristía, dejamos de lado la Gracia que recibimos en el sacramento de la Reconciliación, etc… sólo porque el mundo nos brinda mejores cosas a menor costo.
Y ante esto me acuerdo de otro hecho: una vez (en alguna parte del mundo) vino una persona, después de misa, y me dijo: “me hace una confesión rapidito rapidito que me tengo que ir”. Y le dije: si valorarás más el sacramento no lo pedirías así, sino que quisieras realmente hablar con el Señor en la confesión. Por lo tanto, no puedo hacer una confesión en dos minutos. Cuando quieras ven más temprano y te confiesas. Por supuesto que se enfadó. Pero así somos, creemos que Dios es un supermercado donde voy rapidito a hacer la compra y ¡chau!

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