"Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos:
«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».
Con la Solemnidad del Bautismo del Señor, que celebramos este domingo, se finaliza el tiempo litúrgico de la Navidad. Un tiempo marcado por tres epifanía que nos llevan a vivir y vivenciar tres momentos importantes en la Historia de la Salvación: el Nacimiento de Jesús y su manifestación a los pastores, el día de Reyes, o mejor, la Epifanía del Señor, es decir la manifestación a las naciones paganas (figuradas por los Magos de Oriente), y, por último, el Bautismo del Señor, que es la manifestación por medio del Espíritu Santo que desciende en forma de paloma sobre Jesús y la voz del Padre que se escucha desde el Cielo.
Pero volvamos a este día del Bautismo del Señor, donde, también, podemos recordar, y lo debemos hacer, nuestro propio bautismo, porque en nosotros, también, descendió el Espíritu Santo, y comenzó a inhabitar en nosotros a partir del momento en que el agua bautismal cayó sobre nuestras cabezas y se pronunciaron las palabras bautismales: NN yo te bautizo… Y, podríamos decir que, a partir de ese momento, comienzan a resonar en nuestras almas las palabras del Padre: “tú eres mi hijo, el amado, en ti me complazco”.
¿Por qué deben sonar en nosotros, también, estas palabras del Padre? Porque hemos sido hechos hijos en el Hijo, hemos sido configurados a imagen de Jesucristo el día de nuestro bautismo, y el Padre al mirarnos ve al Hijo, y al amar al Hijo nos ama a nosotros, y, por nosotros le pidió al Hijo que nos de su Vida. Así, podemos vivenciar el Amor del Padre por nosotros, por cada uno de nosotros y, de ese modo, intentar, cada día, recordar que somos hijos de Dios, que nuestra vida es una manifestación del Hijo de Dios y, poder así, intentar vivir cada día creciendo como cristiano.
No sólo tenemos que recordar los preceptos de la iglesia, o los mandamientos, porque si sólo nos acordamos e intentamos vivenciar el Amor de Dios por nosotros, y saber que el Padre se complace y nos ama como lo hace con Jesús, entonces, puede ser que cambiemos la forma en que nos veamos y amemos entre nosotros, pues todos y cada uno de nosotros, somos el hijo único de Dios, somos Jesús para el Padre y lo debemos ser para todos.
Y así como el Padre se manifestó al mundo el día del Bautismo de Jesús, se podrá manifestar por medio de nuestras vidas al mundo de hoy, porque daremos claro testimonio de que somos sus hijos.
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