sábado, 31 de agosto de 2024

No desprecies al hermano

 Homilía de San Juan Crisostomo


¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo, y con su palabra llevó a realidad lo que decía, afirmó también: Tuve hambre, y no me disteis de comer, y más adelante: Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo dejasteis de hacer. El templo no necesita vestidos y lienzos, sino pureza de alma; los pobres, en cambio, necesitan que con sumo cuidado nos preocupemos de ellos.


Reflexionemos, pues, y honremos a Cristo con aquel mismo honor con que él desea ser honrado; pues, cuando se quiere honrar a alguien, debemos pensar en el honor que a él le agrada, no en el que a nosotros nos place. También Pedro pretendió honrar al Señor cuando no quería dejarse lavar los pies, pero lo que él quería impedir no era el honor que el Señor deseaba, sino todo lo contrario. Así tú debes tributar al Señor el honor que él mismo te indicó, distribuyendo tus riquezas a los pobres. Pues Dios no tiene ciertamente necesidad de vasos de oro, pero sí, en cambio, desea almas semejantes al oro.


No digo esto con objeto de prohibir la entrega de dones preciosos para los templos, pero sí que quiero afirmar que, junto con estos dones y aun por encima de ellos, debe pensarse en la caridad para con los pobres. Porque, si Dios acepta los dones para su templo, le agradan, con todo, mucho más las ofrendas que se dan a los pobres. En efecto, de la ofrenda hecha al templo sólo saca provecho quien la hizo; en cambio, de la limosna saca provecho tanto quien la hace como quien la recibe. El don dado para el templo puede ser motivo de vanagloria, la limosna, en cambio, sólo es signo de amor y de caridad.


¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo. ¿Quieres hacer ofrenda de vasos de oro y no eres capaz de dar un vaso de agua? Y, ¿de qué serviría recubrir el altar con lienzos bordados de oro, cuando niegas al mismo Señor el vestido necesario para cubrir su desnudez? ¿Qué ganas con ello? Dime si no: Si ves a un hambriento falto del alimento indispensable y, sin preocuparte de su hambre, lo llevas a contemplar una mesa adornada con vajilla de oro, ¿te dará las gracias de ello? ¿No se indignará más bien contigo? O, si, viéndolo vestido de andrajos y muerto de frío, sin acordarte de su desnudez, levantas en su honor monumentos de oro, afirmando que con esto pretendes honrarlo, ¿no pensará él que quieres burlarte de su indigencia con la más sarcástica de tus ironías?


Piensa, pues, que es esto lo que haces con Cristo, cuando lo contemplas errante, peregrino y sin techo y, sin recibirlo, te dedicas a adornar el pavimento, las paredes y las columnas del templo. Con cadenas de plata sujetas lámparas, y te niegas a visitarlo cuando él está encadenado en la cárcel. Con esto que estoy diciendo, no pretendo prohibir el uso de tales adornos, pero sí que quiero afirmar que es del todo necesario hacer lo uno sin descuidar lo otro; es más: os exhorto a que sintáis mayor preocupación por el hermano necesitado que por el adorno del templo. Nadie, en efecto, resultará condenado por omitir esto segundo, en cambio, los castigos del infierno, el fuego inextinguible y la compañía de los demonios están destinados para quienes descuiden lo primero. Por tanto, al adornar el templo, procurad no despreciar al hermano necesitado, porque este templo es mucho más precioso que aquel otro.

jueves, 29 de agosto de 2024

Precursor de su nacimiento y de su muerte

Homilía de San Beda el Venerable, presbítero

El santo Precursor del nacimiento, de la predicación y de la muerte del Señor mostró en el momento de la lucha suprema una fortaleza digna de atraer la mirada de Dios, ya que, como dice la Escritura, la gente pensaba que cumplía una pena, pero él esperaba de lleno la inmortalidad. Con razón celebramos su día natalicio, que él ha solemnizado con su martirio y adornado con el fulgor purpúreo de su sangre; con razón veneramos con gozo espiritual la memoria de aquel que selló con su martirio el testimonio que había dado del Señor.


No debemos poner en duda que san Juan sufrió la cárcel y las cadenas y dio su vida en testimonio de nuestro Redentor, de quien fue precursor, ya que, si bien su perseguidor no lo forzó a que negara a Cristo, sí trató de obligarlo a que callara la verdad; ello es suficiente para afirmar que murió por Cristo.


Cristo, en efecto, dice: Yo soy la verdad; por consiguiente, si Juan derramó su sangre por la verdad, la derramó por Cristo; y él, que precedió a Cristo en su nacimiento, en su predicación y en su bautismo, anunció también con su martirio, anterior al de Cristo, la pasión futura del Señor.


Este hombre tan eximio terminó, pues, su vida derramando su sangre, después de un largo y penoso cautiverio. Él, que había evangelizado la libertad de una paz que viene de arriba, fue encarcelado por unos hombres malvados; fue encerrado en la oscuridad de un calabozo aquel que vino a dar testimonio de la luz y a quien Cristo, la luz en persona, dio el título de «lámpara que arde y brilla»; fue bautizado en su propia sangre aquel a quien fue dado bautizar al Redentor del mundo, oír la voz del Padre que resonaba sobre Cristo y ver la gracia del Espíritu Santo que descendía sobre él. Mas, a él, todos aquellos tormentos temporales no le resultaban penosos, sino más bien leves y agradables, ya que los sufría por causa de la verdad y sabía que habían de merecerle un premio y un gozo sin fin.


La muerte -que de todas maneras había de acaecerle por ley natural- era para él algo apetecible, teniendo en cuenta que la sufría por la confesión del nombre de Cristo y que con ella alcanzaría la palma de la vida eterna. Bien dice el Apóstol: A vosotros se os ha concedido la gracia de estar del lado de Cristo, no sólo creyendo en él, sino sufriendo por él. El mismo Apóstol explica, en otro lugar, por qué sea un don el hecho de sufrir por Cristo: Los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá.

miércoles, 28 de agosto de 2024

Tarde te amé!

De las Confesiones de San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia

Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré, y vi con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad.


¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí».


Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el que está por encima de todo, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad, y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría por la que creaste todas las cosas.


¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

martes, 27 de agosto de 2024

Alcancemos la sabiduría eterna

 San Agustín, obispo y doctor De la Iglesia

Cuando ya se acercaba el día de su muerte -día por ti conocido, y que nosotros ignorábamos-, sucedió, por tus ocultos designios, como lo creo firmemente, que nos encontramos ella y yo solos, apoyados en una ventana que daba al jardín interior de la casa donde nos hospedábamos, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de la multitud, nos rehacíamos de la fatiga del largo viaje, próximos a embarcarnos. Hablábamos, pues, los dos solos, muy dulcemente y, olvidando lo que queda atrás y lanzándonos hacia lo que veíamos por delante, nos preguntábamos ante la verdad presente, que eres tú, cómo sería la vida eterna de los santos, aquella que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar. Y abríamos la boca de nuestro corazón, ávidos de las corrientes de tu fuente, la fuente de vida que hay en ti.

Tales cosas decía yo, aunque no de este modo ni con estas mismas palabras; sin embargo, tú sabes, Señor, que, cuando hablábamos aquel día de estas cosas -y mientras hablábamos íbamos encontrando despreciable este mundo con todos sus placeres-, ella dijo:

«Hijo, por lo que a mí respecta, ya nada me deleita en esta vida. Qué es lo que hago aquí y por qué estoy aún aquí, lo ignoro, pues no espero ya nada de este mundo. Una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolongara por un tiempo: el deseo de verte cristiano católico, antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en este mundo?»

No recuerdo muy bien lo que le respondí, pero, al cabo de cinco días o poco más, cayó en cama con fiebre. Y, estando así enferma, un día sufrió un colapso y perdió el sentido por un tiempo. Nosotros acudimos corriendo, mas pronto recobró el conocimiento, nos miró, a mí y a mi hermano allí presentes, y nos dijo en tono de interrogación:

«¿Dónde estaba?»

Después, viendo que estábamos aturdidos por la tristeza, nos dijo:

«Enterrad aquí a vuestra madre».

Yo callaba y contenía mis lágrimas. Mi hermano dijo algo referente a que él hubiera deseado que fuera enterrada en su patria y no en país lejano. Ella lo oyó y, con cara angustiada, lo reprendió con la mirada por pensar así, y, mirándome a mí, dijo:

«Mira lo que dice».

Luego, dirigiéndose a ambos, añadió:

«Sepultad este cuerpo en cualquier lugar: esto no os ha de preocupar en absoluto; lo único que os pido es que os acordéis de mí ante el altar del Señor, en cualquier lugar donde estéis».

Habiendo manifestado, con las palabras que pudo, este pensamiento suyo, guardó silencio, e iba luchando con la enfermedad que se agravaba.

Nueve días después, a la edad de cincuenta y seis años, cuando yo tenía treinta y tres, salió de este mundo aquella alma piadosa y bendita.

lunes, 26 de agosto de 2024

El comportamiento cristiano

 San Cipriano, obispo y mártir

Me dirijo ahora a las vírgenes con tanto mayor interés cuanta mayor es su dignidad. La virginidad como la flor del árbol de la Iglesia, la hermosura y el adorno de los dones del Espíritu, alegría, objeto de honra y alabanza, obra íntegra e incorrupta, imagen de Dios, reflejo de la santidad del Señor, porción la más ilustre del rebaño de Cristo. La madre Iglesia se alegra en las vírgenes, y por ellas florece su admirable fecundidad, y, cuanto más abundante es el número de las vírgenes, tanto más crece el gozo de la madre. A las vírgenes nos dirigimos, a ellas exhortamos, movidos más por el afecto que por la autoridad, y, conscientes de nuestra humildad y bajeza, no pretendemos reprochar sus faltas, sino velar por ellas por miedo de que el enemigo las manche. 



