Los que iban delante y los que seguían a Jesús, gritaban: «¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosana en las alturas!»
Hace 40 días que venimos preparándonos para Semana Santa, y, ahora, estamos en el comienzo. Un comienzo que nos recuerda el hermoso saludo que le hicieron a Jesús al entrar en Jerusalén. Un saludo que brotaba del corazón de todos aquellos que habían escuchado Su Palabra, y que habían, sobre todo, dejado que esa Palabra eche raíces en sus corazones.
Nosotros, también, en cada Eucaristía saludamos al Señor que viene al altar con el mismo saludo porque creemos en Su Presencia Real y Viva en la Eucaristía. Saludamos con un ¡Hosana! al Rey y Señor de nuestras vidas que viene para dársenos en Alimento Vivo y Verdadero, en Alimento que nos da Vida Eterna.
Al pensar en este saludo y en todo lo que viene, viene a mi memoria la Parábola del Sembrador, que nos dijo Jesús, y puede suceder que, como en esa parábola, haya corazones en los cuales la semilla no cae en tierra buena, o al costado del camino, o entre piedras.
Aquel día sucedió así. Muchos de los que lo aclamaban como el Rey y Señor, luego terminaron gritando ¡crucifícalo! y se hicieron eco de las voces del mundo y no del Espíritu del Señor. Aquello que creían que estaba con raíces fuertes dejó de existir y junto a las mentiras del Príncipe de este mundo unieron sus voces ¡crucifícalo!
Quizás, en algunos de nosotros, no suene esa misma exclamación, pero sí que nos olvidemos de que hemos aclamado al Señor de nuestras vidas, al Rey de la Historia, pero que, luego, nos dejamos llevar por los vientos del mundo y nos construimos nuestros propios dioses a los que adoramos, más que al Dios y Señor de la Vida.
Es cierto que no somos perfectos y que hay, en nuestras vidas, muchos errores, pero no dejemos que el engaño del mundo nos cubra con su sombra y nos quite la Vida que el Señor nos ha dado en la Eucaristía. Ni tampoco dejemos que los caminos del mundo nos alejen del Verdadero Camino que se hace Vida sobre el altar, para que tengamos, nosotros, fortaleza, esperanza y alegría, que nacen de la Pascua de Resurrección. Una Pascua que no sólo celebraremos dentro de unos días, sino una Pascua que se hace y se vive, cada día, sobre el altar de la Eucaristía.
Por eso cantemos y vivamos el ¡Hosana! Bendito el que viene en nombre el Señor, pero dejémoslo entrar en el corazón.
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