"En aquel tiempo, los judíos murmuraban de Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
No es extraño que mucho murmurasen acerca de las palabras de Jesús ¿cómo podría ese hombre que estaba ahí frente a ellos decir que era el Pan del Cielo? Si a él lo conocían todos, si lo habían visto crecer y sabían quién era su padre, su madre y sus amigos. Para aquella época y para sus paisanos era imposible pensar en algo que no fuera tangible, algo que estuvieran viendo y tocando, ¡esa es la realidad! no hay otra cosa.
Sin embargo, todavía hay muchos cristianos, y más aún, católicos, que no creen en la Eucaristía. Es decir, se acercan a comulgar, pero sin saber bien qué es lo que están recibiendo, pues para algunos, incluso para los niños que han tomado la primera comunión, eso sigue siendo una “galleta”. No hay, en muchos (gracias a Dios hay muchos que sí) casos, consciencia de que lo que están reciben es el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. ¡Sí! Aquel que nació de María, que caminó, predicó y entregó su vida en la Cruz y resucitó, es el mismo que recibimos en la Sagrada Eucaristía. ¡Ese es el misterio de nuestra Fe!
Es un misterio que de tanto misterio pasa desapercibido a nuestra mirada, y, muchas veces, hasta a nuestra fe. Por eso, algunos se acercan por acercarse, por costumbre, otros en cambio, se acercan como si fueran al super a comprar un poco de pan con las manos en los bolsillos o saludando a quien va delante o al costado en los bancos.
¿Por qué hemos perdido la consciencia de lo Sagrado que es para nosotros la Eucaristía? Incluso (salvando a los que tienen problemas de rodillas) ya casi nadie se arrodilla en señal de adoración cuando se consagra el Pan y el Vino en el altar. ¿Qué significa eso? Que en ese momento Jesús, Nuestro Dios y Señor, se hace presente ante nuestros ojos, por eso lo adoramos de rodillas.
Son tantas las cosas que se van perdiendo en la modernidad, y, a veces, solo se pierden porque no hemos sabido transmitir el valor de lo que nos da vida. Y ese es nuestra misión fundamental: volver a los orígenes, a las raíces de nuestra fe, y, sobre todo a darle el valor justo y necesario que cada cosa tiene, y, en especial, a los sacramentos que recibimos, pues todos tiene importancia, pero el Pan de la Vida, la Eucaristía, es el culmen de nuestra vida de Fe, es el centro y el sostén de nuestra vida cristiana y de nuestro caminar junto al Padre, viviendo con santidad las pequeñas cosas de cada día.
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