martes, 31 de enero de 2017

Aún no hemos entregado nuestra sangre

En una pequeña frase el escritor de la carta a los Hebreos, por lo menos a mí, me hace pensar y mucho y, un poco, hasta ponerme colorado de vergüenza:
"Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo.
Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado".
¿Por qué digo que hasta me hace dar un poco de vergüenza? Porque muchas veces me quejo de lo que Dios me pide, no tengo la suficiente confianza en saber que lo que me pide, aún, no es dar la sangre por Él. ¿Qué haría si me pidiera ese gran sacrificio de la vida? ¿Sería capaz de aceptar el martirio?
Por eso tenemos que ir, cada día, viendo qué es lo que entregamos y qué es lo que no le entregamos a Dios. El miedo, el egoísmo, la vanidad, los bienes de la tierra son todos obstáculos y excusas que ponemos al momento de dar una respuesta al Señor. Por eso mismo el escritor, por inspiración divina, nos hace mirar al Crucificado que se ofreció por nosotros para darnos una Vida Nueva. Y no nos pone frente a nosotros el valor de tal entrega para reprocharnos nuestra pobre entrega, sino que nos hace ver que la Vida que hemos recibido ha sido conseguida a un precio muy alto, que, por Amor a nosotros, Él pagó.
Quizás podamos sentirnos realmente muy injustos, o quizás sintamos que nuestras razones son respuestas lógicas a su pedido, pero si lo miramos desde la perspectiva que nos presenta el escritor vamos a descubrir que lo que, día a día, le entregamos a Dios no es ni una pizca de lo que, en realidad, podemos darle.
Nuestra vida es de Él y de nadie más. A Él le reclamamos, muchas veces, lo que no nos da, lo que no nos escucha y ¡tantas otras cosas más! Pero ¿cuánto tendría Él para decirnos o para hacernos ver o para mostrarnos cuánto Él nos perdona, nos salva, nos sana y nos consuela, nos fortalece cada día?
No. No es para que nos quedemos parados ante nuestra pequeñez y pobreza, sino que desde nuestra pequeñez y pobreza tengamos, por gracia del Espíritu, el valor y la fortaleza para responder sin miedo al llamado del Señor.

lunes, 30 de enero de 2017

Preferimos los cerdos a Jesús?

Este evangelio siempre nos pone ante la pregunta de a qué le damos importancia en nuestra vida, porque el pueblo prefirió a quedarse con los cerdos que a que Jesús permaneciera con ellos. Muchas veces Jesús nos pide cosas que no estamos dispuestos a dar, aunque sean las mejores cosas que nos pueden ocurrir. En ese pueblo seguramente esperaban la curación de ese hombre endemoniado, pero nunca esperaban que eso repercutiera en los cerdos que tenían criando.
En nuestras vidas tenemos muchas veces el mismo problema, queremos que Jesús nos sane, nos salve, haga lo que deseamos, pero cuando Él nos pide algo a nosotros no estamos tan dispuestos a darle lo que nos pide. Valoramos más lo que tenemos que lo que nos puede dar el Señor. Cuidamos mucho nuestro propios cerdos y preferimos poder tenerlos en nuestro campo que dejar que el Señor nos haga destruir lo que tanto nos costó construir.
Sin embargo, cuando dejamos que el Señor obre sabemos que Él nos da mucho más de lo que le hemos pedido, y, sobre todo, nos libra de todo aquello que nos afligía, que nos molestaba, que nos quitaba la paz. Pero el miedo de perder algo nuestro es más fuerte, muchas veces, que el deseo de encontrar lo que necesitamos en el corazón.
Por todo esto el escritor de la carta a los Hebreos nos trae a la memoria lo que vivieron los profetas y tantos otros que entregaron la vida por el Señor, pues ellos la entregaron por algo menos que lo que nosotros tenemos. Nosotros hemos conocido el Amor que Dios nos tiene y por ese mismo Amor es que no tememos lo que Él nos pueda pedir, o, mejor dicho, no tendríamos que temer el hacer Su Voluntad, pues su Voluntad es mucho más sabia que nuestra propia sabiduría.
"Y todos éstos, aun acreditados por su fe, no consiguieron lo prometido; porque Dios tenía preparado algo mejor a favor nuestro, para que ellos no llegaran sin nosotros a la perfección".

domingo, 29 de enero de 2017

Insistir en lo que creemos

San Ignacio de Antioquía
Esmirniotas 1 -4,1
Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la Iglesia de Dios Padre y del amado Jesucristo establecida en Esmirna de Asia, la que ha alcanzado toda clase de dones por la misericordia de Dios, la que está colmada de fe y de caridad y a la cual no falta gracia alguna, la que es amadísima de Dios y portadora de santidad: mi más cordial saludo en espíritu irreprochable y en la palabra de Dios.
Doy gracias a Jesucristo Dios, por haberos otorgado tan gran sabiduría; he podido ver, en efecto, cómo os mantenéis estables e inconmovibles en vuestra fe, como si estuvierais clavados en cuerpo y alma a la cruz del Señor Jesucristo, y cómo os mantenéis firmes en la caridad por la sangre de Cristo, creyendo con fe plena y firme en nuestro Señor, el cual procede verdaderamente de la estirpe de David, según la carne, es Hijo de Dios por la voluntad y el poder del mismo Dios, nació verdaderamente de la Virgen, fue bautizado por Juan para cumplir así todo lo que Dios quiere; finalmente, su cuerpo fue verdaderamente crucificado bajo el poder de Poncio Pilato y del tetrarca Herodes (y de su divina y bienaventurada pasión somos fruto nosotros), para, mediante su resurrección, elevar su estandarte para siempre en favor de sus santos y fieles, tanto judíos como gentiles, reunidos todos en el único cuerpo de su Iglesia. 
Todo esto lo sufrió por nosotros, para que alcanzáramos la salvación; y sufrió verdaderamente, como también se resucitó a sí mismo verdaderamente. 
Yo sé que después de su resurrección tuvo un cuerpo verdadero, como sigue aún teniéndolo. Por esto, cuando se apareció a Pedro y a sus compañeros, les dijo: Tocadme y palpadme, y daos cuenta de que no soy un ser fantasmal e incorpóreo. Y,al punto, lo tocaron y creyeron, adhiriéndose a la realidad de su carne y de su espíritu. Esta fe les hizo capaces de despreciar y vencer la misma muerte. Después de su resurrección, el Señor comió y bebió con ellos como cualquier otro hombre de carne y hueso, aunque espiritualmente estaba unido al Padre. 
Quiero insistir acerca de estas cosas, queridos hermanos, aunque ya sé que las creéis