Porque no es inútil este cuidado, ni vano el temor que sirve de ayuda en el camino de la salvación, velando por la observancia de aquellos preceptos de vida que nos dio el Señor; así, las que se consagraron a Cristo renunciando a los placeres de la carne podrán vivir entregadas al Señor en cuerpo y alma y, llevando a feliz término su propósito, obtendrán el premio prometido, no por medio de los adornos del cuerpo, sino agradando únicamente a su Señor, de quien esperan la recompensa de su virginidad.



Conservad, pues, vírgenes, conservad lo que habéis empezado a ser, conservad lo que seréis: una magnífica recompensa os está reservada; vuestro esfuerzo está destinado a un gran premio, vuestra castidad a una gran corona. Lo que nosotros seremos, vosotras habéis comenzado ya a serlo. Vosotras participáis, ya en este mundo, de la gloria de la resurrección; camináis por el mundo sin contagiaros de él: siendo castas y vírgenes, sois iguales a los ángeles de Dios. Pero con la condición de que vuestra virginidad permanezca inquebrantable e incorrupta, para que lo que habéis comenzado con decisión lo mantengáis con constancia, no buscando los adornos de las joyas ni vestidos, sino el atavío de las virtudes.



Escuchad la voz del Apóstol a quien el Señor llamó vaso de elección y a quien envió a proclamar los mandatos del reino: El primer hombre - dice-, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Ésta es la imagen de la virginidad, de la integridad, de la santidad y la verdad.



Ya desde el comienzo de la Iglesia, hubo hombres y mujeres que, por la práctica de los consejos evangélicos, se propusieron seguir a Cristo con más libertad e imitarlo más íntimamente, y, cada uno a su manera, llevaron una vida consagrada a Dios. Muchos de ellos, por inspiración del Espíritu Santo, o vivieron en la soledad o fundaron familias religiosas, que fueron admitidas y aprobadas de buen grado por la autoridad de la Iglesia. Como consecuencia, por disposición divina, surgió un gran número de familias religiosas, que han contribuido mucho a que la Iglesia no sólo esté equipada para toda obra buena y dispuesta para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo, sino para que también, adornada con los diversos dones de sus hijos, aparezca como una novia que se adorna para su esposo y por ella se manifieste la multiforme sabiduría de Dios.



Todos aquellos que, en medio de tanta diversidad de dones, son llamados por Dios a la práctica de los consejos evangélicos, y la profesan fielmente, se consagran de una forma especial a Dios, siguiendo a Cristo, quien, virgen y pobre, por medio de su obediencia hasta la muerte de cruz, redimió y santificó a los hombres. De esta forma, movidos por la caridad que el Espíritu Santo difunde en sus corazones, viven más y más para Cristo y para su cuerpo que es la Iglesia. Por lo tanto, cuanto más íntimamente se unen a Cristo por su entrega total, que abarca toda su vida, más fecunda se hace la vida de la Iglesia y más vivificante su apostolado.



Recuerden ante todo los miembros de cualquier instituto que, por la profesión de los consejos evangélicos, respondieron a un llamamiento divino, de forma que no sólo muertos al pecado, sino renunciando también al mundo, vivan únicamente para Dios. Pues han entregado toda su vida a su servicio, lo que constituye ciertamente una consagración peculiar, que se funda íntimamente en la consagración bautismal y la expresa en toda su plenitud.



Los que profesan los consejos evangélicos, ante todo busquen y amen a Dios, que nos amó primero, y en todas las circunstancias intenten fomentar la vida escondida con Cristo en Dios, de donde mana y crece el amor del prójimo para la salvación del mundo y edificación de la Iglesia. Esta caridad vivifica y guía también la misma práctica de los consejos evangélicos.



La castidad que los religiosos profesan por el reino de los cielos debe de ser estimada como un don eximio de la gracia, pues libera el corazón del hombre de un modo peculiar para que se encienda más en el amor de Dios y en el de los hombres, y, por ello, es signo especial de los bienes celestes y medio aptísimo para que los religiosos se dediquen con fervor al servicio de Dios y a las obras de apostolado. De esta forma evocan ante todos los fieles cristianos el admirable desposorio establecido por Dios, que se manifestará plenamente en el siglo futuro, por el que la Iglesia tiene como único esposo a Cristo.

domingo, 25 de agosto de 2024

Es difícil creer

"El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen".

En realidad, no es fácil creer en las Palabras de Jesús, no fue fácil para aquellos primeros apóstoles y discípulos porque no habían recibido el Espíritu Santo, pero, tampoco es fácil para los que, habiendo recibido el Espíritu Santo en el bautismo, no hemos madurado en nuestra fe.
Así es, si en el camino de nuestra vida no vamos madurando la fe, ya sea intelectual o espiritualmente, no podremos nunca aceptar las Palabras de Jesús desde la confianza y la seguridad que es Palabra de Dios.
¿Cuántas veces nos hemos planteado si creemos o si realmente tenemos fe? ¿En qué momentos de nuestras vidas hemos descubierto que nuestra fe no es suficiente? ¿En cuántos momentos hemos pensado que Dios no existe y que todo es falso? ¿Cuántas veces hemos escuchado y hemos aceptado que lo que leemos en la Sagrada Biblia son cosas de hombres de iglesia y por eso dejamos de creer?
No, no es fácil creer. Es más, en ningún lado de las Sagradas Escrituras nos dice que será fácil aceptar el Camino de la Voluntad de Dios, pues aceptarlo es como tirarse al vacío sin saber si hay alguien que nos va a recibir o si en la piscina hay agua donde caer. Es por ello por lo que lo llamamos “misterios de la fe”, porque la inteligencia humana no puede llegar a escrutar todo lo que es Dios, todo lo que son los sacramentos, y todo lo que es la realidad espiritual que nos rodea a la que estamos llamados a vivir.
Podremos ponernos a estudiar todas las materias teológicas que hay, pero si no tenemos un encuentro personal y verdadero con las Personas Divinas, si no dejamos nuestro corazón abierto al Espíritu Santo, nunca podremos llegar a “entrar” en esas realidades que nos dan vida y que nos sostienen en todos los momentos de nuestro caminar por este mundo.
Por eso, el Señor nos dijo (cuando le dijo a los apóstoles):

Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena.

Ahí está la clave para poder vivir la Fe: abrir el corazón al Espíritu de la verdad quien nos guiará hasta la Verdad, pero no nos dice que entenderemos todo, sino que seremos guiados hasta la Verdad, y ¿Quién es la Verdad? “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, nos dijo Jesús.

sábado, 24 de agosto de 2024

Lo débil de Dios

De las Homilías de san Juan Crisóstomo, obispo, sobre la primera carta a los Corintios

El mensaje de la cruz, anunciado por unos hombres sin cultura, tuvo una virtud persuasiva que alcanzó a todo el orbe de la tierra; y se trataba de un mensaje que no se refería a cosas sin importancia, sino a Dios y a la verdadera religión, a una vida conforme al Evangelio y al futuro juicio, un mensaje que convirtió en sabios a unos hombres rudos e ignorantes. Ello nos demuestra que lo necio de Dios es mas sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.
¿En qué sentido es más fuerte? En cuanto que invadió el orbe entero y sometió a todos los hombres, produciendo un efecto contrario al que pretendían todos aquellos que se esforzaban en extinguir el nombre del Crucificado, ya que hizo, en efecto, que este nombre obtuviera un mayor lustre y difusión. Ellos, por el contrario, desaparecieron y, aun durante el tiempo en que estuvieron vivos, nada pudieron contra un muerto. Por esto, cuando un pagano dice de mí que estoy muerto, es cuando muestra su gran necedad; cuando él me considera un necio, es cuando mi sabiduría se muestra superior a la suya; cuando me considera débil, es cuando él se muestra más débil que yo. Porque ni los filósofos, ni los maestros, ni mente humana alguna hubiera podido siquiera imaginar todo lo que eran capaces de hacer unos simples publicanos y pescadores.
Pensando en esto, decía Pablo: Lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Esta fuerza de la predicación divina la demuestran los hechos siguientes. ¿De dónde les vino a aquellos doce hombres, ignorantes, que vivían junto a lagos, ríos y desiertos, el acometer una obra de tan grandes proporciones y el enfrentarse con todo el mundo, ellos, que seguramente no habían ido nunca a la ciudad ni se habían presentado en público? Y más, si tenemos en cuenta que eran miedosos y apocados, como sabemos por la descripción que de ellos nos hace el Evangelista, que no quiso disimular sus defectos, lo cual constituye la mayor garantía de su veracidad. ¿Qué nos dice de ellos? Que, cuando Cristo fue apresado, unos huyeron y otro, el primero entre ellos, lo negó, a pesar de todos los milagros que habían presenciado.
¿Cómo se explica, pues, que aquellos que, mientras Cristo vivía, sucumbieron al ataque de los judíos, después, una vez muerto y sepultado, se enfrentaran contra el mundo entero, si no es por el hecho de su resurrección, que algunos niegan, y porque les habló y les infundió ánimos? De lo contrario se hubieran dicho: «¿Qué es esto? No pudo salvarse a sí mismo, y ¿nos va a proteger a nosotros? Cuando estaba vivo no se ayudó a sí mismo, y ¿ahora, que está muerto, nos tenderá una mano? Él, mientras vivía, no convenció a nadie, y ¿nosotros, con sólo pronunciar su nombre, persuadiremos a todo el mundo? No sólo hacer, sino pensar algo semejante sería una cosa irracional.»
Todo lo cual es prueba evidente de que, si no lo hubieran visto resucitado y no hubieran tenido pruebas bien claras de su poder, no se hubieran lanzado a una aventura tan arriesgada.

