domingo, 31 de marzo de 2024

No sabemos dónde lo han puesto

“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”, me imagino la angustia que debe haber sentido Magdalena al no encontrar al Señor. Y debe ser parecida a la angustia que deben sentir tantas personas al no encontrar un sentido en sus vidas, al no tener a Dios en sus vidas y no saber dónde buscarlo.
María fue al lugar donde sabía que la podían comprender y entender: al cenáculo, al lugar donde fue la Última Cena y donde sabía que estaban reunidos los apóstoles en oración, pues ellos también se sentían atemorizados y desesperanzados pues Su Señor había muerto en la Cruz.
Y ellos como Magdalena salieron corriendo hacia el lugar donde debería estar el Señor, pero no lo encontraron tampoco. Y es ahí cuando volvieron a recordar las palabras de Jesús: “y a los tres días resucitaré”, vieron y creyeron. Y al creer la tristeza de convirtió en alegría, la desesperanza en esperanza y volvieron a decir a sus compañeros: ¡es verdad ha resucitado!
Esa es nuestra fe, nuestra esperanza, lo que nos guía, como decimos en la Salve: por este valle de lágrimas.
Confiamos porque creemos que lo que se nos ha dicho es verdad, esperamos porque creemos en los testigos que han visto y oído sus Palabras, amamos porque sabemos que por Amor Él no sólo murió en la Cruz, sino que resucitó de entre los muertos para que nosotros, muertos la pecado, podamos resucitar a una vida en la Gracia, a una vida con sentido nuevo y verdadero que nace del costado abierto de Jesús, pues esa agua que brotó de su costado es el agua que nos renovó en la Pila Bautismal y nos confirió la dignidad de hijos de Dios a imagen del Unigénito de Dios, Jesucristo, Nuestro Señor.
Así nuestra vida tiene sentido, nuestro dolor tiene sentido, nuestra cruz tiene sentido, pero también nuestras alegrías y gozos tienen sentido, porque Jesús ha resucitado para nuestra Salvación, y nos abrió los Cielos para que, un día, podamos compartir con Él la alegría de la eternidad. Una alegría que compartimos cada día de nuestras vidas cuando sabemos que podemos hablar con Él en nuestra oración, a través de Su Palabra, y, sobre todo, cuando en el altar, podemos recibirlo en Su Cuerpo Glorioso y Resucitado, sabiendo que Él y sólo Él nos alimenta con Su Vida para que podamos, siempre y en todo momento, volver a tener Vida y Vida en abundancia.

¡Feliz Pascua de Resurrección!

sábado, 30 de marzo de 2024

Descendió al lugar de los muertos

 De una antigua Homilía sobre el santo y grandioso Sábado

¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa Y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido Y ha despertado a los que dormían desde hace siglos. El Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en movimiento a la región de los muertos.
En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida. Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su Hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.
El Señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor está con todos vosotros.» Y responde Cristo a Adán: «y con tu espíritu.» Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, Y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo.
Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas: "Salid", y a los que estaban en tinieblas: "Sed iluminados", Y a los que estaban adormilados: "Levantaos."
Yo te lo mando: Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, mi efigie, tú que has sido creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí; porque tú en mí y yo en ti somos una sola cosa.
Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo; por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aun bajo tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco, fui entregado a los judíos en un huerto y sepultado en un huerto.
Mira los salivazos de mi rostro, que recibí, por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido.
Me dormí en la cruz, y la lanza penetró en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra ti.
Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del simbólico árbol de la vida; mas he aquí que yo, que soy la vida, estoy unido a ti. Puse a los ángeles a tu servicio, para que te guardaran; ahora hago que te adoren en calidad de Dios.
Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y preparado desde toda la eternidad el reino de los cielos.»

viernes, 29 de marzo de 2024

El valor de la Sangre de Cristo

De las Catequesis de san Juan Crisóstomo, obispo

¿Deseas conocer el valor de la sangre de Cristo? Remontémonos a las figuras que la profetizaron y recordemos los antiguos relatos de Egipto.
Inmolad —dice Moisés— un cordero de un año; tomad su sangre y rociad las dos jambas y el dintel de la casa. «¿Qué dices, Moisés? La sangre de un cordero irracional ¿puede salvar a los hombres dotados de razón?» «Sin duda -responde Moisés-: no porque se trate de sangre, sino porque en esta sangre se contiene una profecía de la sangre del Señor.»
Si hoy, pues, el enemigo, en lugar de ver las puertas rociadas con sangre simbólica, ve brillar en los labios de los fieles, puertas de los templos de Cristo, la sangre del verdadero Cordero, huirá todavía más lejos.
¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre? Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Señor. Pues muerto ya el Señor, dice el Evangelio, uno de los soldados se acercó con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre: agua, como símbolo del bautismo; sangre, como figura de la eucaristía. El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo, y yo encuentro el tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada. Esto fue lo que ocurrió con el cordero: los judíos sacrificaron el cordero, y yo recibo el fruto del sacrificio.
Del costado salió sangre y agua. No quiero, amado oyente, que pases con indiferencia ante tan gran misterio, pues me falta explicarte aún otra interpretación mística. He dicho que esta agua y esta sangre eran símbolos del bautismo y de la eucaristía. Pues bien, con estos dos sacramentos se edifica la Iglesia: cón el agua de la regeneración y con la renovación del Espíritu Santo, es decir, con el bautismo y la eucaristía, que han brotado, ambos, del costado. Del costado de Jesús se formó, pues, la Iglesia, como del costado de Adán fue formada Eva.
Por esta misma razón, afirma san Pablo: Somos miembros de su cuerpo, formados de sus huesos, aludiendo con ello al costado de Cristo. Pues del mismo modo que Dios formó a la mujer del costado de Adán, de igual manera Jesucristo nos dio el agua y la sangre salidas de su costado, para edificar la Iglesia. Y de la misma manera que entonces Dios tomó la costilla de Adán, mientras éste dormía, así también nos dio el agua y la sangre después que Cristo hubo muerto.
Mirad de qué manera Cristo se ha unido a su esposa, considerad con qué alimento la nutre. Con un mismo alimento hemos nacido y nos alimentamos. De la misma manera que la mujer se siente impulsada por su misma naturaleza a alimentar con su propia sangre y con su leche a aquel a quien ha dado a luz, así también Cristo alimenta siempre con su sangre a aquellos a quienes él mismo ha hecho renacer.

