De las cartas de san Juan Bosco, presbítero
Si de verdad buscamos la auténtica felicidad de nuestros alumnos y queremos inducirlos al cumplimiento de sus obligaciones, conviene ante todo que nunca olvidéis que hacéis las veces de padres de nuestros amados jóvenes, por quienes trabajé siempre con amor, por quienes estudié y ejercí el ministerio sacerdotal, y no sólo yo, sino toda la Congregación salesiana.
¡Cuántas veces, hijos míos, durante mi vida, ya bastante prolongada, he tenido ocasión de convencerme de esta gran verdad! Es más fácil enojarse que aguantar, amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que, para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez.
Os recomiendo que imitéis la caridad que usaba Pablo con los neófitos, caridad que con frecuencia los llevaba a derramar lágrimas y a suplicar, cuando los encontraba poco dóciles y rebeldes a su amor.
Guardaos de que nadie pueda pensar que os dejáis llevar por los arranques de vuestro espíritu. Es difícil, al castigar, conservar la debida moderación, la cual es necesaria para que en nadie pueda surgir la duda de que obramos sólo para hacer prevalecer nuestra autoridad o para desahogar nuestro mal humor.
Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda tener incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre ellos, ha de ser para servirlos mejor.
Éste era el modo de obrar de Jesús con los apóstoles, ya que era paciente con ellos, a pesar de que eran ignorantes y rudos, e incluso poco fieles; también con los pecadores se comportaba con benignidad y con una amigable familiaridad, de tal modo que era motivo de admiración para unos, de escándalo para otros, pero también ocasión de que muchos concibieran la esperanza de alcanzar el perdón de Dios. Por esto nos mandó que fuésemos mansos y humildes de corazón.
Son hijos nuestros, y por esto, cuando corrijamos sus errores, hemos de deponer toda ira o, por lo menos, dominarla de tal manera como si la hubiéramos extinguido totalmente.
Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como conviene a unos padres de verdad, que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos.
En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras, ya que éstas ofenden a los que las escuchan, sin que sirvan de provecho alguno a los culpables.
miércoles, 31 de enero de 2024
Trabajemos con amor
martes, 30 de enero de 2024
Sanar las heridas
«El rey llora y hace duelo por Absalón».
Así, la victoria de aquel día se convirtió en duelo para todo el pueblo, al decir que el rey estaba apenado por su hijo".
Absalón, hijo de David, se había puesto en contra y venía para matar a su padre, pero las circunstancias hicieron que el que muriera, o fuera muerto, sea Abasalón. Quien trajo la noticia al Rey pensó que era una buena noticia, pero no lo fue para David, porque, en definitiva, Absalón era su hijo. Por eso Joab dice que la victoria se convirtió en duelo.
Y así sucede muchas veces. Pero, en realidad lo que demuestra es el gran corazón de David que no buscó, él mismo, la muerte de su hijo, por su gran amor hacia él, aunque este buscara su muerte, sino que prefería él mismo morir por su hijo. La venganza y el odio no habían invadido el corazón del Rey David, y eso hizo que la victoria que fue la muerte de Absalón fuera un gran duelo y dolor para David.
No siempre la venganza trae paz al corazón. Quizás para algunos el rencor, el odio y la venganza sean un arma para defenderse de aquellos que hacen mal o quieren mal, pero no es lo que más paz trae al corazón, sino que sigue sembrando lo mismo en el alma, pues el mal atrae, siempre, al mal, aunque este sea un acto de justicia humana, a los ojos del mundo.
Por eso necesitamos, como la mujer del evangelio, aunque sea tocar el manto del Señor para poder sanar las heridas del corazón. Si queremos mantener, siempre, un corazón y paz con uno mismo, con los demás y con Dios, no debemos dejar que el rencor eche raíces en el corazón, pues esas raíces se convertirán en odio y venganza que sólo acarrearán más dolor a nuestra vida.
Creemos, muchas veces, que no debemos perdonar lo que los demás nos hace, cuando estas ofensas son muy graves y grandes, pero cuando dejamos esas heridas abiertas sólo traen más dolor y se van infectando de todo aquello que no nos deja en paz. Por eso, aunque más no sea, acerquémonos al Señor para pedirle, por favor, que nos ayude a secar esa hemorragia que sigue sangrando en nuestro corazón. Y así Él nos dirá:
«Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
lunes, 29 de enero de 2024
Los cerdos o el Señor?
Desde la primera vez que escuché una predicación sobre este Evangelio del endemoniado de Gerasa, siempre me ha quedado la misma sensación: el desprecio por las cosas del Señor e, incluso, por el Señor mismo.
¿Por qué? Si leéis bien el evangelio vais a ver cómo los gerasenos rechazan a Jesús por haber dejado morir a sus cerdos, pero no valoran el hecho de la recuperación del hombre, sin embargo, el salvado quiere seguirlo a Jesús, pero Él le pide que vuelva con su familia.
Y ese relato siempre me ha puesto en "guardia" para saber qué cosas valoro y qué cosas no valoro tanto del Señor y de lo que Él me pide y me ofrece. Porque, mirad, despreciar algo no es que decir que lo tire a la basura, sino que no le doy el verdadero valor que tiene, porque lo comparo a otras cosas y me parece que no tiene tanto valor.
Por ejemplo: cuando decimos que no tenemos tiempo para rezar o para pasar por la Iglesia a hacer la visita al Santísimo o para hacer un Rosario, pero me voy al bar a tomar una caña o un café, o me quedo en el súper charlando con la vecina, o me voy a ver el partido de futbol o las carreras de coches... Sí, no son cosas malas, pero ¿no es mejor tener un tiempo para el Señor que es quien fortalece mi espíritu y me ayuda a crecer? Si para las otras cosas tengo tiempo y digo que no tengo para el Señor, es entonces cuando no valoro las cosas del Señor.
Soy como los gerasenos que le pideron a Jesús que se marchara de su nación por miedo a que tuviesen que perder más cerdos.
A veces, tenemos miedo de que el Señor nos pida que "perdamos más tiempo con Él", y ni te cuento si nos pide que cambiemos de vida, que dejemos de hacer tal o cual cosa y hagamos tal o cual otro porque es mejor, o, porque no es pecado, o que ...
Jesús viene a salvar nuestras vidas, no es un suplemento vitamínico que tomo cuando lo necesito, sino que es un Alimento para mi vida espiritual, para mi crecimiento en la fe, la esperanza y el amor. Es el Alimento de Salvación para mi alma y de salvación para el mundo entero, si es que lo llegaran a valorar como lo que Verdaderamente es.
domingo, 28 de enero de 2024
No nos confiemos en lo que sabemos
«¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios».
Jesús lo increpó: «¡Cállate y sal de él!»
¿Por qué Jesús hace callar a los demonios que saben cuál es su Verdad? Pensando en esto me acordé de algo que San Pablo VI dijo en una oportunidad, y que, aclaraba, no siempre lo tenemos en cuenta:
“Es el pérfido y astuto encantador, que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de los desordenados contactos sociales en el juego de nuestro actuar, para introducir en él desviaciones, tanto más nocivas cuanto que en apariencia son conformes a nuestras estructuras físicas o psíquicas o a nuestras instintivas y profundas aspiraciones”.
Así es, Satanás, conoce mejor que nosotros las Escrituras, el Plan de Dios y todas las cosas, por eso nunca le podremos ganar en una batalla verbal, pues Él sabe mucho más. Por eso, tampoco es bueno “gozarnos” de nuestra sabiduría, de nuestros conocimientos en las Ciencias Sagradas si no llevamos a la vida todo lo aprendido, y, sobre todo, no mantenemos una sana, constante y madura relación con Cristo.
No son las ideas o los pensamientos los que nos salvan, ni tan siquiera las buenas intenciones, que San Bernardo de Claraval dijo: “de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”. Porque las intenciones pueden ser las mejores, pero si no se han contrastado con la Voluntad de Dios, pues ser sólo producto de nuestra vanidad, de nuestra soberbia, de nuestro orgullo… etc.
Cuando, como dice Jesús, renuncio a mí mismo y busco reflexionar y buscar a alguien que me ayude a buscar la Voluntad de Dios, entonces, puedo, casi, estar seguro de que todo será avalado por el Señor. Pero si no busco, con sinceridad de corazón, la Voluntad de Dios, entonces corro el peligro de que todo lo bueno que esté haciendo no sirva para la salvación.