sábado, 28 de enero de 2017

La Fe es nuestra garantía

Dice el escritor de la carta a los Hebreos: 
“Hermanos: 
La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de 
las realidades que no se ven. Por ella nuestros antepasados fueron 
considerados dignos de aprobación”. 
Como leemos “la fe es la certeza de lo que no se ve”, aunque muchas 
veces pedimos milagros de algo que esperamos, y no podemos 
entender que no todo lo que pedimos lo podemos encontrar y tener. 
Por eso, el escritor de los Hebreos nos habla de la fe de nuestros 
antepasados, pero, sin remontarnos a la historia de los Padre de la Fe 
como Abrahán y todos ellos, podemos remontarnos a la historia de 
nuestros antepasados que han vivido una vida diferente a nosotros. 
Hoy en día buscamos y pretendemos tener demasiadas garantías y 
seguros para nuestra vida, por eso vamos gastando, cada día, en pos 
de algo que no sabemos cuándo lo vamos a necesitar o si algún día 
nuestros descendientes lo van a querer tener. 
Por eso vivir con fe es vivir en la confianza de que nuestro Padre 
Celestial nos lleva escrito en las palmas de sus manos, y nos cuida 
como la pupila de sus ojos… Así, vivir en la confianza en la 
Providencia Divina nos ayuda a encontrar la paz necesaria para 
aceptar su Voluntad cada día, a pesar de lo que tengamos que 
entregar, renunciar o aceptar. 
Así nos lo demuestra el evangelio cuando los apóstoles asustados por 
la tormenta que se los atrapó en el medio del mar, llamaron a los 
gritos al Señor y él les respondió: 
“Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!» 
El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. 
Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?» 
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién 
es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?» 
Y ahí es cuando también nosotros debemos hacer nuestra profesión 
de Fe, pues en medio de las tormentas es cuando se conoce a los 
mejores capitanes, dice un refrán. Nosotros sabemos que no somos 
los capitanes, pero como decía Santa Teresa “sabemos quién es 
nuestro Capitán” y por eso navegamos confiados aún en medio de las 
tormentas de la vida

jueves, 26 de enero de 2017

Alabanzas de San Pablo

San Juan Crisóstomo, obispo
De las homilías (Homilía 2 sobre las alabanzas de san Pablo: PG 50, 480-484)
Pablo, encerrado en la cárcel, habitaba ya en el cielo, y recibía los azotes y heridas con un agrado superior al de los que conquistan el premio en los juegos; amaba los sufrimientos no menos que el premio, ya que estos mismos sufrimientos, para él, equivalían al premio; por esto, los consideraba como una gracia. Sopesemos bien lo que esto significa. El premio consistía ciertamente en partir para estar con Cristo; en cambio, quedarse en esta vida significaba el combate; sin embargo, el mismo anhelo de estar con Cristo lo movía a diferir el premio, llevado del deseo del combate, ya que lo juzgaba más necesario. 
Comparando las dos cosas, el estar separado de Cristo representaba para él el combate y el sufrimiento, más aún el máximo combate y el máximo sufrimiento. Por el contrario, estar con Cristo representaba el premio sin comparación; con todo, Pablo, por amor a Cristo, prefiere el combate al premio. 
Alguien quizá dirá que todas estas dificultades él las tenía por suaves, por su amor a Cristo. También yo lo admito, ya que todas aquellas cosas, que para nosotros son causa de tristeza, en él engendraban el máximo deleite. Y ¿para qué recordar las dificultades y tribulaciones? Su gran aflicción le hacía exclamar: ¿Quién enferma sin que yo enferme?; ¿quién cae sin que a mi me dé fiebre?
Os ruego que no sólo admiréis, sino que también imitéis este magnífico ejemplo de virtud: así podremos ser partícipes de su corona. 
Y, si alguien se admira de esto que hemos dicho, a saber, que el que posea unos méritos similares a los de Pablo obtendrá una corona semejante a la suya, que atienda a las palabras del mismo Apóstol: He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. ¿Te das cuenta de cómo nos invita a todos a tener parte en su misma gloria? 
Así pues, ya que a todos nos aguarda una misma corona de gloria, procuremos hacernos dignos de los bienes que tenemos prometidos. 
Y no sólo debemos considerar en el Apóstol la magnitud y excelencia de sus virtudes y su pronta y robusta disposición de ánimo, por las que mereció llegar a un premio tan grande, sino que hemos de pensar también que su naturaleza era en todo igual a la nuestra; de este modo, las cosas más arduas nos parecerán fáciles y llevaderas y, esforzándonos en este breve tiempo de nuestra vida, alcanzaremos aquella corona incorruptible e inmortal, por la gracia y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el imperio ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén

miércoles, 25 de enero de 2017

La fuerza de la convesión

Son muchos, y no pocos, los grandes santos que nos muestran el gran poder de la conversión. Digo el gran poder de la conversión porque en muchas vidas la conversión ha sido un gran poder que han recibido, no porque hayan podido hacer grandes cosas o grandes milagros, sino porque sus vidas cobraron un gran valor después de encontrarse con Jesús y comenzar el Camino de la Santidad.
San Pablo es una de esas personas que nunca ha ocultado quién era y lo que fue a partir del momento que conoció a Jesús, mostrándonos así que no hemos de ocultar nuestro pasado, sino hacer ver el hermoso poder del Amor de Dios por cada uno de nosotros que, a pesar de que nuestro pecado sea rojo como la grana Él lo vuelve blanco como la nieve.
En muchos casos nos perdemos la fuerza de la gracia de la conversión porque nos cuesta reconocer nuestros pecados verdaderos y digo "pecados verdaderos", porque no siempre reconocemos los verdaderos pecados, sino que acostumbramos a confesar, como niños pequeños, las "diabluras" de todos los días y dejamos de lado todo lo que hace al pecado contra el amor.
San Pablo no se alegra de lo que fue, ni se avergüenza de lo que fue, sino que lo que fue ha sido una etapa en su vida que la vivió con total confianza en Dios; pero, cuando se encontró con Jesús su vida cambió. Comenzó un nuevo camino que lo llevó a una vida nueva en el Amor a Jesús y como Jesús fue entregando día a día la Palabra de Dios con todo el amor y el sacrifico que pudo dar, sabiendo que día a día le esperaban nuevos retos y nuevos esfuerzos a realizar.
Como él mismo dice: "por tres veces clamé a Dios que me librara de mi pecado; y por tres veces Él me contestó 'te basta mi Gracia'", comprendiendo que a pesar de su pecado tenía que seguir confiando en la Gracia de Dios, que desde su pequeñez lo que tenía que sobresalir en su vida era el poder de su Salvador y no la virtud del instrumento, que, igualmente, el Señor se encargó de alumbra nuestras vidas con una vida de entrega y sacrificio constante en bien de la Evangelización.
La fuerza de la conversión o, mejor dicho, la Gracia de la Conversión que se nos da cada vez que reconocemos nuestro pecado y debilidad, y hacemos nuestro re-encuentro con el Señor y los hermanos, nos permite volver a sentir la fuerza de un Amor Apasionado que nos une, cada día más, al Corazón de Jesús, haciendo que nuestra vida se una más y más a su Vida, y, como San Pablo poder seguir "combatiendo el combate de la fe", un combate que nos llevará toda la vida, hasta que el Señor venga a buscarnos para entrar a formar parte de Su Reino. Mientras tanto, aquí en este mundo, seguirá la lucha de nuestro espíritu contra nuestra carne, y de nuestra carne contra nuestro espíritu, haciéndonos cada día más conscientes de nuestra pequeñez y más seguros del Poder de Dios que actuará en nuestras vidas en la medida que dejamos nuestras vidas en Sus Manos para hacer siempre Su Voluntad y no la nuestra.

martes, 24 de enero de 2017

Tu Voluntad es mi vida

Dice el escritor de la Carta a los Hebreos sobre Jesús:
"Por eso, al entrar él en en mundo dice:
«Tú no quisiste ni sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo – pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mi – para hacer, ¡oh Dios! tu voluntad».
¿De qué valen los sacrificios y las ofrendas si no cambia nuestro corazón? ¿De qué valen las oraciones y las penitencias si nuestro corazón siempre queda duro como la piedra? ¿De qué valen tantas confesiones y sacramentos si aún no he podido perdonar ni pedir perdón? ¿De qué valen los milagros realizados si mi corazón está cerrado al amor?
Por eso el mejor de los sacrificios es el que nos mostró Jesús que hay que hacer: "He aquí que vengo para hacer ¡oh Dios! tu Voluntad".
Sólo el corazón que reconoce el poder del Amor de Dios y la Sabiduría del Padre es quien puede alcanzar la Gracia de renunciar a sí mismo y llegar a renovarse para hacer Su Voluntad, dejando de lado todo su conocimiento y sabiduría humana, toda su fortaleza y capacidades de hombres, para llegar a convertirse en un Niño Fuerte en brazos de su Padre, pues "la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres".
No hemos recibido la Gracia de ser Hijos de Dios para seguir haciendo nuestra propia voluntad, o la voluntad del mundo que es la que, habitualmente, hacemos; sino que hemos sido transformados en hijos de Dios a imagen del Hijo para que nuestra vida como la de Jesús sea un constante caminar en la Voluntad del Padre.
Para muchos, hacer la Voluntad de Dios es una utopía pues hoy no es algo que se tenga en cuenta ni que sirva a los propósitos del mundo que nos pide entregar nuestra vida para llenarnos del tener y del poseer, sabiendo que, al final de nuestros días, nada nos quedará ni nada nos llevaremos, corriendo así una carrera sin fin para alcanzar una meta que no nos conduce a nada.
En cambio, cuando nos hacemos eco de Su Voluntad corremos una carrera que tiene como meta la Libertad, el Amor, la Vida eterna viviendo cada día las Bienaventuranzas que el Señor nos prometió, alimentándonos con su propia Vida. Creemos que, a los ojos del mundo, podemos ser esclavos, pero, en realidad a los ojos de Dios somos hijos libres que han descubierto que su Palabra es Palabra de Vida Eterna que nos da aliento, fortaleza y luz cada día que la dejamos entrar en nuestro corazón.