miércoles, 27 de marzo de 2024

La plenitud del Amor

De los Tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan

El Señor, hermanos muy amados, quiso dejar bien claro en qué consiste aquella plenitud del amor con que debemos amarnos mutuamente, cuando dijo: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Consecuencia de ello es lo que nos dice el mismo evangelista Juan en su carta: Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos, amándonos mutuamente como él nos amó, que dio su vida por nosotros.
Es la misma idea que encontramos en el libro de los Proverbios: Si te sientas a comer en la mesa de un señor, mira con atención lo que te ponen delante, y pon la mano en ello pensando que luego tendrás que preparar tú algo semejante. Esta mesa de tal señor no es otra que aquella de la cual tomamos el cuerpo y la sangre de aquel que dio su vida por nosotros. Sentarse a ella significa acercarse a la misma con humildad. Mirar con atención lo que nos ponen delante equivale a tomar conciencia de la grandeza de este don. Y poner la mano en ello, pensando que luego tendremos que preparar algo semejante, significa lo que ya he dicho antes: que así como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos. Como dice el apóstol Pedro: Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Esto significa preparar algo semejante. Esto es lo que hicieron los mártires, llevados por un amor ardiente; si no queremos celebrar en vano su recuerdo, y si nos acercamos a la mesa del Señor para participar del banquete en que ellos se saciaron, es necesario que, tal como ellos hicieron, preparemos luego nosotros algo semejante.
Por esto, al reunirnos junto a la mesa del Señor, no los recordamos del mismo modo que a los demás que descansan en paz, para rogar por ellos, sino más bien para que ellos rueguen por nosotros, a fin de que sigamos su ejemplo, ya que ellos pusieron en práctica aquel amor del que dice el Señor que no hay otro más grande. Ellos mostraron a sus hermanos la manera como hay que preparar algo semejante a lo que también ellos habían tomado de la mesa del Señor.
Lo que hemos dicho no hay que entenderlo como si nosotros pudiéramos igualarnos al Señor, aun en el caso de que lleguemos por él hasta el testimonio de nuestra sangre. Él era libre para dar su vida y libre para volverla a tomar, nosotros no vivimos todo el tiempo que queremos y morimos aunque no queramos; él, en el momento de morir, mató en sí mismo a la muerte, nosotros somos librados de la muerte por su muerte; su carne no experimentó la corrupción, la nuestra ha de pasar por la corrupción, hasta que al final de este mundo seamos revestidos por él de la incorruptibilidad; él no necesitó de nosotros para salvarnos, nosotros sin él nada podemos hacer; él, a nosotros, sus sarmientos, se nos dio como vid, nosotros, separados de él, no podemos tener vida.
Finalmente, aunque los hermanos mueran por sus hermanos, ningún mártir derrama su sangre para el perdón de los pecados de sus hermanos, como hizo él por nosotros, ya que en esto no nos dio un ejemplo que imitar, sino un motivo para congratularnos. Los mártires, al derramar su sangre por sus hermanos, no hicieron sino mostrar lo que habían tomado de la mesa del Señor. Amémonos, pues, los unos a los otros, como Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros.

martes, 26 de marzo de 2024

Las traiciones

- «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado».
Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote.
Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo:
- «Lo que vas hacer, hazlo pronto».
No siempre lo que debemos hacer es lo más fácil de hacer, ni lo que más nos guste, pero lo cuanto más rápido lo hagamos más rápido nos lo quitamos de encima. Sería así un razonamiento muy humano de pensar. Y, en realidad, es que Jesús sabía que ya era la Hora que el Padre había pensado que viviera el Hijo, y por eso no quería dejar pasar esa Hora. Para Jesús no era fácil aceptar la Hora que el Padre le pide vivir, pero lo aceptar y quiere que sea como el Padre quiere, y como Él quisiera.
Jesús no sólo hace ver que Judas es quien lo iba a traicionar, sino que acepta que sea él, pues así estaba escrito, y así tenía que ser.
No siempre nos van a gustar los caminos que Dios no pide recorrer, pero los tendremos que recorrer para alcanzar la meta, y, por eso, no debemos dudar de hacerlo sin demora, pues para esa hora el Padre tiene la Gracia para darme. Cuando dudamos y dejamos que el tiempo pase sin hacer nada, entonces me expongo a no tener ya la Gracia necesaria y suficiente para hacer lo que el Padre había querido en determinado momento.
Y, si nos ponemos a mirar a cada uno de los personas de esta escena que nos presenta el evangelio, vamos a descubrir que todos forman parte del Plan Proyectado desde siempre por el Padre para que la Hora se cumpla, porque al preguntarle Juan a Jesús quién era el que lo iba a entregar, Jesús le ofrece el pan para que comience la entrega de Judas. Así mismo Juan hace una pregunta y, se podría decir, abusando de la confianza de Jesús, pues todos querían saber de quién hablaba Jesús, pero no se enteran que al decirles quién era, hablaba de un acontecimiento que ninguno de ellos podría llegar a vivir, ni quisieron vivirlo, pues todos, menos Juan, escaparon de la Cruz.
Y Pedro, quien sería la Roca de la Iglesia, también acepta, sin saberlo la profecía de su traición, aunque primeramente niega que pueda llegar a hacer eso, pero su humanidad lo traiciona y llega negar al Señor hasta tres veces.
Así vemos cómo nuestra humanidad no siempre está dispuesta a renunciar a sí misma para aceptar el desafío de seguir el Camino de Jesús, sino que nos dejamos convencer más rápidamente de evitar la Voluntad de Dios que de aceptarla y vivirla. Por eso necesitamos constantemente de estar unidos al Padre y recibir su Gracia, para que por la oración, la penitencia y el sacrificio podamos, como dice el Apóstol: llevar nuestro cuerpo a la esclavitud del espíritu, para poder ser siempre Fieles a la Voluntad de Dios.

