"Y ahora, mirad, me dirijo a Jerusalén, encadenado por el Espíritu, de ciudad en ciudad, me da testimonio de que me aguardan cadenas y tribulaciones. Pero a mí no me importa la vida, sino completar mi carrera y consumar el ministerio que recibí del Señor Jesús: ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios".
Aunque este es el testimonio de un apóstol, san Pablo, también es un testimonio que nos sirve para nuestra vida, porque, en realidad, todos los que pertenecemos a la Iglesia somos, también, apóstoles de Cristo en medio del mundo. Sí, así es: todos somos apóstoles, cada uno en la medida de su vocación y su propio estilo de vida, pero ninguno podemos quitarnos la responsabilidad de anunciar el Evangelio de Cristo. Para eso nos eligió y nos llamó y nos envió Jesús, para ser sus testigos en todo el mundo hasta el confín de la tierra y hasta el final de los tiempos.
"He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado".
No sólo somos de Dios y vivimos en Dios, sino que vivimos y somos de Dios para una misión particular y necesaria en este mundo, en este siglo, en este lugar de la historia, en el aquí y ahora, porque Dios nos pensó así desde toda la eternidad y, a pesar de nuestros pecados y tropiezos, Él quiere que seamos instrumentos de su Gracia. Por eso nos envió su Espíritu para sanarnos del pecado y darnos una Vida Nueva en la Gracia, para que, con la libertad de los hijos de Dios, podamos anunciar el Camino que lleva al hombre a la Verdadera Vida.
Así Jesús nos lo recuerda en la oración sacerdotal de la Última Cena, que no sólo es para los sacerdotes ministeriales, sino para todos los bautizados que llevamos la impronta del sacerdocio real de Cristo:
"Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos. Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti".
Jesús sigue rogando, cada día, por tí y por mí, y por todos los que hemos sido configurados a su imagen en el bautismo, para que como Él, siendo fieles y obedientes a la Voluntad del Padre, seamos, como Iglesia, sacramento de salvación para todos aquellos que deseen salvarse, y, como dice en los Hechos de los Apóstoles: "Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y eran bien vistos de todo el pueblo; y día tras día el Señor iba agregando a los que se iban salvando".
martes, 23 de mayo de 2023
Ser apóstol
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