martes, 11 de octubre de 2016

Necedad humana, sabiduría divina

"Como el fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer, el Señor le dijo:
-«Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, pero por dentro rebosáis de rapiña y maldad.
¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Con todo, dad limosna de lo que hay dentro, y lo tendréis limpio todo».
Creemos que somos los mejores porque tenemos el exterior muy pulcro y ordenado. Creemos que somos los más inteligentes porque sabemos pensar y porque podemos juzgar y decidir sobre nosotros y los demás. Creemos que nadie hay mejor que yo para... Creemos que por ser tan inteligentes podemos pararnos frente a los otros y con nuestro dedo acusador dictar sentencia y castigo...
Así le pasó al fariseo con Jesús. Lo invitó a su casa y quiso demostrarle que él era más que Dios, por eso se animó a juzgarlo por los actos exteriores que Jesús no hacía: Jesús no respetaba las prescripciones judías, aparentemente, y eso lo volvía en contra de los respetables judíos que sí lo hacían.
Pero la respuesta de Jesús no se hizo esperar.
"Dad limosna de lo que hay dentro, y lo tendréis limpio todo".
Nuestras limosnas y ofrecimientos son, muchas veces, de actos y cosas exteriores a nosotros, pero pocas veces nuestro interior se convierte o se entrega al Señor, siempre dejamos algo para nosotros mismos, seguimos siendo esclavos de nuestro YO humano y no le permitimos al Espíritu que sea Él quien nos ayude a darnos todo al Señor.
Dice San Pablo:
"Pues nosotros mantenemos la esperanza de la justicia por el Espíritu y desde la fe; porque en Cristo nada valen la circuncisión o la incircuncisión, sino la fe que actúa por el amor".
De nada valen nuestros actos y valentías si nuestro corazón sigue aún siendo egoísta, vanidoso, soberbio y viviendo de nuestros propios y "sabios" criterios, sin dejar cabida en nuestro corazón a la Gracia de la conversión que nos trae el Espíritu Santo. Cuando podamos dejar de lado nuestro yo humano-pecador, podremos vivir en la verdadera libertad de los hijos de Dios, que, como el Señor no se quedan en el exterior sino que llegan al corazón.

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