lunes, 25 de marzo de 2024

Gloriémonos en la cruz de Cristo

De los sermones de San Agustín 

La pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es una prenda de gloria y una enseñanza de paciencia. Pues, ¿qué dejará de esperar de la gracia de Dios el corazón de los fieles, si por ellos, el Hijo único de Dios, coeterno con el Padre, no se contentó con nacer como un hombre entre los hombres, sino que quiso Incluso morir por mano de aquellos hombres que él mismo había creado?
Grande es lo que el Señor nos promete para el futuro, pero es mucho mayor aún aquello que celebramos recordando lo que ya ha hecho por nosotros. ¿Dónde estaban o quiénes eran, aquellos impíos por los que murió Cristo? ¿Quién dudará que a los santos pueda dejar de darles su vida, si él mismo entregó su muerte a los impíos? ¿Por qué vacila todavía la fragilidad humana en creer que un día será realidad el que los hombres vivan con Dios?
Lo que ya se ha realizado es mucho más increíble: Dios ha muerto por los hombres.
Porque ¿quién es Cristo, sino aquel de quien dice la Escritura: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios? Esta Palabra de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros. El no poseería lo que era necesario para morir por nosotros si no hubiera tomado de nosotros una carne mortal. Así el inmortal pudo morir, Así pudo dar su vida a los mortales: y hará que más tarde tengan parte en su vida aquellos de cuya condición él primero se había hecho participe. Pues nosotros, por nuestra naturaleza, no teníamos posibilidad de vivir, ni él por la suya, posibilidad de morir. Él hizo, pues, con nosotros este admirable intercambio, tomó de nuestra naturaleza la condición mortal y nos dio de la suya la posibilidad de vivir.
Por tanto, no sólo no debemos avergonzarnos de la muerte de nuestro Dios y Señor, sino que hemos de confiar en ella con todas nuestras fuerzas y gloriarnos en ella por encima de todo: pues al tomar de nosotros la muerte, que en nosotros encontró, nos prometió con toda su fidelidad que nos daría en si mismo la vida que nosotros no podemos llegar a poseer por nosotros mismos. Y si aquel que no tiene pecado nos amó hasta tal punto que por nosotros, pecadores, sufrió lo que habían merecido nuestros pecados, ¿cómo después de habernos justificado, dejará de darnos lo que es justo? Él, que promete con verdad, ¿cómo no va a darnos los premios de los santos, si soportó, sin cometer iniquidad, el castigo que los inicuos le infligieron?
Confesemos, por tanto, intrépidamente, hermanos, y declaremos bien a las claras que Cristo fue crucificado por nosotros: y hagámoslo no con miedo, sino con júbilo, no con vergüenza, sino con orgullo.
El apóstol Pablo, que cayó en la cuenta de este misterio, lo proclamó como un título de gloria. Y siendo así que podía recordar muchos aspectos grandiosos y divinos de Cristo, no dijo que se gloriaba de estas maravillas -que hubiese creado el mundo, cuando, como Dios que era, se hallaba junto al Padre, y que hubiese imperado sobre el mundo, cuando era hombre como nosotros-, sino que dijo: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

domingo, 24 de marzo de 2024

Bendito el que viene!

Los que iban delante y los que seguían a Jesús, gritaban: «¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosana en las alturas!»

Hace 40 días que venimos preparándonos para Semana Santa, y, ahora, estamos en el comienzo. Un comienzo que nos recuerda el hermoso saludo que le hicieron a Jesús al entrar en Jerusalén. Un saludo que brotaba del corazón de todos aquellos que habían escuchado Su Palabra, y que habían, sobre todo, dejado que esa Palabra eche raíces en sus corazones.
Nosotros, también, en cada Eucaristía saludamos al Señor que viene al altar con el mismo saludo porque creemos en Su Presencia Real y Viva en la Eucaristía. Saludamos con un ¡Hosana! al Rey y Señor de nuestras vidas que viene para dársenos en Alimento Vivo y Verdadero, en Alimento que nos da Vida Eterna.
Al pensar en este saludo y en todo lo que viene, viene a mi memoria la Parábola del Sembrador, que nos dijo Jesús, y puede suceder que, como en esa parábola, haya corazones en los cuales la semilla no cae en tierra buena, o al costado del camino, o entre piedras.
Aquel día sucedió así. Muchos de los que lo aclamaban como el Rey y Señor, luego terminaron gritando ¡crucifícalo! y se hicieron eco de las voces del mundo y no del Espíritu del Señor. Aquello que creían que estaba con raíces fuertes dejó de existir y junto a las mentiras del Príncipe de este mundo unieron sus voces ¡crucifícalo!
Quizás, en algunos de nosotros, no suene esa misma exclamación, pero sí que nos olvidemos de que hemos aclamado al Señor de nuestras vidas, al Rey de la Historia, pero que, luego, nos dejamos llevar por los vientos del mundo y nos construimos nuestros propios dioses a los que adoramos, más que al Dios y Señor de la Vida.
Es cierto que no somos perfectos y que hay, en nuestras vidas, muchos errores, pero no dejemos que el engaño del mundo nos cubra con su sombra y nos quite la Vida que el Señor nos ha dado en la Eucaristía. Ni tampoco dejemos que los caminos del mundo nos alejen del Verdadero Camino que se hace Vida sobre el altar, para que tengamos, nosotros, fortaleza, esperanza y alegría, que nacen de la Pascua de Resurrección. Una Pascua que no sólo celebraremos dentro de unos días, sino una Pascua que se hace y se vive, cada día, sobre el altar de la Eucaristía.
Por eso cantemos y vivamos el ¡Hosana! Bendito el que viene en nombre el Señor, pero dejémoslo entrar en el corazón.

sábado, 23 de marzo de 2024

Decidieron matarlo

"Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: «Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera».
"Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos".
Comienza el tiempo de la angustia y del dolor, y no es porque lo están torturando, sino porque sabe que la Hora se aproxima, conoce el tiempo y el momento, y no quiere que la Hora sea antes, sino que sea cuando deba ser.
Y, así, también nos muestra que nuestro tiempo será cuando deba ser y que para ese tiempo y ese momento debemos prepararnos. Pero, como no sabemos cuándo será ese tiempo y ese momento, todos los días debemos prepararnos para buscar la Voluntad del Padre, para, desde el silencio, poder entablar ese diálogo que Él tuvo con sus discípulos y escuchar su Voz, una Voz que nos ayuda a comprender, a entender y, sobre todo, a aceptar lo que es el Querer del Padre para nuestras vidas.
Jesús en el silencio de estos días debe haber sido cuando más habló con sus discípulos, pues antes de subir al Padre tendría muchas cosas que contarle, mucho que decirles, y, sobre todo, ayudarles a entender los misterios del Reino que Él mismo les había revelado.
Así, nosotros también necesitamos, cada día, un momento de silencio junto a Él, sobre todo en estos días, ya que su Hora se aproxima y queremos vivir con Él, por Él y para Él este Misterio del Amor de Dios que se entrega por nosotros en la Cruz. Una Cruz que muerte, pero, sobre todo, es Vida y Vida en abundancia, pues por la Cruz hemos sido rescatados del pecado y se nos ha dado una Vida Nueva por la Resurrección. Por eso necesitamos volver al silencio de la oración, del diálogo con el Señor para encontrar el Camino que nos lleve y por el cual hemos de transitar para alcanzar la Vida que le demuestre al mundo el Gran Amor de Dios por todos.