Por eso, no nos confiemos en lo que sabemos, sino busquemos si es Voluntad de Dios…
sábado, 27 de enero de 2024
El misterio de la muerte
De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano segundo
El enigma de la condición humana alcanza su vértice en presencia de la muerte. El hombre no sólo es torturado por el dolor y la progresiva disolución de su cuerpo, sino también, y mucho más, por el temor de un definitivo aniquilamiento. El ser humano piensa muy certeramente cuando, guiado por un instinto de su corazón, detesta y rechaza la hipótesis de una total ruina y de una definitiva desaparición de su personalidad. La semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia, se subleva contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no logran acallar esta ansiedad del hombre: pues la prolongación de una longevidad biológica no puede satisfacer esa hambre de vida ulterior que, inevitablemente, lleva enraizada en su corazón.
Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, adoctrinada por la divina revelación, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz que sobrepasa las fronteras de la mísera vida terrestre. Y la fe cristiana enseña que la misma muerte corporal, de la que el ser humano estaría libre si no hubiera cometido el pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre la salvación perdida por su culpa. Dios llamó y llama al hombre para que, en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina, se adhiera a él con toda la plenitud de su ser. Y esta victoria la consiguió Cristo resucitando a la vida y liberando al hombre de la muerte con su propia muerte. La fe, por consiguiente, apoyada en sólidas razones, está en condiciones de dar a todo hombre reflexivo la respuesta al angustioso interrogante sobre su porvenir; y al mismo tiempo le ofrece la posibilidad de una comunión en Cristo con los seres queridos, arrebatados por la muerte, confiriendo la esperanza de que ellos han alcanzado ya en Dios la vida verdadera.
Ciertamente urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar contra el mal, a través de muchas tribulaciones, y de sufrir la muerte; pero, asociado al misterio pascual y configurado con la muerte de Cristo, podrá ir al encuentro de la resurrección robustecido por la esperanza.
Todo esto es válido no sólo para los que creen en Cristo, sino para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de un modo invisible; puesto que Cristo murió por todos y una sola es la vocación última de todos los hombres, es decir, la vocación divina, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo que sólo Dios conoce, se asocien a su misterio pascual.
Éste es el gran misterio del hombre, que, para los creyentes, está iluminado por la revelación cristiana. Por consiguiente, en Cristo y por Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que, fuera de su Evangelio, nos aplasta. Cristo resucitó, venciendo a la muerte con su muerte, y nos dio la vida, de modo que, siendo hijos de Dios en el Hijo, podamos clamar en el Espíritu: ¡Padre!
viernes, 26 de enero de 2024
Nuestra Fe
"Al acordarme de tus lágrimas, ansío verte, para llenarme de alegría. Evoco el recuerdo de tu fe sincera, la que arraigó primero en tu abuela Loide y tu madre Eunice, y estoy seguro que también en ti.
Por esta razón te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por imposición de mis manos porque, pues Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, amor y de templanza".
Me gusta mucho esta frase de San Pablo pues nos hace recordar de dónde viene nuestra fe, o saber que el Don que hemos recibido lo han tenido primero nuestros padres, y han sido ellos los que lo han vivido, de tal o cual manera, pero han sido ellos quienes, por Gracia de Dios, nos han transmitido el Don de la Fe.
Y, sobre todo, nos hace tomar conciencia que el Don de la Fe hay que "reavivarlo" siempre, pues no es algo que se conserve solo, sino que debemos hacer el esfuerzo para madurarlo y conservarlo, para que ese Don renueve nuestra vida cotidiana y nos lleve a vivir lo que Dios quiere de nosotros.
Por eso, también, Pablo le pide algo muy importante, también para nosotros, en estos tiempos que vivimos:
"Así pues, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios".
En la medida en que damos testimonio de nuestra fe, en la medida en que intentamos, cada día, hacer plena nuestra fe y mostrarla al mundo con nuestra vida, en esa misma medida el Padre nos va dando Gracia tras Gracia para seguir fortaleciéndonos y ayudándonos a conservar y madurar nuestra vida de fe, para que, con su Gracia, lleguemos, un día, a alcanzar la santidad que Él espera de nosotros.
lunes, 22 de enero de 2024
La santidad del matrimonio y la familia
De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano segundo
El hombre y la mujer, que por el pacto conyugal no son dos, sino una sola carne, con la íntima unión de personas y de obras se ofrecen mutuamente ayuda y servicio, experimentando así y logrando más plenamente cada día el sentido de su propia unidad.
Esta íntima unión, por ser una donación mutua de dos personas, y el mismo bien de los hijos exigen la plena fidelidad de los esposos y urgen su indisoluble unidad.
Cristo el Señor bendijo abundantemente este amor multiforme que brota del divino manantial del amor de Dios y que se constituye según el modelo de su unión con la Iglesia.
Pues así como Dios en otro tiempo buscó a su pueblo con un pacto de amor y de fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por el sacramento del matrimonio. Permanece además con ellos para que así como él amó a su Iglesia y se entregó por ella, del mismo modo los esposos, por la mutua entrega, se amen mutuamente con perpetua fidelidad.
El auténtico amor conyugal es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por la obra redentora de Cristo y por la acción salvífica de la Iglesia, para que los esposos sean eficazmente conducidos hacia Dios y se vean ayudados y confortados en su sublime papel de padre y madre. Por eso los esposos cristianos son robustecidos y como consagrados para los deberes y dignidad de su estado, gracias a este sacramento particular; en virtud del cual, cumpliendo su deber conyugal y familiar, imbuidos por el espíritu de Cristo, con el que toda su vida queda impregnada de fe, esperanza y caridad, se van acercando cada vez más hacia su propia perfección y mutua santificación, y así contribuyen conjuntamente a la glorificación de Dios. De ahí que, cuando los padres preceden con su ejemplo y oración familiar, los hijos, e incluso cuantos conviven en la misma familia, encuentra más fácilmente el camino de la bondad, de la salvación y de la santidad. Los esposos, adornados de la dignidad del deber de la paternidad y maternidad, habrán de cumplir entonces con diligencia su deber de educadores, sobre todo en el campo religioso, deber que les incumbe a ellos principalmente. Los hijos, como miembros vivos de la familia, contribuyen a su manera a la santificación de sus padres, pues, con el sentimiento de su gratitud, con su amor filial y con su confianza, corresponderán a los beneficios recibidos de sus padres y, como buenos hijos, los asistirán en las adversidades y en la soledad de la vejez.
domingo, 21 de enero de 2024
Y lo siguieron
"Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron".
Ya se han pasado los villancicos y los aires festivos de la Navidad, sólo nos queda la fiesta de San Blas y el Carnaval… poca cosa para el Pueblo.
Pero, dentro de todo lo que llevamos en nuestra comunidad el Señor nos vuelve a llamar, como a los primeros apóstoles, y nos envía a “pescar hombres”, es decir a llevarle al mundo la Buena Noticia del Reino de los Cielos. Claro que para responder tenemos que ser como los primero: inmediatamente.
Los primeros llamados por Cristo no se detuvieron a pensar en quienes era, qué vivían, qué tenían que hacer, cómo hacerlo y tantas preguntas que nos surgen cuando Dios nos pide algo que sale de nuestra rutina.
Sin embargo, en estos tiempos, el Señor nos está pidiendo como en aquel tiempo inmediatez en las respuestas: “que tu Sí sea Sí, y que tu no sea no”. Hoy el mundo necesita de nosotros una respuesta rápida y firme y, sobre todo, fiel al Evangelio de Jesucristo. ¿Estás dispuesto a darla?
Los primeros discípulos no dudaron en seguir a Jesús, y todos, menos San Juan, entregaron sus vidas en el martirio para defender aquello que Jesús les había transmitido, porque entendieron que, para ellos, lo más importante y esencial en sus vidas era su Fe y el Amor que Cristo les había mostrado.
Hoy, para nosotros, muchas veces la Fidelidad al Evangelio pasa por “cumplir” con algunos requisitos de la religión, y, por eso, no tenemos demasiada vida para dar, porque no vivimos la Vida de Jesús, sino que cumplimos los requisitos y, muchas veces, algunos ni siquiera los esenciales.