lunes, 23 de enero de 2017

El motor de nuestra vida

Nos dice Jesús:
"En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre»
Siempre es una afirmación de Jesús que nos causa un poco de miedo porque siempre pensamos que todo se nos puede perdonar, pero no es así, pues hay algo que no se puede perdonar: el pecado contra el Espíritu Santo. Ya alguna vez he hablado de esto pero en realidad siempre nos viene bien recordar el por qué.
El Espíritu Santo es quien impulsa en nosotros el deseo de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, infunde en nosotros sus siete dones para que cada día podamos iluminar nuestras vidas con su Luz, y todo aquello que, desde nuestra vida cristiana queremos o debemos hacer, es inspirada e impulsada por Él. El Espíritu Santo es como el motor que impulsa a un vehículo para andar, si un vehículo no tiene motor no puede andar.
Por eso, cuando un cristiano reniega o niega al Espíritu Santo no tiene el motor que lo impulsa hacia Dios, y si no tiene el motor no puede, ni siquiera reconocer la culpa, pedir perdón e iniciar el camino de la conversión.
Y esto nos hace pensar el camino contrario: necesitamos todos los días pedir los Dones del Espíritu para poder recorrer el Camino de la Santidad que nos ha manifestado el Señor. Nuestra vida en santidad es impulsada, sostenida y fortalecida por el Espíritu Santo. Es Él quien no lleva hasta el Altar del Sacrificio para alimentarnos con la Palabra del Señor y con el Pan de la Vida, para que toda nuestra vida sea una vida consagrada al Padre.
Así cuando dejamos de pedir al Espíritu su asistencia es cuando comenzamos a perder el "ánimo", el espíritu para perseverar en el Camino de la Santidad, en el Camino de la Fidelidad a Dios, en el Camino del Amor. Es Él el motor de nuestra vida, el combustible que hace arder el corazón de nuestra vida hacia la Verdadera Vida que nos da el Señor, e ilumina nuestra vida para que nuestra vida sea luz para aquellos que no encuentran el Camino hacia el Señor.
De este modo no es tan importante pensar en el pecado contra Él, sino pensar en que necesitamos de Él para vivir cada día en Su Gracia.

domingo, 22 de enero de 2017

Unidos en Cristo

Le dice San Pablo a los Corintios:
"Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir.
Pues, hermanos, me he enterado por los de Cloe que hay discordias entre vosotros. Y yo os digo esto porque cada cual anda diciendo: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo».
Ya encontraba, San Pablo, en las primeras comunidades cristianas las divisiones que generamos cuando nos fanatizamos por algo o por alguien y no nos damos cuenta que así desviamos nuestro corazón de lo que es esencial en nuestra fe. Cuando nos hemos decidido por la vida cristiana es porque hemos visto en Cristo el Camino para nuestra vida y no porque tal persona o tal otra son el sentido de nuestra vida. Un instrumentos de Dios, como son los sacerdotes, los religiosos, los obispos o los santos, no son el fin de nuestra vida, sino que es Cristo el Camino que nos conduce a la Vida Verdadera.
Por eso mismo, San Pablo, le pedía a los Corintios y nos lo dice a nosotros para que realmente pensemos y reflexionemos: "estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir", pues nuestra vida cristiana tiene sólo un Centro: Cristo, una sola Verdad: la Palabra de Dios; un sólo Camino: Jesús. Todo lo demás es accesorio y accidental. Pero si nos mantenemos centrados en Cristo la Gracia nos ayudará a buscar siempre el camino de la conversión que nos mantenga unidos en un mismo pensar y sentir.

sábado, 21 de enero de 2017

Del tratado sobre las vírgenes

San Ambrosio
Celebramos hoy el nacimiento para el cielo de una virgen, imitemos su integridad; se trata también de una mártir, ofrezcamos el sacrificio. Es el día natalicio de santa Inés. Sabemos por tradición que murió mártir a los doce años de edad. Destaca en su martirio, por una parte, la crueldad que no se detuvo ni ante una edad tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de dar testimonio en la persona de una jovencita. 
¿Es que en aquel cuerpo tan pequeño cabía herida alguna? Y, con todo, aunque en ella no encontraba la espada dónde descargar su golpe, fue ella capaz de vencer a la espada. Y eso que a esta edad las niñas no pueden soportar ni la severidad del rostro de sus padres, y si distraídamente se pinchan con una aguja, se ponen a llorar como si se tratara de una herida. 
Pero ella, impávida entre las sangrientas manos del verdugo, inalterable al ser arrastrada por pesadas y chirriantes cadenas, ofrece todo su cuerpo a la espada del enfurecido soldado, ignorante aún de lo que es la muerte, pero dispuesta a sufrirla; al ser arrastrada por la fuerza al altar idolátrico, entre las llamas tendía hacia Cristo sus manos, y así, en medio de la sacrílega hoguera, significaba con esta posición el estandarte triunfal de la victoria del Señor; intentaban aherrojar su cuello y sus manos con grilletes de hierro, pero sus miembros resultaban demasiado pequeños para quedar encerrados en ellos. 
¿Una nueva clase de martirio? No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria; la lucha se presentaba difícil, la corona fácil; lo que parecía imposible por su poca edad lo hizo posible su virtud consumada. Una recién casada no iría al tálamo nupcial con la alegría con que iba esta doncella al lugar del suplicio, con prisa y contenta de su suerte, adornada su cabeza no con rizos, sino con el mismo Cristo, coronada no de flores, sino de virtudes. 
Todos lloraban, menos ella. Todos se admiraban de que, con tanta generosidad, entregara una vida de la que aún no había comenzado a gozar, como si ya la hubiese vivido plenamente. Todos se asombraban de que fuera ya testigo de Cristo una niña que, por su edad, no podía aún dar testimonio de sí misma. Resultó así que fue capaz de dar fe de las cosas de Dios una niña que era incapaz legalmente de dar fe de las cosas humanas, porque el Autor de la naturaleza puede hacer que sean superadas las leyes naturales. 
El verdugo hizo lo posible para aterrorizarla, para atraerla con halagos, muchos desearon casarse con ella. Pero ella dijo: 
«Sería una injuria para mi Esposo esperar a ver si me gusta otro; él me ha elegido primero, él me tendrá. ¿A qué esperas, verdugo, para asestar el golpe? Perezca el cuerpo que puede ser amado con unos ojos a los que no quiero». 
Se detuvo, oró, doblegó la cerviz. Hubieras visto cómo temblaba el verdugo, cómo si él fuese el condenado; cómo temblaba su diestra al ir a dar el golpe, cómo palidecían los rostros al ver lo que le iba a suceder a la niña, mientras ella se mantenía serena. En una sola víctima tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y el de la fe. Permaneció

viernes, 20 de enero de 2017

Sobre la perfección espiritual

Diadoco de Foticè


El que se ama a sí mismo no puede amar a Dios; en cambio, el que, movido por la superior excelencia de las riquezas del amor a Dios, deja de amarse a sí mismo ama a Dios. Y, como consecuencia, ya no busca nunca su propia gloria, sino más bien la gloria de Dios. El que se ama a sí mismo busca su propia gloria, pero el que ama a Dios desea la gloria de su Hacedor. 