viernes, 22 de marzo de 2024

Se entregó por nosotros

Del Tratado de san Fulgencio de Ruspe, obispo, Sobre la fe a Pedro

Los sacrificios de víctimas carnales, que la Santísima Trinidad, el mismo y único Dios del antiguo y del nuevo Testamento, había mandado a nuestros padres que le fueran ofrecidos, significaban la agradabilísima ofrenda de aquel sacrificio en el cual el Hijo de Dios había de ofrecerse misericordiosamente según la carne, él solo, por nosotros.
Él, en efecto, como nos enseña el Apóstol, se entregó por nosotros a Dios como oblación de suave fragancia. Él es el verdadero Dios y el verdadero sumo sacerdote, que por nosotros penetró una sola vez en el santuario, no con la sangre de toros o de machos cabríos, sino con su propia sangre. Esto es lo que significaba el sumo sacerdote del antiguo Testamento cuando entraba con la sangre de las víctimas, una vez al año, en el santuario.
Él es, por tanto, el que manifestó en su sola persona todo lo que sabía que era necesario para nuestra redención; él mismo fue sacerdote y sacrificio, Dios y templo; sacerdote por quien fuimos absueltos, sacrificio con el que fuimos perdonados, templo en el que fuimos purificados, Dios con el que fuimos reconciliados. Pero él fue sacerdote, sacrificio y templo sólo en su condición de Dios unido a la naturaleza de siervo; no en su condición divina sola, porque bajo este aspecto todo es común con el Padre y el Espíritu Santo.
Debemos, pues, retener firmemente y sin asomo de duda que el mismo Hijo único de Dios, la Palabra hecha carne, se ofreció por nosotros a Dios en oblación y sacrificio de agradable olor; el mismo al que, junto con el Padre y el Espíritu Santo, los patriarcas, profetas y sacerdotes del antiguo Testamento sacrificaban animales; el mismo al que ahora, en el nuevo Testamento, junto con el Padre y el Espíritu Santo, con los que es un solo Dios, la santa Iglesia católica no cesa de ofrecerle, en la fe y la caridad, por todo el orbe de la tierra, el sacrificio de pan y vino.
Aquellas víctimas carnales significaban la carne de Cristo, que él, libre de pecado, había de ofrecer por nuestros pecados, y la sangre que para el perdón de ellos había de derramar; pero en este sacrificio se halla la acción de gracias y el memorial de la carne de Cristo, que él ofreció por nosotros, y de la sangre, que el mismo Dios derramó por nosotros. Acerca de lo cual dice san Pablo en los Hechos de los apóstoles: Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo.
Por tanto, los antiguos sacrificios eran figura y signo de lo que se nos daría en el futuro; pero en este sacrificio se nos muestra de modo evidente lo que ya nos ha sido dado.
Los sacrificios antiguos anunciaban por anticipado que el Hijo de Dios sería muerto en favor de los impíos; pero en este sacrificio se anuncia ya realizada esta muerte, como lo atestigua el Apóstol, al decir: Cuando estábamos nosotros todavía sumidos en la impotencia del pecado, murió Cristo por los pecadores, en el tiempo prefijado por el Padre; y añade: Siendo enemigos, hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.

jueves, 21 de marzo de 2024

Vivir el misterio

"Jesús les dijo: - «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, yo soy».
Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo".
Siempre decimos que hay que ponerse en los zapatos del otro para saber el por qué reacciona y vive como vive. Por eso, habría que ponerse en los zapatos de aquellos que escuchaban a Jesús y, lamentablemente, lógicamente no creerían en que Él era Dios, porque lo veían, lo escuchaban, sabían de dónde venía. Era lógico que no entendieran y que les costara creer. Aún hoy hay mucha gente, incluso cristianos, que no creen en Jesús como Dios, sino que sólo lo ven como un hombre más, como un profeta para algunos, y, para otros que no existe Dios. Así que no es ilógico pensar que les costara tanto creer a Jesús y por eso intentaban matarlo, pues era blasfemo para aquella época.
Es cierto que hoy a muchos les cuesta creer en Jesús como Dios, creer en la Eucaristía como el Dios Vivo entre nosotros. Son presencias reales que sólo se pueden creer, pero que es difícil entender o comprender, por eso decimos que son los misterios de la Fe. Y, para ello, necesitamos madurar el Don de la FE que el Padre nos ha regalado. Un Don que no se agranda ni se achica, pero cuando abro mi corazón a el se hace parte de mi vida y le da la luz necesaria para aceptar el desafío de creer lo increíble.
El Don de la fe nos abre a un camino de infancia espiritual que nos hace asombrarnos de aquellas cosas que nos hablan de Dios, que nos ayudan a descubrir Su Presencia real en cada acontecimiento y, sobre todo, en la Eucaristía que es el regalo más extraordinario que nos ha dejado para seguir alimentando mi vida divina. Porque también eso es un misterio de nuestra fe: nuestra vida divina, saber que por el bautismo ya no somos sólo hombres, sino que somos hijos de Dios, pues hemos sido configurados con Cristo resucitado, y, por eso tenemos casi ganados el Cielo.
Estos días de Semana Santa son propicios para dejarnos empapar por los misterios de la Fe, pero, sobre todo, por el gran misterio del Amor de Dios que vino a nosotros, y, aunque no hemos creído en Él, Él se nos sigue dando para que tengamos vida y Vida en abundancia. Por eso necesitamos tener el corazón permeable a Su Gracia para que nos ayude a seguir madurando en Su Espíritu, y dejar que Su Espíritu nos lleve a vivir en Gracia de Dios.

miércoles, 20 de marzo de 2024

Cristo ruega por nosotros y en nosotros

San Agustín. Comentario a los salmos 85,1

No pudo Dios hacer a los hombres un don mayor que el de darles por cabeza al que es su Palabra, por quien ha fundado todas las cosas, uniéndolos a él como miembros suyos, de forma que él es Hijo de Dios e Hijo del hombre al mismo tiempo, Dios uno con el Padre y hombre con el hombre, y así, cuando nos dirigimos a Dios con súplicas, no establecemos separación con el Hijo, y cuando es el cuerpo del Hijo quien ora, no se separa de su cabeza, y el mismo salvador del cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es el que ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros.
Ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra cabeza, es invocado por nosotros como Dios nuestro. Reconozcamos, pues, en él nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros.
Por lo cual, cuando se dice algo de nuestro Señor Jesucristo, sobre todo en profecía, que parezca referirse a alguna humillación indigna de Dios, no dudemos en atribuírsela, ya que él tampoco dudó en unirse a nosotros. Todas las creaturas le sirven, puesto que todas las creaturas fueron creadas por él.
Y, así, contemplamos su sublimidad y divinidad, cuando oímos: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho; pero, mientras consideramos esta divinidad del Hijo de Dios, que sobrepasa y excede toda la sublimidad de las creaturas, le oímos también en algún lugar de las Escrituras como si gimiese, orase y confesase su debilidad.
Y entonces dudamos en referir a él estas palabras, porque nuestro pensamiento, que acababa de contemplarle en su divinidad, retrocede ante la idea de verle humillado; y, como si fuera injuriarlo, el reconocer como hombre a aquel a quien nos dirigíamos como a Dios, la mayor parte de las veces nos detenemos y tratamos de cambiar el sentido; y no encontramos en la Escritura otra cosa, sino que tenemos que recurrir al mismo Dios pidiéndole que no nos permita alejarnos de él.
Despierte, por tanto, y manténgase vigilante nuestra fe; comprenda que aquél al que poco antes contemplábamos en la condición divina, aceptó la condición de esclavo, asemejado en todo a los hombres, e identificado en su manera de ser a los humanos, humillado, y hecho obediente hasta la muerte; pensemos que incluso quiso hacer suyas aquellas palabras del salmo, que pronunció colgado de la cruz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Por tanto, es invocado por nosotros como Dios, pero él ruega como siervo; en el primer caso lo vemos como creador, en el otro como criatura; sin sufrir mutación alguna, asumió la naturaleza creada para transformarla y hacer de nosotros con él un sólo hombre, cabeza y cuerpo. Oramos, por tanto, a él, por él, y en él, y hablamos junto con él, ya que él habla junto con nosotros.