viernes, 23 de agosto de 2024

Vida en el Espíritu

"Yo profeticé como me había ordenado, y mientras hablaba se oyó un estruendo y los huesos se unieron entre sí. Vi sobre ellos los tendones, la carne había crecido y la piel la recubría; pero no tenían espíritu.
Entonces me dijo: «Conjura al espíritu, conjúralo, hijo de hombre, y di al espíritu: “Esto dice el Señor Dios: ven de los cuatro vientos, espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan”».
Esta profecía de Ezequiel siempre me lleva a un poema que mi padre espiritual, P. Efraín, siempre nos recordaba:
"No son muertos los que en dulce calma
la paz disfrutan de la tumba fría;
muertos son los que tienen murta el alma
y viven todavía".
Porque hoy, lamentablemente, el hombre se ha olvidado de su alma y, para muchos, sólo viven para la material olvidándose de lo espiritual, sea cual sea su religión. Al olvidarnos que somos seres espirituales quedamos, diría Edith Stein, troncados en nuestra plenitud de hombres, de seres que han de buscar una trascendencia más allá de lo natural. Viktor Frankl nos dirá: el hombre ha de buscar un sentido para su vida que lo trascienda, pero ese sentido debe estar no en el orden natural o material, sino en el orden espiritual, para que siempre tenga una esperanza que lo lleve a seguir trabajando y luchando por alcanzarla.
Así, volviendo a Edith Stein, nos hablará que la sóla perfección humana no lleva al hombre a su plenitud, sino que debe buscar la perfección del amor, la perfección de la santidad que es la que lo hará sentir pleno y verdadero.
Por eso el Señor nos invita a "invocar" al Espíritu Santo para que le de verdadera vida a nuestra vida, para que no sólo seamos buscadores de títulos o propiedades, sino que busquemos más allá de nosotros mismos y encontremos el Verdadero Camino que no sólo nos conduce sino que nos da Verdadera Vida.

jueves, 22 de agosto de 2024

Reina del mundo y de la Paz

De las Homilías de san Amadeo de Lausana, obispo

Observa cuán adecuadamente brilló por toda la tierra, ya antes de la asunción, el admirable nombre de María y se difundió por todas partes su ilustre fama, antes de que fuera ensalzada su majestad sobre los cielos. Convenía, en efecto, que la Madre virgen, por el honor debido a su Hijo, reinase primero en la tierra y, así, penetrara luego gloriosa en el cielo; convenía que fuera engrandecida aquí abajo, para penetrar luego, llena de santidad, en las mansiones celestiales, yendo de virtud en virtud y de gloria en gloria por obra del Espíritu del Señor. 

Así pues, durante su vida mortal gustaba anticipadamente las primicias del reino futuro, ya sea elevándose hasta Dios con inefable sublimidad, como también descendiendo hacia sus prójimos con indescriptible caridad. Los ángeles la servían, los hombres le tributaban su veneración. Gabriel y los ángeles la asistían con sus servicios; también los apóstoles cuidaban de ella, especialmente san Juan, gozoso de que el Señor, en la cruz, le hubiese encomendado su madre virgen, a él, también virgen. Aquéllos se alegraban de contemplar a su reina, éstos a su señora, y unos y otros se esforzaban en complacerla con sentimientos de piedad y devoción.

Y ella, situada en la altísima cumbre de sus virtudes, inundada como estaba por el mar inagotable de los carismas divinos, derramaba en abundancia sobre el pueblo creyente y sediento el abismo de sus gracias, que superaban a las de cualquiera otra creatura. Daba la salud a los cuerpos y el remedio para las almas, dotada como estaba del poder de resucitar de la muerte corporal y espiritual. Nadie se apartó jamás triste o deprimido de su lado, o ignorante de los misterios celestiales. Todos volvían contentos a sus casas, habiendo alcanzado por la madre del Señor lo que deseaban.

Plena hasta rebosar de tan grandes bienes, la esposa, madre del esposo único, suave y agradable, llena de delicias, como una fuente de los jardines espirituales, como un pozo de agua viva y vivificante, que mana con fuerza del Líbano divino, desde el monte de Sión hasta las naciones extranjeras, hacía derivar ríos de paz y torrentes de gracia celestial. Por esto, cuando la Virgen de las vírgenes fue llevada al cielo por el que era su Dios y su Hijo, el rey de reyes, en medio de la alegría y exultación de los ángeles y arcángeles y de la aclamación de todos los bienaventurados, entonces se cumplió la profecía del Salmista, que decía al Señor: De pie a tu derecha está la reina enjoyada con oro de Ofir.

miércoles, 21 de agosto de 2024

El trabajo en la Viña

"Él replicó a uno de ellos:
"Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?'
Así, los últimos serán los primeros y los primeros, últimos».
¡Qué difícil de entender esta parábola! Sobre todo en los tiempos que vivimos, porque todos nos creemos dueños de la verdad y dueño de todos los derechos del mundo. Hoy en día hasta el más pequeño se cree sólo con derechos, pues nos hemos olvidado de educar en los deberes, en las obligaciones. Tal es así que hasta se protesta por que los profesores envíen deberes para hacer en la casa. ¡Vaya por Dios!
Pero bueno, así estamos y así vamos, y nos damos cuenta que vamos mal, aunque creamos que estamos progresando en igual, en derechos, en dignidad, vamos cada día peor. Todos tenemos el derecho de opinar lo que se nos viene a la cabeza o a la lengua, o al dedo, pues hoy opinamos más por el dedo pues escribimos (y vaya cómo escribimos) lo que tenemos ganas, sin importarnos si es verdad, mentira o si qué se yo, lo importante es decir lo que pienso porque tengo ese derecho.
¿Y el derecho del otro? ¿El derecho a la buena fama? ¿El derecho a intimidad? Sólo lo pienso cuando me toca a mí lo que alguno ha dicho o a escrito, pero mientras tanto ¡soy libre de hacer lo que quiero! Pero tú no, tú no puedes hacer lo que quieres ni decir lo que quieres...
Por eso el Señor nos invita a todos a trabajar en la Viña pero sin mirar cómo o a qué hora comenzó a trabajar el otro. El Señor no tiene más premio para nosotros ni pago que la Vida Eterna, y cualquiera que acepte el trabajo la puede alcanzar, pero si no trabajas como Él quiere no la alcanzarás. Por eso no importa a qué hora te llama el Señor a trabajar, lo que importa es cómo trabajas y si aceptar el empleo.
Porque en esta Viña todos somos trabajadores y cada uno tiene su puesto y su jornal, tiene su vocación y su lugar particular, Y, a todos, se nos ha dado el mismo Espíritu para poder aprender a trabajar y a dar, sobre todo, todo lo que se nos ha regalado para ponerlo por obra, no para engordar nuestra vida de Gracia sino para ir distribuyendo lo que se nos da para aquellos que lo necesitan.
"En el atardecer de la vida, me presentaré ante Dios con las manos vacías", diría Santa Teresita, porque no me he guardado nada para mí, sino que todo lo he dado, así como el Señor me lo ha regalado, así también lo he distribuido en el Camino hacia la Vida.

martes, 20 de agosto de 2024

Amo por amar

De los Sermones de san Bernardo, abad, sobre el Cantar de los cantares

El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma. Entre todas las mociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con que la creatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que él le da. En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es para que nosotros lo amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí.
El amor del Esposo, mejor dicho, el Esposo que es amor, sólo quiere a cambio amor y fidelidad. No se resista, pues, la amada en corresponder a su amor. ¿Puede la esposa dejar de amar, tratándose además de la esposa del Amor en persona? ¿Puede no ser amado el que es el Amor por esencia?
Con razón renuncia a cualquier otro afecto y se entrega de un modo total y exclusivo al amor el alma consciente de que la manera de responder al amor es amar ella a su vez. Porque, aunque se vuelque toda ella en el amor, ¿qué es ello en comparación con el manantial perenne de este amor? No manan con la misma abundancia el que ama y el que es el Amor por esencia, el alma y el Verbo, la esposa y el Esposo, el Creador y la creatura; hay la misma disparidad entre ellos que entre el sediento y la fuente.
Según esto, ¿no tendrá ningún valor ni eficacia el deseo nupcial, el anhelo del que suspira, el ardor del que ama, la seguridad del que confía, por el hecho de que no puede correr a la par con un gigante, de que no puede competir en dulzura con la miel, en mansedumbre con el cordero, en blancura con el lirio, en claridad con el sol, en amor con aquel que es el amor mismo? De ninguna manera. Porque, aunque la creatura, por ser inferior, ama menos, con todo, si ama con todo su ser, nada falta a su amor, porque pone en juego toda su facultad de amar. Por ello, este amor total equivale a las bodas místicas, porque es imposible que el que así ama sea poco amado, y en esta doble correspondencia de amor consiste el auténtico y perfecto matrimonio. Siempre en el caso de que se tenga por cierto que el Verbo es el primero en amar al alma, y que la ama con mayor intensidad.