En efecto, es propio del alma que siente el amor a Dios buscar siempre y en todas sus obras la gloria de Dios y deleitarse en su propia sumisión a él, ya que la gloria conviene a la magnificencia de Dios; al hombre, en cambio, le conviene la humildad, la cual nos hace entrar a formar parte de la familia de Dios. Si de tal modo obramos, poniendo nuestra alegría en la gloria del Señor, no nos cansaremos de repetir, a ejemplo de Juan Bautista: Él tiene que crecer y yo tengo que menguar. 

Sé de cierta persona que, aunque se lamentaba de no amar a Dios como ella hubiera querido, sin embargo, lo amaba de tal manera que el mayor deseo de su alma consistía en que Dios fuera glorificado en ella, y que ella fuese tenida en nada. El que así piensa no se deja impresionar por las palabras de alabanza, pues sabe lo que es en realidad; al contrario, por su gran amor a la humildad, no piensa en su propia dignidad, aunque fuese el caso que sirviese a Dios en calidad de sacerdote; su deseo de amar a Dios hace que se vaya olvidando poco a poco de su dignidad y que extinga en las profundidades de su amor a Dios, por el espíritu de humildad, la jactancia que su dignidad pudiese ocasionar, de modo que llega a considerarse siempre a sí mismo como un siervo inútil, sin pensar para nada en su dignidad, por su amor a la humildad. Lo mismo debemos hacer también nosotros, rehuyendo todo honor y toda gloria, movidos por la superior excelencia de las riquezas del amor a Dios, que nos ha amado de verdad. 

Dios conoce a los que lo aman sinceramente, porque cada cual lo ama según la capacidad de amor que hay en su interior. Por tanto, el que así obra desea con ardor que la luz de este conocimiento divino penetre hasta lo más íntimo de su ser, llegando a olvidarse de sí mismo, transformado todo él por el amor. 

El que es así transformado vive y no vive; pues, mientras vive en su cuerpo, el amor lo mantiene en un continuo peregrinar hacia Dios; su corazón, encendido en el ardiente fuego del amor, está unido a Dios por la llama del deseo, y su amor a Dios le hace olvidarse completamente del amor a sí mismo, pues, como dice el Apóstol, si empezamos a desatinar, a Dios se debía; si ahora nos moderamos es por vosotros

jueves, 19 de enero de 2017

Ni sacrificios, ni ofrendas, sólo mi vida te doy

Dice el Salmo:
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy».
« – Como está escrito en mi libro –
para hacer tu voluntad.
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.
"No pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: Aquí estoy para hacer tu voluntad".
Una hermosa frase, pero difícil en su contenido y más difícil en su aplicación en la vida cotidiana. ¿Por qué hacer la Voluntad de Dios? ¿Por qué no hacer mi voluntad? Y nos tendríamos que preguntar: ¿por qué un niño debe hacer lo que su padre le pide? ¿por qué un hijo pequeño tiene que obedecer a sus padres? Podremos responder fácilmente a estas preguntas si descubrimos que cada uno tiene funciones diferentes y aunque muchas veces no comprendamos hemos de actuar de acuerdo a lo que somos.
Los cristianos rezamos cada día (generalmente) y decimos: Padre Nuestro ¿pero realmente lo consideramos a Dios un Padre? Es decir, cuando llamamos a Dios Padre ¿nos consideramos nosotros hijos?
También rezamos: Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del Cielo y la Tierra... ¿Nos damos cuenta que somos nosotros creados por Él que es nuestro Padre? ¿Descubrimos que ese Padre es Todopoderoso? O, por lo contrario, nos asociamos con el pensar del mundo y creemos que los verdaderos creadores somos nosotros? y por eso nos otorgamos el título de dioses.
Pero, lamentablemente siempre llega un día en que aunque hayamos escalado a lo más alto de nuestra humanidad, y hayamos gastado todo nuestro orgullo y vanidad, volvemos como niños pequeños al regazo del padre o de la madre para pedir consuelo, fortaleza, explicación pues no podemos, no encontramos, no sentimos...
Por eso cuando creemos que sólo con simples, pequeñas o grandes ofrendas, podemos llegar a satisfacer nuestros vacíos de fe, realmente nos estamos engañando pues todo eso es externo. Es como tener un empleado que haga las dietas que yo no puedo hacer: él adelgazará, pero y seguiré engordando; o quizás, como el cuadro de Dorian Grey. Pero eso sólo pasa en la ficción.
Por eso el Padre no quiere que hagamos nada que sea extraño a nosotros mismos, sino que quiere que lo que le ofrezcamos a Él sea nuestra propia vida, pues Él sabe cómo hacer que nuestra vida alcance aquello que aspira y que necesita, no sin nuestra disposición de corazón a entregarle todo, pero tampoco sin toda su Gracia que es lo que nos lleva a alcanzar la meta sin perder la fe.