martes, 19 de marzo de 2024

El varón justo

"José, su esposo, que era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado".
San José, el varón justo "no quería difamarla". Una frase para poder tenerla presente en nuestro día a día.
Hoy estamos acostumbrados, pues el órgano de la verdad que para muchos es el televisor, y, también, las redes sociales, nos hablan y nos enseñar a repudiar a la gente sin saber si lo que dicen es verdad, y, sobre todo, sabiendo que esos repudios llegarán más lejos que si los decimos entre los amigos.
Es muy fácil hablar de los demás, creyendo que tenemos razón, o porque nos han pasado el mensaje o nos lo han dicho, o, simplemente, yo creo que es así porque lo veo con mis ojos, y, muchas veces, hasta decimos: "si te lo digo yo es verdad".
San José, si lo miramos humanamente, tenía en su momento muchas razones para repudiar a María en voz alta. Era lo que debía hacer pues, como dice el Evangelio, nunca habían estado juntos, sin embargo, después de venir de la casa de Isabel y Zacearías, estaba embarazada de tres meses. La Ley le "ordenaba" o le daba la opción a José de repudiarla, y eso le ocasionaría la muerte a María.
Pero el amor a María pudo más que la obligación de la ley, o que el dolor de la infidelidad, o lo que sus ojos le mostraban, o lo que él creía que había pasado.
Y en eso nos tenemos que fijar siempre: el amor a los hermanos, antes de comenzar a lanzar al aire una frase, un comentario, un juicio o una condena.
"Lo que le hacéis a uno de estos mis hermanos a Mí me lo hacéis".
"No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti".
Hay tantas exhortaciones de Jesús que nos hablan de esos juicios y condenas, de cómo no hacer leña del árbol caído, etc. Y, sin embargo, creyéndonos justos seguimos dando hachazos en el árbol para ver si cae de una vez.
Pidámosle a San José que nos enseñe a callar, a guardar silencio cuando no nos salga amar al otro como Jesús nos amó, para que no caer en el pecado de la falta de amor y respeto hacia nuestros hermanos. Y que el Espíritu nos enseñe y fortalezca para buscar siempre el bien y no el mal, para hablar con mi hermano si tengo dudas sobre lo que ha hecho o lo que han dicho que dijeron, o simplemente no echar más leña al fuego de su dolor, sino saber consolar y acompañar en los momentos de mayor sufrimiento y soledad.

lunes, 18 de marzo de 2024

La lengua nos condena

Hoy las lecturas, para prepararnos a la Semana Santa, nos hablan del testimonio y de nuestros juicios. ¿Por qué para prepararnos a la Semana Santa? Porque me parecen que nos ayudan a hacer un examen de conciencia para purificar nuestro corazón y nuestra forma de actuar con los demás, con nuestros hermanos.
En la Lectura del Profeta Daniel vemos cómo Dios suscita a un joven para desenmascarar las falsas denuncias de los que se creen dueños de la verdad. Y, a veces, esos dueños de la verdad somos nosotros: creemos que tal chisme es cierto y lo vamos divulgando por ahí, haciendo que las personas crean o se hagan una falsa idea de otra persona a quienes ya hemos condenado de ante mano. Pero no tenemos, como Daniel, el valor de decir la verdad, de ayudar al inocente, en cambio nos hacemos eco de los malos comentarios y seguimos condenando a quien no nos gusta, o a quien nos parece que hizo tal cosa...
En el Evangelio de la pecadora encontrada en adulterio, vemos cómo también, según la Ley, había que castigar a esa pecadora quitándole la vida a pedradas. Ahí es cuando vemos que nos gusta, también, acusar a los que viven mal. Tenemos un dedo acusar muy fácil, casi tan mortal como un revólver de gatillo fácil, y esa arma mortal es nuestra lengua. Y Jesús nos dice: "quien esté sin pecado que tire la primera piedra". Y lo peor de esto es que, muchos, nos creemos sin pecado y seguimos tirando piedras sobre los demás.
Vivimos en una sociedad que no tiene conciencia de pecado, y le parece que todo está bien: levantar falsas denuncias, acusar a inocentes, sembrar cizaña, sembrar dudas, apedrear a los pecadores. Pero no tenemos el valor de salir a defender a las personas, porque sí hay que condenar el pecado pero salvar a las personas, por eso Jesús le dice a la mujer: "vete, y en adelante no peques más".
Es bueno que entendamos que nuestra arma mortal: la lengua, no va a condenar a los demás, sino que nos condenará a nosotros por no saber usarla para el bien y la vida.

domingo, 17 de marzo de 2024

Último tramo

"Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre». Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo».

Entramos en la última semana de Cuaresma y lo comenzamos abriendo el corazón a la Misericordia de Dios por medio del Sacramento de la Reconciliación. A veces no sabemos lo importante que es, para nuestra alma, este Sacramento. Algunos creen que ya no existe y otros que ha pasado de moda, y, algunos otros, que ¡para qué! Si siempre pecamos en lo mismo. Y, en muchos casos, no hay conciencia de pecado, porque, lamentablemente, sea perdido la conciencia o la capacidad de discernir entre el bien y el mal, entre lo que es Voluntad de Dios y lo que no es, entre lo que tengo que vivir y lo que no. Pero, también, no sabemos, muchas veces, hacer un examen de conciencia que nos ayude a purificar nuestra alma.
Y ¿cuántas veces tengo que confesarme? Es una pregunta que surge muy a menudo, pero no hay una respuesta concreta. La Iglesia, en sus preceptos, nos pide que nos confesemos, por lo menos, una vez al año y, sobre todo, para la Fiesta de la Pascua. Pero, cuando sabemos lo que significa el sacramento, las Gracias que el Padre nos regala, y, sobre todo, cuando tenemos conciencia de que el pecado es toda aquella acción u omisión que haga en contra de la Voluntad de Dios, entonces, necesitaré de pedir perdón.
Un perdón que no es una simple palabra, sino que es una decisión voluntaria y consciente de querer cambiar, una decisión que no siempre se realiza en el tiempo que quiero, sino cuando Dios quiera. Pero debo tener siempre la disponibilidad del corazón para la conversión. Una conversión que me lleve a remediar el daño que he causado, a pedir perdón no sólo a Dios, sino a quien haya ofendido o a quienes haya afectado mi actitud o mi falta de actitud.
Y ¿por qué confesarnos antes de la Pascua? Porque la Pascua es el momento en que recordamos que Jesús se entregó a la muerte y muerte de Cruz, para matar con su cuerpo el pecado que nos oprime y devolvernos, con su resurrección, una nueva vida de hijos de Dios, para que vivamos en la Gracia de Dios, libres del pecado y abiertos, como Él para hacer la Voluntad del Padre. Cuando miremos la Cruz y descubramos en Ella a Quien asumió nuestro pecado para que nosotros asumiéramos Su Vida, entonces, nos daremos cuenta que el Amor que Él nos tuvo, para ofrecerse en esa Cruz, necesita de nuestra generosidad para vivir como Él y aceptar el desafió de alcanzar una vida en Gracia y en santidad.