lunes, 19 de agosto de 2024

Salir de nuestra zona de confort

"El joven le dijo: «Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?».
Jesús le contestó: «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo - y luego ven y sígueme».
Al oír esto, el joven se fue triste, porque era rico".
Muchas veces no comprendemos el Evangelio porque pensamos que, cuando Jesús dice riquezas, sólo habla de las riquezas materiales, sin embargo, no sólo son las riquezas materiales sino también las riquezas que no se ven: nuestras seguridades y, a veces, nuestras inseguridades; nuestros proyectos vitales, nuestras "anclas" en las cosas de este mundo, en nuestras capacidades, y ¡tantas otras cosas que no nos dejan ver lo que realmente tenemos que ver!
Un término que viene bien para esto es lo que ahora se dice muchas veces: hay que salir de nuestra zona de confort. Puede ser que me sienta cómodo en la incomodidad porque, a pesar de estar incómodo, ya he encontrado la forma de hacer que lo que me cuesta no lo sienta. Es como cuando después de un tiempo de estar sentado en un lugar que es incómodo encuentro la posición que me permite estar esperando sin que me duela la asentadera (o el culito)
Somos seres que saben adaptarse a situaciones complicadas y aunque sepamos que lo que estamos haciendo no es lo que debemos hacer, igualmente lo hacemos porque tenemos miedo a lo que vendrá, o a la inseguridad de no saber qué es lo que vendrá, porque, en definitiva, no confiamos en la Providencia de Dios.
El joven del evangelio quería algo más, pero confió más en la seguridad de sus bienes que en la Palabra de Dios, y, por eso, seguramente, continuó con el vacío de su ser porque tuvo el valor de salir de su zona de confort.
Cuando realmente hemos conocido el Amor de Dios y hemos visto, a lo largo de nuestra vida, que no nos ha abandonado, entonces no dudamos o no dudaremos que cuando nos llama podemos ir confiado porque su Mano es la que nos guía. Pero cuando sólo confiamos en lo que vemos y en lo que tenemos, es ahí cuando no dejamos que Él nos guíe, porque, en realidad no estamos seguros de creer en Su Palabra y en Su Providencia.
Y, como el joven del evangelio, damos media vuelta y volvemos al lugar en el que estábamos porque es ahí donde me siento seguro, aunque esté incómodo. Y el Señor seguirá esperando, pero, como dijo San Agustín: “Temo la gracia de Dios que pasa y tal vez no vuelva”, y “Señor, Tú nos has hecho para Ti y nuestro corazón no puede descansar hasta que descanse en Ti.”

domingo, 18 de agosto de 2024

No lo dudes

"El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí".

Es difícil poder experimentar la presencia de Cristo en nosotros, pero sí es una realidad cuando perseveramos en la oración y en la eucaristía, pues su Presencia se hace verdad cuando más cerca estamos de Él. Así, lo podemos ver en las cartas de San Pablo, porque él, desde su conversión a Cristo, pudo ir creciendo en esta relación hasta poder decir cosas como estas:
Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
San Pablo experimenta la presencia de Cristo en su vida y es así como puede ir superando, día a día, las pruebas a las que he sometido. Quizás, en nuestras vidas, no tengamos tantos dolores y males como los que pasó san Pablo, pero sí, cada uno, tiene su propia cruz y su propio dolor, pero nada de eso podrá separarnos del amor de Dios.
¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.
Sí, alcanzar la profundidad y la confianza de San Pablo nos lleva un tiempo, pero no es imposible, con la Gracia de Dios, pues el Señor quiere que todos lleguemos a vivir en esa confianza y seguridad, pues para eso Él se entregó por nosotros y se quedó en la Eucaristía, para que alimentados por su Vida tengamos vida y vida en abundancia.
Y esa Vida implica, como todos los regalos del Señor, una misión: como el Padre me envió así yo os envío, pero ¿a dónde nos envía? A tu casa, entre los tuyos, con los amigos, en el mercado, en el trabajo, en todo lugar por donde tú pases Él pasará contigo, y si te animas a hablar de lo que Él significa para tu vida, aún más estará Él en ti. No lo dudes.

sábado, 17 de agosto de 2024

Qué Dios perdona como Tú?

Del Sermón de san Paciano, obispo, Sobre el bautismo

Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seamos también imagen del hombre celestial; porque el primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo es del cielo. Obrando así, amadísimos, ya no moriremos más. Porque, aunque este nuestro cuerpo se deshaga, viviremos en Cristo, como afirma él mismo: Quien a mí se una con viva fe, aunque muera, vivirá.
Tenemos la certeza, basada en el testimonio del Señor, de que Abraham, Isaac y Jacob y todos los santos de Dios están vivos, ya que, refiriéndose a ellos, dice el Señor: No es, pues, Dios de muertos, sino de vivos; en efecto, para él todos están vivos. Y el Apóstol dice de sí mismo: Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia; ansío partir para estar con Cristo. Y también: Mientras vivimos estamos desterrados lejos del Señor; caminamos sin verlo, guiados por la fe. Tal es nuestra fe, hermanos muy amados. Por lo demás, si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desdichados. La vida puramente natural, como vosotros mismos podéis comprobar, nos es común, aunque no igual en duración, con la de los animales, bestias y aves. Pero lo específico del hombre, lo que nos ha dado Cristo por el Espíritu, es la vida eterna, a condición de que ya no pequemos más. Pues así como la muerte viene por el pecado, así también nos libramos de ella por la práctica de la virtud; la vida, por tanto, se pierde con las malas acciones, se conserva con una vida virtuosa. El sueldo del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna en unión con Cristo Jesús, Señor nuestro.
Él es, ciertamente, quien nos ha redimido, perdonándonos por pura gracia todos nuestros pecados —como dice el Apóstol— y borrando la nota desfavorable de nuestra deuda escrita sobre el rollo de los preceptos; él la arrancó de en medio y la clavó en la cruz. Con esto Dios despojó a los principados y potestades, y los expuso a la vista de todos, incorporándolos al cortejo triunfal de Cristo. Él liberta a los cautivos y rompe nuestras cadenas, como había predicho el salmista: El Señor hace justicia a los oprimidos, el Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego. Y también: Rompiste mis cadenas, te ofreceré un sacrificio de alabanza. Esta liberación tuvo lugar cuando, por el sacramento del bautismo, nos reunimos bajo el estandarte del Señor, quedando así liberados por la sangre y el nombre de Cristo.
Así pues, amadísimos hermanos, de una vez para siempre somos purificados, somos libertados, somos recibidos en el reino inmortal; de una vez para siempre, dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado. Mantened con firmeza lo que habéis recibido, conservadlo con alegría, no pequéis más. Conservaos así puros e inmaculados para el día del Señor.

viernes, 16 de agosto de 2024

Sobre el bautismo

San Paciano de Barcelona, obispo

El pecado de Adán se había transmitido a todo el género humano, como afirma el Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres. Por lo tanto, es necesario que la justicia de Cristo sea transmitida a todo el género humano. Y, así como Adán, por su pecado, fue causa de perdición para toda su descendencia, del mismo modo Cristo, por su justicia, vivifica a todo su linaje. Esto es lo que subraya el Apóstol cuando afirma: Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos. Y así como reinó el pecado, causando la muerte, así también reinará la gracia, causando una justificación que conduce a la vida eterna.


Pero alguno me puede decir: «Con razón el pecado de Adán ha pasado a su posteridad, ya que fueron engendrados por él. ¿Pero acaso nosotros hemos sido engendrados por Cristo para que podamos ser salvados por él?» No penséis carnalmente, y veréis cómo somos engendrados por Cristo. En la plenitud de los tiempos, Cristo se encarnó en el seno de María: vino para salvar a la carne, no la abandonó al poder de la muerte, sino que la unió con su espíritu y la hizo suya. Éstas son las bodas del Señor por las que se unió a la naturaleza humana, para que, de acuerdo con aquel gran misterio, se hagan los dos una sola carne, Cristo y la Iglesia.


De estas bodas nace el pueblo cristiano, al descender del cielo el Espíritu Santo. La substancia de nuestras almas es fecundada por la simiente celestial, se desarrolla en el seno de nuestra madre, la Iglesia, y cuando nos da a luz somos vivificados en Cristo. Por lo que dice el Apóstol: El primer hombre, Adán, fue un ser animado, el último Adán, un espíritu que da vida. Así es como engendra Cristo en su Iglesia por medio de sus sacerdotes, como lo afirma el mismo Apóstol: Os he engendrado para Cristo. Así, pues, el germen de Cristo, el Espíritu de Dios, da a luz, por manos de los sacerdotes, al hombre nuevo, concebido en el seno de la Iglesia, recibido en el parto de la fuente bautismal, teniendo como madrina de boda a la fe.


