"Hipocresía", dice el diccionario: fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen.
De esto nos habla hoy el Señor en el Evangelio: de la hipocresía en nuestras vidas, pero no sólo de aquellos momentos hipócritas que tenemos muchas veces, sino de algo más profundo que la hipocresía, y que tiene que ver con el pecado original que habita en nosotros.
Yo creo que lo que el Señor quiere que nos preguntemos, sobre todo, es ¿por qué hacemos las cosas que hacemos? ¿Qué es lo que nos impulsa a orar, a dar limosna...? ¿Lo hacemos porque vemos lo bueno que es o lo hacemos para que los demás vean lo bueno que soy? ¿Lo hago por hacer el bien a los demás o lo hago para que los demás vean cuánto bien hago? ¿Lo hago porque es la Voluntad de Dios que lo haga o lo hago para que vean cuán santo y sacrificado soy?
Cuando hago las cosas para que los demás las vean, entonces, como dice el Señor, ya tengo mi paga. Pero si hago las cosas porque Dios me ha mostrado que las haga, y las hago sin buscar ser aplaudido por los demás, entonces, será el Señor quien me de el 100 x 1, y la vida eterna.
Es que, al ser como somos y estar infectados por el pecado original, siempre sale a relucir el gusto de que los demás me aplaudan por lo que hago, para así seguir creciendo en mi vanidad y egoísmo, lo cual es perjudicial para mi alma. Por eso el Señor me pide que lo que haga no lo haga para ser visto por los demás, sino para buscar el crecimiento de mi alma y así vivir en fidelidad a la Voluntad de Dios.
Claro está que si sigo el camino que me marcó el Señor, y mi alma crece en santidad, seguramente, los demás verán el buen olor de las obras buenas y glorificarán al Padre de los Cielos. En cambio si sólo hago las cosas para mi propia gloria, los hombres sólo me felicitarán a mí y no al Padre de los Cielos.
Y nuestra misión como cristianos es acercar a los hombres a Dios para que encuentren el Camino de la Salvación. Una Salvación que yo, como hombre, nunca podré darles, y, en cambio, cuando noten mis pecados y defectso, seguramente dejarán de seguirme.
Por eso no hemos de buscar nuestra propia gloria o protagonismo, sino dejar que los dones que el Señor me ha dado, y el vivir en Su Voluntad, sean quienes muestren el poder y la gloria de Dios que se manifiesta por mi vida, pues soy un simple instrumento en Sus Manos.
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará".
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