Por eso, en este tiempo de tantas tinieblas, de tanto pecado, de tanta muerte y divisiones, Jesús nos vuelve a llamar, a todos y a cada uno, en el lugar donde este: en el trabajo, en el colegio, en el instituto, en la casa, como padres, adolescentes, jóvenes, mayores y nos pide que lo sigamos, que dejemos todo lo que estamos haciendo y que hemos programado para vivir con Él, para aceptar el desafío de ser pescadores de hombres, pues los hombres de este tiempo van por caminos que nos los conducen a la Vida.
Y, por supuesto, nos pide disponibilidad y confianza. Disponibilidad para hacer lo que Él nos diga, y, por supuesto que, para ello, necesitamos confiar en que Él sabe mejor que nosotros lo que podemos dar. No dudemos en que nos llevará, como los apóstoles, por el mejor de los Caminos.
sábado, 20 de enero de 2024
La oblación pura de la Iglesia
Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías
El sacrificio puro y acepto a Dios es la oblación de la Iglesia, que el Señor mandó que se ofreciera en todo el mundo, no porque Dios necesite nuestro sacrificio, sino porque el que ofrece es glorificado él mismo en lo que ofrece, con tal de que sea aceptada su ofrenda. La ofrenda que hacemos al rey es una muestra de honor y de afecto; y el Señor nos recordó que debemos ofrecer nuestras ofrendas con toda sinceridad e inocencia, cuando dijo: Si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; vuelve luego y presenta tu ofrenda. Hay que ofrecer a Dios las primicias de su creación, como dice Moisés: No te presentarás al Señor tu Dios con las manos vacías; de este modo el hombre, hallado grato en aquellas mismas cosas que a él le son gratas, es honrado por parte de Dios.
Y no hemos de pensar que haya sido abolida toda clase de oblación, pues las oblaciones continúan en vigor ahora como antes: el antiguo pueblo de Dios ofrecía sacrificios y la Iglesia los ofrece también. Lo que ha cambiado es la forma de la oblación, puesto que los que ofrecen no son ya siervos, sino hombres libres. El Señor es uno y el mismo, pero es distinto el carácter de la oblación, según sea ofrecida por siervos o por hombres libres; así la oblación demuestra el grado de libertad. Por lo que se refiere a Dios nada hay sin sentido, nada que no tenga su significado y su razón de ser. Y por esto los antiguos hombres debían consagrarle los diezmos de sus bienes; pero nosotros, que ya hemos alcanzado la libertad, ponemos al servicio del Señor la totalidad de nuestros bienes, dándolos con libertad y alegría, aun los de más valor, pues lo que esperamos vale más que todos ellos; echamos en el cepillo de Dios todo nuestro sustento, imitando así el desprendimiento de aquella viuda pobre del evangelio.
Es necesario, por tanto, que presentemos nuestra ofrenda a Dios y que le seamos gratos en todo, ofreciéndole con mente sincera, con fe sin mezcla de engaño, con firme esperanza, con amor ferviente, las primicias de su creación. Esta oblación pura sólo la Iglesia puede ofrecerla a su Hacedor, ofreciéndole con acción de gracias del fruto de su creación.
Le ofrecemos, en efecto, lo que es suyo, significando con nuestra ofrenda nuestra unión y mutua comunión, y proclamando nuestra fe en la resurrección de la carne y del espíritu. Pues del mismo modo que el pan, fruto de la tierra, cuando recibe la invocación divina, deja de ser pan común y corriente y se convierte en eucaristía, compuesta de dos realidades, terrena y celestial, así también nuestros cuerpos, cuando reciben la eucaristía, dejan ya de ser corruptibles, pues tienen la esperanza de la resurrección.
jueves, 18 de enero de 2024
Cristo vive para interceder por nosotros
De las Cartas de san Fulgencio de Ruspe, obispo
Fijaos que en la conclusión de las oraciones decimos: «Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo»; en cambio, nunca decimos: «Por el Espíritu Santo.» Esta práctica universal de la Iglesia tiene su explicación en aquel misterio, según el cual, el mediador entre Dios y los hombres es Cristo Jesús, hombre también él, sacerdote eterno según el rito de Melquisedec, que entró de una vez para siempre con su propia sangre en el santuario, pero no en un santuario hecho por mano de hombre y figura del venidero, sino en el mismo cielo, donde está a la derecha de Dios e intercede por nosotros.
Teniendo ante sus ojos este oficio sacerdotal de Cristo, dice el Apóstol: Por medio de él ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el tributo de los labios que van bendiciendo su nombre. Por él, pues, ofrecemos el sacrificio de nuestra alabanza y oración, ya que por su muerte fuimos reconciliados cuando éramos todavía enemigos. Por él, que se dignó hacerse sacrificio por nosotros, puede nuestro sacrificio ser agradable en la presencia de Dios. Por esto nos exhorta san Pedro: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Por este motivo decimos a Dios Padre: «Por nuestro Señor Jesucristo.»
Al referirnos al sacerdocio de Cristo, necesariamente hacemos alusión al misterio de su encarnación, en el cual el Hijo de Dios, a pesar de su condición divina, se anonadó a sí mismo, y tomó la condición de esclavo, según la cual se rebajó hasta someterse incluso a la muerte; es decir, fue hecho un poco inferior a los ángeles, conservando no obstante su divinidad igual al Padre. El Hijo fue hecho un poco inferior a los ángeles en cuanto que, permaneciendo igual al Padre, se dignó hacerse como un hombre cualquiera. Se abajó cuando se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo. Más aún, el abajarse de Cristo es el total anonadamiento, que no otra cosa fue el tomar la condición de esclavo.
Cristo, por tanto, permaneciendo en su condición divina, en su condición de Hijo único de Dios, según la cual le ofrecemos el sacrificio igual que al Padre, al tomar la condición de esclavo fue constituido sacerdote, para que, por medio de él, pudiéramos ofrecer la hostia viva, santa, grata a Dios. Nosotros no hubiéramos podido ofrecer nuestro sacrificio a Dios si Cristo no se hubiese hecho sacrificio por nosotros: en él nuestra propia raza humana es un verdadero y saludable sacrificio. En efecto, cuando precisamos que nuestras oraciones son ofrecidas por nuestro Señor, sacerdote eterno, reconocemos en él la verdadera carne de nuestra misma raza, de conformidad con lo que dice el Apóstol: Todo sumo sacerdote, tomado de entre los hombres, es constituido en favor de los hombres en lo tocante a las relaciones de éstos con Dios, a fin de que ofrezca dones y sacrificios por los pecados. Pero al decir: «tu Hijo», añadimos: «que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo», para recordar, con esta adición, la unidad de naturaleza que tienen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y significar de este modo que el mismo Cristo, que por nosotros ha asumido el oficio de sacerdote, es por naturaleza igual al Padre y al Espíritu Santo.
miércoles, 17 de enero de 2024
San Antonio, abad
De la vida de san Antonio, escrita por san Atanasio, obispo
Cuando murieron sus padres, Antonio tenía unos dieciocho o veinte años, y quedó él solo con su única hermana, pequeña aún, teniendo que encargarse de la casa y del cuidado de su hermana.
Habían transcurrido apenas seis meses de la muerte de sus padres, cuando un día en que se dirigía, según costumbre, a la iglesia, iba pensando en su interior cómo los apóstoles lo habían dejado todo para seguir al Salvador, y cómo, según narran los Hechos de los apóstoles, muchos vendían sus posesiones y ponían el precio de la venta a los pies de los apóstoles para que lo repartieran entre los pobres; pensaba también en la magnitud de la esperanza que para éstos estaba reservada en el cielo; imbuido de esos pensamientos, entró en la iglesia, y dio la casualidad de que en aquel momento estaban leyendo aquellas palabras del Señor en el Evangelio: Si quieres ser perfecto, ve a vender lo que tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme.
Entonces Antonio, como si Dios le hubiese infundido el recuerdo de lo que habían hecho los santos y como si aquellas palabras hubiesen sido leídas especialmente para él, salió en seguida de la iglesia e hizo donación a los aldeanos de las posesiones heredadas de sus padres (tenía trescientas parcelas fértiles y muy hermosas), con el fin de evitar toda inquietud para sí y para su hermana. Vendió también todos sus bienes muebles, y repartió entre los pobres la considerable cantidad resultante de esta venta, reservando sólo una pequeña parte para su hermana.
