"Querido hermano:
Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, por su manifestación y por su reino: proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina.
Porque vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de maestros a la medida de sus propios deseos y de lo que les gusta oír; y, apartando el oído de la verdad, se volverán a las fábulas".
Nunca he visto tanto acierto en una carta de Pablo como en este párrafo a Timoteo. Ni tanto acierto ni tanta oportunidad para que descubramos que nos estamos liando con otras enseñanzas que no son las de Jesús, ni nosotros los que predicamos la Palabra, ni los que que la escuchan, ni los consagrados, ni los laicos, casi que no cumplimos ni vivimos estas palabras de San Pablo.
¿Por qué? Es cierto que nos gusta predicar, a todos, porque creemos que sabemos de todo y cuanto más años tenemos, nos la damos de más sabios que otros, y ni qué hablar cuando tenemos algún título que avala lo que decimos...
Pero ¿estamos predicando y enseñando las ensañanzas de Jesús? ¿No estamos aceptando conceptos y doctrinas mundanas en nuestro modo de vida cristiano?
Mira lo que le dice Jesús a la gente, no sólo a los discípulos:
«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa».
¿No seres un poco o mucho fariseos? Sí, de esos que nos gusta hablar y juzgar y condenar, pero que no llegamos a vivir ni siquiera un mínimo porcentaje de lo que decimos. Es más, nos ponemos en el lugar del Señor y somos capaces de dar nuevos mandamientos y nuevas órdenes para que sean cumplidas, sin, como dice el Señor "ayudar ni con un dedo a llevar semejante carga".
Por eso Pablo le vuelve a insistir a Timoteo:
"Pero tú sé sobrio en todo, soporta los padecimientos, cumple tu tarea de evangelizador, desempeña tu ministerio. Pues yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente.
He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación".
¿No daremos cuenta que sólo la Palabra de Dios, la vivencia en fidelidad de la Voluntad de Dios es lo que nos hace verdaderos apóstoles y misioneros de Cristo, y que es el Único que nos salva si vivimos con Él, para Él y por Él?
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