miércoles, 18 de enero de 2017

Jesus siempre intercede por nosotros

De las cartas de San Fulgencio de Ruspe 

    Fijaos que en la conclusión de las oraciones decimos: «Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo»; en cambio, nunca decimos: «Por el Espíritu Santo.» Esta práctica universal de la Iglesia tiene su explicación en aquel misterio, según el cual, el mediador entre Dios y los hombres es Cristo Jesús, hombre también él, sacerdote eterno según el rito de Melquisedec, que entró de una vez para siempre con su propia sangre en el santuario, pero no en un santuario hecho por mano de hombre y figura del venidero, sino en el mismo cielo, donde está a la derecha de Dios e intercede por nosotros.
    Teniendo ante sus ojos este oficio sacerdotal de Cristo, dice el Apóstol: Por medio de él ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el tributo de los labios que van bendiciendo su nombre. Por él, pues, ofrecemos el sacrificio de nuestra alabanza y oración, ya que por su muerte fuimos reconciliados cuando éramos todavía enemigos. Por él, que se dignó hacerse sacrificio por nosotros, puede nuestro sacrificio ser agradable en la presencia de Dios. Por esto nos exhorta san Pedro: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Por este motivo decimos a Dios Padre: «Por nuestro Señor Jesucristo.»
    Al referirnos al sacerdocio de Cristo, necesariamente hacemos alusión al misterio de su encarnación, en el cual el Hijo de Dios, a pesar de su condición divina, se anonadó a sí mismo, y tomó la condición de esclavo, según la cual se rebajó hasta someterse incluso a la muerte; es decir, fue hecho un poco inferior a los ángeles, conservando no obstante su divinidad igual al Padre. El Hijo fue hecho un poco inferior a los ángeles en cuanto que, permaneciendo igual al Padre, se dignó hacerse como un hombre cualquiera. Se abajó cuando se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo. Más aún, el abajarse de Cristo es el total anonadamiento, que no otra cosa fue el tomar la condición de esclavo.
    Cristo, por tanto, permaneciendo en su condición divina, en su condición de Hijo único de Dios, según la cual le ofrecemos el sacrificio igual que al Padre, al tomar la condición de esclavo fue constituido sacerdote, para que, por medio de él, pudiéramos ofrecer la hostia viva, santa, grata a Dios. Nosotros no hubiéramos podido ofrecer nuestro sacrificio a Dios si Cristo no se hubiese hecho sacrificio por nosotros: en él nuestra propia raza humana es un verdadero y saludable sacrificio. En efecto, cuando precisamos que nuestras oraciones son ofrecidas por nuestro Señor, sacerdote eterno, reconocemos en él la verdadera carne de nuestra misma raza, de conformidad con lo que dice el Apóstol: Todo sumo sacerdote, tomado de entre los hombres, es constituido en favor de los hombres en lo tocante a las relaciones de éstos con Dios, a fin de que ofrezca dones y sacrificios por los pecados. Pero al decir: «tu Hijo», añadimos: «que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo», para recordar, con esta adición, la unidad de naturaleza que tienen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y significar de este modo que el mismo Cristo, que por nosotros ha asumido el oficio de sacerdote, es por naturaleza igual al Padre y al Espíritu Santo.

martes, 17 de enero de 2017

San Antonio, abad

San Atanasio, obispo
Cuando murieron sus padres, Antonio tenía unos dieciocho o veinte años, y quedó él solo con su única hermana, pequeña aún, teniendo que encargarse de la casa y del cuidado de su hermana. 
Habían transcurrido apenas seis meses de la muerte de sus padres, cuando un día en que se dirigía, según costumbre, a la iglesia, iba pensando en su interior que los apóstoles lo habían dejado todo para seguir al Salvador, y cómo, según narran los Hechos de los apóstoles, muchos vendían sus posesiones y ponían el precio de venta a los pies de los apóstoles para que lo repartieran entre los pobres; pensaba también en la magnitud de la esperanza que para éstos estaba reservada en el cielo; imbuido de estos pensamientos, entró en la iglesia, y dio la casualidad de que en aquel momento estaban leyendo aquellas palabras del Señor en el Evangelio: 
«Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo- y luego vente conmigo.» 
Entonces Antonio, como si Dios le hubiese infundido el recuerdo de lo que habían hecho los santos y con aquellas palabras hubiesen sido leídas especialmente para él, salió en seguida de la iglesia e hizo donación a los aldeanos de las posesiones heredadas de sus padres (tenía trescientas parcelas fértiles y muy hermosas), con el fin de evitar toda inquietud para sí y para su hermana. Vendió también todos sus bienes muebles y repartió entre los pobres la considerable cantidad resultante de esta venta, reservando sólo una pequeña parte para su hermana. 
Habiendo vuelto a entrar en la iglesia, oyó aquellas palabras del Señor en el Evangelio: «No os agobiéis por el mañana.» 
Saliendo otra vez, dio a los necesitados incluso lo poco que se había reservado, ya que no soportaba que quedase su poder ni la más mínima cantidad. Encomendó su hermana a unas vírgenes que él sabía eran de confianza y cuidó de que recibiese una conveniente educación; en cuanto a él, a partir de entonces, libre ya de cuidados ajenos, emprendió en frente de su misma casa una vida de ascetismo y de intensa mortificación. 
Trabajaba con sus propias manos, ya que conocía aquella afirmación de la Escritura: El que no trabaja que no coma; lo que ganaba con su trabajo lo destinaba parte a su propio sustento, parte a los pobres. 
Oraba con mucha frecuencia, ya que había aprendido que es necesario retirarse para ser constantes en orar:en efecto, ponía tanta atención en la lectura, que retenía todo lo que había leído, hasta tal punto que llego un momento en que su memoria suplía los libros. 
Todos los habitantes del lugar, y todos los hombres honrados, cuya compañía frecuentaba, al ver su conducta, lo llamaban amigo de Dios; y todos lo amaban como a un hijo o como a un hermano.