Pero hay que recibir a Cristo para que nos engendre, como lo afirma el apóstol san Juan: Cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios. Esto no puede ser realizado sino por el sacramento del bautismo, del crisma y del obispo. Por el bautismo se limpian los pecados, por el crisma se infunde el Espíritu Santo, y ambas cosas las conseguimos por medio de las manos y la boca del obispo. De este modo, el hombre entero renace y vive una vida nueva en Cristo: Así como Cristo fue resucitado de entre los muertos, así también nosotros andemos en una vida nueva, es decir, que, depuestos los errores de la vida pasada, reformemos nuestras costumbres en Cristo, por el Espíritu Santo.

jueves, 15 de agosto de 2024

Bienaventurados por creer

"¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre".
Es una pregunta que también nos la podemos hacer nosotros cuando nos encontramos con María, o cuando sentimos su presencia en nuestras vida. Y la respuesta es muy fácil: soy su hijo. Sí, soy hijo de María, la Madre de Dios y Madre nuestra, una verdad como un pino (como dicen por aquí)
Una verdad que tiene que, como lo hizo con Isabel, motivarnos a dar gloria a Dios por tan magnífico regalo para nuestras vidas.
Santa Teresita de Lisieux, con sencillez de niña pequeña, le decía a María: "yo puedo decir que soy más feliz que tú porque te tengo a Tí, y tú no has tenido una madre como la que yo tengo, pues Tu Hijo te ha dado como Madre nuestra".
Y esa es nuestra realidad: María es mi Madre, mi Madre del Cielo, la Omnipotencia suplicante que todo lo que le pedimos a Ella el Padre se lo concederá, pero ¡ojo! con lo que pedimos, pues nunca escuchará nuestras súplicas si no son para vivir en Dios o para hacer la Voluntad del Padre.
"Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá".
Y así, esta bienaventuranza que dijo Isabel sobre María, también la podemos sentir nosotros, porque, también, como Ella creemos, aunque, a veces, nos falta la disponibilidad de corazón de María para poder hacer la Voluntad del Padre. Escuchamos y comprendemos qué es lo que quiere Dios de nosotros, de mí, pero no siempre aceptamos esa Voluntad y nos quedamos en la retranca para no hacerla, nos inventamos excusas (que para eso sí somos inteligentes, como nos dirían nuestras madres de la tierra) pero no para ser Fieles a la Voluntad de Dios. Y, si ponemos excusas para ser Fieles, entonces no disfrutamos de la Bienaventuranza de creer.
Hoy, María nos invita a creer y a disponer nuestro corazón como Ella lo dispuso a la Voz del Señor, no dejemos pasar la oportunidad de dejarnos abrazar por la Madre y que Ella interceda para que el Espíritu pueda actuar en nosotros y ser Fieles y Felices como lo fue Ella.

miércoles, 14 de agosto de 2024

Unidad en el espíritu y en el amor

«Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano.
Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos.
Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano".
La corrección fraterna un punto importante en nuestra vida de cristianos, en nuestro camino de santidad. Un punto importante porque hemos de buscar, siempre, estar en armonía y unidad de espíritu, buscando entre todos vivir el evangelio de Jesucristo de un modo radical para alcanzar el Ideal que Él mismo nos ha marcado: sean Uno para que el mundo crea.
Pero claro, la corrección fraterna no es siempre fácil vivirla, como todo lo del evangelio, son pasos que tenemos que dar para alcanzar la unidad y la armonía entre todos. Esto no quiere decir que todos tengamos que pensar igual y ser copias unos de otros, no. Cada uno de nosotros somos, por Gracia de Dios, diferentes y únicos, con nuestra manera de pensar, de actuar y de ser. Pero en esa diferencia es donde está el desafío de buscar la unidad.
Y ¿cuál es la unidad que debemos buscar los que somos discípulos de Cristo? La unidad en el Espíritu, la unidad en el amor. La unidad en el Espíritu significa que tenemos que aprender a caminar, todos, en un mismo sentido: el de la Voluntad de Dios, y sabemos que la Voluntad de Dios no la podemos discernir solos, sino que la discernimos, también, en comunidad, y con la ayuda de quienes saben cómo poder encontrarla, pero, fundamentalmente teniendo una vida sacramental y de oración perseverante y continua.
Por otro lado la unidad en el amor no significa que todos nos amemos del mismo modo, o con la misma intensidad, sino que, como diría Teresita, podamos ver en nuestro hermano el rostro de Cristo, y así poder amar a Cristo que está en el hermano. Pero, también, es necesario aceptar de mi hermano sus errores, defectos, así como aceptamos sus virtudes (lo que no cuesta nunca nada), porque si aceptamos sus errores y defectos, podremos ayudarlo a corregirlos como el Señor no pide.
Porque sería muy fácil que todos fuesen de la manera que yo quiero y no tenga nadie algo que me moleste, pero como el pecado original está en todos, así como quiero que me acepten a mí con mis defectos y errores, yo también tengo que aceptar a los demás con sus defectos y errores, y aprender, desde el Espíritu, a convivir y a formar un solo Cuerpo en el Espíritu y en el amor.

martes, 13 de agosto de 2024

Profetas y niños

«Hijo de hombre, come lo que tienes ahí, cómete este volumen y vete a hablar a la casa de Israel».
Abrí la boca y me dio a comer el volumen, diciéndome:
«Hijo de hombre, alimenta tu vientre y sacia tus entrañas con este volumen que te doy».
Lo comí, y me supo en la boca dulce como la miel.
Y me dijo:
«Hijo de Adán, anda, vete a la casa de Israel y diles mis palabras».
Así es la actitud del profeta: alimentarse de la Palabra de Dios para poder hablar de Dios. No se puede hablar de Dios si el corazón no está alimentado con Su Palabra ¿de qué hablaríamos? ¿Qué palabra dirigiríamos al mundo si no nos alimentamos de la Palabra de Dios?
En realidad es lo que está sucediendo en estos tiempos que vivimos: muchos profetas no alimentan de la Palabra de Dios, sino de la palabra del mundo, y, por eso, viviendo del mundo predican al mundo y así ocultan la Verdad de Dios, ocultan la Luz y el mundo sigue en tinieblas creyendo que esa es la verdadera luz.
Por eso el Señor no nos pide que seamos grandes, sino que seamos niños ¿por qué? Para poder creer en la Palabra del Padre, para poder escuchar y vivir lo que el Padre nos anuncia y nos pide, para que seamos nosotros los que vivamos de la Palabra que anunciamos, porque si no vivimos la Palabra que anunciamos ¿quiénes la van a vivir? Así, los pequeños, los niños en Dios podrán alimentarse con el manjar de la Palabra y ser fortalecidos con el Espíritu del Padre para poder ser Luz en el mundo, para poder guiar no con nuestras palabras, sino con las Palabras del Padre a aquellos que están buscando y no encuentras, para aquellos que sin sentido vagan por las calles del mundo, para aquellos que enceguecidos por el las luces del mundo van sin rumbo.
Por eso ser niños en Dios no es no saber y aceptar Su Voluntad sin razón, sino que confiando en Su Palabra poder vivir en Dios, pues es Él quien nos dará las razones y nos ayudará a entender cuál es el sentido de Su Voluntad y cuál es el Camino a recorrer para alcanzar la plenitud que ansiamos.

lunes, 12 de agosto de 2024

Yo curaré sus extravíos

Del Tratado de Teodoreto de Ciro, obispo, Sobre la encarnación del Señor

Jesús acude espontáneamente a la pasión que de él estaba escrita y que más de una vez había anunciado a sus discípulos, increpando en cierta ocasión a Pedro por haber aceptado de mala gana este anuncio de la pasión, y demostrando finalmente que a través de ella sería salvado el mundo. Por eso, se presentó él mismo a los que venían a prenderle, diciendo: Yo soy a quien buscáis. Y cuando lo acusaban no respondió, y habiendo podido esconderse, no quiso hacerlo; por más que en otras varias ocasiones en que lo buscaban para prenderlo se esfumó.
Además, lloró sobre Jerusalén, que con su incredulidad se labraba su propio desastre y predijo su ruina definitiva y la destrucción del templo. También sufrió con paciencia que unos hombres doblemente serviles le pegaran en la cabeza. Fue abofeteado, escupido, injuriado, atormentado, flagelado y, finalmente, llevado a la crucifixión, dejando que lo crucificaran entre dos ladrones, siendo así contado entre los homicidas y malhechores, gustando también el vinagre y la hiel de la viña perversa, coronado de espinas en vez de palmas y racimos, vestido de púrpura por burla y golpeado con una caña, atravesado por la lanza en el costado y, finalmente, sepultado.
Con todos estos sufrimientos nos procuraba la salvación. Porque todos los que se habían hecho esclavos del pecado debían sufrir el castigo de sus obras; pero él, inmune de todo pecado, él, que caminó hasta el fin por el camino de la justicia perfecta, sufrió el suplicio de los pecadores, borrando en la cruz el decreto de la antigua maldición. Cristo —dice san Pablo— nos redimió de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros. Así lo dice la Escritura: «Maldito sea aquel que cuelga del madero.» Y con la corona de espinas puso fin al castigo de Adán, al que se le dijo después del pecado: Maldito el suelo por tu culpa: brotará para ti cardos y espinas.
Con la hiel, cargó sobre sí la amargura y molestias de esta vida mortal y pasible. Con el vinagre, asumió la naturaleza deteriorada del hombre y la reintegró a su estado primitivo. La púrpura fue signo de su realeza; la caña, indicio de la debilidad y fragilidad del poder del diablo; las bofetadas que recibió publicaban nuestra libertad, al tolerar él las injurias, los castigos y golpes que nosotros habíamos merecido.
Fue abierto su costado, como el de Adán, pero no salió de él una mujer que con su error engendró la muerte, sino una fuente de vida que vivifica al mundo con un doble arroyo; uno de ellos nos renueva en el baptisterio y nos viste la túnica de la inmortalidad; el otro alimenta en la sagrada mesa a los que han nacido de nuevo por el bautismo, como la leche alimenta a los recién nacidos.

domingo, 11 de agosto de 2024

Crees en la Eucaristía?

