jueves, 19 de enero de 2023

El sacerdocio de las pequeñas almas

"Jesús puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos.
Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo.
Él no necesita ofrecer sacrificios cada día como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo".
El escritor de la carta a los Hebreos nos hace ver la distinción entre el Sacerdocio del Antiguo Testamento y el Sacerdocio de Cristo, pues a partir de Él todo se hace nuevo, pues en Él todo es Nuevo. Pero también nos ofrece una visión de lo que es, para nosotros, tanto el sacerdocio real de todos los bautizados, como el sacerdocio ministerial de los que hemos recibido el Orden Sagrado. Aunque, a decir verdad, los dos se identifican en una sóla misión: interceder a favor de los hombres, para que encuentren el camino para llegar a Dios y alcanzar la salvación.
Todos los que hemos recibido la gracia del Espíritu Santo en el bautismo fuimos consagrados como sacerdotes, un sacerdocio real que nos identifica con el Sacerdocio de Cristo, pues Él no sólo ofreció a Dios un sacrificio por nosotros, sino que se ofreció a sí mismo en el Altar de la Cruz para remediar el pecado de Adán y Eva, y darnos así la filiación divina que, por ese pecado, se nos había quitado.
Así, cuando recibimos el don del sacerdocio real todos podemos ofrecer al Señor sacrificios expiatorios por nuestros pecados y por los del mundo entero, pues unimos a la Cruz de Cristo nuestros propios sacrificios y ofrendas.
Santa Teresita de Lisieux nos enseña que no es necesario que nuestros sacrificios y ofrendas sean extraordinarios, es decir, grandes cosas, sino que en el día a día podemos ofrecer pequeños grandes sacrifcios que en las Manos del Señor se hacen extraordinarios si lo hacemos con amor. Cuando por amor a Dios y a los hermanos tenemos pequeños gestos que no haríamos por pereza, o por vanidad, o por ¡vaya a saber qué! es ahí cuando ese gesto alcanzar el valor de un sacrificio de expiación para el Señor.
"¡Oh, Jesús!, ¡si yo pudiera decir a todas las almas pequeñas qué inefable es tu condescendencia!
Pienso que, si por un imposible, encontraras un alma más débil, más pequeña que la mía, te complacerías en colmarla de fervores aún mayores si ella se abandonase con entera confianza a tu misericordia infinita.
Pero, ¿por qué desar comunicar tus secretos de amor, o Jesús? ¿no res sólo tú quien me lo has enseñado? ¿No puedes, entonces, revelarlos a otros?
Sí, así es, y te conjuro a que lo hagas. Te suplico que te dignes poner tus ojos divinos sobre un gran número de almas pequeñas. Te suplico que te escojas una legión de víctimas pequeñas ¡dignas de tu Amor!". Un escrito de Santa Teresita de Liesieux.

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