Dice el escritor de la Carta a los Hebreos sobre Jesús:
"Por eso, al entrar él en en mundo dice:
«Tú no quisiste ni sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo – pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mi – para hacer, ¡oh Dios! tu voluntad».
¿De qué valen los sacrificios y las ofrendas si no cambia nuestro corazón? ¿De qué valen las oraciones y las penitencias si nuestro corazón siempre queda duro como la piedra? ¿De qué valen tantas confesiones y sacramentos si aún no he podido perdonar ni pedir perdón? ¿De qué valen los milagros realizados si mi corazón está cerrado al amor?
Por eso el mejor de los sacrificios es el que nos mostró Jesús que hay que hacer: "He aquí que vengo para hacer ¡oh Dios! tu Voluntad".
Sólo el corazón que reconoce el poder del Amor de Dios y la Sabiduría del Padre es quien puede alcanzar la Gracia de renunciar a sí mismo y llegar a renovarse para hacer Su Voluntad, dejando de lado todo su conocimiento y sabiduría humana, toda su fortaleza y capacidades de hombres, para llegar a convertirse en un Niño Fuerte en brazos de su Padre, pues "la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres".
No hemos recibido la Gracia de ser Hijos de Dios para seguir haciendo nuestra propia voluntad, o la voluntad del mundo que es la que, habitualmente, hacemos; sino que hemos sido transformados en hijos de Dios a imagen del Hijo para que nuestra vida como la de Jesús sea un constante caminar en la Voluntad del Padre.
Para muchos, hacer la Voluntad de Dios es una utopía pues hoy no es algo que se tenga en cuenta ni que sirva a los propósitos del mundo que nos pide entregar nuestra vida para llenarnos del tener y del poseer, sabiendo que, al final de nuestros días, nada nos quedará ni nada nos llevaremos, corriendo así una carrera sin fin para alcanzar una meta que no nos conduce a nada.
En cambio, cuando nos hacemos eco de Su Voluntad corremos una carrera que tiene como meta la Libertad, el Amor, la Vida eterna viviendo cada día las Bienaventuranzas que el Señor nos prometió, alimentándonos con su propia Vida. Creemos que, a los ojos del mundo, podemos ser esclavos, pero, en realidad a los ojos de Dios somos hijos libres que han descubierto que su Palabra es Palabra de Vida Eterna que nos da aliento, fortaleza y luz cada día que la dejamos entrar en nuestro corazón.
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