"En aquel tiempo, los judíos murmuraban de Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»

No es extraño que mucho murmurasen acerca de las palabras de Jesús ¿cómo podría ese hombre que estaba ahí frente a ellos decir que era el Pan del Cielo? Si a él lo conocían todos, si lo habían visto crecer y sabían quién era su padre, su madre y sus amigos. Para aquella época y para sus paisanos era imposible pensar en algo que no fuera tangible, algo que estuvieran viendo y tocando, ¡esa es la realidad! no hay otra cosa.
Sin embargo, todavía hay muchos cristianos, y más aún, católicos, que no creen en la Eucaristía. Es decir, se acercan a comulgar, pero sin saber bien qué es lo que están recibiendo, pues para algunos, incluso para los niños que han tomado la primera comunión, eso sigue siendo una “galleta”. No hay, en muchos (gracias a Dios hay muchos que sí) casos, consciencia de que lo que están reciben es el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. ¡Sí! Aquel que nació de María, que caminó, predicó y entregó su vida en la Cruz y resucitó, es el mismo que recibimos en la Sagrada Eucaristía. ¡Ese es el misterio de nuestra Fe!
Es un misterio que de tanto misterio pasa desapercibido a nuestra mirada, y, muchas veces, hasta a nuestra fe. Por eso, algunos se acercan por acercarse, por costumbre, otros en cambio, se acercan como si fueran al super a comprar un poco de pan con las manos en los bolsillos o saludando a quien va delante o al costado en los bancos.
¿Por qué hemos perdido la consciencia de lo Sagrado que es para nosotros la Eucaristía? Incluso (salvando a los que tienen problemas de rodillas) ya casi nadie se arrodilla en señal de adoración cuando se consagra el Pan y el Vino en el altar. ¿Qué significa eso? Que en ese momento Jesús, Nuestro Dios y Señor, se hace presente ante nuestros ojos, por eso lo adoramos de rodillas.
Son tantas las cosas que se van perdiendo en la modernidad, y, a veces, solo se pierden porque no hemos sabido transmitir el valor de lo que nos da vida. Y ese es nuestra misión fundamental: volver a los orígenes, a las raíces de nuestra fe, y, sobre todo a darle el valor justo y necesario que cada cosa tiene, y, en especial, a los sacramentos que recibimos, pues todos tiene importancia, pero el Pan de la Vida, la Eucaristía, es el culmen de nuestra vida de Fe, es el centro y el sostén de nuestra vida cristiana y de nuestro caminar junto al Padre, viviendo con santidad las pequeñas cosas de cada día.

sábado, 10 de agosto de 2024

Administró la Sangre de Cristo

De los Sermones de san Agustín, obispo

La Iglesia de Roma nos invita hoy a celebrar el triunfo de san Lorenzo, que superó las amenazas y seducciones del mundo, venciendo así la persecución diabólica. Él, como ya se os ha explicado más de una vez, era diácono de aquella Iglesia. En ella administró la sangre sagrada de Cristo, en ella también derramó su propia sangre por el nombre de Cristo. El apóstol san Juan expuso claramente el significado de la Cena del Señor, con aquellas palabras: Como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Así lo entendió san Lorenzo; así lo entendió y así lo practicó; lo mismo que había tomado de la mesa del Señor, eso mismo preparó. Amó a Cristo durante su vida, lo imitó en su muerte.
También nosotros, hermanos, si lo amamos de verdad, debemos imitarlo. La mejor prueba que podemos dar de nuestro amor es imitar su ejemplo, porque Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Según estas palabras de san Pedro, parece como si Cristo sólo hubiera padecido por los que siguen sus huellas, y que la pasión de Cristo sólo aprovechara a los que siguen sus huellas. Lo han imitado los santos mártires hasta el derramamiento de su sangre, hasta la semejanza con su pasión; lo han imitado los mártires, pero no sólo ellos. El puente no se ha derrumbado después de haber pasado ellos; la fuente no se ha secado después de haber bebido ellos.
Tenedlo presente, hermanos: en el huerto del Señor no sólo hay las rosas de los mártires, sino también los lirios de las vírgenes y las yedras de los casados, así como las violetas de las viudas. Ningún hombre, cualquiera que sea su género de vida, ha de desesperar de su vocación: Cristo ha sufrido por todos. Con toda verdad está escrito de él: Nuestro Salvador quiere que todos los hombres se salven y lleguen al pleno conocimiento de la verdad.
Entendamos, pues, de qué modo el cristiano ha de seguir a Cristo, además del derramamiento de sangre, además del martirio. El Apóstol, refiriéndose a Cristo, dice: A pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. ¡Qué gran majestad! Al contrario, se anonadó a sí mismo, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. ¡Qué gran humildad!
Cristo se rebajó: esto es, cristiano, lo que debes tú procurar. Cristo se sometió: ¿cómo vas tú a enorgullecerte? Finalmente, después de haber pasado por semejante humillación y haber vencido la muerte, Cristo subió al cielo: sigámoslo. Oigamos lo que dice el Apóstol: Si habéis sido resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios.

viernes, 9 de agosto de 2024

Sin buscarlo lo encontré

La vida de Edith Stein o Santa Teresa Benedicta de la Cruz, como se llamó en el Carmelo, es muy interesante, dado que fue una niña judía que dejó de creer en Dios y salió a buscarlo, pero no como Dios, sino que salió en busca de la Verdad, y, como ella dice: me encontré con Jesús, y cambió su vida. Por eso esta estrofa del salmo de hoy es como una síntesis de su vida:
"Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor".
Y así es un camino que también nos lo ofrece a nosotros para que podamos encontrarnos, verdaderamente, con el Señor, pues, muchas veces, no nos alejamos del bagaje intelectual o vivencial que traemos en nuestros hombres, y, por eso, no nos podemos encontrar con el verdadero rostro del Señor. Necesitamos despojarnos de todo para que Él pueda reverlársenos a nuestro corazón y pueda conquistarnos.
«Yo la llevo al desierto, le hablo al corazón.
Allí responderá como en los días de su juventud,
como el día de su salida de Egipto".
Así, en el desierto del corazón, sin nada que nos aferre a nuestro pasado y a lo que hemos vivido, podremos escuchar y aceptar el desafío de seguirlo, como lo hicieron los apóstoles y todos los que nos transmitieron la fe de un modo particular y especial, como lo hizo Edith Stein.
"Me desposaré contigo para siempre,
me desposaré contigo
en justicia y en derecho,
en misericordia y en ternura,
me desposaré contigo en fidelidad
y conocerás al Señor".
Por eso, no tengamos miedo, como dicen algunos, de que Dios nos despersonalice o nos quite la libertad, sino tengamos miedo de no abrir el corazón para encontrarnos con ese Dios que es Camino, Verdad y Vida, que nos lleva de la mano hacia lo mejor que podemos encontrar: nuestra plenitud en el Amor.

jueves, 8 de agosto de 2024

Hablaba con Dios o de Dios

 De varios escritos de la Historia de la Orden de Predicadores


La vida de Domingo era tan virtuosa y el fervor de su espíritu tan grande, que todos veían en él un instrumento elegido para la gloria divina. Estaba dotado de una firme ecuanimidad de espíritu, ecuanimidad que sólo lograban perturbar los sentimientos de compasión o de misericordia; y, como es norma constante que un corazón alegre se refleja en la faz, su porte exterior, siempre gozoso y afable, revelaba la placidez y armonía de su espíritu.


En todas partes, se mostraba, de palabra y de obra, como hombre evangélico. De día, con sus hermanos y compañeros, nadie más comunicativo y alegre que él. De noche, nadie más constante que él en vigilias y oraciones de todo género. Raramente hablaba, a no ser con Dios, en la oración, o de Dios, y esto mismo aconsejaba a sus hermanos.


Con frecuencia, pedía a Dios una cosa: que le concediera una auténtica caridad, que le hiciera preocuparse de un modo efectivo en la salvación de los hombres, consciente de que la primera condición para ser verdaderamente miembro de Cristo era darse totalmente y con todas sus energías a ganar almas para Cristo, del mismo modo que el Señor Jesús, salvador de todos, ofreció toda su persona por nuestra salvación. Con este fin, instituyó la Orden de Predicadores, realizando así un proyecto sobre el que había reflexionado profundamente desde hacía ya tiempo.


Con frecuencia, exhortaba, de palabra o por carta, a los hermanos de la mencionada Orden, a que estudiaran constantemente el nuevo y el antiguo Testamento. Llevaba siempre consigo el evangelio de san Mateo y las cartas de san Pablo, y las estudiaba intensamente, de tal modo que casi las sabía de memoria.


Dos o tres veces fue elegido obispo, pero siempre rehusó, prefiriendo vivir en la pobreza, junto con sus hermanos, que poseer un obispado. Hasta el fin de su vida, conservó intacta la gloria de la virginidad. Deseaba ser flagelado, despedazado y morir por la fe cristiana. De él afirmó el papa Gregorio noveno: «Conocí a un hombre tan fiel seguidor de las normas apostólicas, que no dudo que en el cielo ha sido asociado a la gloria de los mismos apóstoles».

miércoles, 7 de agosto de 2024

El camino de La Luz

 De la carta llamada de Bernabé

He aquí el camino de la luz: el que quiera llegar al lugar designado, que se esfuerce en conseguirlo con sus obras. Éste es el conocimiento que se nos ha dado sobre la forma de caminar por el camino de la luz. Ama a quien te ha creado, teme a quien te formó, glorifica a quien te redimió de la muerte; sé sencillo de corazón y rico de espíritu; no sigas a los que caminan por el camino de la muerte; odia todo lo que desagrada a Dios y toda hipocresía; no abandones los preceptos del Señor. No te enorgullezcas; sé, por el contrario, humilde en todas las cosas; no te glorifiques a ti mismo. No concibas malos propósitos contra tu prójimo y no permitas que la insolencia domine tu alma.