Habiendo vuelto a entrar en la iglesia, oyó aquellas palabras del Señor en el Evangelio: No os inquietéis por el día siguiente. Saliendo otra vez, dio a los necesitados incluso lo poco que se había reservado, ya que no soportaba que quedase en su poder ni la más mínima cantidad. Encomendó su hermana a una vírgenes que él sabía eran de confianza y cuidó de que recibiese una conveniente educación; en cuanto a él, a partir de entonces, libre ya de cuidados ajenos, emprendió en frente de su misma casa una vida de ascetismo y de intensa mortificación.
Trabajaba con sus propias manos, ya que conocía aquella afirmación de la Escritura: Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma; lo que ganaba con su trabajo lo destinaba parte a su propio sustento, parte a los pobres.
Oraba con mucha frecuencia, ya que había aprendido que es necesario retirarse para orar sin cesar; en efecto, ponía tanta atención en la lectura, que retenía todo lo que había leído, hasta tal punto que llegó un momento en que su memoria suplía los libros.
Todos los habitantes del lugar, y todos los hombres honrados, cuya compañía frecuentaba, al ver su conducta, lo llamaban amigo de Dios; y todos lo amaban como a un hijo o como a un hermano.
martes, 16 de enero de 2024
Dos cosillas
Hoy hay dos cosas que me gustaría que nos quedaran de las lecturas, o por lo menos a mí.
La primera del libro de Samuel, lo que Dios le dijo:
"Pero el Señor dijo a Samuel:
«No te fijes en las apariencias ni en lo elevado de su estatura porque lo he descartado. No se trata de lo que vea el hombre. Pues el hombre mira a los ojos, mas el Señor mira el corazón».
Porque siempre es necesario recordarlo, pero no para que lo podamos hacer, porque, claro, no tenemos la visión de rayos X de Dios y no llegamos a mirar el corazón del hombre, pero tampoco hemos de quedarnos en las apariencias, aunque las apariencias, muchas veces, nos dan una pista de cómo es la persona. Pero no digo sólo la apariencia de cómo viste o camina, sino la apariencia en el hablar, en cómo se dirige a los demás, porque, muchas veces, nos encontramos con grandes actores que tienen un máster en hipocresía y pasan como los mejores, pero llevan una serpiente por corazón.
Claro que es difícil ser justo en nuestros juicios, pero, sobre todo no tenemos que ser prejuiciosos, sino saber esperar para conocer el otro, pues las primeras impresiones (aunque, a veces, no fallan) nos pueden engañar.
Y por otro lado, la afirmación que hace Jesús frente a los fariseos, y que sirve para muchas cosas y momentos:
«El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado».
¿Por qué digo que sirve para muchas cosas? Porque todo lo que se escribe, se legisla, etc. está hecho para servir al hombre.
Por ejemplo, muchas veces vemos cómo algunos exigen ciertas cosas o ciertas leyes, ya sean civiles, morales, litúrgicas, y dejan de lado la vivencia del espíritu de esa norma o de esa ley. Nos ponemos en rigoristas de algo cuando no podemos entender o comprender el por qué de tal ley o norma, o de tal situación.
Como no llegamos al corazón de las cosas entonces nos ponemos en hacer ver el error desde el rigor de la letra, y no llegamos al espíritu ni de la norma, ni al corazón de la persona que lo está haciendo o viviendo.
Y así nos pasa con todo cuando no hemos madurado en el espíritu, cuando no hemos profundizado en lo que hemos de vivir, y, sobre todo, cuando no hemos profundizado en el espíritu de aceptar el error del otro, o de ayudar al otro a poder entender o aprender las cosas para vivirla mejor.
lunes, 15 de enero de 2024
Tener fe y caridad para Cristo
De San Ignacio de Antioquía
Procurad reuniros con más frecuencia para celebrar la acción de gracias y la alabanza divina. Cuando os reunís con frecuencia en un mismo lugar, se debilita el poder de Satanás, y la concordia de vuestra fe le impide causaros mal alguno. Nada mejor que la paz, que pone fin a toda discordia en el cielo y en la tierra.
Nada de esto os es desconocido, si mantenéis de un modo perfecto, en Jesucristo, la fe y la caridad, que son el principio y el fin de la vida: el principio es la fe, el fin es la caridad. Cuando ambas virtudes van a la par, se identifican con el mismo Dios, y todo lo demás que contribuye al bien obrar se deriva de ellas. El que profesa la fe no peca, y el que posee la caridad no odia. Por el fruto se conoce al árbol; del mismo modo, los que hacen profesión de pertenecer a Cristo se distinguen por sus obras. Lo que nos interesa ahora, más que hacer una profesión de fe, es mantenernos firmes en esa fe hasta el fin.
Es mejor callar y obrar que hablar y no obrar. Buena cosa es enseñar, si el que enseña también obra. Uno solo es el maestro, que lo dijo, y existió; pero también es digno del Padre lo que enseñó sin palabras. El que posee la palabra de Jesús es capaz de entender lo que él enseñó sin palabras y llegar así a la perfección, obrando según lo que habla y dándose a conocer por lo que hace sin hablar. Nada hay escondido para el Señor, sino que aun nuestros secretos más íntimos no escapan a su presencia. Obremos, pues, siempre conscientes de que él habita en nosotros, para que seamos templos suyos y él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se manifestará ante nuestra faz; por esto, tenemos motivo más que suficiente para amarlo.
No os llaméis a engaño, hermanos míos. Los que perturban las familias no heredarán el reino de Dios. Ahora bien, si los que así perturban el orden material son reos de muerte, ¿cuánto más los que corrompen con sus falsas enseñanzas la fe que proviene de Dios, por la cual fue crucificado Jesucristo? Estos tales, manchados por su iniquidad, irán al fuego inextinguible, como también los que les hacen caso.
Para esto, el Señor recibió el ungüento en su cabeza, para infundir en la Iglesia la incorrupción. No os unjáis con el repugnante olor de las enseñanzas del príncipe de este mundo, no sea que os lleve cautivos y os aparte de la vida que tenemos prometida. ¿Por qué no somos todos prudentes, si hemos recibido el conocimiento de Dios, que es Jesucristo? ¿Por qué nos perdemos neciamente, no reconociendo el don que en verdad nos ha enviado el Señor?
Mi espíritu es el sacrificio expiatorio de la cruz, la cual para los incrédulos es motivo de escándalo, mas para nosotros es la salvación y la vida eterna.
domingo, 14 de enero de 2024
Qué buscais?
«Este es el Cordero de Dios».
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?»
“¡Este es el Cordero de Dios!” Es una exclamación que, cuando vamos a Misa, la decimos cada día. Pero ¿qué significa para nosotros que la Eucaristía es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo? Porque al estar justo frente a Él, como lo estuvieron los discípulos aquel día, podría preguntarnos, también a nosotros: ¿Qué buscáis?
¿Qué buscamos cuando vamos a Misa? Porque, muchas veces, vamos a Misa pero no estamos en Misa. Otras tantas vamos por obligación o para cumplir. Otras ni tan siquiera nos preparamos para llegar más temprano, para hacer silencio antes de comenzar, o, incluso, hacer silencio al finalizar para poder dar Gracias por lo recibido.
Y, creo, que ahí estaría la respuesta a la pregunta de Jesús: ¿por qué vamos a la misa? ¿Por qué comulgamos? E, incluso, ¿por qué no comulgamos en la misa?
Creo que, muchos de nosotros, hemos caído en la rutina de ir a misa, y ese es el problema de nuestra vida cristiana: vamos a misa. ¿Cómo? Sí, nos hemos acostumbrado a ir a escuchar misa, pero no pensamos que “vamos” al Encuentro de Nuestro Dios y Señor, del Amor de los Amores, de Aquél que se entregó en la Cruz para darme su Vida.
Que en la celebración de la Eucaristía Él nos habla por medio de la Palabra de Su Padre y de su misma Palabra, que nos reconcilia con el Padre y con nuestros hermanos por el pedido de perdón de nuestros pecados, y, finalmente nos alimenta con Su Propia Vida en la Eucaristía.
Si pudiéramos cambiar nuestra manera y forma de mirar lo que celebramos, y pensar que es un Encuentro con el Señor y nuestros hermanos, entonces, quizás, podríamos responder a la pregunta de Jesús: ¿Qué buscáis?
¿Buscamos Su Palabra? ¿Buscamos el perdón? ¿Buscamos Su Gracia? ¿Buscamos al hermano para pedir perdón o para perdonarlo? ¿Buscamos al Señor para escucharlo? ¿Buscamos al Espíritu que nos oriente con la Palabra para abrir nuestros ojos a Su Voluntad?
