martes, 4 de octubre de 2016

La muerte del Yo y la pobreza del alma

Le cuenta San Pablo a los Gálatas:
"Habéis oído hablar de mi pasada conducta en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y aventajaba en el judaísmo a muchos de mi edad y de mi raza como defensor muy celoso de las tradiciones de mis antepasados".
Siempre me ha sorprendido con que facilidad y libertad Pablo puede hablar de su pasado, un pasado del que no se enorgullece, pero que tampoco lo rechaza, pues en su época lo que hacía lo hacía motivado por su fe, por su amor a su religión. Pero llegado el momento pudo modificar su conducta, su vida. Recibió la Gracia de la conversión y por eso eligió otro camino.
"Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí para que lo anunciara entre los gentiles, no consulté con hombres ni subí a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, sino que, enseguida, me fui a Arabia, y volví a Damasco".
Y con la misma fuerza, o quizás mayor aún, comenzó a predicar el Evangelio de Jesús y a entregar su vida, día a día, por ese Jesús que se le había revelado.
Así, quizás, es la vida de tantos y tantas que, en un momento de su vida, han sido iluminados por la Gracia de la conversión. Hoy, particularmente, recordamos a otro converso, aunque era cristiano pero su vida no era según el Evangelio sino según el mundo: Francisco de Asís. Una conversión que no sólo fue buena para él, sino que, como toda vida santa, ha sido buena para toda la Iglesia, pues su vida iluminó y sigue iluminando la vida de la Iglesia.
San Francisco no sólo fue pobre porque se desprendió de todos sus bienes materiales, sino que fue pobre porque supo desprenderse de su propio yo y dejarse guiar por la Mano del Señor que le habló en San Damián. Ese Señor, que luego le siguió hablando desde su Palabra guió su vida de pobreza y de entrega a sus hermanos, viviendo la austeridad y el sacrificio como norma de vida, para que su YO vaya muriendo cada día, y esté, así, más disponible para dejarse guiar por el Señor.
Si pudiéramos hacer un paralelismo entre Pablo y Francisco, podemos ver cómo en cada uno Dios los "golpeó" de una forma similar, para que pudieran descubrir el Camino, para que pudieran aprender a descubrir en Su Palabra el Camino de la Salvación. Los dos tuvieron que desprenderse de su YO para dejarse llevar por la Mano del Señor, y así uno en cada momento de la historia fueron grandes luces, y siguen, por la fuerza del Espíritu Santo, iluminando nuestra historia con sus palabras y sus obras.
Y como ellos nosotros también podemos iluminar la historia, con nuestras vidas y palabras, si nos dejamos, cada día, convertir por la Gracia del Espíritu Santo, aprendiendo a morir a nuestro YO y quedar disponibles para "Hacer lo que Él nos diga".

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