Ama a tu prójimo más que a tu vida. No mates al hijo en el seno de la madre y tampoco lo mates una vez que ha nacido. No abandones el cuidado de tu hijo o de tu hija, sino que desde su infancia les enseñarás el temor de Dios. No envidies los bienes de tu prójimo; no seas avaricioso; no frecuentes a los orgullosos, sino a los humildes y a los justos.

Todo lo que te suceda, lo aceptarás como un bien, sabiendo que nada sucede sin el permiso de Dios. Ni en tus palabras ni en tus intenciones ha de haber doblez, pues la doblez de palabra es un lazo de muerte.

Comunica todos tus bienes con tu prójimo y no digas que algo te es propio: pues, si sois partícipes en los bienes incorruptibles, ¿cuánto más lo debéis ser en los corruptibles? No seas precipitado en el hablar, pues la lengua es una trampa mortal. Por el bien de tu alma, sé casto en el grado que te sea posible. No tengas las manos abiertas para recibir y cerradas para dar. Ama como a la niña de tus ojos a todo el que te comunica la palabra del Señor.

Piensa, día y noche, en el día del juicio y busca siempre la compañía de los santos, tanto si ejerces el ministerio de la palabra, portando la exhortación o meditando de qué manera puedes salvar un alma con tu palabra, como si trabajas con tus manos para redimir tus pecados.

No seas remiso en dar ni murmures cuando das, y un día sabrás quién sabe recompensar dignamente. Guarda lo que recibiste, sin quitar ni añadir nada. El malo ha de serte siempre odioso. Juzga con justicia. No seas causa de división, sino procura la paz, reconciliando a los adversarios. Confiesa tus pecados. No te acerques a la oración con una mala conciencia. Este es el camino de la luz.

martes, 6 de agosto de 2024

Que bien se está aquí!

 Anastasio Sinaíta, obispo - Del sermón en el día de la Transfiguración del Señor

El misterio que hoy celebramos lo manifestó Jesús a sus discípulos en el monte Tabor. En efecto, después de haberles hablado, mientras iba con ellos, acerca del reino y de su segunda venida gloriosa, teniendo en cuenta que quizá no estaban muy convencidos de lo que les ha anunciado acerca del reino, y deseando infundir en sus corazones una firmísima e íntima convicción, de modo que por lo presente creyeran en lo futuro, realizó ante sus ojos aquella admirable manifestación, en el monte Tabor, como una imagen prefigurativa del reino de los cielos. Era como si les dijese: «El tiempo que ha de transcurrir antes de que se realicen mis predicciones no ha de ser motivo de que vuestra fe se debilite, y, por esto, ahora mismo, en el tiempo presente, os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar al Hijo del hombre con la gloria del Padre».

Y el evangelista, para mostrar que el poder de Cristo estaba en armonía con su voluntad, añade: Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

Éstas son las maravillas de la presente solemnidad, éste es el misterio, saludable para nosotros, que ahora se ha cumplido en la montaña, ya que ahora nos reúne la muerte y, al mismo tiempo, la festividad de Cristo. Por esto, para que podamos penetrar, junto con los elegidos entre los discípulos inspirados por Dios, el sentido profundo de estos inefables y sagrados misterios, escuchemos la voz divina y sagrada que nos llama con insistencia desde lo alto, desde la cumbre de la montaña.

Debemos apresurarnos a ir hacia allí -así me atrevo a decirlo- como Jesús, que allí en el cielo es nuestro guía y precursor, con quien brillaremos con nuestra mirada espiritualizada, renovados en cierta manera en los trazos de nuestra alma, hechos conformes a su imagen, y, como él, transfigurados continuamente y hechos partícipes de la naturaleza divina, y dispuestos para los dones celestiales.

Corramos hacia allí, animosos y alegres, y penetremos en la intimidad de la nube, a imitación de Moisés y Elías, o de Santiago y Juan. Seamos como Pedro, arrebatado por la visión y aparición divina, transfigurado por aquella hermosa transfiguración, desasido del mundo, abstraído de la tierra; despojémonos de lo carnal, dejemos lo creado y volvámonos al Creador, al que Pedro, fuera de sí, dijo: Señor, ¡qué bien se está aquí!

Ciertamente, Pedro, en verdad qué bien se está aquí con Jesús; aquí nos quedaríamos para siempre. ¿Hay algo más dichoso, más elevado, más importante que estar con Dios, ser hechos conformes con él, vivir en la luz? Cada uno de nosotros, por el hecho de tener a Dios en sí y de ser transfigurado en su imagen divina, tiene derecho a exclamar con alegría: ¡Qué bien se está aquí!, donde todo es resplandeciente, donde está el gozo, la felicidad y la alegría, donde el corazón disfruta de absoluta tranquilidad, serenidad y dulzura, donde vemos a (Cristo) Dios, donde él, junto con el Padre, pone su morada y dice, al entrar: Hoy ha sido la salvación de esta casa, donde con Cristo se hallan acumulados los tesoros de los bienes eternos, donde hallamos reproducidas, como en un espejo, las imágenes de las realidades futuras.

lunes, 5 de agosto de 2024

Nueva Ley

 De la carta llamada de Bernabé

Dios invalidó los sacrificios antiguos, para que la nueva ley de nuestro Señor Jesucristo, que no está sometida al yugo de la necesidad, tenga una ofrenda no hecha por mano de hombre. Por esto les dice también: Cuando saqué a vuestros padres de Egipto, no les ordené ni les hablé de holocaustos y sacrificios; ésta fue la orden que les di: «Que nadie maquine maldades contra su prójimo, y no améis los juramentos falsos».

Y, ya que no somos insensatos, debemos comprender el designio de bondad de nuestro Padre. Él nos habla para que no caigamos en el mismo error que ellos, cuando buscamos el camino para acercarnos a él. Por esta razón, nos dice: Sacrificio para el Señor es un espíritu quebrantado, olor de suavidad para el Señor es un corazón que glorifica al que lo ha plasmado. Por tanto, hermanos, debemos preocuparnos con todo cuidado de nuestra salvación, para que el Maligno seductor no se introduzca furtivamente entre nosotros y, por el error, nos arroje, como una honda a la piedra, lejos de lo que es nuestra vida.

Acerca de esto afirma en otro lugar: ¿Para qué ayunáis -dice el Señor-, haciendo oír hoy en el cielo vuestras voces? No es ése el ayuno que yo deseo -dice el Señor-, sino al hombre que humilla su alma. A nosotros, en cambio, nos dice: El ayuno que yo quiero es éste -oráculo del Señor-: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos. dejar libres a los oprimidos. romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, vestir al que ves desnudo, hospedar a los pobres sin techo.

Huyamos de toda vanidad, odiemos profundamente las obras del mal camino; no viváis aislados, replegados en vosotros mismos, como si ya estuvierais justificados, sino reuníos para encontrar todos juntos lo que a todos conviene. Pues la Escritura afirma: ¡Ay de los que se tienen por sabios y se creen perspicaces! Hagámonos hombres espirituales, seamos un templo perfecto para Dios. En cuanto esté de nuestra parte, meditemos el temor de Dios y esforcémonos por guardar sus mandamientos, a fin de alegrarnos en sus justificaciones. El Señor juzgará al mundo sin parcialidad. Cada uno recibirá según sus obras; el bueno será precedido de su justicia, el malo tendrá ante sí el salario de su iniquidad. No nos abandonemos al descanso, bajo el pretexto de que hemos sido llamados, no vaya a suceder que nos durmamos en nuestros pecados y el Príncipe de la maldad consiga poder sobre nosotros y nos arroje lejos del reino del Señor.

Además, hermanos, debemos considerar también este hecho: si, después de tantos signos y prodigios como fueron realizados en Israel, los veis ahora abandonados, estemos vigilantes para que no nos suceda a nosotros también lo que afirma la Escritura: Muchos son los llamados y pocos los elegidos.

domingo, 4 de agosto de 2024

Danos siempre de este Pan

 "Entonces le dijeron: Señor, danos siempre de este pan».
Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».