¡Cuántas preguntas que nos puede hacer el Señor!
Y ¡cuántas respuestas pueden salir de nuestro corazón si dejamos que su Luz penetre en él. Por eso, no vayamos a misa por rutina o compromiso, vayamos al Encuentro del Señor, como fueron los discípulos de Juan.
sábado, 13 de enero de 2024
Desde el principio nos justificó
De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios
Procuremos hacernos dignos de la bendición divina y veamos cuáles son los caminos que nos conducen a ella. Consideremos aquellas cosas que sucedieron en el principio. ¿Cómo obtuvo nuestro padre Abraham la bendición? ¿No fue acaso porque practicó la justicia y la verdad por medio de la fe? Isaac, sabiendo lo que le esperaba, se ofreció confiada y voluntariamente al sacrificio. Jacob, en el tiempo de su desgracia, marchó de su tierra, a causa de su hermano, y llegó a casa de Labán, poniéndose a su servicio; y se le dio el cetro de las doce tribus de Israel.
El que considere con cuidado cada uno de estos casos comprenderá la magnitud de los dones concedidos por Dios. De Jacob, en efecto, descienden todos los sacerdotes y levitas que servían en el altar de Dios; de él desciende Jesús, según la carne; de él, a través de la tribu de Judá, descienden reyes, príncipes y jefes. Y en cuanto a las demás tribus de él procedentes, no es poco su honor, ya que el Señor había prometido: Multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo. Vemos, pues, cómo todos éstos alcanzaron gloria y grandeza no por sí mismos ni por sus obras ni por sus buenas acciones, sino por el beneplácito divino. También nosotros, llamados por su beneplácito en Cristo Jesús, somos justificados no por nosotros mismos ni por nuestra sabiduría o inteligencia ni por nuestra piedad ni por las obras que hayamos practicado con santidad de corazón, sino por la fe, por la cual Dios todopoderoso justificó a todos desde el principio; a él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
¿Qué haremos, pues, hermanos? ¿Cesaremos en nuestras buenas obras y dejaremos de lado la caridad? No permita Dios tal cosa en nosotros, antes bien, con diligencia y fervor de espíritu, apresurémonos a practicar toda clase de obras buenas. El mismo Hacedor y Señor de todas las cosas se alegra por sus obras. El, en efecto, con su máximo y supremo poder, estableció los cielos y los embelleció con su sabiduría inconmensurable; él fue también quien separó la tierra firme del agua que la cubría por completo, y la afianzó sobre el cimiento inamovible de su propia voluntad; él, con sólo una orden de su voluntad, dio el ser a los animales que pueblan la tierra; él también, con su poder, encerró en el mar a los animales que en él habitan, después de haber hecho uno y otros.
Además de todo esto, con sus manos sagradas y puras, plasmó al más excelente de todos los seres vivos y al más elevado por la dignidad de su inteligencia, el hombre, en el que dejó la impronta de su imagen. Así, en efecto, dice Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.» Y creó Dios al hombre; hombre y mujer los creó. Y, habiendo concluido todas sus obras, las halló buenas y las bendijo diciendo: Creced y multiplicaos. Démonos cuenta, por tanto, de que todos los justos estuvieron colmados de buenas obras, y de que el mismo Señor se complació en sus obras. Teniendo semejante modelo, entreguémonos con diligencia al cumplimiento de su voluntad, pongamos todo nuestro esfuerzo en practicar el bien.
viernes, 12 de enero de 2024
Dales un rey
"El pueblo se negó a hacer caso a Samuel y contestó:
- «No importa. Queremos que haya un rey sobre nosotros. Así seremos como todos los otros pueblos. Nuestro rey nos gobernará, irá al frente y conducirá nuestras guerras».
Samuel oyó todas las palabras del pueblo y las transmitió a oídos del Señor.
El Señor dijo a Samuel: - «Escucha su voz y nómbrales un rey».
Hay veces que, aunque les digamos todo lo mal que les puede salir una causa, igualmente seguimos con la misma perorata. Hasta que todo lo que nos habían dicho se cumple, y ¿quién tiene la culpa? Seguramente que Dios... porque siempre lo hacemos culpable de todo lo que pasa y de lo que nos pasa.
Sin embargo, el Señor nos viene advirtiendo de por dónde pueden ir nuestros caminos si seguimos haciendo lo que todo el mundo hace, pero lo que nos importa es "ser como los otros pueblos".
Y, como vemos en la respuesta de Dios al pueblo Él no le quita la libertad de elección y, por supuesto, a nosotros tampoco. Sí, somos libres de ir en contra de la voluntad de Dios, a pesar de todo lo que vemos y de todo lo que Él nos ha ido diciendo a lo largo de la historia, e, incluso, de nuestra vida personal. Pero seguimos parados sobre nuestros 13 y queremos hacer lo que todo el mundo hace.
Y lo puedes hacer. Nadie va a impedirte que hagas lo que todo el mundo hace, pero después ¿reconocerás que te has equivocado de elección? ¿Reconocerás que a pesar de haberte advertido por diestra y siniestra tomaste la decisión equivocada?
Muchas veces somos muy autosuficientes para tomar decisiones y nos hacemos los fuertes y valerosos para decir que nos haremos cargo de las consecuencias, pero, al final, como niños pequeños vamos llorando al regazo de la madre para que nos calme y nos ayude a pasar el mal trago.
Si, en cambio, descubriéramos el valor de la humildad, del reconocer que no conocemos todos los caminos y que el Creador ya los ha visto y sabe por dónde va el mundo, entonces podríamos recorrer el camino de la vida con mucha más tranquilidad y seguridad. Pero, como nos ha hecho creer que somos los dueños de todo, entonces no, yo sé lo que hago y sé lo que quiero, nadie tiene que venir a decirme por dónde debo ir y cómo vivir. Quiero hacer lo que todo el mundo hace.
Pues bien "dales un rey".
jueves, 11 de enero de 2024
Una teletienda divina
En la lectura del libro de Samuel (volved a leerlo) vemos cómo el Pueblo viendo que era derrotado por sus enemigos trajo al campo de batalla el Arca de la Alianza. Creían que con el Arca en el medio podrían vencer al enemigo. Pero no fue así, cayeron derrotados y, además, les robaron el Arca de la Alianza.
¿Qué nos hace pensar esto? ¿Lo has pensado?
Seguramente te habrá sonado a que, alguna vez, seguro que sí, has querido utilizar a Dios para que te salvara de algún problema en el que te habían metido, y, por supuesto, como Dios no te salvó de ese problema, ahora el problema lo tenía Dios porque te enfadaste con Él.
Cuando no hemos madurado en nuestra relación con Dios creemos que Él puedo sacarnos de todos los bretes en los que nos metemos, y, no es así. Antes tenemos que pensar si donde me voy a meter es Voluntad de Dios, si fuera así, seguro que Él me daría las herramientas necesarias para poder hacer lo que Él quiere, pero si no es así, no esperes que lleva café del cielo.
Nos hemos acostumbrado a caminar sin Dios por eso, cuando las papas queman buscando de dónde agarrarnos para salir del atolladero, pero no encontramos de dónde porque hacía mucho que lo habíamos dejado de lado.
Es como aquella anécdota que cuento, varias veces: una amiga tenía dos hijas que mientras eran adolescentes estaban en los grupos de la parroquia, pero cuando entraron en la universidad se declararon ateas y casi anticatólicas. Pero, cuando llegaba la época de los exámenes le pedían a la madre que le encendiera una vela a la Virgen y que rezara por ellas...
Y así hemos crecido: creyendo que Dios tiene que estar a mi entera disposición para cuando lo necesite, es una tienda donde sólo voy cuando necesito algo urgente, por eso es un mercado que tiene que estar abierto las 24 horas del día por si se me ocurre algo.
Y, no. Te vas a llevar una gran desilusión porque Dios no es una teletienda. Tienes que estar en una constante relación con Él para comprender su forma de actuar, de comunicarse, de enviarte información para que sepas cómo moverte, qué hacer, cómo vivir, y así, si estás en buena armonía y has conseguido vivir unido a Él, entonces sí, en todo momento te irá tirando una cuerda para que te levantes, un abrazo para que te conforte, y, sobre todo su Espíritu para que te ayude a aceptar, comprender y fortalecerte para vivir según Su Voluntad, que es el mejor Camino para que puedas hacer plena tu vida.
miércoles, 10 de enero de 2024
Saber a quien escuchar
"El Señor llamó a Samuel, por tercera vez. Se levantó, fue a donde estaba Elí y dijo: - «Aquí estoy; porque me has llamado».