sábado, 16 de marzo de 2024

No sembrar discordias

"Pero otros decían:
«¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?».
Y así surgió entre la gente una discordia por su causa".
¿Por qué surgen las discordias? Porque no sabemos respetar las opiniones de los demás. Gracias a Dios que nos ha dado la capacidad de pensar y razonar cada uno tenemos una forma diferente de ver las cosas, de ver la realidad, de vernos a nosotros mismos. Claro es que respetar las opiniones de los demás no quiere decir modificar la Verdad, sino que no estamos para sembrar discordias sino para vivir en la Verdad. Y si alguien no quiere verla es problema del otro pero no mío.
Nosotros, por supuesto, como hijos de Dios y cristianos, debemos hacer el esfuerzo de escuchar y buscar la verdad, porque, sabemos, que el pecado original nubla, muchas veces, nuestra manera de ver la realidad, a los otros y a nosotros mismos.
Estamos viciados del pecado original y no nos damos cuenta que nuestra opinión no siempre es verdadera, o no siempre buscamos la Verdad. Nos dejamos llevar por los comentarios, por las opiniones del "me dijeron", pero no busco la verdad. Y, otras muchas veces, porque me "tocaron" ego, porque mi vanidad u orgullo fue herido, etc., me hacen ver al otro o a la realidad de una manera diferente que los demás.
¿Cuál es el problema de no darme cuenta que mi mirada está viciada por el pecado original? Que no siempre sé guardarme mis opiniones y las voy lanzando como plumas frene a un ventilador. Y esas opiniones vuelan y no sabemos dónde van a parar. Y si eso no es verdad o daña a alguien ¿lo voy a remediar? ¿Voy a saber pedir perdón? ¿Voy a poder reconocer que estaba equivocado?
Muchas veces, nuestro temperamento, nuestro pronto, nos lleva a decir o hacer cosas de las cuales, aunque me arrepienta, nunca logro disculparme, reconocerlo, pedir perdón. Por eso, ten cuidado con las opiniones, ten cuidado de defender tanto tu causa que seas capaz de sembrar discordias, rencores, y hasta odios, no sólo en los demás, sino también en tu corazón.

viernes, 15 de marzo de 2024

No seamos impíos

 "Se decían los impíos, razonando equivocadamente:
«Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso: se opone a nuestro modo de actuar, nos reprocha las faltas contra la ley y nos reprende contra la educación recibida; presume de conocer a Dios y se llama a sí mismo hijo de Dios. Es un reproche contra nuestros criterios, su sola presencia nos resulta insoportable.
Lleva una vida distinta de todos los demás y va por caminos diferentes. Nos considera moneda falsa y nos esquiva como a impuros".
Hace unos días veía una foto o un dibujo, aquí en facebook, en el que se veía una iglesia desde la puerta de entrada hacia el altar, y en lugar de haber personas sentadas habían dibujado serpientes, pues esa es la manera en que algunos ven a los que van a la Iglesia. Y, en realidad, no están mal encaminados.
Como nos cuenta el libro de la Sabiduría siempre hubo y hay y habrá personas que buscan el mal para otras, que hablan mal de otras personas, como se dice por aquí: que las ponemos verdes, porque no me gusta tal cosa, porque esto, por lo otro. Por eso, el libro de la Sabiduría los llama "impíos", personas que tienen mucha maldad en su corazón y, con lengua, hacen mucho daño a otras personas.
A veces, hay personas que tienen un corazón sensible y no pueden hacer frente a lo que dicen de ellas, o que se deprimen por escuchar tales o cuales comentarios, y eso es hacer daño a los hermanos, a los que el Señor llama a vivir junto a nosotros. Creemos, muchas veces, que lo que decimos en un pequeño grupo nunca saldrá de ese grupo, y, sin embargo, "no hay nada que escondido que no sea descubierto" y "lo que digas en secreto se escuchara" (o algo así dice la Escritura)
Por eso, el Señor, siempre nos llama a la conversión a buscar el bien y no el mal, que nuestras palabras sean siempre edificantes y no destructivas, porque, aunque a veces decimos que no queremos hacer daño, lo hacemos igualmente, pues siempre el mal vuela más rápido que el bien.
Termina el párrafo de la Sabiduría diciendo: Así discurren, pero se equivocan, pues los ciega su maldad. Desconocen los misterios de Dios, no esperan el premio de la santidad, ni creen en la recompensa de una vida intachable.
Los hijos de Dios estamos llamados a la santidad, y, por esas cosas que salen, no sólo de nuestros labios, sino de nuestro corazón ("de la abundancia del corazón hablan los labios", dice el Señor) es que nos estamos alejando del camino de la santidad, pues estamos haciendo daño a nuestros hermanos, no físicamente, pero sí espiritualmente, y eso también es Bullyng.
Tengamos cuidado con lo que decimos o hacemos a nuestros hermanos, pues eso también se lo hacemos a Jesús: "lo que hagaís a mis hermanos a Mí me lo hacéis".