Santa Teresita de Lisieux escribía en su diario: “Él no baja del cielo un día y otro día para quedarse en un copón dorado, sino para encontrar otro cielo que le es infinitamente más querido que el primero: el cielo de nuestra alma, creada a su imagen y templo vivo de la adorable Trinidad”.
Desde que tomé mi primera comunión (a los 19 años) siempre tuve la certeza y la necesidad de recibir la Eucaristía, con mi grupo de amigos de la parroquia, intentábamos ir siempre a Misa (cuando el trabajo nos lo permitía), pero sobre todo los fines de semana, y los sábados (después de Misa) nos quedábamos frente al Sagrario dándole gracias a Jesús por estar con nosotros.
Pero después, en el Seminario, cuando conocí los escritos de Santa Teresita, su devoción y su verdad, me hicieron pensar mucho más en Jesús Eucaristía, e, intentar, fomentar, cada día, esa necesidad de recibirlo. Por eso no comprendo como algunos cristianos no llegan a tener esa necesidad de comulgar.
Es cierto, también, que para experimentar lo que Santa Teresita vivió se necesita una Gracia particular, pero, también, es cierto que todo es cuestión de madurar en nuestra fe, en nuestra relación con Jesús, y, sobre todo, dejar al Espíritu Santo que nos ayude a comprender cuán grande es el regalo que nos da Jesús con el Pan de Vida, con Su Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad que se adentra en nuestro cuerpo y en nuestro corazón.
Como le decían los discípulos a Jesús ¡danos siempre de ese Pan! es lo que necesitamos, todos, en nuestra vida, pues, como Jesús nos lo ha dicho: “sin Mí no podéis hacer nada”, no podemos sin Él vivir en Dios, no podemos sin Él aceptar la Voluntad del Padre, no podemos sin Él recorrer el Camino de la santidad, no podemos sin Él amar como Él nos ha amado, no podemos sin Él alcanzar la verdadera conversión de nuestro corazón… no podemos sin Él alcanzar la Vida Eterna.
Hay unas frases del Santo Cura de Ars que me encantan, ojalá os sirvan:
¡La comunión produce en el alma como un golpe de fuelle en un fuego que comienza a apagarse, pero donde todavía hay muchas brasas!
Cuando hemos comulgado, si alguien nos dijera: “¿Qué os lleváis a casa"?, podríamos responder: “Me llevo el cielo.”
No decís que no sois dignos. Es cierto: no sois dignos, pero lo necesitáis.

sábado, 3 de agosto de 2024

Que todo se haga para Gloria de Dios

De la carta de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, a san Policarpo de Esmirna.

Huye de la intriga y del fraude; más aún, habla a los fieles para precaverlos contra ello. Recomienda a mis hermanas que amen al Señor y que vivan contentas con sus maridos, tanto en cuanto a la carne, como en cuanto al espíritu. Igualmente predica a mis hermanos, en nombre de Jesucristo, que amen a sus esposas como el Señor ama a la Iglesia. Si alguno se siente capaz de permanecer en castidad para honrar la carne del Señor, permanezca en ella, pero sin ensoberbecerse. Pues si se engríe, está perdido; y si por ello se estimare en más que el obispo, está corrompido. Respecto a los que se casan, esposos y esposas, conviene que celebren su enlace con conocimiento del obispo, a fin de que el casamiento sea conforme al Señor y no por solo deseo. Que todo se haga para gloria de Dios.
Escuchad al obispo, para que Dios os escuche a vosotros. Yo me ofrezco como víctima de expiación por quienes se someten al obispo, a los ancianos y a los diáconos. ¡Y ojalá que con ellos se me concediera entrar a tener parte con Dios! Colaborad mutuamente unos con otros, luchad unidos, corred juntamente, sufrid con las penas de los demás, permaneced unidos en espíritu aun durante el sueño, así como al despertar, como administradores que sois de Dios, como sus asistentes y servidores. Tratad de ser gratos al Capitán bajo cuyas banderas militáis, y de quien habéis de recibir el sueldo. Que ninguno de vosotros sea declarado desertor. Vuestro bautismo ha de ser para vosotros como vuestra armadura, la fe como un yelmo, la caridad como una lanza, la paciencia como un arsenal de todas las armas; vuestras cajas de fondos han de ser vuestras buenas obras, de las que recibiréis luego magníficos ahorros. Así pues, tened unos para con otros un corazón grande, con mansedumbre, como lo tiene Dios para con vosotros. ¡Ojalá pudiera yo gozar de vuestra presencia en todo tiempo!
Como la Iglesia de Antioquía de Siria, gracias a vuestra oración, goza de paz, según se me ha comunicado, también yo gozo ahora de gran tranquilidad, con esa seguridad que viene de Dios; con tal de que alcance yo a Dios por mi martirio, para ser así hallado en la resurrección como discípulo vuestro. Es conveniente, Policarpo felicísimo en Dios, que convoques un consejo divino y elijáis a uno a quien profeséis particular amor y a quien tengáis por intrépido, el cual podría ser llamado «correo divino», a fin de que lo deleguéis para que vaya a Siria y dé, para gloria de Dios, un testimonio sincero de vuestra ferviente caridad.
El cristiano no tiene poder sobre sí mismo, sino que está dedicado a Dios. Esta obra es de Dios, y también de vosotros cuando la llevéis a cabo. Yo, en efecto, confío, en la gracia, que vosotros estáis prontos para toda buena obra que atañe a Dios. Como sé vuestro vehemente fervor por la verdad, he querido exhortaros por medio de esta breve carta.
Pero como no he podido escribir a todas las Iglesias por tener que zarpar precipitadamente de Troas a Neápolis, según lo ordena la voluntad del Señor, escribe tú, como quien posee el sentir de Dios, a las Iglesias situadas más allá de Esmirna, a fin de que también ellas hagan lo mismo. Las que puedan, que manden delegados a pie; las que no, que envíen cartas por mano de los delegados que tú envíes, a fin de que alcancéis eterna gloria con esta obra, como bien lo merecéis.
Deseo que estéis siempre bien, viviendo en unión de Jesucristo, nuestro Dios; permaneced en él, en la unidad y bajo la vigilancia de Dios.
¡Adiós en el Señor!

viernes, 2 de agosto de 2024

Qué me vienes a decir?!

"Cuando Jeremías acabó de transmitir cuanto el Señor le había ordenado decir a la gente, los sacerdotes, los profetas y todos los presentes lo agarraron y le dijeron:
«Eres reo de muerte. ¿Por qué profetizas en nombre del Señor que este templo acabará como el de Siló, y que esta ciudad quedará en ruinas y deshabitada?».
Y el pueblo se arremolinó en torno a Jeremías en el templo del Señor".
Ya desde pequeños no nos gustan las palabras de advertencia, o la exhortaciones a modificar algo en nuestras conductas. Creemos que "somos buenos" y por eso no tenemos nada que cambiar, los que tienen que cambiar son los demás pero no nosotros.
En el caso de esta lectura de Jeremías, el pueblo junto con sus autoridades, seguramente, escuchaban con atención cuando Jeremías hablaba de parte de Dios pero no les decía nada que no les gustara, pero cuando comenzó a advertirles de su mala conducta, entonces ¿quién eres tú para hablar así de parte de Dios?
Como decimos habitualmente: "no hay peor sordo que el que no quiere oír", y en eso somos especialistas. Y no porque no escuchemos lo que Dios nos quiere decir, sino que no creemos que sea para mí. Siempre lo pensamos para otros pero no para nosotros.
Hoy, a diferencia de la época de Jeremías, no tenemos esos profetas ni tampoco les quitamos la vida, sino que, simplemente, seguimos con nuestra historia y no hacemos caso a lo que Dios, por diestra y siniestra, nos está diciendo y, muchas veces, nos está gritando al oído.
Así también le pasó a Jesús en su pueblo, entre los suyos. Quizás no era que no quisieran que hiciera milagros, sino que creyeron que sabían quién era porque conocían a su familia, y eso les cerró el corazón a sus Palabras. Y, por eso, los prejuicios que tenemos, ya sea hacia nosotros mismos (nos creemos los mejores y sin pecado) ya sea hacia los demás (que son peores que nosotros), no nos dejan escuchar u obedecer a la Palabra de Dios que nos está pidiendo una sincera conversión de nuestros actos y palabras, es decir, de nuestra vida cotidiana.

jueves, 1 de agosto de 2024

En manos del Alfarero

"Entonces el Señor me dirigió la palabra en estos términos: «¿No puedo yo trataros como este alfarero, casa de Israel? - oráculo del Señor -.
Pues lo mismo que está el barro en manos del alfarero, así estáis vosotros en mi mano, casa de Israel».
Las palabras que el Señor dirigió a Jeremías son las que cantamos muchas veces:
"Yo quiero ser como el barro en las manos del alfarero, toma vida, hazla de nuevo..."
Pero no siempre son palabras que salen del corazón, sino que las decimos pero no las queremos vivir, porque duele mucho que el Señor nos pida algo que no nos guste, o que esté fuera de nuestros planes o proyectos, y, ni mucho menos que nos pida llevar alguna cruz que no sea la que yo quiero, o, mejor dicho, que no quiero llevar ninguna cruz.
Muchas veces cantamos canciones que nos gustan porque suenan bien, pero que no llegan a expresar lo que realmente queremos vivir, y, sobre todo, cuando hablamos de la disponibilidad para hacer la Voluntad de Dios, menos aún, porque, para muchos de nosotros, no existe la Voluntad de Dios, sino que Dios tiene que hacer mi voluntad. Lo mismo que decimos en el Padre nuestro ¿lo decimos con conciencia o simplemente es una oración más que no significa demasiado?
¿Por qué tanta exigencia? Porque el Reino de los Cielos exige de nuestra parte mucha radicalidad porque el Señor lo vivió antes que nosotros, y nosotros hemos aceptado su Llamado a seguirlo, y seguirlo no significa ir detrás para que Él nos de lo que queramos, sino que significa vivir como Él vivió: "no hago otra cosa que lo que he visto hacer a mi Padre", "mi alimento es hacer la Voluntad de Dios", y, por eso, nos enseñó a decir en el Padre nuestro "hágase Tu Voluntad en la tierra como en el cielo".
Por eso mismo, cuando cantamos al Señor le ofrecemos nuestra vida para que Él la trabaje, para que Él nos oriente, para que Él nos utilice como instrumentos para llevar al mundo la Buena Noticia de la Salvación.