Comprendió entonces Elí que era el Señor el que llamaba al joven. Y dijo a Samuel: - «Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo, di: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha"». Samuel fue a acostarse en su sitio.
Cada vez que aparece este relato del llamado de Samuel vuelvo al primer día del seminario, pues cuando entré en la Casa de Formación, en esa Misa se leyeron estas lecturas. Efraín nos habló de este llamado del Señor a Samuel.
Muchas veces oíamos el llamado del Señor, pero como no estamos entrenados en escucharlo vamos a quien más cerca tenemos: en este caso Samuel creía que era Elí quien lo llamaba.
Elí fue sincero las dos primera veces en decirle que se vuelva a acostar, pero, en algunos casos no tenemos un interlocutor sincero y nos da una recomendaciones que no son buenas. Y ahí es cuando, también, me acuerdo que, varios, cuando me decidí por el sacerdocio me recomendaban que no hiciera caso porque eso no lo iba a poder soportar o que eso no era para mí o que como laico podía hacer lo mismo. Pero Dios puso a mi lado un Elí que supo acompañarme y ayudarme a escuchar mejor la Voz del Señor.
El P. Eduardo fue mi Elí que me permitió escuchar bien al Señor. Y por eso tenemos, muchos de nosotros, que saber buscar a quien escuchar, si realmente queremos escuchar al Señor. Porque, también en cierto que, muchas veces, no queremos oír al Voz del Señor, porque sabemos que lo que nos va a pedir no lo queremos hacer. Y, lamentablemente, hay muchos que nos invitan a escuchar la voz del mundo que nos lleva por sus propios caminos y nos aleja del llamado del Señor.
A Elí le costó entender que era el Señor quien llamaba, pero cuando lo entendió, se lo dijo a Samuel, y Samuel hizo caso a la recomendación de Elí.
"El Señor se presentó y llamó como las veces anteriores: - «¡Samuel, Samuel!».
Respondió Samuel: -«Habla, que tu siervo escucha».
Samuel creció. El Señor estaba con él, y no dejó que se frustrara ninguna de sus palabras. Todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel era un auténtico profeta del Señor".
Y así es como deberíamos actuar todos: saber buscar a quien nos guíe y enseñe a escuchar, pero también a quien nos ayude a responder, y para eso que nos enseñen a ser fuertes para abrir el corazón al Espíritu que es Quien nos ayudará a estar disponibles para la Voluntad de Dios.
martes, 9 de enero de 2024
Tenemos la fuerza para amar
De la Regla monástica mayor de san Basilio Magno, obispo
El amor de Dios no es algo que pueda aprenderse con unas normas y preceptos. Así como nadie nos ha enseñado a gozar de la luz, a amar la vida, a querer a nuestros padres y educadores, así también, y con mayor razón, el amor de Dios no es algo que pueda enseñarse, sino que desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre es depositada en él una fuerza espiritual, a manera de semilla, que encierra en sí misma la facultad y la tendencia al amor. Esta fuerza seminal es cultivada diligentemente y nutrida sabiamente en la escuela de los divinos preceptos y así, con la ayuda de Dios, llega a su perfección.
Por eso nosotros, dándonos cuenta de vuestro deseo por llegar a esta perfección, con la ayuda de Dios y de vuestras oraciones, nos esforzaremos, en la medida en que nos lo permita la luz del Espíritu Santo, por avivar la chispa del amor divino escondida en vuestro interior.
Digamos en primer lugar que Dios nos ha dado previamente la fuerza necesaria para cumplir todos los mandamientos que él nos ha impuesto, de manera que no hemos de apenarnos como si se nos exigiese algo extraordinario, ni hemos de enorgullecernos como si devolviésemos a cambio más de lo que se nos ha dado. Si usamos recta y adecuadamente de estas energías que se nos han otorgado, entonces llevaremos con amor una vida llena de virtudes; en cambio, si no las usamos debidamente, habremos viciado su finalidad.
En esto consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la voluntad de Dios de las facultades que él nos ha dado para practicar el bien; por el contrario, la virtud, que es lo que Dios pide de nosotros, consiste en usar de esas facultades con recta conciencia, de acuerdo con los designios del Señor.
Siendo esto así, lo mismo podemos afirmar de la caridad. Habiendo recibido el mandato de amar a Dios, tenemos depositada en nosotros, desde nuestro origen, una fuerza que nos capacita para amar; y ello no necesita demostrarse con argumentos exteriores, ya que cada cual puede comprobarlo por sí mismo y en sí mismo. En efecto, un impulso natural nos inclina a lo bueno y a lo bello, aunque no todos coinciden siempre en lo que es bello y bueno; y, aunque nadie nos lo ha enseñado, amamos a todos los que de algún modo están vinculados muy de cerca a nosotros, y rodeamos de benevolencia, por inclinación espontánea, a aquellos que nos complacen y nos hacen el bien.
Y ahora yo pregunto, ¿qué hay más admirable que la belleza de Dios? ¿Puede pensarse en algo más dulce y agradable que la magnificencia divina? ¿Puede existir un deseo más fuerte e impetuoso que el que Dios infunde en el alma limpia de todo pecado y que dice con sincero afecto: Desfallezco de amor? El resplandor de la belleza divina es algo absolutamente inefable e inenarrable.
lunes, 8 de enero de 2024
Elcaná y Ana
"Así hacia Elcaná año tras año, cada vez que subía a la casa del Señor; y así Feniná la molestaba del mismo modo. Por tal motivo, ella lloraba y no quería comer.
Su marido Elcaná le preguntaba:
«¿Ana, por qué lloras y por qué no comes? ¿Por qué está apenado tu corazón? ¿Acaso no soy para ti mejor que diez hijos?».
Hay dos cosas que me han llamado la atención de este comienzo del Libro de Samuel.
Por un lado, si lo leis bien, vemos el caso que hoy llamamos bullyng (o como quiera que se escriba) es decir el acoso de una mujer a otra, que no es ningún acoso de niños o adolescentes o jóvenes, sino que es un acoso que brota de la envidia, de los celos, de la maldad que hay en el corazón del hombre. Un acoso que no surge sólo en estos tiempos, sino que viene del pecado original que habita en el hombre y que nos lleva, si no lo controlamos, a ser personas que les gusta herir a los demás por el sólo hecho de herir.
Y este acoso, lo vemos, muchas veces, entre nosotros mismos y lo dejamos pasar. Sí, entre nuestras comunidades y familias, vemos cómo alguien se ríe o mofa de alguien y lo hace constantemente, cómo alguien insulta o calumnia a otro y lo dejamos pasar, cómo alguien habla mal de otro constantemente y lo dejamos pasar... Como veis no sólo es el pecado del acosador, sino también el pecado de omisión de aquellos que dejan que el acosador siga haciéndolo y no lo frenan de ninguna manera, por lo tanto me hago cómplice del daño que él o ella están causando a la otra persona.
Y, por otro lado, un tema que, también, es difícil de plantear es lo que le dice Elcaná a su esposa que estaba dolorida por un lado por el acoso de la otra mujer, y por otro porque era estéril y no podía tener hijos. Elcaná le dice: "¿Por qué está apenado tu corazón? ¿Acaso no soy para ti mejor que diez hijos?"
Y esta frase nos da para dos pensamientos: Por un lado ayudar a la persona a salir de ese dolor, hacerla sentir bien, que es lo que no siempre hacemos. Buscar cómo ayudarla para que se sienta mejor, haciéndole ver que hay más cosas en su vida que pueden hacerle bien, que el daño que le quieren hacer no es tanto si lo dejamos pasar y descubrimos que en nuestra vida hay más cosas, y hay más personas que nos quieren. Y, por otro lado, que ya lo he dicho: no quedarnos con lo que no tenemos sino mirar lo que tenemos. A veces lloramos demasiado por lo que hemos perdido, y no nos damos cuenta que, de ese modo, estamos perdiendo, también, lo que tenemos porque no le estamos dedicando más tiempo. Y, por llorar una pérdida, perdemos lo que está a nuestro lado.
domingo, 7 de enero de 2024
Su Bautismo, mi bautismo
"Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos:
«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».
