"Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto".
Sí, no es fácil seguir los pasos de Cristo, no es fácil ser cristiano como nos los pide Cristo, pero no es imposible para quienes tienen la disposición del corazón y cuentan con la Gracia de Dios.
Ya nos lo decía Jesús: “sin Mí no podéis hacer nada”, y a esta perfección se refería. No se refiere a que no podamos cocinar o trabajar sin Él. No podemos alcanzar la perfección de la santidad en el amor si no contamos con Su Gracia, si no nos alimentamos con Su Cuerpo, si no reflexionamos Su Palabra, si no nos unimos a Él en la oración no podremos hacer nada de lo que Él nos ha exigido en el Evangelio.
Y no es como muchos dice: ¡esas son cosas de los curas! Pues no, no son cosas de los curas, pues, también a nosotros nos cuesta alcanzar esa perfección, pero estamos en el constante intento de llegar a esa perfección.
Tampoco significa que nunca voy a pecar. No, siempre seguiré pecando pues la espina del pecado sigue en nosotros y, como dice san Pablo: no siempre hago el bien que quiero sino el mal que no deseo. Y, por eso mismo, siempre tendremos que volver a pedir perdón al Señor y a nuestros hermanos por nuestros errores y por nuestro pecado, y recibir por la Gracia de Dios el perdón que nos renueva y nos fortalece para seguir intentando amar como Él nos amó.
Esa es la cuestión que siempre pasamos de largo los cristianos: amar como Él nos amó. Amamos a la medida humana: si me ama amo, si me presta presto, si me pegan en una mejilla les pego en la otra, si… y me olvido del precepto evangélico del amor, y de lo que Jesús nos ha enseñado: “os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”.
No nos debemos quedar en cumplir algo del evangelio, sino en vivir como Jesús nos enseñó, y, sobre todo, como Él vivió y amó. Por eso, si nuestro amor no es mayor que el del mundo no seremos semejantes a Cristo, y no alcanzaremos al santidad que el Padre quiere.
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