lunes, 16 de enero de 2017

Sacerdotes sembradores de la Palabra

Hace unas horas finalizó la presentación del Libro "Tangos de Dios", y realmente fue una caricia enorme al corazón, regalo de tantos amigos que, sólo por amor, te brindan lo mejor que todos necesitamos: caricias al alma. Nunca estuvo en mí la idea de publicar libros, pero así lo presentó Dios y fueron surgiendo como muestras de agradecimiento por tanta compañía que día a día me hacen desde este lugar tan hermoso que es internet.
Hoy Mariana me regaló una hermosa "Canción de las simples cosas", y son esas simples cosas las que cada día nos van uniendo y reuniendo junto a La Palabra de Dios, con un deseo profundo y verdadero de que Ella vaya echando raíces profundas en nuestros corazones. Y es ese deseo el que nos une cada día más entre nosotros, pues la Palabra de Dios fecunda y fortalece el Amor que el Espíritu derramó en nuestros corazones, y es ese Amor el que nos va encendiendo en el deseo de ser cada día más Fieles a la Vida que el Señor nos regaló.
Porque la Vida que el nos regaló nos es una vida para nosotros solos, sino que es una vida de entrega en el Amor por nuestra salvación y la del mundo entero; porque por eso Él, el día de nuestro bautismo nos ungió a todos como sacerdotes para que podamos ofrecer sacrificios por nuestros pecados y por los del mundo entero, siendo así imagen de aquellos que Dios ungió en el Antiguo Testamento:
"Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados".
Somos, cada uno de nosotros, portadores de una Luz: la luz de la esperanza en un mundo nuevo, la esperanza de un Hombre Nuevo que sea portador de Paz y Amor. Y, como todo sacerdote, sabiendo que su fuerza y su poder no está en él, sino en la Gracia que lo ha llamado y convocado para ser lo que es.
Y así, día a día, imploramos del Señor su Gracia para que transforme lo que vaya quedando de viejo en nuestros corazones, porque día a día se nos pegando viejos retazos de corazones que no viven el amor, que no buscan la paz, que se contagian del desamor y la desesperanza, y el Señor nos quiere Nuevos, totalmente Nuevos, sin parches ni remiendos, sino Hombres que se han dejado transformar por el Espíritu Santo, y por Él mismo se dejan conducir por un mundo en sombras y tinieblas, llevando la Luz de la Vida en sus corazones, sembrando la semilla de la Palabra en la tierra fértil de todos los hombres.

domingo, 15 de enero de 2017

Una Vida Nueva para los demás

Aunque el domingo pasado celebrábamos el Bautismo del Señor para finalizar el Tiempo de Navidad, las lecturas de este Domingo del Tiempo Ordinario nos vuelven a traer esa misma memoria. Una Memoria que no es sólo sobre el Bautismo del Señor, sino sobre nuestro bautismo con una referencia casi imposible de olvidar de cada una de las lecturas, dándonos así pautas de nuestra Vida Nueva transformada por el Espíritu del Señor.
El Señor le dice al Profeta Isaías:
"Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel.
Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».
El Espíritu Santo nos llena de su Luz para que nosotros, por Él, iluminemos el camino de los que buscan al Señor, de los que buscan un sendero que los conduzca a la Vida en Dios. Y, como nos dice Jesús: "la luz no es para ponerla debajo de la mesa, sino encima de ella, para que ilumine a todos los de la casa"; y nuestra casa es el mundo en el que vivimos: nuestra familia, nuestra comunidad, nuestro trabajo; "porque los hombres viendo vuestras buenas obras glorificarán a Dios".
Y San Pablo nos recuerda quienes somos los que formamos parte de este Nuevo Pueblo de Dios que es la Iglesia, y que hemos recibido la Vida Nueva por el Bautismo:
"a los santificados por Jesucristo, llamados santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo". Una nueva realidad que surge en nuestra vida no por nuestro propio esfuerzo, sino como una Gracia dada por el Espíritu que se nos ha dado, pues es Él quien nos ha santificado con sus dones. Ahora, en este camino de la Vida nos toca a nosotros ir poniendo en práctica esa realidad, pues no es algo que vaya madurando por sí solo, sino que, cada día, somos nosotros quienes tenemos que ir madurando esta Vida Nueva que nos fue concedida por el Amor Infinito del Padre.
Pues aunque, como Juan Bautista, no lo hayamos visto, pero igual hemos de dar testimonio de la Vida de Jesús que hay en nosotros, Vida que Él nos ha concedido por el inmenso amor que nos ha tenido. Por eso, cada domingo o en cada Eucaristía, renovamos la Fe que nos fue dada, la Vida que nos concediera el Hijo Único del Padre, una Vida que no es sólo para nosotros, sino que por nosotros, con la Fuerza del Espíritu llegue a todos aquellos que abren su corazón a la Gracia de Dios.