Con la Solemnidad del Bautismo del Señor, que celebramos este domingo, se finaliza el tiempo litúrgico de la Navidad. Un tiempo marcado por tres epifanía que nos llevan a vivir y vivenciar tres momentos importantes en la Historia de la Salvación: el Nacimiento de Jesús y su manifestación a los pastores, el día de Reyes, o mejor, la Epifanía del Señor, es decir la manifestación a las naciones paganas (figuradas por los Magos de Oriente), y, por último, el Bautismo del Señor, que es la manifestación por medio del Espíritu Santo que desciende en forma de paloma sobre Jesús y la voz del Padre que se escucha desde el Cielo.
Pero volvamos a este día del Bautismo del Señor, donde, también, podemos recordar, y lo debemos hacer, nuestro propio bautismo, porque en nosotros, también, descendió el Espíritu Santo, y comenzó a inhabitar en nosotros a partir del momento en que el agua bautismal cayó sobre nuestras cabezas y se pronunciaron las palabras bautismales: NN yo te bautizo… Y, podríamos decir que, a partir de ese momento, comienzan a resonar en nuestras almas las palabras del Padre: “tú eres mi hijo, el amado, en ti me complazco”.
¿Por qué deben sonar en nosotros, también, estas palabras del Padre? Porque hemos sido hechos hijos en el Hijo, hemos sido configurados a imagen de Jesucristo el día de nuestro bautismo, y el Padre al mirarnos ve al Hijo, y al amar al Hijo nos ama a nosotros, y, por nosotros le pidió al Hijo que nos de su Vida. Así, podemos vivenciar el Amor del Padre por nosotros, por cada uno de nosotros y, de ese modo, intentar, cada día, recordar que somos hijos de Dios, que nuestra vida es una manifestación del Hijo de Dios y, poder así, intentar vivir cada día creciendo como cristiano.
No sólo tenemos que recordar los preceptos de la iglesia, o los mandamientos, porque si sólo nos acordamos e intentamos vivenciar el Amor de Dios por nosotros, y saber que el Padre se complace y nos ama como lo hace con Jesús, entonces, puede ser que cambiemos la forma en que nos veamos y amemos entre nosotros, pues todos y cada uno de nosotros, somos el hijo único de Dios, somos Jesús para el Padre y lo debemos ser para todos.
Y así como el Padre se manifestó al mundo el día del Bautismo de Jesús, se podrá manifestar por medio de nuestras vidas al mundo de hoy, porque daremos claro testimonio de que somos sus hijos.
sábado, 6 de enero de 2024
El Señor se da a conocer
De los Sermones de san León Magno, papa
La providencia misericordiosa de Dios, cuando dispuso socorrer en la plenitud de los tiempos al mundo que perecía, determinó salvar a todos los hombres en Cristo.
Ellos forman la incontable descendencia prometida en otro tiempo a Abraham, descendencia que había de ser engendrada no según la carne, sino por la fecundidad de la fe, y que por esto fue comparada a la multitud de las estrellas, para que la esperanza del padre de todas las gentes tuviera por objeto no una progenie terrena, sino celestial.
Entre, entre en la familia de los patriarcas la totalidad de los gentiles, y reciban los hijos de la promesa la bendición de la descendencia de Abraham, a la que han renunciado los hijos según la carne. En la persona de los tres magos adoren todos los pueblos al Autor del universo; y sea Dios conocido no sólo en Judea, sino en todo el orbe, a fin de que en todas partes su fama sea grande en Israel.
Adoctrinados, amadísimos hermanos, por estos misterios de la gracia divina, celebremos, llenos de gozo espiritual, el día de nuestras primicias y el comienzo de la vocación de los gentiles, dando gracias a Dios misericordioso que, como dice el Apóstol, nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido; porque, como había profetizado Isaías, el pueblo de los gentiles que caminaba en tinieblas vio una grande luz; sobre los que habitaban en tierra de sombras brilló un intenso resplandor. De ellos dice el mismo profeta, dirigiéndose al Señor: Tú llamarás a un pueblo desconocido, un pueblo que no te conocía correrá hacia ti.
Éste es el día que Abraham contempló y saltó de gozo, al reconocer a los hijos de su fe que habían de ser bendecidos en su descendencia, que es Cristo; y, al contemplar de antemano que había de ser por su fe padre de todas las gentes, dio gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios, que lo había prometido, tenía también poder para cumplirlo.
Éste es el día que cantó el salmista, cuando dijo: Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor, bendecirán tu nombre; y también: El Señor da a conocer su salvación, revela a las naciones su justicia.
Sabemos que estas predicciones empezaron a cumplirse desde que la estrella hizo salir de su lejano país a los tres magos, para que conocieran y adoraran al Rey de cielo y tierra. Su docilidad es para nosotros un ejemplo que nos exhorta a todos a que sigamos, según nuestra capacidad, las invitaciones de la gracia, que nos lleva a Cristo.
Todos, amadísimos hermanos, debéis emularos en este empeño, a fin de que brilléis como hijos de la luz en el reino de Dios, al cual se llega por la integridad de la fe y por las buenas obras; por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina con Dios Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
viernes, 5 de enero de 2024
No seas como Caín
"Queridos hermanos:
Este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros.
No seamos como Caín, que procedía del Maligno y asesinó a su hermano. ¿Y por qué lo asesinó? Porque sus obras eran malas, mientras que las de su hermano eran justas".
Creo que San Juan no puede ser más claro. ¿Cuál es el mensaje que nos dejó Jesús para llevarlo a la práctica? "Que nos amemos unos a otros" y agrega san Juan (por las dudas que no lo hayamos entendido bien) "No seamos como Caís, que procedía del Maligno y asesinó a su hermano".
Está clara que ninguno de nosotros es una asesino como lo fue Caín, pero sí hay muchas manera de "asesinar" a un hermano, y la primera la conocemos todos: nuestra lengua. Sí, con nuestra lengua asesinamos y damos vida, pero una vez que hemos hablado mal en contra de un hermano ya no podemos revertir la situación, pues los malos comentarios con las plumas al viento vuelan lejos y no los podemos frenar.
Pero también hay otras formas. Una, también, conocida es la indiferencia: dejo de hablarle a alguien a quien tenía por muy amigo, o que es de la familia, quizás por un comentario que me hicieron, quizás por algo que dijo, quizás por... y cuando lo veo le doy vuelta la cara, o me cruzo de acera... y lo peor es que puedo llegar a ser incapaz de pedir perdón o de perdonar.
Y fijaos lo que sigue diciendo san Juan al hablar del porqué Caín asesinó a su hermano: "porque sus obras eran malas, mientras que las de su hermano eran justas".
Sí, a veces nos creemos más justos y buenos que los demás, por eso, en algún momento hemos emitido un juicio sobre otra persona y eso ha hecho que dejemos de amar como nos pidió Jesús. Quizás el otro no ha hecho nada mal pero a mí no me ha gustado y eso ha bastado para "matar" una relación, una amistad, un lazo familiar.
Y ahora ¿qué hacemos? No podemos seguir diciendo que somos buenos o que somos cristianos si no podemos "resucitar" una relación o un lazo familiar. La fórmula ya la sabes y la conoces, es hora de ponerla en práctica, pidiendo al Espíritu que nos de la fortaleza necesaria para perdonar o pedir perdón, aunque la herida sea muy antigua, pero es necesario volver al amor.
jueves, 4 de enero de 2024
Venid y veréis
"Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?»
Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»
Él les dijo: «Venid y lo veréis».
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima".
Estos pocos renglones nos intentan enseñar cómo debemos evangelizar, cómo debemos predicar y, sobre todo, cómo debemos mostrar al mundo el rostro de Dios, el Camino de la Salvación: "venid y veréis".
No son nuestras palabras las que van a llegar al corazón de la gente, sino que será nuestra vida la que produzca el convencimiento de que lo que estamos viviendo o de lo que estamos queriendo mostrar es el verdadero camino de la salvación.
Si alguien nos preguntara: ¿qué es ser cristiano? Le podríamos decir como Jesús: ven y verás, es decir, ven, vive conmigo unos días y verás cómo vive un cristiano y qué es ser cristiano lo verás con mi vida, de la manera en que me muevo por el mundo, en como trato a las personas, en cómo rezo, en cómo vivo todos los días...