jueves, 14 de marzo de 2024

Meditaciones sobre la Pasión

De los Sermones de san León Magno, papa

El que quiera venerar de verdad la pasión del Señor debe contemplar de tal manera, con los ojos de su corazón, a Jesús crucificado, que reconozca su propia carne en la carne de Jesús.
Que tiemble la tierra por el suplicio de su Redentor, que se hiendan las rocas que son los corazones de los infieles y que salgan fuera, venciendo la mole que los abruma, los que se hallaban bajo el peso mortal del sepulcro. Que se aparezcan ahora también en la ciudad santa, es decir, en la Iglesia de Dios, como anuncio de la resurrección futura, y que lo que ha de tener lugar en los cuerpos se realice ya en los corazones.
No hay enfermo a quien le sea negada la victoria de la cruz, ni hay nadie a quien no ayude la oración de Cristo. Pues si ésta fue de provecho para los que tanto se ensañaban con él, ¿cuánto más no lo será para los que se convierten a él?
La ignorancia ha sido eliminada, la dificultad atemperada, y la sangre sagrada de Cristo ha apagado aquella espada de fuego que guardaba las fronteras de la vida. La oscuridad de la antigua noche ha cedido el lugar a la luz verdadera.
El pueblo cristiano es invitado a gozar de las riquezas del paraíso, y a todos los regenerados les ha quedado abierto el regreso a la patria perdida, a no ser que ellos mismos se cierren aquel camino que pudo ser abierto por la fe de un ladrón.
Procuremos ahora que la ansiedad y la soberbia de las cosas de esta vida presente no nos sean obstáculo para conformarnos de todo corazón a nuestro Redentor, siguiendo sus ejemplos. Nada hizo él ni padeció que no fuera por nuestra salvación, para que todo lo que de bueno hay en la cabeza lo posea también el cuerpo.
En primer lugar, aquella asunción de nuestra substancia en la Divinidad, por la cual la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros, ¿a quién dejó excluido de su misericordia sino al que se resista a creer? ¿Y quién hay que no tenga una naturaleza común con la de Cristo, con tal de que reciba al que asumió la suya? ¿Y quién hay que no sea regenerado por el mismo Espíritu por el que él fue engendrado? Finalmente, ¿quién no reconoce en él su propia debilidad? ¿Quién no se da cuenta de que el hecho de tomar alimento, de entregarse al descanso del sueño, de haber experimentado la angustia y la tristeza, de haber derramado lágrimas de piedad es todo ello consecuencia de haber tomado la condición de siervo?
Es que esta condición tenía que ser curada de sus antiguas heridas, purificada de la inmundicia del pecado; por eso el Hijo único de Dios se hizo también hijo del hombre, de modo que poseyó la condición humana en toda su realidad y la condición divina en toda su plenitud.
Es, por tanto, algo nuestro aquel que yació exánime en el sepulcro, que resucitó al tercer día y que subió a la derecha del Padre en lo más alto de los cielos; de manera que, si avanzamos por el camino de sus mandamientos, si no nos avergonzamos de confesar todo lo que hizo por nuestra salvación en la humildad de su cuerpo, también nosotros tendremos parte en su gloria, ya que no puede dejar de cumplirse lo que prometió: A todo aquel que me reconozca ante los hombres lo reconoceré yo también ante mi Padre que está en los cielos.

miércoles, 13 de marzo de 2024

No hago mi voluntad

"En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que esta, para vuestro asombro".
Después del milagro en sábado, los judíos comenzaron a acusar a Jesús de transgredir la Ley, por eso pensaban que quería destruir la Ley de Moisés porque no cumplía con las prescripciones que tenían, como esa de no trabajar en sábado, aunque lo que había hecho era darle una vida nueva a quien la tenía perdida.
Así es que Jesús responde haciéndole ver que lo que Él hace no lo hace porque sí, sino porque lo ha visto hacer al Padre. Pues, seguramente, muchos milagros el Padre los hace cuando Él quiere y no se atiene a las Leyes que Él da, sino que busca, siempre, el mejor bien para sus hijos.
Pero claro, esta comparación, a aquellos que compartían la historia y la vida con Jesús, no les cuadraba, no la entendían, no comprendían que Él pudiera ser Dios, pues era, como muchos decían: el hijo del carpintero.
Igualmente, hay algo que tenía que quedar en claro, y nos tiene que quedar en claro, que lo que Jesús hacía no era su voluntad, sino la Voluntad del Padre, y ese es el eje principal de su vida, y de nuestra vida.
"Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió".
Y ahí nos da la fórmula para vivir nuestra vida de cristianos, pues como cristianos debemos buscar, siempre, con la Gracia de Dios, imitar la vida de Cristo, así que, para imitarlo, debemos conocerlo y descubrir cómo vivía Él. Y Él vivía buscando la voluntad del Padre, y como nos lo dice la carta a los Hebreos: "siendo hijo aprendió, por medio del sufrimiento, a obedecer". Es cierto que la obediencia no fue por autoritarismo del Padre, sino por amor al Padre y por amor del Padre al Hijo y a nosotros, para lo cual siempre han habido razones para poder obedecer a la Voluntad de Dios. Por eso hemos de saber escuchar, discernir, juzgar y actuar, de acuerdo a lo que, con la Gracia del Espíritu, podamos ver qué es y qué no es Voluntad de Dios para nuestras vidas.

martes, 12 de marzo de 2024

No mires hacia otro lado

"El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado».
Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar».
Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar".
¿Qué hacemos cuando sabemos que alguien necesita de nuestra ayuda? ¿Cómo actuamos cuando vemos a nuestros hermanos que no consiguen llegar a quién puede sanarlos?
Hoy vemos muchos de esos enfermos que están solos y que no saben o no pueden llegar hasta el agua de la salvación. Pero no tenemos la iniciativa de Jesús de preguntarles, aunque más no sea, si quieren quedar sanos.
Está claro que no hablo de enfermedades física, sino enfermedades espirituales, pues nosotros no tenemos el poder de Jesús para sanar los cuerpos, pero sí tenemos la capacidad de ayudar a encontrar el Camino para sanar el alma, para fortalecerla y ayudar a llevar la Cruz de cada día.
Porque, muchas veces, no se trata de sanar el cuerpo sino de darle vida al alma, de acompañar en el sufrimiento, aunque más no sea con nuestra oración, con nuestro sacrificio, con nuestra compañía.
A veces, escuchamos o decimos: "pero, no sé qué le voy a decir", "no sabría cómo acompañar". Es que no tienes que saberlo, porque es el Señor quien te dice que lo hagas y Él pondrá las palabras en tus labios, o, simplemente, el estar junto a quien te necesita es suficiente. No tenemos que tener siempre las palabras precisas, basta con el acompañar, porque la mayor enfermedad de estos tiempos es la soledad, el sentirse solo y no tener a nadie con quien compartir el dolor, el sufrimiento.
Si ves a alguien que está esperando la ayuda, no se la niegues, porque en esa persona está Jesús que te pide tu ayuda, tu compañía, no lo olvides.

