En una pequeña frase el escritor de la carta a los Hebreos, por lo menos a mí, me hace pensar y mucho y, un poco, hasta ponerme colorado de vergüenza:
"Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo.
Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado".
¿Por qué digo que hasta me hace dar un poco de vergüenza? Porque muchas veces me quejo de lo que Dios me pide, no tengo la suficiente confianza en saber que lo que me pide, aún, no es dar la sangre por Él. ¿Qué haría si me pidiera ese gran sacrificio de la vida? ¿Sería capaz de aceptar el martirio?
Por eso tenemos que ir, cada día, viendo qué es lo que entregamos y qué es lo que no le entregamos a Dios. El miedo, el egoísmo, la vanidad, los bienes de la tierra son todos obstáculos y excusas que ponemos al momento de dar una respuesta al Señor. Por eso mismo el escritor, por inspiración divina, nos hace mirar al Crucificado que se ofreció por nosotros para darnos una Vida Nueva. Y no nos pone frente a nosotros el valor de tal entrega para reprocharnos nuestra pobre entrega, sino que nos hace ver que la Vida que hemos recibido ha sido conseguida a un precio muy alto, que, por Amor a nosotros, Él pagó.
Quizás podamos sentirnos realmente muy injustos, o quizás sintamos que nuestras razones son respuestas lógicas a su pedido, pero si lo miramos desde la perspectiva que nos presenta el escritor vamos a descubrir que lo que, día a día, le entregamos a Dios no es ni una pizca de lo que, en realidad, podemos darle.
Nuestra vida es de Él y de nadie más. A Él le reclamamos, muchas veces, lo que no nos da, lo que no nos escucha y ¡tantas otras cosas más! Pero ¿cuánto tendría Él para decirnos o para hacernos ver o para mostrarnos cuánto Él nos perdona, nos salva, nos sana y nos consuela, nos fortalece cada día?
No. No es para que nos quedemos parados ante nuestra pequeñez y pobreza, sino que desde nuestra pequeñez y pobreza tengamos, por gracia del Espíritu, el valor y la fortaleza para responder sin miedo al llamado del Señor.
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