viernes, 20 de enero de 2023

Nos llama

"En aquel tiempo, Jesús subió al monte, llamó a los que él quiso y se fueron con él.
E instituyo doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, y que tuvieran autoridad para expulsar a los demonios".
Llamó a los que Él quiso, no a los que querían ir con Él, sino a los que Él quiso. Y así sigue llamando día tras día, no sólo a aquellos que van a recibir el Orden Sagrado, sino a todos los que buscan el Camino del Sentido de la Vida, a los que buscan una Luz para iluminar sus vidas, a los que buscan, en realidad, una Vida para poder vivir su propia vida.
Cristo es quien nos llama para darnos una Vida Nueva cargada de un (perdonad la repetición) nuevo sentido. Una Nueva Promesa que nos permite seguir caminando en medio de la oscuridad de este mundo. Pero una Promesa que ya está cumplida porque Él se hizo Promesa y se nos da, continuamente, en el Pan de la Vida. Es esa la Vida que anhelamos, es esa la Vida que predicamos y que llevamos al mundo cuando descubrimos que hemos sido llamados para ser apóstoles del Señor, apóstoles que llevan "un tesoro en vasijas de barro".
Sí, una vasija tan débil que se rompe con cualquier falso movimiento, como la de Judas Iscariote: tomó una mala decisión y su tesoro se derramó por el suelo y dejó que todo se perdiera.
Nosotros no estamos exentos de destruir lo que Jesús nos ha dado cuando nos dejamos llevar por la luz del mundo, o, mejor dicho, por las tinieblas del mundo, pues la penunbra nos hace elegir caminos que no son los de Dios, sino que nos privan de la Gracia que sólo viene de Cristo.
Una Gracia que necesitamos, cada día, recibir para poder mantenernos fieles a la Vida que Él nos ha dado cuando nos llamó. Porque en el momento en que Él nos llama y nosotros decidimos seguirle nos da Su Vida para que comencemos a gozar de la alegría de vivir una Vida Nueva. Ese es el gozo y la alegría que transmitimos, o que deberíamos trasnmitir, los que somos llamados por el Señor para ser sus apóstoles. Pues no hay nadie que quiera hacernos ver algo nuevo con palabras de tristeza o desperanza, sino que todas las Promesas se ofrecen con la alegría de saber que serán cumplidas, y la Promesa del Señor a nosotros ya está cumplida y podemos alcanzar con nuestra entrega diaria, pues al acercarnos al Altar de la Eucaristía contemplamos la Vida que se nos ha prometido y la aclanzamos cuando la recibimos en la Eucaristía.

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