sábado, 14 de enero de 2017

Dios nos justificó

San Clemente I
Procuremos hacernos dignos de la bendición divina y veamos cuáles son los caminos que nos conducen a ella. Consideremos aquellas cosas que sucedieron en el principio ¿Cómo obtuvo nuestro padre Abrahán la bendición? ¿No fue acaso porque practicó la justicia y la verdad por medio de la fe? Isaac, sabiendo lo que le esperaba, se ofreció confiada y voluntariamente al sacrificio. Jacob, en el tiempo de su desgracia, marchó de su tierra, a causa de su hermano, y llegó a casa de Labán, poniéndose a su servicio; y se le dio el cetro de las doce tribus de Israel. 
El que considere con cuidado cada uno de estos casos comprenderá la magnitud de los dones concedidos por Dios. De Jacob, en efecto, descienden todos los sacerdotes y levitas que servían en el altar de Dios; de él desciende Jesús, según la carne; de él, a través de la tribu de Judá, descienden reyes, príncipes y jefes. Y, en cuanto a las demás tribus de él procedentes, no es poco su honor, ya que el Señor había prometido: Multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo. Vemos, pues, cómo todos éstos alcanzaron gloria y grandeza no por sí mismos ni por sus obras ni por sus buenas acciones, sin por beneplácito divino. También nosotros, llamados por su beneplácito en Cristo Jesús, somos justificados no por nosotros mismos ni por nuestra sabiduría o inteligencia ni por nuestra piedad ni por las obras que hayamos practicado con santidad de corazón, sino por la fe, por la cual Dios todopoderoso justificó a todos desde el principio; a él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. 
¿Qué haremos, pues, hermanos? ¿Cesaremos en nuestras buenas obras y dejaremos de lado la caridad? No permita Dios tal cosa en nosotros, antes bien, con diligencia y fervor de espíritu, apresurémonos a practicar toda clase de obras buenas. El mismo Hacedor y Señor de todas las cosas se alegra por sus obras. Él, en efecto, con su máximo y supremo poder, estableció los cielos los embelleció con su sabiduría inconmensurable; él fue también quien separó la tierra firme del agua que la cubría por completo, y la afianzó sobre el cimiento inamovible de su propia voluntad; él, con sólo una orden de su voluntad, dio el ser a los animales que pueblan la tierra; él también, con su poder, encerró en el mar a los animales que en él habitan, después de haber hecho uno y otros. 
Además de todo esto, con sus manos sagradas y puras, plasmó al más excelente de todos los seres vivos y al más elevado por la dignidad de su inteligencia, el hombre, en el que dejó la impronta de su imagen. Así, en efecto, dice Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Y creó Dios al hombre; hombre y mujer los creó. Y, habiendo concluido todas sus obras, las halló buenas y las bendijo, diciendo: Creced, multiplicaos. Démonos cuenta, por tanto, de que todos los justos estuvieron colmados de buenas obras, y de que el mismo Señor se complació en sus obras. Teniendo semejante modelo, entreguémonos con diligencia al cumplimiento de su voluntad, pongamos todo nuestro esfuerzo en practicar el bien

viernes, 13 de enero de 2017

Encuentros que marcan la vida

Hoy tenía ganas de volver a colgar esta foto porque el 13/1/2000 tuve este regalo de Dios, estar en Misa y saludar a San Juan Pablo II. Y tenía ganas porque en estos días hablando con una amiga pensaba en todo lo que Dios me había regalado en estos años de sacerdocio, desde mi ingreso al Seminario (1986) hasta hoy. Han habido muchos regalos que en cada momento de la vida han permitido seguir buscando y gustando de su Amor.
El encontrarme con tan grandes personas no sólo confirman los dones de fe recibidos, sino que hacen que se pueda confirmar el hecho de que ellos, como nosotros, también hemos recibido la misma noticia y los mismos dones, como dice el escritor de Hebreos:
"También nosotros hemos recibido la buena noticia, igual que ellos; pero el mensaje que oyeron no les sirvió de nada a quienes no se adhirieron por la fe a los que lo habían escuchado".
Ellos, los testigos de la fe que se han cruzado, por la Gracia de Dios, en nuestras vidas nos ayudan a seguir insistiendo en el Camino de Fidelidad al mensaje recibido que, aunque muchas veces nos parece difícil de llegar a vivir, sabemos que es posible para los que creen y se ponen en las Manos del Padre.
Y, así ellos que fueron los amigos de Jesús en su vida son nuestros amigos que nos llevan hasta Él, que quieren que nos acerquemos y que confiemos, que estemos con Él y que vivamos junto a Él, lo que ellos mismos vivieron. Por eso podemos decir que esos Amigos de Jesús son como los amigos del paralítico que, de un modo o de otro, intentan llevarnos como sea a su encuentro:
"Y vinieron trayéndole un paralítico entre cuatro y, como no podían presentárselo por el gentío, levantaron la techumbre encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico..."
Y ahora somos nosotros esos amigos de Jesús que confiando en el llamado del Señor, llevamos a nuestros amigos a su encuentro, porque sabemos que en Él está el perdón de los pecados, la salvación de nuestras almas, y, sobre todo, en Él encontramos el Camino que nos lleva a la plenitud de nuestras vidas.

jueves, 12 de enero de 2017

Animándonos a ser Fieles

“Animaos, por el contrario, los unos a los otros, cada día, mientras dure este “hoy”, para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado.
En efecto, somos partícipes de Cristo, si conservamos firme hasta el final la actitud del principio”.
Hermosa recomendación del escritor de la Carta a los Hebreos que nos animemos unos a otros, pero sobre todo me parece muy bueno lo del “mientras dure este ‘hoy’”. Me parece lindo pues nos da la pauta que hay un hoy eterno, o mejor dicho, todos los días es un hoy que se renueva y se hace nuevo, una nueva oportunidad de alentarnos, de animarnos a seguir, a continuar viviendo unidos en Fidelidad, a “conservarnos firmes hasta el final con la actitud del principio”.
¿A cuál principio se refiere? Al entusiasmo del principio. El apocalipsis va a decir al “amor primero”. Tenemos que pensar que el escritor de la carta a los Hebreos le está escribiendo a una comunidad que se ha convertido al cristianismo siendo adultos, y esos momentos de conversión son muy “apasionados”, se vive el encuentro o el descubrir la fe con mucha pasión, con mucha fuerza. Quizás una sensación que no se conoce o no se ha disfrutado cuando la fe se ha vivido desde pequeño, pues siempre se ha tenido el mismo entusiasmo (o la misma tibieza)
Cuando algo se vive desde siempre porque siempre se vivió o porque siempre se hizo así, quizás se cae en la rutina de lo cotidiano y se va perdiendo la pasión de lo recién descubierto. Cuando nos hacemos “conocidos” o “conocedores de algo o alguien” comienza o el desamor o el cuestionar o ya nos creemos capaces de todo, y vamos perdiendo la Gracia del asombro de lo nuevo, de aquello que me apasionó y por lo que pude dejar de lado muchas cosas.

Por eso, entre todos, nos tenemos que seguir dando ánimos, poniendo entusiasmo en la vivencia de la Fe, del Amor y de la Esperanza, para que muchos puedan ver en nuestra vida de cristianos algo a conquistar, algo a imitar, e incluso (perdonadme la expresión) algo que suscite envidia en los demás de con qué felicidad y gozo se vive un vida de fe.