domingo, 3 de marzo de 2024

Nuestra locura

"Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados -judíos o griegos-, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios."
San Pablo le habla a los Corintios, pero, como siempre lo sabemos, como es Palabra de Dios, también nos habla a nosotros. Nosotros ¿qué es lo que le pedimos a Jesús? Muchas veces le pedimos signos, milagros: queremos esto, lo otro, lo de más allá, pero son pocas las veces que le pedimos que se haga Su Voluntad en mí.
Los judíos le pedían signos para no creer, porque no hay peor ciego que el que no quiere ver, y ya habían tenido muchos signos y milagros de parte de Jesús para demostrarles que Él era el Hijo de Dios, el Mesías, pero no les bastaban porque no les daba el "signo" que ellos querían. Pero ¿sabrían ellos cuál era el signo que los llevaría a creer? Por eso mismo Jesús les decía que era hipócritas, y no se le iba a dar más signo que el de Jonás.
Los griegos, buscaban sabiduría, buscaban respuesta a todas las preguntas, pero en el Misterio de Dios, no tenemos todas las respuestas, pues si tuviéramos todas las respuestas todo dejaría de ser un Misterio, por eso el Señor nos ha regalado el Don de la Fe, para creer sin ver y entender, y en esa misma Fe confiar en que el Padre, en su infinita providencia, sabe por dónde hemos de ir y hacia dónde.
Así nuestra predicación está basada en un Dios que se hizo Hombre y que murió en manos de los hombres, pero que al tercer día resucitó de entre los muertos y nos ha dado una Nueva Vida, la vida de los hijos de Dios. Pero esta afirmación no alcanza a ninguno, sólo a aquellos que con corazón humilde y sencillo aceptan el Amor como prueba de fe. Pues sólo el Amor es el que nos salva y nos da la Vida Nueva. Sí, el Amor de un Dios que en su Cruz ha sido escándalo para Su Pueblo, porque no debía haber muerto así, pero han sido ellos mismos los que lo pidieron, aunque luego le pidieran que bajara de la Cruz para mostrarles que era el Hijo de Dios.
Y, para los que se dicen sabios, creer en este Dios es una locura, pues su sabiduría no alcanza para los que creen saber todo.
Y, para nosotros es fuerza, es sentido de la vida, es confianza y tantas cosas más, pues Él con su Gracia siempre llena lo que nos falta para seguir Su Camino, alcanzar Su Vida y así vivir en la Verdad.

sábado, 2 de marzo de 2024

Los celos

"Entonces él respondió a su padre:
"Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado".
Así como dice San Pablo que tiene clavado el aguijón del pecado en sus carnes, así, igualito, están los celos clavados en el corazón de los hombres. Bueno, en realidad los celos cuando se combinan con el pecado original es una explosión interesante en nuestras vidas, porque no nos dejan pensar, sino que sólo actuamos por instinto de conservación y vamos a por todo.
Así le ha pasado al hijo mayor de la parábola: los celos se han unido al pecado original, que, en este caso, me parecería que es la envidia pues él no ha recibido lo mismo que su hermano menor.
Muchas veces hemos dicho o escuchado, y seguramente lo hemos dicho varias veces, "yo no soy celoso", lo cual puede ser cierto en unos momentos, pero en otros momentos seguro que sale esa espinita. ¿Por qué sale esa espinita? Porque mira siempre a mi alrededor para ver cómo se mueve la gente, como viven los que quiero, y, también, los que supuestamente no quiero. Pero, en realidad, me miro para ver si viven como yo o no, si tienen más oportunidades que yo no no. Y, lamentablemente, quiera o no, siempre me estoy comparando con los demás.
Esos juicios, siempre estarán, son parte de nuestra forma de ser y vivir. Pero ¿qué hago con ellos? ¿Los dejo crecer o intento encontrarles la vuelta y el sentido?
En realidad tendría que encontrarle el sentido a lo que pienso o a lo que no me gusta, ver qué es lo que quiere decirme el Señor con esa situación, con esa persona, con ese pensamiento. ¿Por qué me duele que otros tengan lo que yo no tengo? ¿Por qué me duele que mi Padre le haya dado el ternero cebado a mi hermano que regresó después de tantos años? ¿Qué es lo que me molesta en realidad: que haya gastado la mitad de la fortuna o que mi padre lo recibiera con tanto amor? ¿No será que yo no me he animado a vivir como él? ¿No será que no he sabido aprovechar las oportunidades que he tenido? ¿He tenido miedo de abrazar a mi padre y ahora no puedo?
Hay tantas preguntas que pueden surgir desde la experiencia del hermano mayor. Ojalá nos sirvan en este tiempo de cuaresma para descubrir nuestros errores y nuestras maneras de pensar y juzgar, y de pensarme y juzgarme.

viernes, 1 de marzo de 2024

La Alianza del Señor

Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías

Moisés, en el Deuteronomio, dice al pueblo: El Señor, nuestro Dios, hizo alianza con nosotros en el Horeb; no hizo esa alianza con nuestros padres, sino con nosotros. ¿Por qué no hizo la alianza con los padres? Porque la ley no fue instituida para los justos; los padres, en efecto, eran justos y tenían escrito en su interior el contenido del decálogo, amando a Dios, su Creador, y absteniéndose de toda injusticia contra el prójimo; por esto no necesitaron la conminación de una ley escrita, ya que llevaban en su corazón los mandatos de la ley.
Pero al caer en olvido y extinguirse la justicia y el amor de Dios, durante la permanencia en Egipto, fue necesario que Dios, por su gran benevolencia hacia los hombres, se manifestara a sí mismo de palabra.
Con su poder sacó al pueblo de Egipto, para que el hombre volviera a ser discípulo y seguidor de Dios; y lo atemorizó con su palabra, para que no despreciara a su Hacedor.
Lo alimentó con el maná, alimento espiritual, como dice también Moisés en el Deuteronomio: Te alimentó con el maná, que no conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo se vive de pan, sino de cuanto sale de la boca de Dios.
Además, le ordenó el amor de Dios y la justicia para con el prójimo, para que no fuese injusto ni indigno de Dios, disponiendo así al hombre, por medio del decálogo, para su amistad y la concordia con el prójimo; todo ello en provecho del hombre, ya que Dios ninguna necesidad tiene del hombre.
Todo esto contribuía a la gloria del hombre, otorgándole la amistad con Dios, de la que estaba privado, sin que nada añadiera a Dios, ya que él no necesita del amor del hombre.
El hombre, en cambio, se hallaba privado de la gloria de Dios, que sólo podía obtener por la sumisión a él. Por esto Moisés decía también al pueblo: Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, adhiriéndote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra.
Y, queriendo disponer al hombre para esta vida, el Señor promulgó por sí mismo el decálogo, para todos sin distinción; y, con su venida en carne, este decálogo no fue abolido, sino que sigue en vigor, completado y aumentado. En cambio, no promulgó por sí mismo al pueblo los preceptos que implican servidumbre, sino que los promulgó por boca de Moisés, como afirma el mismo Moisés: En aquella ocasión el Señor me mandó que os enseñara, mandatos y decretos.
Aquellos preceptos, pues, que implicaban servidumbre y tenían el carácter de signo fueron eliminados por el nuevo Testamento de libertad; en cambio, los que eran de ley natural, liberadores y comunes a todo hombre, los completó y perfeccionó, dando a los hombres, con suma liberalidad y largueza, el conocimiento de Dios como Padre adoptivo, para que lo amasen de todo corazón y siguieran al que es su Palabra sin desviarse.