Por esa razón los antioquenos comenzaron a llamar a los discípulos de Jesús cristianos, porque veían que lo que predicaban acerca de Cristo, ellos lo vivían, o, mejor dicho, en los actos de todos los días podían imaginarse cómo era Cristo porque veían a los discípulos vivir como Jesús.
Y así tendríamos que ser nosotros. Y como dice Jesús: el quiera entender que entienda, o el que quiera oír que oiga.
miércoles, 3 de enero de 2024
Doble precepto de la Caridad
De los Tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan
Lleno de amor ha venido a nosotros el mismo Señor, el maestro de la caridad, y al venir ha resumido, como ya lo había predicho el profeta, el mensaje divino, sintetizando la ley y los profetas en el doble precepto de la caridad.
Recordad conmigo, hermanos, cuales sean estos dos preceptos. Deberíais conocerlos tan perfectamente que no sólo vinieran a vuestra mente cuando yo os los recuerdo, sino que deberían estar siempre como impresos en vuestro corazón. Continuamente debemos pensar en amar a Dios y al prójimo: A Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente; y al prójimo como a nosotros mismos.
Éste debe ser el objeto continuo de nuestros pensamientos, éste el tema de nuestras meditaciones, esto lo que hemos de recordar, esto lo que debemos hacer, esto lo que debemos conseguir. El primero de los mandamientos es el amor a Dios, pero en el orden de la acción debemos comenzar por llevar a la práctica el amor al prójimo. El que te ha dado el precepto del doble amor en manera alguna podía ordenarte amar primero al prójimo y después a Dios, sino que necesariamente debía inculcarte primero el amor a Dios, después el amor al prójimo.
Pero piensa que tú, que aún no ves a Dios, merecerás contemplarlo si amas al prójimo, pues amando al prójimo purificas tu mirada para que tus ojos puedan contemplar a Dios; así lo atestigua expresamente san Juan: Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.
Escucha bien lo que se te dice: ama a Dios. Si me dijeras: «Muéstrame al que debo amar», ¿qué podré responderte sino lo que dice el mismo san Juan: Nadie ha visto jamás a Dios? Pero no pienses que está completamente fuera de tu alcance contemplar a Dios, pues el mismo apóstol dice en otro lugar: Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios. Por lo tanto, ama al prójimo y encontrarás dentro de ti el motivo de este amor; allí podrás contemplar a Dios, en la medida que esta contemplación es posible.
Empieza, por tanto, amando al prójimo: Parte tu pan con el que tiene hambre, da hospedaje a los pobres que no tienen techo, cuando veas a alguien desnudo cúbrelo, y no desprecies a tu semejante.
¿Qué recompensa obtendrás al realizar estas acciones? Escucha lo que sigue: Entonces brillará tu luz como la aurora. Tu luz es tu Dios, él es tu aurora, porque a ti vendrá después de la noche de este mundo. Él, ciertamente, no conoce el nacimiento ni el ocaso, porque permanece para siempre.
Amando al prójimo y preocupándote por él, progresas sin duda en tu camino. Y ¿hacia dónde avanzas por este camino sino hacia el Señor, tu Dios, hacia aquel a quien debemos amar con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente? Aún no hemos llegado hasta el Señor, pero al prójimo lo tenemos ya con nosotros. Preocúpate, pues, de aquel que tienes a tu lado mientras caminas por este mundo y llegarás a aquel con quien deseas permanecer eternamente.
martes, 2 de enero de 2024
Permanecer en Cristo
"En cuanto a vosotros, lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre; y esta es la promesa que él mismo nos hizo: la vida eterna".
San Juan le habla a una comunidad que recién ha sido evangelizada y que, seguramente, tiene en su corazón y en su mente las palabras que él mismo les ha dicho y enseñado sobre Jesús. Sin embargo, enseguida que Juan a terminado de hablarles han surgido otros que han tenido otras versiones de la fe y, seguramente, algunos han comenzado a dudar de las palabras de Juan, o no han dudado pero sí han creído en otras versiones.
Eso mismo pasa en estos tiempos, aunque, si lo pensamos bien no siempre hemos escuchado atentamente las Palabras del Señor, sino que nos han entrado por una oreja y nos han salido por otra. O, en algunos casos, después de nuestra Primera Comunión no hemos vuelto a abrir la Biblia para dejar que el Señor nos hable.
Aunque, pensándolo bien hay quienes siguen escuchando y leyendo las Sagradas Escrituras pero se dejan influir, también, por otras tradiciones o por otras religiones que parecen que son mejores (o más fáciles) que la nuestra. Pero, por las dudas siguen con las dos velas encendidas.
Y, ¿nos hemos preguntado el por qué San Juan insiste en que permanezcamos en Cristo?
Primero, y lo fundamental, es porque sólo Cristo nos ha prometido la vida eterna. Pero es algo que no muchos pensamos. No pensamos en alcanzar la vida eterna y por eso creemos que esta vida es la eterna, y sólo vivimos para vivir esta vida. Y eso lo vemos a diario, porque no aceptamos las verdades y las exigencias del evangelio, sino que queremos un cristianismo a nuestra medida y a la medida que nos exige el Príncipe de este mundo, y no a la medida en que nos exige nuestro Dios y Señor.
Segundo, porque permanecer en Cristo es vivir en Cristo sin agregarle nada diferente a lo que ha vivido: la Voluntad de Dios, porque si al Evangelio le agregamos Buda, Tibet, Tarot, Reiki, Pirámides, Piedras, y tantos otros dioses que no son nuestro Dios y Señor, entonces estamos engaños a los que creen que somos cristianos, y estamos diciendo, con nuestra incoherencia, que ser cristiano no sirve para alcanzar la vida eterna, y, en lugar de ser luz, somos tiniebla, y en lugar de ser verdad somos mentira.
lunes, 1 de enero de 2024
La Palabra tomó carne en María
San Atanasio, Carta a Epicteto
La Palabra tendió una mano a los hijos de Abrahán, afirma el Apóstol, y por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos y asumir un cuerpo semejante al nuestro. Por esta razón, en verdad, María está presente en este misterio, para que de ella la Palabra tome un cuerpo, y, como propio, lo ofrezca por nosotros. La Escritura habla del parto y afirma: Lo envolvió en pañales; se proclaman dichosos los pechos que amamantaron Señor, y, por el nacimiento de este primogénito, fue ofrecido el sacrificio prescrito. El ángel Gabriel había anunciado esta concepción con palabras muy precisas, cuando dijo a María no simplemente «lo que nacerá en ti» -para que no se creyese que se trataba de un cuerpo introducido desde el exterior-, sino de ti, para que creyésemos que aquel que era engendrado en María procedía realmente de ella.
Las cosas sucedieron de esta forma para que la Palabra, tomando nuestra condición y ofreciéndola en sacrificio, la asumiese completamente, y revistiéndonos después a nosotros de su condición, diese ocasión al Apóstol para afirmar lo siguiente: Esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad.
Estas cosas no son una ficción, como algunos juzgaron; ¡tal postura es inadmisible! Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre, y de él ha conseguido la salvación el hombre entero. Porque de ninguna forma es ficticia nuestra salvación ni afecta sólo al cuerpo, sino que la salvación de todo el hombre, es decir, alma y cuerpo, se ha realizado en aquel que es la Palabra.
Por lo tanto, el cuerpo que el Señor asumió de María era un verdadero cuerpo humano, conforme lo atestiguan las Escrituras; verdadero, digo, porque fue un cuerpo igual al nuestro. Pues María es nuestra hermana, ya que todos nosotros hemos nacido de Adán.
Lo que Juan afirma: La Palabra se hizo carne, tiene la misma significación, como se puede concluir de la idéntica forma de expresarse. En san Pablo encontramos escrito: Cristo se hizo por nosotros un maldito. Pues al cuerpo humano, por la unión y comunión con la Palabra, se le ha concedido un inmenso beneficio: de mortal se ha hecho inmortal, de animal se ha hecho espiritual, y de terreno ha penetrado las puertas del cielo.
Por otra parte, la Trinidad, también después de la encarnación de la Palabra en María, siempre sigue siendo la Trinidad, no admitiendo ni aumentos ni disminuciones; siempre es perfecta, y en la Trinidad se reconoce una única Deidad, y así la Iglesia confiesa a un único Dios, Padre de la Palabra.