“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”, me imagino la angustia que debe haber sentido Magdalena al no encontrar al Señor. Y debe ser parecida a la angustia que deben sentir tantas personas al no encontrar un sentido en sus vidas, al no tener a Dios en sus vidas y no saber dónde buscarlo.
María fue al lugar donde sabía que la podían comprender y entender: al cenáculo, al lugar donde fue la Última Cena y donde sabía que estaban reunidos los apóstoles en oración, pues ellos también se sentían atemorizados y desesperanzados pues Su Señor había muerto en la Cruz.
Y ellos como Magdalena salieron corriendo hacia el lugar donde debería estar el Señor, pero no lo encontraron tampoco. Y es ahí cuando volvieron a recordar las palabras de Jesús: “y a los tres días resucitaré”, vieron y creyeron. Y al creer la tristeza de convirtió en alegría, la desesperanza en esperanza y volvieron a decir a sus compañeros: ¡es verdad ha resucitado!
Esa es nuestra fe, nuestra esperanza, lo que nos guía, como decimos en la Salve: por este valle de lágrimas.
Confiamos porque creemos que lo que se nos ha dicho es verdad, esperamos porque creemos en los testigos que han visto y oído sus Palabras, amamos porque sabemos que por Amor Él no sólo murió en la Cruz, sino que resucitó de entre los muertos para que nosotros, muertos la pecado, podamos resucitar a una vida en la Gracia, a una vida con sentido nuevo y verdadero que nace del costado abierto de Jesús, pues esa agua que brotó de su costado es el agua que nos renovó en la Pila Bautismal y nos confirió la dignidad de hijos de Dios a imagen del Unigénito de Dios, Jesucristo, Nuestro Señor.
Así nuestra vida tiene sentido, nuestro dolor tiene sentido, nuestra cruz tiene sentido, pero también nuestras alegrías y gozos tienen sentido, porque Jesús ha resucitado para nuestra Salvación, y nos abrió los Cielos para que, un día, podamos compartir con Él la alegría de la eternidad. Una alegría que compartimos cada día de nuestras vidas cuando sabemos que podemos hablar con Él en nuestra oración, a través de Su Palabra, y, sobre todo, cuando en el altar, podemos recibirlo en Su Cuerpo Glorioso y Resucitado, sabiendo que Él y sólo Él nos alimenta con Su Vida para que podamos, siempre y en todo momento, volver a tener Vida y Vida en abundancia.
¡Feliz Pascua de Resurrección!